martes, 12 de marzo de 2013

Relato: El coche de color rojo


Por: Florentino F. Botana

                                                                              
Yesmina es una muchacha rumana, que igual que muchas otras de los países del Este de Europa, decidió abandonar su tierra y emigrar a España en busca de trabajo. Llegó llena de ilusiones, porque dentro de su maleta traía el título de enfermera, que había conseguido en una facultad rumana. Pensaba que podía encontrar empleo en la sanidad española, ya que por entonces en nuestro país, el número de enfermeras era deficitario.
Al llegar se llevó una desilusión, ya que de entrada el título no estaba homologado, y tuvo que colocarse de camarera en una cafetería de un pueblo, en donde yo ejercía de médico. Además se daba la circunstancia, de que se trataba de la cafetería que yo solía acudir a jugar una partida de cartas, antes de iniciar mi consulta de la tarde.
La chica era muy amable conmigo, cuando aún no me había sentado, ya tenía la consumición en la mesa y con gran simpatía por su parte hacia mi persona. Hacía todo lo posible para que yo me sintiese a gusto en aquel local. A veces cuando apenas quedaba gente y no tenía que servir, se sentaba en mi mesa observando la partida y deseando que yo la ganase.
Pasaron unos meses y la muchacha seguía siendo cada vez más complaciente, así que le propuse tener relaciones íntimas con ella. Quedé totalmente decepcionado, cuando me dijo que vivía en pareja con un compatriota suyo, que trabajaba de camionero, para una fábrica de conservas de la Ribera de Navarra.
Perdida toda esperanza de acostarme con la chica, cambié de cafetería y pasé a jugar la partida en otra un poco alejada de la suya. Entonces la muchacha comenzó a acudir al consultorio, por una imaginaria enfermedad depresiva, que para mi no precisaba asistencia médica.
Un día hablando con ella en la consulta, le dije:
-No se lo que pretendes con tu comportamiento, a mí no me interesa que la gente piense que tu y yo somos más que amigos, no hay peor cosa que llevar uno la fama de haber participado en algún evento con chicas, siendo mentira, y no aprovechándose por lo tanto de ello.
-El venir tantas veces a tu consulta, se debe, a que intento que me ayudes, eres la única persona que conozco que lo puede hacer.
-¿Y en que te puedo ser útil? -Pregunté.
-Al ser médico, desearía que me acompañases a Madrid, a ver si consigo convalidar el título y trabajar en mi profesión. Es una auténtica lástima, que siendo enfermera, no pueda aprovecharme de mi carrera.
Le prometí enterarme de lo que hacía falta para homologar su título de enfermera. Por suerte no era preciso acudir a Madrid. Por tratarse de una Comunidad foral, lo podía hacer en Navarra; para ello tenía que desplazarse a Pamplona.
No paró hasta que consiguió que la acompañara a dicha ciudad, dejamos el título en el Departamento de cultura, le hicieron unas fotocopias de su documentación y quedaron de enviárselo lo antes posible.
Seguimos siendo amigos, y por entonces el compañero de Yesmina, que por cierto estaba casado en Rumania con otra mujer, al terminársele el contrato de trabajo, regresó a su tierra y la chica no tuvo otra opción que alquilar una buhardilla y vivir sola.
La chica no deseaba otra cosa, que por la noche al salir de su trabajo, que yo acudiese a tomar un café a su humilde casa. Me negué en rotundo a sus deseos, con la disculpa de que estaba casado, y que el médico en el pueblo debía de llevar una conducta intachable.
-No se por qué te niegas a venir a mi casa –me dijo un día-, para la mayor parte de la gente del pueblo tú y yo somos amantes.
-Como es mentira, a ti te corresponde negarlo. Cuando te comenten esas cosas, tienes la obligación de convencerlos de que solo somos amigos; si no lo haces, no te volveré a hablar en toda mi vida.
