martes, 12 de marzo de 2013

Relato: Mercedes, esperame en Galicia





Por: Florentino Fernandez Botana

Llevo ejerciendo de médico en un pueblo de la Ribera de Navarra más de cuarenta años, me faltan unos pocos meses para jubilarme. Durante todo este tiempo, no he dejado un solo día de pensar, en una encantadora muchacha llamada Mercedes, con la que viví un pequeño sueño de amor en mi época de estudiante. Tampoco me he olvidado de la aldea en donde nací y viví casi toda mi juventud; hasta allí me desplazo todos los años por las fiestas de agosto y la primero que hago al pasar al lado de la iglesia parroquial, es bajarme del coche y acercarme al cementerio a rezar un “padre nuestro” ante las tumbas de mi padre y del maestro de la parroquia que ejercía cuando yo era un niño. A ellos les debo, que me llevaran a estudiar a Santiago de Compostela y posteriormente me pudiese licenciar en medicina.
Mi padre era un hombre analfabeto, que vivía con sus seis hijos en una aldea, situada en la parte suroeste del Pico Sacro. La emblemática montaña casi sagrada para los gallegos, no por ser la más alta, sino por la historia que encierran sus rocas. El ser analfabeto se debía, a que en sus tiempos no existían escuelas en toda aquella comarca. Su ignorancia no le impedía tener la mente bastante despejada y un somero conocimiento de las cosas, debido a la experiencia adquirida durante sus largos años de vida; para que continuamente pensara en el incierto porvenir que les esperaba a sus hijos, cultivando aquellas míseras tierras, divididas cuando él falleciese en seis partes. Si a él se le hacía casi imposible ir malviviendo con todas las tierras ¿Qué sería de sus hijos, si tenían que vivir cada uno con la sexta parte?
Ante aquellas circunstancias intentó por todos los medios, que alguno de sus hijos estudiase, a pesar del poco dinero que le proporcionaba su hacienda.
Me llamo Carlos y hasta los doce años como cualquier chico de mi aldea, por la mañana acudía a la escuela, por la tarde llevaba el ganado a pacer por las laderas del Pico Sacro y los fines de semana salía por la aldea a jugar con los chicos de mi edad.
Que yo acudiese a estudiar a Santiago, se lo debo al maestro de la escuela de mi parroquia. Un día se acercó mi padre por la escuela, a preguntarle al educador que tal se portaban sus hijos en la clase. El maestro además de hablarle muy bien de ellos, comunicándole que eran de los más adelantados; desde aquel día no se cansaba de decirle a mi padre, que era una auténtica pena, que sus dos hijos pequeños no pudiesen estudiar, aunque fuese una carrera menor, ya que actitudes para ello no le faltan. Es una lástima que tengan que dedicarse en el futuro, a cultivar estas pobres tierras, que no le darán ni para comer.
No fue preciso que el profesor le insistiese mucho a mi padre, ya que este estaba deseando que sus hijos estudiasen.
Mi padre ya tenía a mi hermana mayor estudiando magisterio en Santiago, fue ella la que se encargó de matricularme, para que hiciese el ingreso en el Instituto de enseñanza media, que aprobé sin dificultad alguna, y luego en septiembre volvió a hacer la misma operación, para que iniciase el primer curso de bachillerato.
Fue así como me vi por un lado, compartiendo con los hijos de profesores, maestros y médicos los estudios y por otro, viviendo en una humilde pensión del barrio más pobre de Santiago, de cuyo nombre no quiero ni acordarme, por las miserias allí existentes. Nosotros llevábamos de casa patatas; pan de maíz que cocíamos en nuestro horno casero; carne salada y huevos, para ir malviviendo. Lo que yo no comprendía, como la mayoría de los vecinos podían malvivir, sin saber de donde sacaban el dinero para comprar la comida. Estuve allí hasta que aprobé la reválida de cuarto curso; tenía dieciséis años y el motivo de dejar el barrio fue por la muerte repentina de la patrona.
Antes de iniciar el quinto curso de bachillerato, mi hermana me buscó una pensión, en la que se había hospedado ella unos años antes. Estaba situada en la calle de la Rua Nueva, y de la noche a la mañana me vi pisando por donde lo hacían: notarios, médicos, abogados etc. Y relacionándome con ricas muchachas estudiantes, ya que en la calle existían dos residencias de monjas, una situada enfrente y otra adosada al muro norte de mi pensión. Ambas destinadas a dar hospedaje a las hijas de los matrimonios de clase social alta. Yo era como un mendigo, entre todas aquellas personas de la alta sociedad, y observando sus modales y su refinamiento, aprendí muchas cosas de la vida, mientras pernocté en dicha pensión, que no la abandoné hasta terminar la carrera.
Los cursos quinto y sexto los aprobé sin mucha dificultad. Al terminar el sexto curso, teníamos que presentarnos a una reválida, si deseabas obtener el Título de Bachiller superior. Acudimos al Instituto femenino en donde tenía lugar el maldito examen. Un loco y dictador profesor me envió a la calle, solo por mirar hacia atrás y decirle a un amigo: que suerte habíamos tenido, por salir un problema que sabíamos resolver.
Al tratarse de la convocatoria de septiembre, llevó consigo, que tuviese que perder un año y volver a presentarme en junio del año siguiente, que aprobé. Al tener que perder un año, lo consideré como un fracaso en mis estudios, que me costó sufrir un cuadro depresivo, que repercutió tanto en mi estado anímico, que tuvieron que pasar tres años, para que aprobase el curso pre-universitario y poder matricularme en la facultad de medicina.
Como en dos o tres convocatorias que me había presentado al examen de pre-universitario, me suspendieron, pensando que no lo aprobaría jamás, decidí matricularme en el primer curso de magisterio. Asistía a las clases por las tardes al colegio San Jerónimo, dedicado a formar futuros maestros, que se sitúa enmarcando la plaza del Obradoiro por su lado sur y que se accede a su interior a través de una bella portada románica del siglo XII.
Un día estando en el patio interior de dicho edificio, hablando con unos compañeros, vi a una muchacha que me dejó prendado, la miré fijamente y dije para mí: esta será mi futura novia, mi futura esposa, la madre de mis hijos y mi compañera para toda la vida.
Como en la convocatoria de junio de aquel año aprobé el curso pre-universitario, me matriculé en la facultad de medicina y no volví más por la escuela de magisterio. Sabía por unos amigos de ambos que estudiaban magisterio, que ella también intentaba ser maestra y que se llamaba Mercedes.
Otro día estando en el comedor de mi pensión, pasó la banda de música tocando por la calle y salí al balcón que daba a la calle, a ver lo que pasaba, miré al frente y vi a la muchacha de magisterio dentro de una habitación de la residencia de enfrente, que había abierto su ventana, que también daba a la calle, para observar lo mismo que yo.
