Por: Florentino Fernandez
Botana
Llevo ejerciendo de médico en un pueblo de la Ribera
de Navarra más de cuarenta años, me faltan unos pocos meses para jubilarme. Durante
todo este tiempo, no he dejado un solo día de pensar, en una encantadora
muchacha llamada Mercedes, con la que viví un pequeño sueño de amor en mi época
de estudiante. Tampoco me he olvidado de la aldea en donde nací y viví casi
toda mi juventud; hasta allí me desplazo todos los años por las fiestas de
agosto y la primero que hago al pasar al lado de la iglesia parroquial, es
bajarme del coche y acercarme al cementerio a rezar un “padre nuestro” ante las
tumbas de mi padre y del maestro de la parroquia que ejercía cuando yo era un
niño. A ellos les debo, que me llevaran a estudiar a Santiago de Compostela y
posteriormente me pudiese licenciar en medicina.
Mi padre era un hombre analfabeto, que vivía con sus
seis hijos en una aldea, situada en la parte suroeste del Pico Sacro. La
emblemática montaña casi sagrada para los gallegos, no por ser la más alta,
sino por la historia que encierran sus rocas. El ser analfabeto se debía, a que
en sus tiempos no existían escuelas en toda aquella comarca. Su ignorancia no
le impedía tener la mente bastante despejada y un somero conocimiento de las
cosas, debido a la experiencia adquirida durante sus largos años de vida; para
que continuamente pensara en el incierto porvenir que les esperaba a sus hijos,
cultivando aquellas míseras tierras, divididas cuando él falleciese en seis
partes. Si a él se le hacía casi imposible ir malviviendo con todas las tierras
¿Qué sería de sus hijos, si tenían que vivir cada uno con la sexta parte?
Ante aquellas circunstancias intentó por todos los
medios, que alguno de sus hijos estudiase, a pesar del poco dinero que le
proporcionaba su hacienda.
Me llamo Carlos y hasta los doce años como cualquier
chico de mi aldea, por la mañana acudía a la escuela, por la tarde llevaba el
ganado a pacer por las laderas del Pico Sacro y los fines de semana salía por
la aldea a jugar con los chicos de mi edad.
Que yo acudiese a estudiar a Santiago, se lo debo al
maestro de la escuela de mi parroquia. Un día se acercó mi padre por la
escuela, a preguntarle al educador que tal se portaban sus hijos en la clase.
El maestro además de hablarle muy bien de ellos, comunicándole que eran de los
más adelantados; desde aquel día no se cansaba de decirle a mi padre, que era
una auténtica pena, que sus dos hijos pequeños no pudiesen estudiar, aunque
fuese una carrera menor, ya que actitudes para ello no le faltan. Es una
lástima que tengan que dedicarse en el futuro, a cultivar estas pobres tierras,
que no le darán ni para comer.
No fue preciso que el profesor le insistiese mucho a
mi padre, ya que este estaba deseando que sus hijos estudiasen.
Mi padre ya tenía a mi hermana mayor estudiando
magisterio en Santiago, fue ella la que se encargó de matricularme, para que
hiciese el ingreso en el Instituto de enseñanza media, que aprobé sin
dificultad alguna, y luego en septiembre volvió a hacer la misma operación,
para que iniciase el primer curso de bachillerato.
Fue así como me vi por un lado, compartiendo con los
hijos de profesores, maestros y médicos los estudios y por otro, viviendo en
una humilde pensión del barrio más pobre de Santiago, de cuyo nombre no quiero
ni acordarme, por las miserias allí existentes. Nosotros llevábamos de casa
patatas; pan de maíz que cocíamos en nuestro horno casero; carne salada y
huevos, para ir malviviendo. Lo que yo no comprendía, como la mayoría de los
vecinos podían malvivir, sin saber de donde sacaban el dinero para comprar la
comida. Estuve allí hasta que aprobé la reválida de cuarto curso; tenía
dieciséis años y el motivo de dejar el barrio fue por la muerte repentina de la
patrona.
Antes de iniciar el quinto curso de bachillerato, mi
hermana me buscó una pensión, en la que se había hospedado ella unos años
antes. Estaba situada en la calle de la Rua Nueva, y de la noche a la mañana me
vi pisando por donde lo hacían: notarios, médicos, abogados etc. Y
relacionándome con ricas muchachas estudiantes, ya que en la calle existían dos
residencias de monjas, una situada enfrente y otra adosada al muro norte de mi
pensión. Ambas destinadas a dar hospedaje a las hijas de los matrimonios de clase
social alta. Yo era como un mendigo, entre todas aquellas personas de la alta
sociedad, y observando sus modales y su refinamiento, aprendí muchas cosas de
la vida, mientras pernocté en dicha pensión, que no la abandoné hasta terminar
la carrera.
Los cursos quinto y sexto los aprobé sin mucha
dificultad. Al terminar el sexto curso, teníamos que presentarnos a una
reválida, si deseabas obtener el Título de Bachiller superior. Acudimos al
Instituto femenino en donde tenía lugar el maldito examen. Un loco y dictador
profesor me envió a la calle, solo por mirar hacia atrás y decirle a un amigo:
que suerte habíamos tenido, por salir un problema que sabíamos resolver.
Al tratarse de la convocatoria de septiembre, llevó
consigo, que tuviese que perder un año y volver a presentarme en junio del año
siguiente, que aprobé. Al tener que perder un año, lo consideré como un fracaso
en mis estudios, que me costó sufrir un cuadro depresivo, que repercutió tanto
en mi estado anímico, que tuvieron que pasar tres años, para que aprobase el
curso pre-universitario y poder matricularme en la facultad de medicina.
Como en dos o tres convocatorias que me había
presentado al examen de pre-universitario, me suspendieron, pensando que no lo
aprobaría jamás, decidí matricularme en el primer curso de magisterio. Asistía
a las clases por las tardes al colegio San Jerónimo, dedicado a formar futuros
maestros, que se sitúa enmarcando la plaza del Obradoiro por su lado sur y que
se accede a su interior a través de una bella portada románica del siglo XII.
Un día estando en el patio interior de dicho
edificio, hablando con unos compañeros, vi a una muchacha que me dejó prendado,
la miré fijamente y dije para mí: esta será mi futura novia, mi futura esposa,
la madre de mis hijos y mi compañera para toda la vida.
Como en la convocatoria de junio de aquel año aprobé
el curso pre-universitario, me matriculé en la facultad de medicina y no volví
más por la escuela de magisterio. Sabía por unos amigos de ambos que estudiaban
magisterio, que ella también intentaba ser maestra y que se llamaba Mercedes.
Otro día estando en el comedor de mi pensión, pasó
la banda de música tocando por la calle y salí al balcón que daba a la calle, a
ver lo que pasaba, miré al frente y vi a la muchacha de magisterio dentro de
una habitación de la residencia de enfrente, que había abierto su ventana, que
también daba a la calle, para observar lo mismo que yo.
Un escalofrío subió por mi cuerpo al ver a la
hermosa muchacha a cinco o seis metros de mi balcón. Ni un solo día dejé de
mirarla desde dentro de la ventana, pero nunca me atreví a abrirla y hablar con
ella. Mi timidez me lo impedía.