El día de su cumpleaños, tanto insistió, que no tuve más remedio que acudir a cenar a su casa; la chica no paró, hasta que conseguimos hacer lo que ella deseaba. Antes de salir hacia mi domicilio, le dije:
-Que no sirva de precedente, suponte que te quedas embarazada ¿Te das cuenta en que situación me dejarías en el pueblo?- Pregunté.
-No te preocupes, si me quedase embarazada, abortaría antes de que nadie se enterase de mi embarazo.
-Para mí aun sería peor, como médico estoy totalmente en contra del aborto.
Mis relaciones con la chica se enfriaron en contra de su voluntad. Viví bastante tiempo con mi estado psíquico alterado, por miedo a que la muchacha divulgara por el pueblo, que habíamos hecho el amor. Gracias a Dios, por la cuenta que le traía, no comentó nada. Sabía que si lo hacía, como le había dicho, no le hablaría más en mi vida y eso no le interesaba, por si tenía que pedirme en el futuro algún   favor.
Un día apareció por la consulta radiante de alegría, con un sobre bajo el brazo, dentro del cual traía su título de enfermera homologado.
-Ahora –le dije-, tendrás que acudir al Colegio de Enfermería, para colegiarte, que te incluyan en la bolsa de trabajo, y poder así optar a alguna interinidad.
-Tendrás que llevarme con tu coche, yo sola no se llegar a Pamplona, no conozco sus calles, ni sabría encontrar dicho edificio. Me cobras lo que te parezca, te pago la comida y así pasamos el día juntos.
-A mi no me interesa pasar el día contigo en Pamplona. No hacía falta otra cosa que nos viera alguno del pueblo, a los dos juntos paseando por sus calles; menudo problema si se enterase mi mujer.
Tienes autobuses cada dos horas de Tudela a Pamplona. Para saber en que calle está situado, que te lo diga alguna enfermera del Centro de salud, que ellas lo sabrán y cuando llegues a la ciudad, solo tienes que preguntar por la calle y todo solucionado.
-Si tú no deseas acompañarme, tendré que hacer el viaje en taxi y que el taxista me traslade de un lado para otro en Pamplona. Lo que siento es que me cobrará mucho dinero por llevarme, y me quedará menos para enviarle este mes a mi madre, que buena falta le hace para que pueda comer.
-Tranquila que yo te llevaré. Ahora bien, tendrá que ser un día que mi mujer esté por Bilbao o Santander, y que tenga la seguridad de que no vendrá a dormir a casa. Pediré un día por asuntos propios y nos desplazamos hasta el Colegio Oficial de Enfermería, que ya se yo en que calle se encuentra.
Un miércoles me acerqué a la cafetería en donde trabajaba Yesmira, y le dije:
-Mañana sobre las nueve, me esperas en la carretera de Tudela en las afueras del pueblo, te recojo como que te llevo a Tudela y nos vamos a Pamplona.
Ya en la ciudad terminamos de hacer las cosas, (Yesmina quedó colegiada e incluida en la lista de la bolsa de trabajo), y nos fuimos a comer, -por supuesto que yo pagué la comida-. A la salida del restaurante fuimos a por el coche, con la intención de regresar al pueblo, me cogió de la mano y me indicó:
-Cuando llegues a un pueblo que se llama Campanas, para el coche delante de un hotel allí situado.
-¿Por qué he de parar el coche en ese lugar?
-Tú para, ya te contestaré cuando estemos allí.
Llegamos a dicho hotel, bajamos del coche y entramos en su interior. Yesmina se dirigió hacia recepción con el objeto de hablar con el recepcionista, mientras yo la esperaba sentado en el hall. Pensaba que le preguntaba por alguna amiga rumana que trabajaba allí. Al terminar me llamó y me dijo:
-Tenemos una habitación libre, aquí llevo la llave.
-¿Qué habitación? A mi no me apetece echarme la siesta.