Un escalofrío subió por mi cuerpo al ver a la hermosa muchacha a cinco o seis metros de mi balcón. Ni un solo día dejé de mirarla desde dentro de la ventana, pero nunca me atreví a abrirla y hablar con ella. Mi timidez me lo impedía.
Al aprobar el curso pre-universitario, me fui a la aldea a pasar el verano, ayudándole en las faenas a mi familia. Regresé a finales de septiembre para iniciar el primer curso de carrera en la facultad de medicina; al asistir a las primeras clases, los profesores nos lo pusieron tan difícil, al observar a tantos estudiantes que deseaban ser médicos, que salí de la clase convencido, de que si deseaba aprobar el curso, debía de aislarme del mundo exterior y dedicarme solo a estudiar el mayor número posible de horas, si quería tener alguna posibilidad. Tanto estudié que al final por poco me muero de una gastro-enteritis psicógena. Valió la pena el esfuerzo ya que en los exámenes finales, saqué tres sobresalientes y un aprobado.
En relación a la chica me conformaba con observarla desde la ventana del balcón, por la calle no la volví a ver durante todo el curso.
Me llevé una de las mayores alegrías de mi vida hasta entonces, al aprobar el primer curso, que además era selectivo, si no lo aprobabas en cuatro convocatorias no podías seguir estudiando medicina, a no ser que te cambiaras de facultad. El ser médico por lo tanto era irreversible, me costase cinco o más años en terminar la carrera.
Me fui a la aldea y la primera cosa que hice fue recorrer los bares y embriagarme, no era para menos, iba a ser el primer médico de mi Ayuntamiento.
Al enterarse los compañeros de mi pensión, que iban un poco más adelantados que yo en la carrera,  que el profesor Fontán, que se afanaba de ser el más duro de toda España en su asignatura, me había dado sobresaliente, todos me dijeron que el segundo curso lo podía dar por aprobado.
No me olvidé un solo momento de Mercedes en la aldea y me prometí a mi mismo, que tan pronto llegara a Santiago, la buscaría y la haría mi novia. Así que regresaba feliz y contento.
Pronto mi estado de ánimo alegre fue dando paso a un estado de tristeza y mi psiquis se alteró, al decirme los profesores que si no le hacía un examen para un sobresaliente, me suspendían. Seguramente era para darme ánimos, y la cosa no llegaría a tanto. De todas las maneras, tal vez por amor propio me volví a aislar del mundo exterior y me puse a estudiar como en el curso anterior. Se lo conté a mis compañeros de pensión: graso error el vuestro si pensabais que podía aprobar el segundo curso sin estudiar.
Medio deprimido por las palabras de los profesores, estudiaba toda la tarde y al salir de la biblioteca me daba un paseo por el lugar de costumbre. Un día a mitad del curso me fui a caminar un rato por la calle de los Torales y me quedé anonadado al ver a Mercedes paseando con su mano izquierda cogida por la derecha de un chico, que había sido mi compañero en el primer curso y al no aprobarlo, lo estaba repitiendo.
Como el paseo de los enamorados se repitió hasta final de curso, me fui a la aldea sin la más mínima esperanza de que algún día la chica pudiese ser mi novia. Y lo más importante, con mi mente bastante trastornada, que me obligó a tomar algún ansiolítico de los de entonces para tranquilizarme.
De vuelta en Santiago para comenzar el tercer curso, Mercedes seguía paseando con su novio. Por cierto tiempo me dediqué a espiarla y a pasear por donde ellos lo hacían; el único consuelo que me quedaba: que al pasar a su lado me miraba fijamente hasta perderme de vista.
Uno o dos meses antes de terminar el curso, me llamó la atención, que la chica en vez de pasear con su novio, lo hacía con sus amigas, llegando a la conclusión de que habían roto las relaciones sentimentales que mantenían. Mi espionaje a la chica hasta final de curso, daba testimonio de ello. El motivo de la ruptura lo desconocía, ni se lo pregunté luego cuando salí tres o cuatro días con ella,
Pensaba para mí, que ahora era la ocasión de acercarme a la muchacha, lo intenté en varias ocasiones, pero mi timidez me lo volvía a impedir. No importaba demasiado, tenía todo el futuro por delante para llevar a cabo mi propósito.
Como tenía que acudir todo el verano al campamento, a terminar de cumplir las milicias universitarias –me dije-, me será más fácil declararle mi amor, a través de una carta que le enviaré desde allí.
Así que al terminar el tercer curso de carrera, me fui al campamento de Monte La Reina, situado en la provincia de Zamora, a terminar de cumplir el Servicio militar. Desde allí le escribí dos cartas a Mercedes, que hasta esa fecha no había hablado una sola palabra con ella, aunque sabía por amigos de ambos que a mí me gustaba. Así que mi amor por la chica hasta entonces, era totalmente platónico.
En la primera entre otras cosas le preguntaba, si al regresar a Santiago, le gustaría iniciar unas relaciones sentimentales conmigo. Me contestó al cabo de unos días, diciéndome que lo estaba deseando.
Aquel fin de semana después de recibir la carta de Mercedes; como venía siendo la norma, nos dieron permiso desde el sábado a las tres hasta el domingo a las doce de la noche. Acudí a una pequeña ciudad cercana y al llegar la noche entramos en el casino, con la intención de divertirnos un poco en el baile. Como ninguna chica quería bailar con los cadetes del campamento, me senté al lado de una muchacha, llamada Eva y comenzamos a hablar, me pareció la chica más agradable de cuantas había conocido hasta entonces. Le debí parecer educado, pues no tardó en bailar conmigo durante toda la noche y quedamos de vernos para el siguiente sábado, con la intención de seguir hablando y bailando, que era lo que a mí me interesaba.
Salí con ella tres fines de semana, hasta que nos licenciaron. Nos despedimos el último domingo sobre las once, al tener que regresar yo al campamento antes de la media noche. Al llegar entré en la tienda y acostado sobre mi camastro, me di cuenta, que me había enamorado.
Todas las personas que conocí en aquella pequeña ciudad, me hablaron muy bien de la muchacha; ya en Santiago un compañero de carrera que vivía en su pueblo, me volvió a indicar, que no existía otra chica tan encantadora en toda la población como ella.
Después del primer fin de semana que salí con Eva, le volví a escribir una segunda carta a Merche, en ella le indicaba, condicionado por lo que sentía por Eva, ¿que podía esperar yo de una chica que había tenido novio durante los dos últimos cursos? dudaba, que además de besarse, acariciarse y tocarse, podían haber llegado a hacer el amor. Ahora bien, le juraba que eran simples conjeturas mías, y que Dios me librara de levantarle falsos testimonios, ya que yo no había visto nada. Eran solo suposiciones y dudas que fluían por mi mente, que no me dejaban dormir por la noche; ya que mi intención era la de casarme con una chica que fuese virgen.
Por supuesto que no volví a recibir carta alguna de Mercedes.