Al aprobar el curso pre-universitario, me fui a la
aldea a pasar el verano, ayudándole en las faenas a mi familia. Regresé a
finales de septiembre para iniciar el primer curso de carrera en la facultad de
medicina; al asistir a las primeras clases, los profesores nos lo pusieron tan
difícil, al observar a tantos estudiantes que deseaban ser médicos, que salí de
la clase convencido, de que si deseaba aprobar el curso, debía de aislarme del
mundo exterior y dedicarme solo a estudiar el mayor número posible de horas, si
quería tener alguna posibilidad. Tanto estudié que al final por poco me muero
de una gastro-enteritis psicógena. Valió la pena el esfuerzo ya que en los
exámenes finales, saqué tres sobresalientes y un aprobado.
En relación a la chica me conformaba con observarla
desde la ventana del balcón, por la calle no la volví a ver durante todo el
curso.
Me llevé una de las mayores alegrías de mi vida
hasta entonces, al aprobar el primer curso, que además era selectivo, si no lo
aprobabas en cuatro convocatorias no podías seguir estudiando medicina, a no
ser que te cambiaras de facultad. El ser médico por lo tanto era irreversible,
me costase cinco o más años en terminar la carrera.
Me fui a la aldea y la primera cosa que hice fue
recorrer los bares y embriagarme, no era para menos, iba a ser el primer médico
de mi Ayuntamiento.
Al enterarse los compañeros de mi pensión, que iban
un poco más adelantados que yo en la carrera, que el profesor Fontán, que se afanaba de ser
el más duro de toda España en su asignatura, me había dado sobresaliente, todos
me dijeron que el segundo curso lo podía dar por aprobado.
No me olvidé un solo momento de Mercedes en la aldea
y me prometí a mi mismo, que tan pronto llegara a Santiago, la buscaría y la
haría mi novia. Así que regresaba feliz y contento.
Pronto mi estado de ánimo alegre fue dando paso a un
estado de tristeza y mi psiquis se alteró, al decirme los profesores que si no
le hacía un examen para un sobresaliente, me suspendían. Seguramente era para
darme ánimos, y la cosa no llegaría a tanto. De todas las maneras, tal vez por
amor propio me volví a aislar del mundo exterior y me puse a estudiar como en
el curso anterior. Se lo conté a mis compañeros de pensión: graso error el
vuestro si pensabais que podía aprobar el segundo curso sin estudiar.
Medio deprimido por las palabras de los profesores,
estudiaba toda la tarde y al salir de la biblioteca me daba un paseo por el
lugar de costumbre. Un día a mitad del curso me fui a caminar un rato por la
calle de los Torales y me quedé anonadado al ver a Mercedes paseando con su
mano izquierda cogida por la derecha de un chico, que había sido mi compañero
en el primer curso y al no aprobarlo, lo estaba repitiendo.
Como el paseo de los enamorados se repitió hasta
final de curso, me fui a la aldea sin la más mínima esperanza de que algún día
la chica pudiese ser mi novia. Y lo más importante, con mi mente bastante
trastornada, que me obligó a tomar algún ansiolítico de los de entonces para
tranquilizarme.
De vuelta en Santiago para comenzar el tercer curso,
Mercedes seguía paseando con su novio. Por cierto tiempo me dediqué a espiarla
y a pasear por donde ellos lo hacían; el único consuelo que me quedaba: que al
pasar a su lado me miraba fijamente hasta perderme de vista.
Uno o dos meses antes de terminar el curso, me llamó
la atención, que la chica en vez de pasear con su novio, lo hacía con sus
amigas, llegando a la conclusión de que habían roto las relaciones
sentimentales que mantenían. Mi espionaje a la chica hasta final de curso, daba
testimonio de ello. El motivo de la ruptura lo desconocía, ni se lo pregunté
luego cuando salí tres o cuatro días con ella,
Pensaba para mí, que ahora era la ocasión de
acercarme a la muchacha, lo intenté en varias ocasiones, pero mi timidez me lo
volvía a impedir. No importaba demasiado, tenía todo el futuro por delante para
llevar a cabo mi propósito.
Como tenía que acudir todo el verano al campamento,
a terminar de cumplir las milicias universitarias –me dije-, me será más fácil
declararle mi amor, a través de una carta que le enviaré desde allí.
Así que al terminar el tercer curso de carrera, me
fui al campamento de Monte La Reina, situado en la provincia de Zamora, a
terminar de cumplir el Servicio militar. Desde allí le escribí dos cartas a
Mercedes, que hasta esa fecha no había hablado una sola palabra con ella,
aunque sabía por amigos de ambos que a mí me gustaba. Así que mi amor por la
chica hasta entonces, era totalmente platónico.
En la primera entre otras cosas le preguntaba, si al
regresar a Santiago, le gustaría iniciar unas relaciones sentimentales conmigo.
Me contestó al cabo de unos días, diciéndome que lo estaba deseando.
Aquel fin de semana después de recibir la carta de
Mercedes; como venía siendo la norma, nos dieron permiso desde el sábado a las
tres hasta el domingo a las doce de la noche. Acudí a una pequeña ciudad
cercana y al llegar la noche entramos en el casino, con la intención de
divertirnos un poco en el baile. Como ninguna chica quería bailar con los
cadetes del campamento, me senté al lado de una muchacha, llamada Eva y
comenzamos a hablar, me pareció la chica más agradable de cuantas había
conocido hasta entonces. Le debí parecer educado, pues no tardó en bailar
conmigo durante toda la noche y quedamos de vernos para el siguiente sábado,
con la intención de seguir hablando y bailando, que era lo que a mí me
interesaba.
Salí con ella tres fines de semana, hasta que nos
licenciaron. Nos despedimos el último domingo sobre las once, al tener que
regresar yo al campamento antes de la media noche. Al llegar entré en la tienda
y acostado sobre mi camastro, me di cuenta, que me había enamorado.
Todas las personas que conocí en aquella pequeña
ciudad, me hablaron muy bien de la muchacha; ya en Santiago un compañero de
carrera que vivía en su pueblo, me volvió a indicar, que no existía otra chica
tan encantadora en toda la población como ella.
Después del primer fin de semana que salí con Eva,
le volví a escribir una segunda carta a Merche, en ella le indicaba, condicionado
por lo que sentía por Eva, ¿que podía esperar yo de una chica que había tenido
novio durante los dos últimos cursos? dudaba, que además de besarse, acariciarse
y tocarse, podían haber llegado a hacer el amor. Ahora bien, le juraba que eran
simples conjeturas mías, y que Dios me librara de levantarle falsos
testimonios, ya que yo no había visto nada. Eran solo suposiciones y dudas que
fluían por mi mente, que no me dejaban dormir por la noche; ya que mi intención
era la de casarme con una chica que fuese virgen.
Por supuesto que no volví a recibir carta alguna de
Mercedes.
Desde que la había visto por primera vez, yo estaba
loco por ella, pero el solo pensar, que había tenido novio cierto tiempo, me
mitigaba mi locura.