-Si no quieres acompañarme, sube al coche y vete- me manifestó media incomodada-, yo voy a quedarme hasta las ocho. Como el autobús tiene aquí la parada, a esa hora subiré al vehículo y me iré al pueblo; desde este lugar ya no hay posibilidad alguna de que me extravíe, me deja directamente en Tudela y desde allí en auto- stop me subiré al pueblo.
Salí al exterior, me puse al volante e introduje el coche en el  parking del hotel. Volví a entrar y le pregunté al recepcionista, en donde se había metido la chica que me acompañaba.
-Se ha subido a la habitación.
-¿En que habitación está?
-En la doscientos dos, puede subir, si lo desea en el ascensor.
Al llegar a la puerta, llamé con los nudillos de los dedos, al rato me abrió y manifestó:
-¿Eres tu Carlos? ¿Creí que te habías ido?
-¿No me digas que esperabas a otro chico? Ya me parecía raro que quisieras parar en este hotel.
-No, puedes estar seguro, creí que se trataba del recepcionista que me querría decir alguna cosa en relación con la habitación. Ya sería el colmo de que te engañase con los favores que me haces.
-No querrías que dejase el coche mal aparcado.
-Ya sabía que al final te quedarías, si no lo haces ¿Cómo te podría pagar lo que has hecho esta mañana por mí?
-No quiero que me pagas nada, como médico me gusta hacer favores a las personas.
Ya veo que no eres tonta, supongo que al quedarte aquí, será para no trabajar por la tarde cuando llegues al pueblo, y como no te sería difícil de suponer, que yo te pagaría la habitación, además de disfrutar, te saldría todo gratuito. Si me hubiese marchado, las cosas no te hubiesen salido también como tú esperabas.
 Ya dentro de la habitación pude observar que existían dos camas. En la del lado derecho se encontraba Yesmina sentada; en la otra me acosté yo con la ropa puesta, tal como había subido de la calle.
La chica se levantó, se desnudó y se fue hacia el cuarto de baño. Al verla tan hermosa, pensé que había hecho bien no regresando al pueblo y dejándola allí sola, después de todo fue ella la que tomó la iniciativa y el no satisfacer sus deseos en aquellas circunstancias, no tenía sentido.
Regresó del cuarto de baño y me rogó insistentemente que me desnudara y que pasara a su cama.
-¿Como no me desnudes tú ?–Le dije-, me parece que vamos a quedar cada uno en una cama.
-¡No seas tonto! Junta las camas, desnúdate y no te preocupes que embarazada no me voy a quedar, llevo tomando anticonceptivos desde que vivía con mi pareja rumana. El día de mi cumpleaños no te lo quise decir, pensaba que no me creerías, me pareció más conveniente manifestarte para tu tranquilidad, que abortaría, sin darme cuenta que eras médico y que no te gustaría que lo hiciese.
Por fin después de un buen rato acepté sus caricias y me llenó de felicidad hasta las seis de la mañana. A esa hora nos levantamos, pagamos en recepción (por supuesto que pagué yo la habitación), subimos al coche y regresamos al pueblo; yo a iniciar la consulta y ella a comenzar su trabajo.
Durante el camino de vuelta, me preguntó:
-¿Te ha gustado pasar esta tarde-noche conmigo? ¿Has quedado contento?
-Sí, ¡Me ha gustado mucho! Eso no quiere decir que esté contento; he engañado a mi mujer por segunda vez, sin motivo aparente por su parte.
Desde ese día, no podía hacer desaparecer de mí pensamiento, la preocupación, por el daño que le que le pudiese haber hecho a Elena, sobre todo si se enteraba que me había acostado con otra mujer.
Cuando conocí a Yesmina, tenía treinta y nueve años, llevaba ejerciendo en el pueblo nueve años, prácticamente los mismos que de casado, ya que tras un corto noviazgo, me casé con una chica de la Ribera de Navarra, llamada Elena, que trabajaba de delegada de un laboratorio farmacéutico.
Durante los cinco primeros años de matrimonio fuimos bastante felices, salíamos a cenar a Tudela, y a comprar a Zaragoza; los fines de semana recorríamos las zonas más bellas del norte de España y durante las vacaciones de verano visitábamos los países más interesantes del mundo: Italia, Grecia, Egipto etc.