Desde que la había visto por primera vez, yo estaba loco por ella, pero el solo pensar, que había tenido novio cierto tiempo, me mitigaba mi locura.
Al llegar a Santiago, con la mente medio trastornada por tener que dejar tan lejos la deliciosa muchacha. No quise buscar a Merche, para iniciar lo que le pedía en la primera carta. Tenía tan reciente en mi corazón a Eva, que no me atrevía a acercarme a la muchacha; si la veía por la calle, antes de que ella se diese cuenta, daba media vuelta y cambiaba de itinerario.
Debía de esperar a que los sentimientos tanto de Eva como los míos, se fuesen enfriando y atenuando un poco, para comunicarle a la chica que tenía que olvidarme. No existe la más mínima posibilidad- le decía en una carta- de que yo vuelva por tu ciudad, te he engañado en todo lo que te he dicho; por tener no tengo dinero ni para que un tren me acerque hasta ahí. Se lo ponía todo negro porque en realidad a la que quería de verdad era a Mercedes, desde que la vi por primera vez. La relación que tuve con Eva fue tan corta, que la consideré como un flechazo repentino, que al poco tiempo fui olvidando, pasando a la historia de mi pasado.
Como es de suponer no recibí más cartas de Eva.
Tampoco sentía ganas de salir con Merche, aunque desde hacía cuatro años pensaba día y noche en ella, sobre todo ahora que me había liberado de Eva. Aquel primer mes del curso que pasé divirtiéndome con mis amigos, me iba dando cuenta, que la libertad siendo estudiante en Santiago, no tenía precio.
Unas veces acudiendo al baile, otras al cine y todos los sábados de juerga jugando a las cartas, hizo que no me acordase para nada de Merche.
Un día me la encontré de frente, arrimada a un pilar de los soportales de la calle en que ambos vivíamos, mirándome con una sonrisa en sus labios (no tenía conocimiento alguno de mi pasada relación con Eva). No tuve otra opción que acercarme hasta donde se encontraba, la saludé y le dije:
-Con la asquerosa carta que te he enviado, aún me acoges con una sonrisa en los labios. No recibí contestación alguna por su parte, solo me miraba y sonreía.
Yo por entonces era un muchacho tímido, que me mostraba ante las demás personas con cierta inseguridad, más que por considerarme inferior, se debía a una falta de confianza en mi mismo, y me costaba dialogar con las chicas que me gustaban, y cuando pasaba la muchacha a mi lado temblaba como las ramas de un árbol en un día de viento. En cambio con mis compañeras de clase hablaba con ellas como si lo estuviese haciendo con un jubilado. La chica en aquel momento estaba tan nerviosa, que apenas podía articular palabra. Dándome cuenta de ello, y a pesar de mi timidez, le dije:
-Ya va siendo hora de que en vez de mirarnos a distancia y en silencio, nos miremos de cerca y que hablemos el uno con el otro.
-Alguna vez cuando nos mirábamos, pensé en acercarme a ti, pero tenía un miedo horroroso de que me rechazases.  
- También a mi me apetecía aproximarme a ti e invitarte a salir conmigo, pero siempre la maldita timidez me lo impedía.
Bueno, si me perdonas la ofensa que te hice enviándote esa desagradable carta, caminemos hacia tu residencia, deseo decirte unas palabras que además de hermosas son muy importantes para los dos.
-Si que te perdono, nadie está libre de cometer alguna falta, como la que has cometido tu. Bien empezaríamos si por una falta así, no te perdonase.
Caminamos hacia la puerta de mi pensión bajo los soportales, le cogí su mano izquierda con mi derecha, esperando que me la rechazase, no lo hizo, y al llegar enfrente de su residencia, arrimados a un pilar de los soportales, le dije:
-No me tomes por un idiota o por un ignorante, ya sé que lo que te voy a decir, no sería lo normal si acabásemos de conocernos; nuestro caso es un poco especial, va a hacer cuatro años que nos vimos por primera vez, cuando yo estudiaba pre-universitario y desde ese día por lo que a mí se refiere, no he dejado un solo momento de pensar en ti. Quiero que sepas cuanto antes lo que siento por ti.
En primer lugar, te diré que sufro una locura de amor hacia tu persona, lo que llaman los psicólogos una hipertrofia o incremento de los sentimientos de un chico hacia una chica o viceversa, que vulgarmente se le conoce como “mal de amores”, es lo mismo, todo indica que estoy loco por ti. No sé como puedo sacar tantos sobresalientes, teniéndote todo el día en mi pensamiento.
Por si eso fuera poco, sueño la mayoría de las noches contigo, con unos sueños deliciosos que por el momento no puedo explicártelos, pues me da un poco de vergüenza; más adelante cuando tenga más confianza contigo te los contaré. De todas las maneras te diré, que cuando nos casemos, la primera noche que nos acostemos juntos, no tengas timidez de desnudarte delante de mí, pues ya te he visto desnuda en mi subconsciente muchas noches y mi subconsciente está muy desarrollado, tal vez sea por lo mucho que te quiero.
Estaba ansioso de que conocieras todo lo que acabo de contarte, debido a que temo que vuelva a repetirse, lo que pasó anteriormente: que conozcas a otro chico y por no acercarme a ti y decirte lo que te quiero, me quede a “dos velas” como se suele decir y sobre todo quiero que sepas, que deseo que seas mi novia, mi futura esposa, la madre de mis hijos y mi compañera para toda la vida.
Ahora bien, lo que te acabo de decir, sería un mundo maravilloso y lleno de felicidad para los dos, si en mi entorno no existiesen algunos inconvenientes e impedimentos que nos van a complicar un poco las cosas, y que son los que me han impedido acercarme a ti hasta el día de hoy.
Por un lado, yo soy un humilde muchacho de una pequeña aldea, que no me he preocupado más que de estudiar y no he tenido vida de relación con las demás personas, por poner solo un ejemplo, por no saber, no sé ni comer.
Por otro lado, este curso es muy difícil, tengo tanto que estudiar, que no podré sacarte a pasear todos los días, solo podré hacerlo de nueve a diez de la noche, la hora que aprovecho para descansar y relajarme un poco, después de estar toda la tarde estudiando.
Por último, yo tal vez sea el estudiante más pobre de Santiago. Si se hiciera un concurso, yo batiría el record de ser el que menos dinero lleve en los bolsillos; así que solo te podré invitar al cine de forma esporádica y a tomar un café de “pascuas en viernes”.
Aún hay más cosas, mi padre hace unos meses sufrió un ictus, quedándole como secuela una hemiplejia derecha, los fines de semana tengo que acudir a la aldea a verlo y a cambiarle la sonda que lleva puesta; por lo tanto no podré salir contigo muchos fines de semana. Existen algunas cosas más, que no es ahora el momento más oportuno para contártelas.