Al llegar a Santiago, con la mente medio trastornada
por tener que dejar tan lejos la deliciosa muchacha. No quise buscar a Merche,
para iniciar lo que le pedía en la primera carta. Tenía tan reciente en mi
corazón a Eva, que no me atrevía a acercarme a la muchacha; si la veía por la calle,
antes de que ella se diese cuenta, daba media vuelta y cambiaba de itinerario.
Debía de esperar a que los sentimientos tanto de Eva
como los míos, se fuesen enfriando y atenuando un poco, para comunicarle a la
chica que tenía que olvidarme. No existe la más mínima posibilidad- le decía en
una carta- de que yo vuelva por tu ciudad, te he engañado en todo lo que te he
dicho; por tener no tengo dinero ni para que un tren me acerque hasta ahí. Se
lo ponía todo negro porque en realidad a la que quería de verdad era a
Mercedes, desde que la vi por primera vez. La relación que tuve con Eva fue tan
corta, que la consideré como un flechazo repentino, que al poco tiempo fui
olvidando, pasando a la historia de mi pasado.
Como es de suponer no recibí más cartas de Eva.
Tampoco sentía ganas de salir con Merche, aunque
desde hacía cuatro años pensaba día y noche en ella, sobre todo ahora que me
había liberado de Eva. Aquel primer mes del curso que pasé divirtiéndome con
mis amigos, me iba dando cuenta, que la libertad siendo estudiante en Santiago,
no tenía precio.
Unas veces acudiendo al baile, otras al cine y todos
los sábados de juerga jugando a las cartas, hizo que no me acordase para nada
de Merche.
Un día me la encontré de frente, arrimada a un pilar
de los soportales de la calle en que ambos vivíamos, mirándome con una sonrisa
en sus labios (no tenía conocimiento alguno de mi pasada relación con Eva). No
tuve otra opción que acercarme hasta donde se encontraba, la saludé y le dije:
-Con la asquerosa carta que te he enviado, aún me
acoges con una sonrisa en los labios. No recibí contestación alguna por su
parte, solo me miraba y sonreía.
Yo por entonces era un muchacho tímido, que me
mostraba ante las demás personas con cierta inseguridad, más que por
considerarme inferior, se debía a una falta de confianza en mi mismo, y me
costaba dialogar con las chicas que me gustaban, y cuando pasaba la muchacha a
mi lado temblaba como las ramas de un árbol en un día de viento. En cambio con
mis compañeras de clase hablaba con ellas como si lo estuviese haciendo con un
jubilado. La chica en aquel momento estaba tan nerviosa, que apenas podía
articular palabra. Dándome cuenta de ello, y a pesar de mi timidez, le dije:
-Ya va siendo hora de que en vez de mirarnos a
distancia y en silencio, nos miremos de cerca y que hablemos el uno con el
otro.
-Alguna vez cuando nos mirábamos, pensé en acercarme
a ti, pero tenía un miedo horroroso de que me rechazases.
- También a mi me apetecía aproximarme a ti e
invitarte a salir conmigo, pero siempre la maldita timidez me lo impedía.
Bueno, si me perdonas la ofensa que te hice
enviándote esa desagradable carta, caminemos hacia tu residencia, deseo decirte
unas palabras que además de hermosas son muy importantes para los dos.
-Si que te perdono, nadie está libre de cometer
alguna falta, como la que has cometido tu. Bien empezaríamos si por una falta
así, no te perdonase.
Caminamos hacia la puerta de mi pensión bajo los
soportales, le cogí su mano izquierda con mi derecha, esperando que me la rechazase,
no lo hizo, y al llegar enfrente de su residencia, arrimados a un pilar de los
soportales, le dije:
-No me tomes por un idiota o por un ignorante, ya sé
que lo que te voy a decir, no sería lo normal si acabásemos de conocernos;
nuestro caso es un poco especial, va a hacer cuatro años que nos vimos por
primera vez, cuando yo estudiaba pre-universitario y desde ese día por lo que a
mí se refiere, no he dejado un solo momento de pensar en ti. Quiero que sepas
cuanto antes lo que siento por ti.
En primer lugar, te diré que sufro una locura de
amor hacia tu persona, lo que llaman los psicólogos una hipertrofia o
incremento de los sentimientos de un chico hacia una chica o viceversa, que
vulgarmente se le conoce como “mal de amores”, es lo mismo, todo indica que
estoy loco por ti. No sé como puedo sacar tantos sobresalientes, teniéndote
todo el día en mi pensamiento.
Por si eso fuera poco, sueño la mayoría de las
noches contigo, con unos sueños deliciosos que por el momento no puedo explicártelos,
pues me da un poco de vergüenza; más adelante cuando tenga más confianza
contigo te los contaré. De todas las maneras te diré, que cuando nos casemos,
la primera noche que nos acostemos juntos, no tengas timidez de desnudarte
delante de mí, pues ya te he visto desnuda en mi subconsciente muchas noches y
mi subconsciente está muy desarrollado, tal vez sea por lo mucho que te quiero.
Estaba ansioso de que conocieras todo lo que acabo
de contarte, debido a que temo que vuelva a repetirse, lo que pasó
anteriormente: que conozcas a otro chico y por no acercarme a ti y decirte lo
que te quiero, me quede a “dos velas” como se suele decir y sobre todo quiero
que sepas, que deseo que seas mi novia, mi futura esposa, la madre de mis hijos
y mi compañera para toda la vida.
Ahora bien, lo que te acabo de decir, sería un mundo
maravilloso y lleno de felicidad para los dos, si en mi entorno no existiesen algunos
inconvenientes e impedimentos que nos van a complicar un poco las cosas, y que
son los que me han impedido acercarme a ti hasta el día de hoy.
Por un lado, yo soy un humilde muchacho de una
pequeña aldea, que no me he preocupado más que de estudiar y no he tenido vida
de relación con las demás personas, por poner solo un ejemplo, por no saber, no
sé ni comer.
Por otro lado, este curso es muy difícil, tengo
tanto que estudiar, que no podré sacarte a pasear todos los días, solo podré
hacerlo de nueve a diez de la noche, la hora que aprovecho para descansar y
relajarme un poco, después de estar toda la tarde estudiando.
Por último, yo tal vez sea el estudiante más pobre
de Santiago. Si se hiciera un concurso, yo batiría el record de ser el que
menos dinero lleve en los bolsillos; así que solo te podré invitar al cine de
forma esporádica y a tomar un café de “pascuas en viernes”.
Aún hay más cosas, mi padre hace unos meses sufrió
un ictus, quedándole como secuela una hemiplejia derecha, los fines de semana
tengo que acudir a la aldea a verlo y a cambiarle la sonda que lleva puesta;
por lo tanto no podré salir contigo muchos fines de semana. Existen algunas
cosas más, que no es ahora el momento más oportuno para contártelas.