Sin darnos cuenta, pasaron los cinco primeros años de matrimonio y la cigüeña no aparecía por nuestra casa. Era lo que nos faltaba para que la felicidad matrimonial fuese completa.
En estas condiciones, Elena, decidió volver a trabajar en lo suyo. Un día a la hora de la comida, me dijo:
-Si a ti no te importa, desearía trabajar, los días sin hacer nada, se me hacen largos y pesados.
-A mí, por supuesto que no me importa, lo que yo deseo es que tú te sientas realizada.
Comenzó de nuevo de delegada del mismo laboratorio que había dejado al casarse, visitando la mayor parte de los médicos que ejercían en Navarra. Fue tan positiva su labor, que a los tres años la nombraron coordinadora general de la zona norte. Ahora ya no visitaba a los médicos, sino que su trabajo consistía en coordinar las delegaciones de Pamplona, Logroño, Santander y Bilbao. Tenía su oficina en esta última población y desde allí se desplazaba a las demás capitales autonómicas.
Al principio venía todos los fines de semana al pueblo, algunos meses después fue dejando alguno sin hacer acto de presencia, para terminar por aparecer por casa solo cada dos o tres semanas, con la disculpa de que los lunes por la mañana debía de asistir en Santander a una reunión y los sábados tenía reunión general con los jefes de otras zonas. En esas condiciones –me decía-, le era imposible salir de allí los sábados por la noche y regresar los domingos por la tarde.
 Al no creerle lo que me decía por teléfono, decidí espiarla. Hubiese podido encargarle la misión a alguna agencia de detectives, para que la siguieran por el entorno en el que se desenvolvía, preferí investigarla personalmente.
Un viernes por la tarde después de la consulta, saqué de un cajón unos bigotes postizos, que había dejado allí desde los carnavales; introduje mis gafas oscuras en el bolsillo superior de la americana; recogí el coche del aparcamiento; dejé en el asiento de atrás la cámara de fotos e inicié el recorrido transitando por la autovía hacia Pamplona. Allí compré una gabardina de color blanco con cinturón incluido y un sombrero negro, los metí en el porta-equipajes y después de tomar un café, me desplacé hasta Bilbao. A pesar de no hacer parada alguna hasta la ciudad, llegué sobre las nueve de la noche.
A duras penas pude aparcar en la vía pública, en el interior del coche me coloqué los bigotes y las gafas oscuras y entré en el primer hotel que encontré. Hablé con el recepcionista por si le quedaba alguna habitación libre, al afirmarme que sí, me fui por el coche, lo metí dentro del parking del hotel y me subí a la habitación.
Tras una relajante ducha fría, me volví a poner los bigotes y las gafas, bajé a la calle con la intención de acudir a cenar a un restaurante que se encontrase cerca de allí. El recepcionista me indicó, el nombre de dos o tres situados en la misma calle.
Regresé al hotel, subí a la habitación, me desnudé y me eché sobre la cama, leyendo un libro que me había traído de casa, hasta las tres de la madrugada que me quedé dormido.
Al día siguiente sábado, me levanté tarde sobre la una de la mañana, me dirigí hacia el casco antiguo, con la intención de comer en uno de esos restaurantes típicos de la ciudad. En vez de comer a base de pescado, decidí hacerlo a lo clásico. Al terminar y después de tomar un café, me relajé un poco, dando un paseo por la orilla de la Ría. A las cuatro accedí a una sala de cine de sesión continua, salí a las ocho y me encaminé hacia mi hotel con la intención de retirar el coche, acabar de disfrazarme e intentar dar con Elena en el entorno de su hotel.
Me aproximé con la gabardina y el sombrero puestos, y con la cámara de fotos al hombro, me situé en el portal del edificio adosado al lado meridional del hotel. No tardó en aparecer Elena, acompañada de un chico más o menos de mi edad. Preparé rápidamente la cámara, caminaban tan deprisa, que no tuve tiempo de hacerle más que una sola foto.