La muchacha muy seria reaccionó con un mutismo de unos tres o cuatro minutos. Al ver que no me daba su opinión de lo que acababa de oír, solo me miraba fijamente a los ojos, le indiqué:
-Vete, cruza la calle para que yo te pueda observar, por si es la última vez que hablamos el uno con el otro. Antes escucha un momento: te daré siete días para que lo pienses y reflexiones, si te conviene salir conmigo y ser mi futura novia. Te lo voy a poner muy fácil: hoy es martes, el mismo día de la semana que viene, yo estaré a las ocho bajo los soportales, viendo los carteles de la película que proyecten ese día en el teatro principal. Si no vienes ya me estás diciendo que no te interesa salir conmigo. Si por el contrario apareces en ese lugar a las ocho, ya me indicas con tu presencia que deseas ser mi novia. No hace falta por lo tanto que me lo digas de palabra.
Llegó el martes, yo ya no me acordaba para nada de la cita hasta unos minutos antes de la hora; bajé, me puse a observar los carteles y a pesar de las dificultades que tendríamos para ser novios, unos segundos después apareció la muchacha, en el lugar que habíamos quedado.
La chica no sé si era porque me quería con locura o porque tenía por costumbre hacerlo, cuando pasaba por la calle a mi lado, sola o acompañada de su novio y al salir unos días conmigo, me miraba atentamente; daba la sensación que con su mirada sabía si yo la quería o no.
Después de mirarnos a la cara no sé por cuanto tiempo, sin hablar una sola palabra; le cogí con mi mano derecha su mano izquierda, esperando que no me la rechazase, no solo no lo hizo, sino que entrelazando sus dedos con los míos, me la apretó suavemente y comenzamos a caminar, sin dejar de mirarnos, con la intención de dar un paseo por los jardines de la Herradura.
 Como la muchacha sometida a una fuerte carga emocional psicofísica, no me decía nada, fui yo el que rompió el silencio y le comenté:
-Puede suceder que tus padres no deseen que salgas con un pobre y humilde muchacho de una aldea de la Galicia rural profunda. En este caso yo sería el perjudicado.
Si eso sucediese y si es que me quieres, le puedes indicar, que deseas con toda el alma ser mi novia.
Entonces puede que digan: bueno, si el chico es estudiante de medicina y si saca tantos sobresalientes, no le costará mucho en el futuro, pasar de la clase social baja, a la clase social alta.
Si yo fuera el rico y tú la pobre, no dejaría que mis padres se opusieran a nuestro noviazgo; los convencería de que soy yo el que tengo que vivir contigo, no ellos.
-Mis padres no me van a decir una sola palabra, me preguntarán que estudias, ya que como todos los padres del mundo quieren lo mejor para sus hijos.
-Eso pienso yo, cuando acabe la carrera y me ponga a trabajar en una clínica o en un pueblo, los pacientes no me van a preguntar, si fui un estudiante rico o pobre, lo que me exigirán es que me porte bien con ellos y le sepa curar sus enfermedades.
-A mi no me importa que seas rico o pobre, lo que quiero es que sigas sacando tan buenas notas como hasta ahora, si no podemos salir ya lo haremos en el futuro, cuando no tengas que estudiar. En este momento mis estudios tienen poca importancia, los que cuentan son los tuyos, pues con toda seguridad serás tu, el que tenga que traer la comida a casa para tus hijos y para mí. Por eso no quiero que pierdas tiempo conmigo, prefiero que estudies antes que salir.
-Bueno, las cosas no serán tan duras como te las he puesto, seguro que algún día iremos al cine, a tomar un café y al baile de los estudiantes.
-Por mi no te preocupes, si el sábado tienes que acudir a ver a tu padre, a cambiarle la sonda, es lo menos que puedes hacer por él, seguro que se sentirá muy feliz que su hijo ya actúe como médico y debes de cuidarlo lo mejor que sepas.
-Saldré el sábado por la tarde y regresaré el domingo también por la tarde, así podemos salir hasta la hora de tu regreso a la residencia.
-Así aprovecharé yo el sábado, para acercarme al pueblo a ver a mis padres.
Cuando paseábamos por la parte circular de los jardines de la Herradura intenté besarla, la muchacha se separó un poco de mí -y me manifestó.
-Si soy tu novia, lo normal es que nos besemos, pero no quiero hacerlo el primer día que salimos juntos; no vaya a suceder que algún día te enfades y me lo eches en cara: estaba tan loca por mí, que me dejó besar el primer día. Debemos de esperar unos días, aunque lo estemos deseando, por si nos ven alguno de nuestros amigos.
-Yo eso nunca te lo diré, pues deseo que seas mi compañera para toda la vida.
Terminado el paseo, le pregunté si deseaba tomar un café que para eso tenía dinero.
-Por la noche no me conviene tomar café sino luego no duermo. Además ya es tarde y tengo que regresar a la residencia, antes de que me cierren la puerta, no me gusta tener que llamar y que tenga que bajar la monja a abrirme.
Ya delante de la puerta, me dijo:
-Estaría bien que te dejara por no llevar dinero en los bolsillos ¿Me dejarías tú a mí si fuese pobre? Yo la mayoría de los días tampoco llevo dinero conmigo en los bolsillos, mis padres bastante hacen con pagarme la carrera.
-Yo por supuesto que no te dejaría si fueses pobre, lo importante es que nos amemos y que nos sepamos respetar el uno al otro.
La monja ya se disponía a cerrar la puerta, Mercedes entró en su residencia y yo subí a mi pensión. Quedamos para el otro día a las nueve en el mismo sitio.
El miércoles fuimos a tomar un café, a una cafetería situada enfrente de la policía Municipal, después de convencerla de que un descafeinado no le impediría dormir. Al salir al exterior como estaba lloviendo, nos protegimos bajo el pórtico de la entrada del edificio de correos, observando la lluvia. Ante aquel romántico espectáculo, le puse mi brazo sobre sus hombros, la atraje hacia mí y le dije las palabras más bonitas que me vinieron a la memoria: Te quiero más que mi vida entera; nadie me separará de ti; te querré hasta la muerte y te haré la mujer más feliz del mundo.
La chica convencida de mis hermosas palabras, colocó su brazo por detrás de mi cintura y nos encaminamos hacia la residencia. Durante el camino teniendo mucho cuidado de no herir sus sentimientos, le dije:
-Antes de que lo nuestro vaya a más, tengo que indicarte que existe un problema para que seamos felices del todo.
-¿Cuál?
-Te acuerdas que te comenté que soñaba contigo casi todas las noches.
-Si que me acuerdo, me lo has dicho el martes pasado.
-Pues bien, un sueño se me repite muy a menudo y me augura malos presagios contigo. Tengo que acudir un día a Padrón y observar si el edificio que me aparece en sueños, se asemeja a tu casa ¿Tiene un patio delante de la entrada?
-Si que tiene, ¿por qué?