La muchacha muy seria reaccionó con un mutismo de
unos tres o cuatro minutos. Al ver que no me daba su opinión de lo que acababa
de oír, solo me miraba fijamente a los ojos, le indiqué:
-Vete, cruza la calle para que yo te pueda observar,
por si es la última vez que hablamos el uno con el otro. Antes escucha un
momento: te daré siete días para que lo pienses y reflexiones, si te conviene
salir conmigo y ser mi futura novia. Te lo voy a poner muy fácil: hoy es martes,
el mismo día de la semana que viene, yo estaré a las ocho bajo los soportales,
viendo los carteles de la película que proyecten ese día en el teatro
principal. Si no vienes ya me estás diciendo que no te interesa salir conmigo.
Si por el contrario apareces en ese lugar a las ocho, ya me indicas con tu
presencia que deseas ser mi novia. No hace falta por lo tanto que me lo digas
de palabra.
Llegó el martes, yo ya no me acordaba para nada de
la cita hasta unos minutos antes de la hora; bajé, me puse a observar los
carteles y a pesar de las dificultades que tendríamos para ser novios, unos
segundos después apareció la muchacha, en el lugar que habíamos quedado.
La chica no sé si era porque me quería con locura o
porque tenía por costumbre hacerlo, cuando pasaba por la calle a mi lado, sola
o acompañada de su novio y al salir unos días conmigo, me miraba atentamente;
daba la sensación que con su mirada sabía si yo la quería o no.
Después de mirarnos a la cara no sé por cuanto
tiempo, sin hablar una sola palabra; le cogí con mi mano derecha su mano
izquierda, esperando que no me la rechazase, no solo no lo hizo, sino que
entrelazando sus dedos con los míos, me la apretó suavemente y comenzamos a
caminar, sin dejar de mirarnos, con la intención de dar un paseo por los
jardines de la Herradura.
Como la
muchacha sometida a una fuerte carga emocional psicofísica, no me decía nada,
fui yo el que rompió el silencio y le comenté:
-Puede suceder que tus padres no deseen que salgas
con un pobre y humilde muchacho de una aldea de la Galicia rural profunda. En
este caso yo sería el perjudicado.
Si eso sucediese y si es que me quieres, le puedes
indicar, que deseas con toda el alma ser mi novia.
Entonces puede que digan: bueno, si el chico es
estudiante de medicina y si saca tantos sobresalientes, no le costará mucho en
el futuro, pasar de la clase social baja, a la clase social alta.
Si yo fuera el rico y tú la pobre, no dejaría que
mis padres se opusieran a nuestro noviazgo; los convencería de que soy yo el
que tengo que vivir contigo, no ellos.
-Mis padres no me van a decir una sola palabra, me
preguntarán que estudias, ya que como todos los padres del mundo quieren lo
mejor para sus hijos.
-Eso pienso yo, cuando acabe la carrera y me ponga a
trabajar en una clínica o en un pueblo, los pacientes no me van a preguntar, si
fui un estudiante rico o pobre, lo que me exigirán es que me porte bien con
ellos y le sepa curar sus enfermedades.
-A mi no me importa que seas rico o pobre, lo que
quiero es que sigas sacando tan buenas notas como hasta ahora, si no podemos
salir ya lo haremos en el futuro, cuando no tengas que estudiar. En este
momento mis estudios tienen poca importancia, los que cuentan son los tuyos,
pues con toda seguridad serás tu, el que tenga que traer la comida a casa para
tus hijos y para mí. Por eso no quiero que pierdas tiempo conmigo, prefiero que
estudies antes que salir.
-Bueno, las cosas no serán tan duras como te las he
puesto, seguro que algún día iremos al cine, a tomar un café y al baile de los
estudiantes.
-Por mi no te preocupes, si el sábado tienes que
acudir a ver a tu padre, a cambiarle la sonda, es lo menos que puedes hacer por
él, seguro que se sentirá muy feliz que su hijo ya actúe como médico y debes de
cuidarlo lo mejor que sepas.
-Saldré el sábado por la tarde y regresaré el
domingo también por la tarde, así podemos salir hasta la hora de tu regreso a
la residencia.
-Así aprovecharé yo el sábado, para acercarme al
pueblo a ver a mis padres.
Cuando paseábamos por la parte circular de los jardines
de la Herradura intenté besarla, la muchacha se separó un poco de mí -y me
manifestó.
-Si soy tu novia, lo normal es que nos besemos, pero
no quiero hacerlo el primer día que salimos juntos; no vaya a suceder que algún
día te enfades y me lo eches en cara: estaba tan loca por mí, que me dejó besar
el primer día. Debemos de esperar unos días, aunque lo estemos deseando, por si
nos ven alguno de nuestros amigos.
-Yo eso nunca te lo diré, pues deseo que seas mi
compañera para toda la vida.
Terminado el paseo, le pregunté si deseaba tomar un
café que para eso tenía dinero.
-Por la noche no me conviene tomar café sino luego
no duermo. Además ya es tarde y tengo que regresar a la residencia, antes de
que me cierren la puerta, no me gusta tener que llamar y que tenga que bajar la
monja a abrirme.
Ya delante de la puerta, me dijo:
-Estaría bien que te dejara por no llevar dinero en
los bolsillos ¿Me dejarías tú a mí si fuese pobre? Yo la mayoría de los días
tampoco llevo dinero conmigo en los bolsillos, mis padres bastante hacen con
pagarme la carrera.
-Yo por supuesto que no te dejaría si fueses pobre,
lo importante es que nos amemos y que nos sepamos respetar el uno al otro.
La monja ya se disponía a cerrar la puerta, Mercedes
entró en su residencia y yo subí a mi pensión. Quedamos para el otro día a las
nueve en el mismo sitio.
El miércoles fuimos a tomar un café, a una cafetería
situada enfrente de la policía Municipal, después de convencerla de que un
descafeinado no le impediría dormir. Al salir al exterior como estaba
lloviendo, nos protegimos bajo el pórtico de la entrada del edificio de correos,
observando la lluvia. Ante aquel romántico espectáculo, le puse mi brazo sobre
sus hombros, la atraje hacia mí y le dije las palabras más bonitas que me
vinieron a la memoria: Te quiero más que mi vida entera; nadie me separará de
ti; te querré hasta la muerte y te haré la mujer más feliz del mundo.
La chica convencida de mis hermosas palabras, colocó
su brazo por detrás de mi cintura y nos encaminamos hacia la residencia.
Durante el camino teniendo mucho cuidado de no herir sus sentimientos, le dije:
-Antes de que lo nuestro vaya a más, tengo que
indicarte que existe un problema para que seamos felices del todo.
-¿Cuál?
-Te acuerdas que te comenté que soñaba contigo casi
todas las noches.
-Si que me acuerdo, me lo has dicho el martes
pasado.
-Pues bien, un sueño se me repite muy a menudo y me
augura malos presagios contigo. Tengo que acudir un día a Padrón y observar si
el edificio que me aparece en sueños, se asemeja a tu casa ¿Tiene un patio
delante de la entrada?
-Si que tiene, ¿por qué?