No me moví de aquel lugar y sobre las diez y media salían los dos del hotel, Elena elegantemente vestida, conseguí sacarle dos fotos, una de lado y otra por detrás. Elena se quedó allí de pie esperando mientras el chico se alejó, no tardando en aparecer conduciendo un coche negro, abrió la puerta delantera derecha, la muchacha pasó al interior del vehículo y se alejaron dirección oeste.
Volví a colocar la cámara de fotos al hombro y me alejé hacía donde tenía aparcado el coche, con el propósito de quitarme el disfraz y volver de nuevo al hotel en donde se hospedaba Elena.
Llegué sobre las once de la noche, pasé al interior y al ver que el recepcionista se encontraba solo, saqué del bolsillo un billete de cincuenta euros y se lo dejé sobre el mostrador, al mismo tiempo que le decía:
-Necesito que me de una información de una señora que se aloja en este hotel.
-¿Es usted policía?
-No, soy un detective privado, que igual que cualquier trabajador, me pagan para hacer mí trabajo.
-¿Qué clase de información desea saber?
-Todo lo que me pueda decir, de esa pareja que hace unos momentos salió del hotel. Ella se llama Elena; el nombre del chico no lo se.
-Entiendo ¿Le pagan por espiar a esa señora?
-Más o menos.
-La señora viene reservando la mayoría de los fines de semana, desde hace tres o cuatro meses, una habitación doble en este hotel. Su marido llega más tarde por las noches a dormir y se va muy temprano por las mañanas.
-¿Y como sabe usted que es su marido?
-Eso nos dijo cuando hizo la reserva. De todas las maneras si las documentaciones están en regla, a nosotros nos da igual que sea su marido, su pareja o su amante.
-Comprendo ¿A que hora suelen regresar los sábados al hotel?
-Según le oí decir a la señora, primero van a cenar y luego al bingo, suelen regresar sobre las dos de la mañana.
Le di las gracias al recepcionista y salí de dicho hotel con dirección al que yo me hospedaba. Subí a la habitación, me acosté vestido sobre la cama leyendo el libro. A la una y media me levanté, bajé al garaje a disfrazarme, a continuación arranqué el coche y me dirigí al hotel de Elena, delante del cual lo aparqué, esperando que llegase la pareja.
Me quedé dentro del coche con la ventana de mi lado abierta y la cámara preparada. Tardaron bastante en aparecer dentro de un vehículo. Al llegar a la puerta del hotel lo pararon  y se quedaron un rato hablando dentro, momento que aproveché para sacarle dos o tres fotos, sin tener que hacer uso del flash, gracias al gran número de farolas que existían en aquella calle. Elena bajó del coche y caminó hacia la puerta del hotel, facilitándome que la fotografiase cómodamente, antes de acceder al interior del mismo. Unos momentos más tarde llegó su compañero, supongo de aparcar el coche, antes de que entrara le saqué varias fotos más.
Arranqué el coche con dirección al aparcamiento de mi hotel, me quité el disfraz, metí la gabardina y el sombrero en el porta-equipajes del coche y me subí a la habitación a dormir.
A la mañana siguiente después de asearme y desayunar, pagué en recepción y con la certeza de que mi mujer me engañaba, regresé al pueblo.
Un día después por la tarde llevé las fotos a revelar, no eran de muy buena calidad. Sin embargo, tuve la precaución de guardarlas en mi armario particular del consultorio, con objeto de ocultarlas lejos del domicilio para que no cayesen en las manos de Elena.
Cuando unos días después apareció mi mujer por casa, no comenté una sola palabra con ella de su vida de relación por Bilbao. Como si fuese un actor de cine, lo simulé de tal manera, que tardó bastante tiempo en darse cuenta de que la había espiado, y de que estaba enterado de que me engañaba.