-Ese patio es el que nos separa y nos impide que seamos felices toda la vida. En el sueño tu estás dentro del patio, yo paso por una de las calles que lo flanquean y te pido que te cases conmigo, en ese momento que tu me dices que no es posible, sale un chico de tu casa , te coge de la mano y te aleja de mí.
El jueves cuando llegué de la biblioteca, ya me estaba esperando en el mismo sitio de siempre. La cogí de la mano y seguimos hacia la plaza de los Torales, para dar un paseo por el mismo itinerario que el día anterior.
Merche, un poco preocupada con lo de los sueños, me manifestó:
-¡Carlos! Por favor, olvídate de esas tonterías de los sueños, yo no me iría nunca con otro a no ser que tú me abandones por otra chica.
-Sea por una u otra causa, nos vamos a encontrar con muchos problemas en nuestro noviazgo
-Me parece que estas de bromas ¿Cómo puede un médico creer en los sueños? Te olvidas que Calderón de la Barca, dijo muy claro en una de sus obras, que los sueños, sueños son.
-Es solo la opinión de una persona, que por entonces no tenían el conocimiento, que tenemos nosotros de la mente y del mundo onírico. Los sueños tienen lugar estando el subconsciente activo y la conciencia abolida, por eso hacen acto de presencia inconcientemente durante los sueños y en estado de coma. Para muchos autores el sueño es como un profeta que nos profetiza el futuro.
-Perdona que te diga que yo no crea en esas cosas.
-Pues debes de creerlas y procurar que nuestra relación no se rompa y tú no te vayas con otro.
Al dejarla en su residencia le indiqué: como el viernes no tengo clase por la tarde, podemos salir un poco antes y dar un paseo más largo por los jardines de la Residencia y luego si te apetece, vemos una película en una de las salas de cine.
La recogí el viernes a las seis en el sitio de siempre, caminamos por la Herradura hacia las escaleras que salvan el desnivel del terreno entre la Herradura y la Residencia, comenzamos a bajarla cogidos de la mano, al llegar al primer descanso, bajo el arco existían unos bancos de piedra, sentémonos aquí- le dije-, sentí unas ganas locas de besarla, y aquel era el lugar ideal y el momento oportuno para hacerlo, ya que no vi a nadie por las cercanías.
Después de mirarle a los ojos y de decirle no sé cuantas veces que la quería, intenté acariciar su cara derecha con mi mano, atraerla hacia mí y besarla. De repente se levantó, y me manifestó:
-Vámonos, pueden estar viéndonos, se adelantó y comenzó a subir las escaleras hacia la Herradura. Espera un momento, me había excitado un poco y tuve que esperar a que mi sexo se normalizase. Pasados unos dos minutos, subí las escaleras y me acerqué hasta donde me esperaba la muchacha.
Seguimos caminando por la zona semicircular de los jardines de la Herradura, sin hablar una sola palabra. Al cabo de unos minutos, le dije:
-Solo quería besarte, no pasó por mi cabeza en ningún momento sobrepasarme.
No recibí contestación alguna por su parte, seguimos transitando hacia la cafetería, tomamos un café y la acompañé a su residencia, antes de entrar le indiqué:
Para la próxima semana tengo un examen bastante difícil, cuando pueda salir a dar un paseo, desde mi balcón te haré una señal para que bajes; procura estar en la habitación sobre las ocho de la tarde. Así tendrás tiempo de pensarlo bien, pues me parece que no estás segura de tus sentimientos hacia mí.
No volví a salir al bacón durante todo el curso y tardé tres años en hablar de nuevo con ella y solo durante una tarde-noche.
Algo maligno tal vez un “basilisco” o el “demonio reencarnado” en una de esas personas envidiosas ¡Vete tu a saber!, se interponía entre Mercedes y yo, impidiéndonos que fuésemos felices. Si no fuese así, como se podía explicar, que estando loco por la chica, que mi corazón y mis sentimientos desde mi conciencia, deseasen acudir a su lado, pero mi mente que lo domina todo, se lo impedía.
Al terminar el cuarto curso, me fui a la aldea, me puse a trabajar en la fábrica de maderas, y no me acordé más de Mercedes.
Inicié el quinto curso con un comportamiento por mi parte muy similar al anterior: ocultándome de Mercedes y cuando no tenía otra opción que pasar a su lado, miraba hacia el suelo sin decirle siquiera adiós. Fue un curso penoso para mí y supongo que también para ella, esperando que algún día me contentara y volviese a unir mi vida a la suya.
No fue así. Durante todo el curso, no me atreví a salir un solo día con ella y bien que lo sentía, estaba seguro que un día no muy lejano, mi subconsciente quedaría anulado por la conciencia y nos esperarían días de rosas.
La verdad es que ansiaba salir con Merche, bastaba que me contentase y la vida nos volvería a sonreír. En realidad mi enfado era por una tontería: no dejar que la besara en las malditas escaleras; de todas las maneras no venia a ser mas que una disculpa; si no lo hacía era por no tener dinero para llevarla al cine y a tomar algún café.
A mediados del curso decidí, cumplir en el próximo verano los cuatro meses de prácticas como oficial de complemento y así licenciarme del Servicio militar. De esta manera al acabar la carrera podía comenzar a trabajar de inmediato. Al pagarme los cuatro meses como alférez, pensaba que cuando los terminase, tendría dinero suficiente ahorrado, para poder llevar el último año de la carrera a Mercedes al cine y a tomar los cafés que le apeteciesen.
Pasé al cuartel de infantería situado en la calle del Hórreo, para manifestarle al oficial de reclutamiento, que deseaba hacer las prácticas este verano. El oficial tomó nota de ello y me dijo que al cabo de un mes, diese una vuelta por allí, que me indicarían a que regimiento me destinarían.
Al cabo de un mes bajé al cuartel y me quedé totalmente acongojado, al indicarme el capitán que mi destino era el Regimiento de Toledo número 35, asentado en la ciudad de Zamora.
Sentí una tristeza inaudita, pues en Zamora vivía Eva. ¿Sería capaz de vivir cuatro meses en aquella ciudad sin relacionarme con Eva? Lo dudaba.
No existe la más mínima duda, de que el hombre es cautivo de su destino y va a estar muy condicionado, desde que nace hasta que muere, a transitar por un camino predestinado por Dios.
Si eso no fuese verdad, ¿Como se podía explicar, que existiendo más de cincuenta regimientos por entonces en territorio español, me destinasen precisamente al Regimiento situado en Zamora?
Me fui a realizar las prácticas, con la intención de contar con dinero en el bolsillo, y así al regresar a Santiago, poder invitar a Mercedes al cine y a tomar el vermú y algún café.
Para más recochineo y complicar más las cosas, me encontré con Eva el primer día, cuando después del trabajo al mediodía acudía con mis compañeros, a tomar un vino antes de comer.
Eva pensando que había pedido Zamora para estar a su lado, me entregó su amor, que ya no pude nunca en mi vida alejarme de ella.