-Ese patio es el que nos separa y nos impide que
seamos felices toda la vida. En el sueño tu estás dentro del patio, yo paso por
una de las calles que lo flanquean y te pido que te cases conmigo, en ese
momento que tu me dices que no es posible, sale un chico de tu casa , te coge
de la mano y te aleja de mí.
El jueves cuando llegué de la biblioteca, ya me
estaba esperando en el mismo sitio de siempre. La cogí de la mano y seguimos hacia
la plaza de los Torales, para dar un paseo por el mismo itinerario que el día
anterior.
Merche, un poco preocupada con lo de los sueños, me
manifestó:
-¡Carlos! Por favor, olvídate de esas tonterías de
los sueños, yo no me iría nunca con otro a no ser que tú me abandones por otra
chica.
-Sea por una u otra causa, nos vamos a encontrar con
muchos problemas en nuestro noviazgo
-Me parece que estas de bromas ¿Cómo puede un médico
creer en los sueños? Te olvidas que Calderón de la Barca, dijo muy claro en una
de sus obras, que los sueños, sueños son.
-Es solo la opinión de una persona, que por entonces
no tenían el conocimiento, que tenemos nosotros de la mente y del mundo
onírico. Los sueños tienen lugar estando el subconsciente activo y la conciencia
abolida, por eso hacen acto de presencia inconcientemente durante los sueños y
en estado de coma. Para muchos autores el sueño es como un profeta que nos
profetiza el futuro.
-Perdona que te diga que yo no crea en esas cosas.
-Pues debes de creerlas y procurar que nuestra relación
no se rompa y tú no te vayas con otro.
Al dejarla en su residencia le indiqué: como el
viernes no tengo clase por la tarde, podemos salir un poco antes y dar un paseo
más largo por los jardines de la Residencia y luego si te apetece, vemos una
película en una de las salas de cine.
La recogí el viernes a las seis en el sitio de
siempre, caminamos por la Herradura hacia las escaleras que salvan el desnivel
del terreno entre la Herradura y la Residencia, comenzamos a bajarla cogidos de
la mano, al llegar al primer descanso, bajo el arco existían unos bancos de
piedra, sentémonos aquí- le dije-, sentí unas ganas locas de besarla, y aquel
era el lugar ideal y el momento oportuno para hacerlo, ya que no vi a nadie por
las cercanías.
Después de mirarle a los ojos y de decirle no sé
cuantas veces que la quería, intenté acariciar su cara derecha con mi mano,
atraerla hacia mí y besarla. De repente se levantó, y me manifestó:
-Vámonos, pueden estar viéndonos, se adelantó y
comenzó a subir las escaleras hacia la Herradura. Espera un momento, me había
excitado un poco y tuve que esperar a que mi sexo se normalizase. Pasados unos
dos minutos, subí las escaleras y me acerqué hasta donde me esperaba la
muchacha.
Seguimos caminando por la zona semicircular de los
jardines de la Herradura, sin hablar una sola palabra. Al cabo de unos minutos,
le dije:
-Solo quería besarte, no pasó por mi cabeza en
ningún momento sobrepasarme.
No recibí contestación alguna por su parte, seguimos
transitando hacia la cafetería, tomamos un café y la acompañé a su residencia,
antes de entrar le indiqué:
Para la próxima semana tengo un examen bastante
difícil, cuando pueda salir a dar un paseo, desde mi balcón te haré una señal
para que bajes; procura estar en la habitación sobre las ocho de la tarde. Así
tendrás tiempo de pensarlo bien, pues me parece que no estás segura de tus
sentimientos hacia mí.
No volví a salir al bacón durante todo el curso y
tardé tres años en hablar de nuevo con ella y solo durante una tarde-noche.
Algo maligno tal vez un “basilisco” o el “demonio
reencarnado” en una de esas personas envidiosas ¡Vete tu a saber!, se
interponía entre Mercedes y yo, impidiéndonos que fuésemos felices. Si no fuese
así, como se podía explicar, que estando loco por la chica, que mi corazón y
mis sentimientos desde mi conciencia, deseasen acudir a su lado, pero mi mente
que lo domina todo, se lo impedía.
Al terminar el cuarto curso, me fui a la aldea, me
puse a trabajar en la fábrica de maderas, y no me acordé más de Mercedes.
Inicié el quinto curso con un comportamiento por mi
parte muy similar al anterior: ocultándome de Mercedes y cuando no tenía otra
opción que pasar a su lado, miraba hacia el suelo sin decirle siquiera adiós.
Fue un curso penoso para mí y supongo que también para ella, esperando que
algún día me contentara y volviese a unir mi vida a la suya.
No fue así. Durante todo el curso, no me atreví a
salir un solo día con ella y bien que lo sentía, estaba seguro que un día no
muy lejano, mi subconsciente quedaría anulado por la conciencia y nos
esperarían días de rosas.
La verdad es que ansiaba salir con Merche, bastaba
que me contentase y la vida nos volvería a sonreír. En realidad mi enfado era
por una tontería: no dejar que la besara en las malditas escaleras; de todas
las maneras no venia a ser mas que una disculpa; si no lo hacía era por no
tener dinero para llevarla al cine y a tomar algún café.
A mediados del curso decidí, cumplir en el próximo
verano los cuatro meses de prácticas como oficial de complemento y así
licenciarme del Servicio militar. De esta manera al acabar la carrera podía
comenzar a trabajar de inmediato. Al pagarme los cuatro meses como alférez,
pensaba que cuando los terminase, tendría dinero suficiente ahorrado, para
poder llevar el último año de la carrera a Mercedes al cine y a tomar los cafés
que le apeteciesen.
Pasé al cuartel de infantería situado en la calle
del Hórreo, para manifestarle al oficial de reclutamiento, que deseaba hacer
las prácticas este verano. El oficial tomó nota de ello y me dijo que al cabo
de un mes, diese una vuelta por allí, que me indicarían a que regimiento me
destinarían.
Al cabo de un mes bajé al cuartel y me quedé
totalmente acongojado, al indicarme el capitán que mi destino era el Regimiento
de Toledo número 35, asentado en la ciudad de Zamora.
Sentí una tristeza inaudita, pues en Zamora vivía
Eva. ¿Sería capaz de vivir cuatro meses en aquella ciudad sin relacionarme con
Eva? Lo dudaba.
No existe la más mínima duda, de que el hombre es
cautivo de su destino y va a estar muy condicionado, desde que nace hasta que
muere, a transitar por un camino predestinado por Dios.
Si eso no fuese verdad, ¿Como se podía explicar, que
existiendo más de cincuenta regimientos por entonces en territorio español, me
destinasen precisamente al Regimiento situado en Zamora?
Me fui a realizar las prácticas, con la intención de
contar con dinero en el bolsillo, y así al regresar a Santiago, poder invitar a
Mercedes al cine y a tomar el vermú y algún café.
Para más recochineo y complicar más las cosas, me
encontré con Eva el primer día, cuando después del trabajo al mediodía acudía
con mis compañeros, a tomar un vino antes de comer.
Eva pensando que había pedido Zamora para estar a su
lado, me entregó su amor, que ya no pude nunca en mi vida alejarme de ella.