De nuevo en el pueblo seguí haciendo la consulta como de costumbre, sin visitar por el momento la cafetería de Yesmina. Mas me preocupaba la próxima jubilación de mi enfermera, a la que quería como a una madre y con la que había trabajado ocho años, que la vida que pudiese llevar la muchacha.
En relación a lo que pude averiguar de mi mujer, como ya me lo imaginaba, observando su conducta cuando regresaba a casa, no me repercutió para nada en mi estado anímico. Últimamente la vida familiar matrimonial a Elena le venía importando muy poco. Tal vez la culpa de ello la tenía el no haber tenido hijos.
Unos quince días después se jubiló mi enfermera Alicia, le hicimos una cena en Tudela como despedida, le regalamos un pequeño obsequio y pasó a engrosar la lista de las enfermeras jubiladas de Navarra.
Al día siguiente cuando llegué a las ocho de la mañana al Centro de salud, me llevé una gran sorpresa, al observar delante del edificio a Yesmina, esperando que el administrativo le abriese la puerta, para poder acceder al interior. Le pregunté que deseaba, y me dijo:
-No has querido hacerme una visita a la cafetería durante estos últimos quince días, sin saber el por qué y ahora no te queda otra opción, que aguantar mi presencia por las mañanas, probablemente durante todo un año. Me ha contratado el Servicio Navarro de Salud para que sea tu enfermera.
Llamé al Subdirector de Atención Primaria y le pregunté si lo que me decía la chica era cierto.
-¡Si que lo es!- Me contestó-, la hemos nombrado hasta que salga la plaza a oposición.
-La chica lleva tiempo sin trabajar, además no sabemos que preparación trae de Rumania, tendré que hacer yo de médico y de enfermera.
-¿Por qué dices eso? La chica tiene el titulo de enfermera, es europea y habla español; reúne por lo tanto las condiciones necesarias para desempeñar el puesto.
Al terminar de hablar con el Subdirector, llamé a Yesmina y le manifesté:
-Pasa a tu consulta, dedícate a los inyectables y a las curas. Si me precisas para que te resuelva algún problema, llamas a mi puerta y esperas a que yo te abra. Lo mismo que si yo te necesito que me ayudes, llamaré a tu puerta. No se te ocurra tomar confianza conmigo; aquí en el Centro cuanto menos hablemos mejor y en la calle ni mirarnos.
Después de llevar unos quince días sin apenas comunicarnos, un día al final de la consulta llamó a la puerta de mi despacho que comunicaba con el suyo, y me dijo:
-¡Carlos! Yo no deseo seguir siendo tu enfermera, hablaré con las autoridades de Tudela para que me destinen a otro centro; si no hay vacantes, renunciaré a la plaza y volveré a trabajar de camarera. No merezco que me trates como a tu peor enemigo.
-Ruego me perdones, estos días anímicamente estoy pasando por malos momentos. Ahora bien, tú no tienes culpa alguna de ello. Estoy un poco alterado y como tu eres la persona mas cercana del Centro, he descargado sobre ti mi mal humor sin motivo alguno; te prometo que no se volverá a repetir.
-Si no fuera porque te quiero, ya me hubiese ido de este Centro.
-¡No digas eso! ¿No te das cuenta que estoy casado?
-Claro que me doy cuenta, pero mis sentimientos hacia ti y sobre todo mi corazón, me dicen que no haga caso a la razón.
La atraje hacia mi pecho, acaricié sus cabellos, la besé dulcemente, y le dije:
-Nos hemos metido en una buena encrucijada, veremos como salimos de ella.
-Buscaremos la manera de querernos sin que nadie se entere.
-Entonces te alquilaré un pequeño piso amueblado en Tudela, y te compraré un coche de segunda mano. Así te puedes ir al terminar la consulta a las tres de la tarde y regresar al día siguiente a las ocho de la mañana. De esta manera podemos cenar juntos, cuando no esté mi mujer en casa, que casi nunca está.
La chica unió su boca a la mía en un beso húmedo y ardiente.