Me encontraba en una encrucijada, no tenía la más remota idea como podía salir de ella y que camino tomar en la vida.
Lo peor del caso fue, que al ir cobrando el dinero, pasaba a las manos de Eva, que con la disculpa de que si yo lo guardaba, lo podía gastar; para que eso no ocurriera lo depositó en su casa.
No era mas que una coartada que me hacía la muchacha, para concretar nuestro noviazgo y que no me alejase de ella.
Pensé en escribirle una carta a Merche, pero al estar todas las horas libres con Eva, apenas encontré tiempo para hacerlo y me olvidé por completo de Mercedes.
Me tenía todo el tiempo atado a su lado, hasta tal punto que me olvidé de escribirles a mis padres. Durante los cuatro meses vivimos un romance que era al mismo tiempo sentimental y pasional. Menos hacer el amor, me permitía que la besase, que la acariciase y que la tocase. Lo que deseaba era no perderme y no sabía que hacer con tal de tenerme contento.
Nunca pude saber si su amor por mí era fingido o sincero, de todas las maneras fueron cuatro meses de continua felicidad. Al licenciarme sentí una gran melancolía, al tener que regresar a Santiago después de vivir aquel tormentoso romance sentimental con Eva.
Retorné a Santiago sin un duro en el bolsillo, se lo había quedado Eva en su casa de Zamora, volviendo a decirme cuando le pedí para el tren, que estaba mas seguro guardado en una caja de caudales en su habitación. La muchacha ya actuaba como si fuera mi mujer, controlándome lo poco que tenía.
Comencé el último curso sin recursos para invitar a Mercedes, que la vi varias veces, sin poder decirle más que adiós.
Eva me escribía todas las semanas, en una de sus cartas me comunicaba que había solicitado una interinidad en Galicia, y que la destinaban a una escuela de nueva creación, situada cerca del “Mesón do Vento” y me preguntaba si quedaba cerca de Santiago.
Me entregó la carta la patrona, pasé al salón a leerla, me senté en la cama y mientras la leía, observaba por la ventana a Mercedes, sentada en su habitación, que de vez en cuando miraba hacia nuestro balcón; a mi no me veía pero yo a ella sí.
No estaba para mirar a la chica, con lo que me acababa de decir Eva en su carta. Al terminar de leerla bajé a la calle y me fui a dar un paseo, intentando asimilar lo que la chica de Zamora me decía. ¿Eva en Galicia? Me preguntaba a mi mismo, ya podía ir olvidándome de Mercedes. Lo tenía crudo, con las ganas que tenía Eva de ser mi esposa, el motivo de acudir a Galicia, no tenía otra finalidad que conseguirlo.
Me fui unos días a la aldea y en medio de aquella soledad decidí no acudir a esperarla a La Coruña. Estando allí recibí otra carta, en donde me decía que no fuese a recibirla al tren, que la acompañaba su hermana, y que ya tenía localizada la escuela: tenemos que coger el autobús hasta Órdenes y en este pueblo subir a otro que nos deja delante del edificio escolar.
Al regresar su hermana a Zamora, Eva acudía todos los sábados por la tarde a Santiago, a pasar el fin de semana conmigo, hasta que les dieron las vacaciones a los niños, que regresó a Zamora.
Había que reconocer que Eva era muy cariñosa y sufría una locura de amor por mí, hasta tal punto que el venir a Galicia le acarreaba varios problemas: entre otros, no conocer la idiosincrasia de los gallegos muy distinta a la de los castellanos y estar sola en una escuela que solo tenía dos o tres vecinos situados en las cercanías. La soledad, ocupada todo el día con los niños, según me decía, la iba llevando bastante bien. Algún fin de semana me acercaba yo a estar con ella, hasta que vino su madre a hacerle compañía.
A mediados de junio al marcharse Eva a Zamora, yo quedaba libre para salir con Mercedes, que me había enterado que no tenía novio. Después de mucho pensarlo deseché la idea; dentro de unos días me iría a trabajar y no quise volver a complicarme la vida.
Días después de irse Eva de Galicia, celebramos con una merienda en las afueras de Santiago, el fin de carrera y la despedida de los compañeros, después de convivir seis años en la facultad.
Sobre las ocho y media regresé a la pensión, venía un poco contento, habíamos bebido demasiado y no estaba acostumbrado a hacerlo. Al llegar a la posada, solo quedaba un chico, los demás ya se encontraban en sus pueblos, disfrutando de las vacaciones de verano.
Salí al balcón a despejar la cabeza y pude observar a Mercedes y otra chica sentadas en su habitación. Las invitamos a dar un paseo, pensando que no aceptarían por las circunstancias vividas en el pasado y me llevé una gran sorpresa, cuando me dijeron que dentro de unos minutos nos esperaban debajo de los soportales. Bajé a la calle en compañía de mi amigo, a iniciar el paseo que duró una hora más o menos, recorriendo toda la Herradura, entramos por la izquierda y regresamos por la salida de la derecha.
El chico de mi pensión que aún era más tímido que yo, apenas habló unas palabras durante todo el trayecto; lo mismo me hubiese ocurrido a mí, si no fuese por el vino que había tomado en la merienda, que no solo me hizo desaparecer la timidez, sino que se me dio por hablar por los “codos”.
Le pedí perdón a la pareja que nos acompañaba, por si hablaba más de la cuenta. Tengo que decirle unas palabras a Mercedes, que la conozco desde hace mucho tiempo y que vosotros ignoráis.
Como la chica no hablaba una sola palabra, me dirigí a ella, y le dije:
-Ya veo que estás incomodada conmigo, no te critico por ello, si yo estuviese en tu lugar también lo estaría. Ahora bien, como a la única chica a la que he querido en mí vida eres tú. Te quise en el pasado, te quiero en el presente y te querré en el futuro. De que no seamos novios desde hace tres años, mucha de la culpa es mía, pero a ti no te dejo exenta; un pequeño tanto por ciento de que el noviazgo no llegase a buen término, fue tuya.
Tenías mucha prisa echarte novio, sabiendo por amigos de ambos que yo estaba loco por ti. No tuviste paciencia en esperarme y luego te pesó como una losa, pues no hacías más que mirarme cuando paseabas con él. Ya sé que es muy probable, que no hicieses nada de que tengas que avergonzarte, ni a mí me importa mucho; pero me queda la duda, que me atormenta día tras día desde entonces. Has destruido mi vida y ya se me hace difícil unirla a la tuya para siempre.
Ahora mi felicidad tendré que buscarla en los pacientes, pero esta felicidad no será la misma que la que me pueda dar una mujer enamorada de mí. Ante la imposibilidad de unirme a ti, he puesto en práctica el segundo plan: marcharme a África, adquirir los hábitos de la Orden de San Francisco, y hacer de médico y misionero en aquellas tierras, tan escasas de personal sanitario. No me dejas otra opción que buscar la felicidad en el celibato, o tal vez no tenga futuro y quede condenado a vegetar en un mundo que ya no deseo vivir.