Me encontraba en una encrucijada, no tenía la más
remota idea como podía salir de ella y que camino tomar en la vida.
Lo peor del caso fue, que al ir cobrando el dinero,
pasaba a las manos de Eva, que con la disculpa de que si yo lo guardaba, lo
podía gastar; para que eso no ocurriera lo depositó en su casa.
No era mas que una coartada que me hacía la
muchacha, para concretar nuestro noviazgo y que no me alejase de ella.
Pensé en escribirle una carta a Merche, pero al
estar todas las horas libres con Eva, apenas encontré tiempo para hacerlo y me
olvidé por completo de Mercedes.
Me tenía todo el tiempo atado a su lado, hasta tal
punto que me olvidé de escribirles a mis padres. Durante los cuatro meses
vivimos un romance que era al mismo tiempo sentimental y pasional. Menos hacer
el amor, me permitía que la besase, que la acariciase y que la tocase. Lo que
deseaba era no perderme y no sabía que hacer con tal de tenerme contento.
Nunca pude saber si su amor por mí era fingido o
sincero, de todas las maneras fueron cuatro meses de continua felicidad. Al
licenciarme sentí una gran melancolía, al tener que regresar a Santiago después
de vivir aquel tormentoso romance sentimental con Eva.
Retorné a Santiago sin un duro en el bolsillo, se lo
había quedado Eva en su casa de Zamora, volviendo a decirme cuando le pedí para
el tren, que estaba mas seguro guardado en una caja de caudales en su
habitación. La muchacha ya actuaba como si fuera mi mujer, controlándome lo
poco que tenía.
Comencé el último curso sin recursos para invitar a
Mercedes, que la vi varias veces, sin poder decirle más que adiós.
Eva me escribía todas las semanas, en una de sus
cartas me comunicaba que había solicitado una interinidad en Galicia, y que la
destinaban a una escuela de nueva creación, situada cerca del “Mesón do Vento”
y me preguntaba si quedaba cerca de Santiago.
Me entregó la carta la patrona, pasé al salón a
leerla, me senté en la cama y mientras la leía, observaba por la ventana a
Mercedes, sentada en su habitación, que de vez en cuando miraba hacia nuestro
balcón; a mi no me veía pero yo a ella sí.
No estaba para mirar a la chica, con lo que me
acababa de decir Eva en su carta. Al terminar de leerla bajé a la calle y me
fui a dar un paseo, intentando asimilar lo que la chica de Zamora me decía.
¿Eva en Galicia? Me preguntaba a mi mismo, ya podía ir olvidándome de Mercedes.
Lo tenía crudo, con las ganas que tenía Eva de ser mi esposa, el motivo de
acudir a Galicia, no tenía otra finalidad que conseguirlo.
Me fui unos días a la aldea y en medio de aquella
soledad decidí no acudir a esperarla a La Coruña. Estando allí recibí otra
carta, en donde me decía que no fuese a recibirla al tren, que la acompañaba su
hermana, y que ya tenía localizada la escuela: tenemos que coger el autobús
hasta Órdenes y en este pueblo subir a otro que nos deja delante del edificio
escolar.
Al regresar su hermana a Zamora, Eva acudía todos
los sábados por la tarde a Santiago, a pasar el fin de semana conmigo, hasta
que les dieron las vacaciones a los niños, que regresó a Zamora.
Había que reconocer que Eva era muy cariñosa y
sufría una locura de amor por mí, hasta tal punto que el venir a Galicia le
acarreaba varios problemas: entre otros, no conocer la idiosincrasia de los
gallegos muy distinta a la de los castellanos y estar sola en una escuela que
solo tenía dos o tres vecinos situados en las cercanías. La soledad, ocupada
todo el día con los niños, según me decía, la iba llevando bastante bien. Algún
fin de semana me acercaba yo a estar con ella, hasta que vino su madre a
hacerle compañía.
A mediados de junio al marcharse Eva a Zamora, yo
quedaba libre para salir con Mercedes, que me había enterado que no tenía
novio. Después de mucho pensarlo deseché la idea; dentro de unos días me iría a
trabajar y no quise volver a complicarme la vida.
Días después de irse Eva de Galicia, celebramos con
una merienda en las afueras de Santiago, el fin de carrera y la despedida de
los compañeros, después de convivir seis años en la facultad.
Sobre las ocho y media regresé a la pensión, venía
un poco contento, habíamos bebido demasiado y no estaba acostumbrado a hacerlo.
Al llegar a la posada, solo quedaba un chico, los demás ya se encontraban en
sus pueblos, disfrutando de las vacaciones de verano.
Salí al balcón a despejar la cabeza y pude observar
a Mercedes y otra chica sentadas en su habitación. Las invitamos a dar un
paseo, pensando que no aceptarían por las circunstancias vividas en el pasado y
me llevé una gran sorpresa, cuando me dijeron que dentro de unos minutos nos
esperaban debajo de los soportales. Bajé a la calle en compañía de mi amigo, a
iniciar el paseo que duró una hora más o menos, recorriendo toda la Herradura,
entramos por la izquierda y regresamos por la salida de la derecha.
El chico de mi pensión que aún era más tímido que yo,
apenas habló unas palabras durante todo el trayecto; lo mismo me hubiese
ocurrido a mí, si no fuese por el vino que había tomado en la merienda, que no
solo me hizo desaparecer la timidez, sino que se me dio por hablar por los
“codos”.
Le pedí perdón a la pareja que nos acompañaba, por
si hablaba más de la cuenta. Tengo que decirle unas palabras a Mercedes, que la
conozco desde hace mucho tiempo y que vosotros ignoráis.
Como la chica no hablaba una sola palabra, me dirigí
a ella, y le dije:
-Ya veo que estás incomodada conmigo, no te critico
por ello, si yo estuviese en tu lugar también lo estaría. Ahora bien, como a la
única chica a la que he querido en mí vida eres tú. Te quise en el pasado, te
quiero en el presente y te querré en el futuro. De que no seamos novios desde
hace tres años, mucha de la culpa es mía, pero a ti no te dejo exenta; un
pequeño tanto por ciento de que el noviazgo no llegase a buen término, fue
tuya.
Tenías mucha prisa echarte novio, sabiendo por amigos
de ambos que yo estaba loco por ti. No tuviste paciencia en esperarme y luego
te pesó como una losa, pues no hacías más que mirarme cuando paseabas con él.
Ya sé que es muy probable, que no hicieses nada de que tengas que avergonzarte,
ni a mí me importa mucho; pero me queda la duda, que me atormenta día tras día
desde entonces. Has destruido mi vida y ya se me hace difícil unirla a la tuya
para siempre.
Ahora mi felicidad tendré que buscarla en los
pacientes, pero esta felicidad no será la misma que la que me pueda dar una
mujer enamorada de mí. Ante la imposibilidad de unirme a ti, he puesto en práctica
el segundo plan: marcharme a África, adquirir los hábitos de la Orden de San
Francisco, y hacer de médico y misionero en aquellas tierras, tan escasas de
personal sanitario. No me dejas otra opción que buscar la felicidad en el
celibato, o tal vez no tenga futuro y quede condenado a vegetar en un mundo que
ya no deseo vivir.
-Cuando te enfadaste en las escaleras de la
Residencia, estaba con la regla y siempre que tengo la menstruación se me
produce una pequeña halitosis y no quería que al besarme te dieses cuenta de
ello.
-Eso se dice, o es que no tienes boca para hablar.
-Nunca pensé que te enfadaras por no dejarte besar
aquel día, sabías que en el futuro, tendrías todo el tiempo del mundo para
besarme, yo lo estaba deseando.
Entonces la amiga de Mercedes que nos acompañaba,
dirigiéndose hacia nosotros, dijo:
-Podéis salir mañana, tenéis todo el día libre para
dirimir vuestras diferencias y contentaros.
-Ya es tarde, un día de estos me voy a trabajar a
África a través de una ONG, estoy esperando tener vuelo para que me lleve hasta
allí. Para llegar al Cairo no hay problema, ya que desde Madrid sale un avión
dos veces por semana. El problema radica que desde el Cairo a Jartum, no hay
vuelos regulares, e igual tarda un mes para que un avión llegue a la capital
del Sudán. Más difícil es todavía viajar desde Jartum a Kampala, la capital de
Uganda, que es a donde me dirijo.
Le tuve que mentir, no deseaba que Mercedes se
enterase, de que en vez de acudir a África, a donde me dirigía era a Navarra y
a Castilla en busca de Eva; de la que Mercedes probablemente desconocía su
existencia, que fuera mi novia y que durante el último curso, nos habíamos
comprometido.
Como son las cosas, en otro momento me hubiese
llevado una gran alegría, por tener a mi lado a la mujer que amaba y poder
apreciar el calor de su cuerpo cerca de mí.
Ahora sentía tal tristeza, que me costó terminar el agradable paseo, sin
que me brotasen las lágrimas de los ojos. Al despedirnos, al ver tan deprimida
a Mercedes; subí a la pensión llorando.
A los tres días salí de Santiago en autobús hasta
Curtís, aquí me subí al tren La Coruña-Barcelona e inicié un pesado viaje de
más de doce horas, hasta llegar a la estación de Castejón, en la Ribera de
Navarra. Un taxi me llevó a la ciudad de Corella, en donde me esperaba el
médico al que iba a sustituir por enfermedad, con cierto grado de impaciencia.
Al año siguiente me casé en Zamora con Eva, y cuando
esperábamos el tercer hijo cuatro años después, me cambié al pueblo de Ablitas,
en donde ejercí hasta jubilarme. Practicaba la medicina tan a gusto en Navarra,
que la vida fue un soplo para mí, cuando me quise dar cuenta estaba al borde de
la jubilación. Tenía tanto trabajo en este pueblo, que no pensaba mucho si era
o no feliz.
Mi mujer hacía todo lo posible para que me sintiera
a gusto, pero un día cuando llevábamos cerca de cuarenta años en el pueblo, una
grave enfermedad la condujo al más allá. Con mi mente totalmente trastornada
sufriendo una severa tristeza y una inaudita ansiedad, me costó mucho tirar
adelante, el año y medio que me faltaba para jubilarme.
En relación a Mercedes no dejé de pensar un solo día
en ella, mientras estuve en activo. Al jubilarme pasé a vivir en un piso en
Tudela, en donde no conocía prácticamente a nadie. Al pasar de estar todo el
día ocupado, a no hacer nada más que pasear, mi estado psíquico se volvió a
alterar y la maldita depresión me angustiaba durante el día y no me dejaba
dormir por las noches.
Allí solo en aquella ciudad por un lado, la soledad
me destrozaba los nervios, y por otro, mis pensamientos hacia Mercedes se
hipertrofiaron de tal manera, que se me hacía imposible quitármela de la
cabeza.
Por todo lo que me pasaba, decidí comprarme una
casita en mi aldea, que no tardé en acudir en ocuparla. Aquí vivía mas relajado
que en Navarra; por la mañana salía a pasear una hora; luego a tomarme unos
vinos antes de comer. Por la tarde, después de jugar unas partidas de cartas,
sacaba el coche del garaje y me desplazaba a Santiago, oía misa a las siete y
media en la catedral y a continuación acudía a una sala de cine, con el único
deseo de entretenerme dos horas y que el tiempo corriese lo más placenteramente
posible antes de cenar, luego como la noche fue siempre mi enemiga, a esperar
otra noche de angustias e insomnio.
Así iba pasando los días, hasta que una mañana paseando
sentí unos punzadas dolorosas retroesternales; como sufría un severo cuadro de
ansiedad, que suele dar dolor precordial, hasta tal punto de confundirlo con
una crisis coronaria, no le di la más
mínima importancia y seguí haciendo vida normal.
Tres o cuatro días después se me presentó
repentinamente un infarto de miocardio; me trasladaron al hospital al que llegué
en estado de sopor, pocos minutos después entré en un estado de coma profundo,
con pérdida de la conciencia, quedando mi organismo subsistiendo solo con las
funciones vegetativas.
Durante el tiempo que permanecí en este estado de
sueño profundo, la actividad del estado inconsciente no me dejó en paz, con
unos sueños que me retrocedieron a la época de mi juventud, recordándome los
hechos más significativos de mi vida estudiantil, primero fueron apareciendo mi
mujer, mis primeros hijos y sobre todo Mercedes, tan presente en mi vida
durante los estudios universitarios.
Pasados dos meses me operaron en Pamplona, y con el
apoyo de mis hijos fui saliendo adelante.
Al recuperar la conciencia, las enfermeras que me
atendían en la clínica, me animaban diciéndome que había que vivir. que era lo
que importaba.
-Sí, les dije yo,”que bello es vivir”, aunque sea sin amor”
No me dejaron regresar a Galicia hasta pasados tres
meses, que me iba recuperando a medida que pasaba el tiempo, con los cuidados
que me proporcionaba la señora que me hacía las labores domésticas, que se
portaba muy bien conmigo.
Le cogí tanto miedo a la muerte, que no dejaba un
solo día de ir a misa a las siete y media a la catedral.
Un día vi sentada en un banco delante del altar
mayor, a una señora que se parecía mucho a Mercedes, a pesar de los años
transcurridos, desde la última vez que la había visto. Sin timidez alguna ni
cosa que se le parezca, al terminar la misa y antes de que saliera al exterior,
Le pregunté:
-Perdone, ¿No se llamará usted por casualidad
Mercedes? Creo que la conozco desde hace tiempo.
-Sí, ese es mi nombre, y usted ¿No será Carlos, que
estudió medicina hace muchos años?
-Si que lo soy.
- ¡Tanto tempo sin vernos! Desde que te marchaste, a
mi se me hicieron los años muy largos.
-En aquellos últimos años de la carrera, debí de
perder el juicio para hacerte semejante canallada.
Salimos fuera del monumento por la portada de las
Platerías, caminamos por la calle de la Rua del Villar y en la primera
cafetería que encontramos, pasamos al interior y allí sentados alrededor de una
mesa, con unos cafés sobre su mantel, retrocedimos al pasado y comenzamos a
contar nuestras vidas, desde aquella tarde-noche que salimos juntos.