-Cuando te enfadaste en las escaleras de la Residencia, estaba con la regla y siempre que tengo la menstruación se me produce una pequeña halitosis y no quería que al besarme te dieses cuenta de ello.
-Eso se dice, o es que no tienes boca para hablar.
-Nunca pensé que te enfadaras por no dejarte besar aquel día, sabías que en el futuro, tendrías todo el tiempo del mundo para besarme, yo lo estaba deseando.
Entonces la amiga de Mercedes que nos acompañaba, dirigiéndose hacia nosotros, dijo:
-Podéis salir mañana, tenéis todo el día libre para dirimir vuestras diferencias y contentaros.
-Ya es tarde, un día de estos me voy a trabajar a África a través de una ONG, estoy esperando tener vuelo para que me lleve hasta allí. Para llegar al Cairo no hay problema, ya que desde Madrid sale un avión dos veces por semana. El problema radica que desde el Cairo a Jartum, no hay vuelos regulares, e igual tarda un mes para que un avión llegue a la capital del Sudán. Más difícil es todavía viajar desde Jartum a Kampala, la capital de Uganda, que es a donde me dirijo.
Le tuve que mentir, no deseaba que Mercedes se enterase, de que en vez de acudir a África, a donde me dirigía era a Navarra y a Castilla en busca de Eva; de la que Mercedes probablemente desconocía su existencia, que fuera mi novia y que durante el último curso, nos habíamos comprometido.
Como son las cosas, en otro momento me hubiese llevado una gran alegría, por tener a mi lado a la mujer que amaba y poder apreciar el calor de su cuerpo cerca de mí.  Ahora sentía tal tristeza, que me costó terminar el agradable paseo, sin que me brotasen las lágrimas de los ojos. Al despedirnos, al ver tan deprimida a Mercedes; subí a la pensión llorando.
A los tres días salí de Santiago en autobús hasta Curtís, aquí me subí al tren La Coruña-Barcelona e inicié un pesado viaje de más de doce horas, hasta llegar a la estación de Castejón, en la Ribera de Navarra. Un taxi me llevó a la ciudad de Corella, en donde me esperaba el médico al que iba a sustituir por enfermedad, con cierto grado de impaciencia.
Al año siguiente me casé en Zamora con Eva, y cuando esperábamos el tercer hijo cuatro años después, me cambié al pueblo de Ablitas, en donde ejercí hasta jubilarme. Practicaba la medicina tan a gusto en Navarra, que la vida fue un soplo para mí, cuando me quise dar cuenta estaba al borde de la jubilación. Tenía tanto trabajo en este pueblo, que no pensaba mucho si era o no feliz.
Mi mujer hacía todo lo posible para que me sintiera a gusto, pero un día cuando llevábamos cerca de cuarenta años en el pueblo, una grave enfermedad la condujo al más allá. Con mi mente totalmente trastornada sufriendo una severa tristeza y una inaudita ansiedad, me costó mucho tirar adelante, el año y medio que me faltaba para jubilarme.
En relación a Mercedes no dejé de pensar un solo día en ella, mientras estuve en activo. Al jubilarme pasé a vivir en un piso en Tudela, en donde no conocía prácticamente a nadie. Al pasar de estar todo el día ocupado, a no hacer nada más que pasear, mi estado psíquico se volvió a alterar y la maldita depresión me angustiaba durante el día y no me dejaba dormir por las noches.
Allí solo en aquella ciudad por un lado, la soledad me destrozaba los nervios, y por otro, mis pensamientos hacia Mercedes se hipertrofiaron de tal manera, que se me hacía imposible quitármela de la cabeza.
Por todo lo que me pasaba, decidí comprarme una casita en mi aldea, que no tardé en acudir en ocuparla. Aquí vivía mas relajado que en Navarra; por la mañana salía a pasear una hora; luego a tomarme unos vinos antes de comer. Por la tarde, después de jugar unas partidas de cartas, sacaba el coche del garaje y me desplazaba a Santiago, oía misa a las siete y media en la catedral y a continuación acudía a una sala de cine, con el único deseo de entretenerme dos horas y que el tiempo corriese lo más placenteramente posible antes de cenar, luego como la noche fue siempre mi enemiga, a esperar otra noche de angustias e insomnio.
Así iba pasando los días, hasta que una mañana paseando sentí unos punzadas dolorosas retroesternales; como sufría un severo cuadro de ansiedad, que suele dar dolor precordial, hasta tal punto de confundirlo con una crisis coronaria, no le di  la más mínima importancia y seguí haciendo vida normal.
Tres o cuatro días después se me presentó repentinamente un infarto de miocardio; me trasladaron al hospital al que llegué en estado de sopor, pocos minutos después entré en un estado de coma profundo, con pérdida de la conciencia, quedando mi organismo subsistiendo solo con las funciones vegetativas.
Durante el tiempo que permanecí en este estado de sueño profundo, la actividad del estado inconsciente no me dejó en paz, con unos sueños que me retrocedieron a la época de mi juventud, recordándome los hechos más significativos de mi vida estudiantil, primero fueron apareciendo mi mujer, mis primeros hijos y sobre todo Mercedes, tan presente en mi vida durante los estudios universitarios.
Pasados dos meses me operaron en Pamplona, y con el apoyo de mis hijos fui saliendo adelante.
Al recuperar la conciencia, las enfermeras que me atendían en la clínica, me animaban diciéndome que había que vivir. que era lo que importaba.
-Sí, les dije yo,”que bello es vivir”, aunque sea sin amor”
No me dejaron regresar a Galicia hasta pasados tres meses, que me iba recuperando a medida que pasaba el tiempo, con los cuidados que me proporcionaba la señora que me hacía las labores domésticas, que se portaba muy bien conmigo.
Le cogí tanto miedo a la muerte, que no dejaba un solo día de ir a misa a las siete y media a la catedral.
Un día vi sentada en un banco delante del altar mayor, a una señora que se parecía mucho a Mercedes, a pesar de los años transcurridos, desde la última vez que la había visto. Sin timidez alguna ni cosa que se le parezca, al terminar la misa y antes de que saliera al exterior, Le pregunté:
-Perdone, ¿No se llamará usted por casualidad Mercedes? Creo que la conozco desde hace tiempo.
-Sí, ese es mi nombre, y usted ¿No será Carlos, que estudió medicina hace muchos años?
-Si que lo soy.
- ¡Tanto tempo sin vernos! Desde que te marchaste, a mi se me hicieron los años muy largos.
-En aquellos últimos años de la carrera, debí de perder el juicio para hacerte semejante canallada.
Salimos fuera del monumento por la portada de las Platerías, caminamos por la calle de la Rua del Villar y en la primera cafetería que encontramos, pasamos al interior y allí sentados alrededor de una mesa, con unos cafés sobre su mantel, retrocedimos al pasado y comenzamos a contar nuestras vidas, desde aquella tarde-noche que salimos juntos.