Mercedes, cuando era estudiante apenas hablaba,
ahora lo hacía “hasta por los codos”. Después de tomar el café, la primera cosa
que me dijo: que su marido se había muerto unos años atrás de un cáncer de
pulmón; que sus dos hijos se fueron a estudiar a Madrid y allí se quedaron a
trabajar. Así que aquí me tienes, viviendo en un piso con la única compañía de
una sirvienta, que me viene a ayudar dos horas al día.
-Supongo que tendrás amigas para salir a tomar un
café con ellas.
-Algunas si que tengo, pero cada una va a lo suyo;
los sábados suelo ir con ellas al cine a ver alguna película. Los demás días
después de oír misa y tomar un café a la salida de la catedral, vengo para mi
casa y me pongo a leer algún libro o a ver la televisión. Desde que se murió mi
marido, paso las horas sola en el piso, que a veces se me hacen días.
-Bueno, en relación a tu marido, de cáncer en el
futuro vamos a morir todos y el que no se muera de esa enfermedad, lo hará por
un accidente de tráfico o por una cardiopatía isquémica.
Es raro que estando de buen ver, conservándote
relativamente joven, no se te haya dado por casarte de nuevo.
-La mayoría de los hombres me dan asco, a pesar de
su edad no piensan más que en el sexo y en lo demás nada de nada.
-Y tú por donde has andado, tantos años sin saber
nada de ti, desde aquel día que me dijiste que te marchabas a África a ejercer
de médico y de misionero.
-Aquella noche te he engañado, en vez de acudir a
África, me fui hacia el Este en busca de Eva, la muchacha que conocí en Zamora estando
en el campamento, antes de escribirte aquellas dos cartas; Por aquel entonces
mi vida fue tan compleja que ya te la iré explicando. Tendrás que perdonarme
por ser un traidor a nuestros sentimientos; queriéndote a ti, me comprometí con
Eva el último curso de la carrera. Hace algo más de un par de años, sufrió una
grave enfermedad y Dios se la llevó de este mundo.
Así que me encuentro solo como tú, viviendo en una
pequeña casa en mi aldea, sufriendo la soledad, que intento liberarme de ella,
acudiendo por las tardes a Santiago, y ya en la ciudad primero oyendo misa y
luego viendo una película en una sala de cine. Así me entretengo hasta la hora
de cenar, lo que me ha dejado cocinado la señora, que me hace los trabajos
domésticos.
Me dio la dirección para que al día siguiente, fuese
a cenar a su casa, después de salir de misa. No la vi en la catedral, debió de
pasar toda la tarde en la cocina, preparando una gran cena para celebrar mi
regreso.
Salí de la misa, pasé por una confitería a comprar
una caja de bombones y me dirigí a su piso, un tercero de una calle del barrio
nuevo situado en la parte sur de la ciudad.
Llamé a la puerta y me abrieron desde arriba, entré
en el ascensor, y al salir, después de recorrer un pequeño pasillo, pulsé el
timbre y me abrió Mercedes, recibiéndome con un beso en cada mejilla, me dirigí
hacia la cocina para entregarle los bombones y pude observar a una chica que le
ayudaba a preparar la comida y a poner la mesa. Vi a Mercedes muy contenta,
supuse que se debía a mi presencia en su casa.
Pasamos al comedor y la muchacha nos trajo el primer
plato a base de mariscos y una botella de vino albariño.
Después de cuarenta y cuatro años, volvíamos a estar
juntos sentados el uno frente al otro. Mercedes aún seguía con la costumbre de
mirarme fijamente por un tiempo indeterminado, sin apenas pronunciar palabra.
Fui yo el que rompió el silencio diciéndole:
-No me acuerdo si te he dicho, que durante todo el
tiempo desde que me fui de Santiago, no dejé un solo día de pensar en ti y
después de jubilarme te tenía las veinticuatro horas en mi pensamiento.
-Yo también me he acordado mucho de ti, jamás perdí
la esperanza de volver a verte.
La sirvienta nos trajo el segundo plato: solomillo
de ternera y una botella de vino tinto del Condado. El albariño lo había
liquidado prácticamente yo solo.
Hacía tanto tiempo que no comía marisco y bebía
albariño, me dejó tan satisfecho que le dije a Mercedes, que ya no me apetecía
comer el segundo plato.
-Después de lo que nos ha costado cocinarlo, no nos
vas a hacer aprecio, come aunque sea un poco.
Mercedes, se levantó y le dijo a la chica que ya se
podía marchar, el postre y el café se lo sirvo yo.
Se volvió a sentar a la mesa, y me dijo:
-¡No sabes cuantas veces he soñado con vivir este
escena!
-Perdóname, fue el destino que tenemos predestinado
desde que nacemos, el que me llevó a Eva y me alejó de ti.
-No faltaría otra cosa que no te perdonase, volvemos
a estar juntos y eso es lo que importa; regresar al pasado ya no tiene objeto,
además de ser imposible, se dice: “que agua pasada no mueve molinos”
Al terminar de cenar, nos sentamos en el sofá
tomando café y unas copas de una botella de brandy que la chica había dejado
sobre la mesa. No sé cuanto tiempo estuvimos allí, recordando nuestra juventud
de cuando éramos estudiantes.
Me levanté con la intención de ir a recoger el coche
y desplazarme a la aldea; yo a mi casa no puedo invitarte, pero te llevaré a
cenar al mejor restaurante de Santiago. Me voy que se está haciendo muy tarde.
-Con lo que has bebido, no puedes conducir, que
quieres ¿Qué te retiren el carnet? Si piensas que te voy a dejar marchar
teniendo dos habitaciones libres, estás muy equivocado ¿O es que deseas morir
de un accidente de tráfico?
-De aquí a mi casa hay poca distancia y no existen
apenas peligros.
-Olvídalo, vete al servicio que está al final del
pasillo, que luego te digo en que habitación te vas a acostar.
Merche se fue hacia la cocina, mientras yo comencé a
desnudarme para meterme cuanto antes bajo las sábanas. Todo me daba vueltas de
lo que había bebido. Acostado sobre la cama en la oscuridad, pensaba que la
habitación dejaría de girar a mí alrededor.
Antes de que apagase la luz, pasó Mercedes a la
habitación a preguntarme como me encontraba ¿Quieres que te haga una
manzanilla?
-No te molestes, estoy bien, un poco mareado y nada
más.
Apagó la luz,
supongo para que yo no la viese desnuda y al poco rato se introdujo a mi lado
en la cama. Tapada con la ropa de la cama, me indicó:
-Enciende la luz, la llave la tienes sobre tu
mesilla.
La encendí y comenzamos a hablar de nuevo; al darse
cuenta de que estaba mareado, me dijo:
-A que has venido a Galicia, a atormentarme y
hacerme sufrir.
-No, he venido a hacerte feliz, los años que nos
quedan de vida.
Desde ese momento, la noche dejó de ser mi enemiga.
Fin.
No hay comentarios:
Publicar un comentario