Mercedes, cuando era estudiante apenas hablaba, ahora lo hacía “hasta por los codos”. Después de tomar el café, la primera cosa que me dijo: que su marido se había muerto unos años atrás de un cáncer de pulmón; que sus dos hijos se fueron a estudiar a Madrid y allí se quedaron a trabajar. Así que aquí me tienes, viviendo en un piso con la única compañía de una sirvienta, que me viene a ayudar dos horas al día.
-Supongo que tendrás amigas para salir a tomar un café con ellas.
-Algunas si que tengo, pero cada una va a lo suyo; los sábados suelo ir con ellas al cine a ver alguna película. Los demás días después de oír misa y tomar un café a la salida de la catedral, vengo para mi casa y me pongo a leer algún libro o a ver la televisión. Desde que se murió mi marido, paso las horas sola en el piso, que a veces se me hacen días.
-Bueno, en relación a tu marido, de cáncer en el futuro vamos a morir todos y el que no se muera de esa enfermedad, lo hará por un accidente de tráfico o por una cardiopatía isquémica.
Es raro que estando de buen ver, conservándote relativamente joven, no se te haya dado por casarte de nuevo.
-La mayoría de los hombres me dan asco, a pesar de su edad no piensan más que en el sexo y en lo demás nada de nada.
-Y tú por donde has andado, tantos años sin saber nada de ti, desde aquel día que me dijiste que te marchabas a África a ejercer de médico y de misionero.
-Aquella noche te he engañado, en vez de acudir a África, me fui hacia el Este en busca de Eva, la muchacha que conocí en Zamora estando en el campamento, antes de escribirte aquellas dos cartas; Por aquel entonces mi vida fue tan compleja que ya te la iré explicando. Tendrás que perdonarme por ser un traidor a nuestros sentimientos; queriéndote a ti, me comprometí con Eva el último curso de la carrera. Hace algo más de un par de años, sufrió una grave enfermedad y Dios se la llevó de este mundo.
Así que me encuentro solo como tú, viviendo en una pequeña casa en mi aldea, sufriendo la soledad, que intento liberarme de ella, acudiendo por las tardes a Santiago, y ya en la ciudad primero oyendo misa y luego viendo una película en una sala de cine. Así me entretengo hasta la hora de cenar, lo que me ha dejado cocinado la señora, que me hace los trabajos domésticos.
Me dio la dirección para que al día siguiente, fuese a cenar a su casa, después de salir de misa. No la vi en la catedral, debió de pasar toda la tarde en la cocina, preparando una gran cena para celebrar mi regreso.
Salí de la misa, pasé por una confitería a comprar una caja de bombones y me dirigí a su piso, un tercero de una calle del barrio nuevo situado en la parte sur de la ciudad.
Llamé a la puerta y me abrieron desde arriba, entré en el ascensor, y al salir, después de recorrer un pequeño pasillo, pulsé el timbre y me abrió Mercedes, recibiéndome con un beso en cada mejilla, me dirigí hacia la cocina para entregarle los bombones y pude observar a una chica que le ayudaba a preparar la comida y a poner la mesa. Vi a Mercedes muy contenta, supuse que se debía a mi presencia en su casa.
Pasamos al comedor y la muchacha nos trajo el primer plato a base de mariscos y una botella de vino albariño.
Después de cuarenta y cuatro años, volvíamos a estar juntos sentados el uno frente al otro. Mercedes aún seguía con la costumbre de mirarme fijamente por un tiempo indeterminado, sin apenas pronunciar palabra. Fui yo el que rompió el silencio diciéndole:
-No me acuerdo si te he dicho, que durante todo el tiempo desde que me fui de Santiago, no dejé un solo día de pensar en ti y después de jubilarme te tenía las veinticuatro horas en mi pensamiento.
-Yo también me he acordado mucho de ti, jamás perdí la esperanza de volver a verte.
La sirvienta nos trajo el segundo plato: solomillo de ternera y una botella de vino tinto del Condado. El albariño lo había liquidado prácticamente yo solo.
Hacía tanto tiempo que no comía marisco y bebía albariño, me dejó tan satisfecho que le dije a Mercedes, que ya no me apetecía comer el segundo plato.
-Después de lo que nos ha costado cocinarlo, no nos vas a hacer aprecio, come aunque sea un poco.
Mercedes, se levantó y le dijo a la chica que ya se podía marchar, el postre y el café se lo sirvo yo.
Se volvió a sentar a la mesa, y me dijo:
-¡No sabes cuantas veces he soñado con vivir este escena!
-Perdóname, fue el destino que tenemos predestinado desde que nacemos, el que me llevó a Eva y me alejó de ti.
-No faltaría otra cosa que no te perdonase, volvemos a estar juntos y eso es lo que importa; regresar al pasado ya no tiene objeto, además de ser imposible, se dice: “que agua pasada no mueve molinos”
Al terminar de cenar, nos sentamos en el sofá tomando café y unas copas de una botella de brandy que la chica había dejado sobre la mesa. No sé cuanto tiempo estuvimos allí, recordando nuestra juventud de cuando éramos estudiantes.
Me levanté con la intención de ir a recoger el coche y desplazarme a la aldea; yo a mi casa no puedo invitarte, pero te llevaré a cenar al mejor restaurante de Santiago. Me voy que se está haciendo muy tarde.
-Con lo que has bebido, no puedes conducir, que quieres ¿Qué te retiren el carnet? Si piensas que te voy a dejar marchar teniendo dos habitaciones libres, estás muy equivocado ¿O es que deseas morir de un accidente de tráfico?
-De aquí a mi casa hay poca distancia y no existen apenas peligros.
-Olvídalo, vete al servicio que está al final del pasillo, que luego te digo en que habitación te vas a acostar.
Merche se fue hacia la cocina, mientras yo comencé a desnudarme para meterme cuanto antes bajo las sábanas. Todo me daba vueltas de lo que había bebido. Acostado sobre la cama en la oscuridad, pensaba que la habitación dejaría de girar a mí alrededor.
Antes de que apagase la luz, pasó Mercedes a la habitación a preguntarme como me encontraba ¿Quieres que te haga una manzanilla?
-No te molestes, estoy bien, un poco mareado y nada más.
 Apagó la luz, supongo para que yo no la viese desnuda y al poco rato se introdujo a mi lado en la cama. Tapada con la ropa de la cama, me indicó:
-Enciende la luz, la llave la tienes sobre tu mesilla.
La encendí y comenzamos a hablar de nuevo; al darse cuenta de que estaba mareado, me dijo:
-A que has venido a Galicia, a atormentarme y hacerme sufrir.
-No, he venido a hacerte feliz, los años que nos quedan de vida.
Desde ese momento, la noche dejó de ser mi enemiga.

                                                                                          Fin.


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