-Deja la bata –le dije-, nos vamos a comer al pueblo más cercano. Ya no me importa para nada que me vean contigo, así te darás cuenta que yo también te quiero.
Seguí la rutina de mi trabajo en el Centro de Salud, cada vez mas compenetrado con mi enfermera Yesmina. Por la noche después de terminar la consulta de la tarde, acudía a Tudela a cenar con ella, que hacía todo lo posible para que yo me sintiese feliz a su lado.
Un día por la tarde pasó Yesmina a visitarme a la consulta, viendo varios pacientes sentados en la sala de espera, se dispuso a ayudarme, que ya no dejó de hacerlo en adelante todas las tardes.
A los pocos días me dijo:
-Como tienes muchos pacientes por la tarde, te voy a organizar un poco la consulta; desde la semana que viene, todo aquel que desee acudir a tu consulta de la tarde, deberá solicitar a través del teléfono una cita previa.
-Yo no tengo tiempo de recoger las llamadas, no voy interrumpir la consulta con un paciente para darle día y hora a otro.
Tú no tienes que preocuparte más que de atender a los pacientes, de la cita previa me ocuparé yo, recibiendo las llamadas telefónicas y apuntando en una agenda, el día y la hora de todos los pacientes que quieran consultarse contigo; así no tendrán que esperar horas enteras en la sala de espera y el trabajo será más llevadero para todos.
Cuando un día de la semana vino mi mujer a dormir a casa, no se extrañó para nada al ver a Yesmina ayudándome en la consulta. Para justificar su presencia le dije:
-Necesitaba una chica, que me ayudara a llevar la consulta de la tarde, pues cada día acuden más pacientes. La muchacha se ofreció y como ya la conozco, en vez de contratar a una enfermera desconocida, me decidí por ella. A su pareja tampoco le disgusta que trabaje por las tardes, así disponen de más dinero para enviarle a sus familiares.
Mi mujer poco caso le hizo a mi explicación, me dijo que se iba a dar una ducha. Salió de la consulta, se alejó hacia las escaleras y subió a la vivienda. Daba la sensación de que a Elena le importaba muy poco, que mi enfermera fuese Yesmina o cualquier otra muchacha.
Con Yesmina de enfermera, con el escarabajo egipcio de la suerte que una amiga le había regalado, colgado de una cadena al cuello, cada vez teníamos más pacientes y mi relación con ella se hacía más Afectiva y cordial.
Sabiendo que mi mujer me engañaba, no me remordía la conciencia de hacer el amor con la muchacha, cuando bajaba a su piso.
Con tantos pacientes por la mañana y tarde, conseguí ser uno de los mayores prescriptores, de los productos farmacéuticos de un gran laboratorio, cuyos delegados gozaban totalmente de mi amistad y yo de la de ellos.
Un día aparecieron por la consulta, me invitaron a comer y en medio de la comida, me manifestaron:
-Al terminar de comer y antes de desplazarnos a Pamplona, te vamos a dejar unos cuantos números para el sorteo de diecisiete estupendos coches rojos, (uno por cada autonomía). Son de una gran marca europea, que el laboratorio a comprado, para sortear entre los médicos, que más le han recetado durante este último año. Últimamente tú te has consolidado, como uno de los médicos navarros que más envases de medicamentos nos has prescripto.
Me dejaron tres talonarios de números, seguramente la mayoría de los que le dieron en Madrid, para que los repartieran entre los médicos de Navarra mas afines al laboratorio. Así -me dijeron-, las probabilidades de que te hagas con uno de los coches son mayores.
Cuando vino mi mujer por casa, se lo conté y le espeté:
-A ver cuando tu laboratorio, que se considera uno de los más importantes de España, sortea entre los médicos, coches, como viene haciendo él de mis amigos.
-Aunque lo hiciese, les está totalmente prohibido a los médicos familiares de sus empleados, participar en el sorteo. Si se enterasen de que le he dado algún regalo a mi marido, o que en algo le he beneficiado, son capaces de despedirme de la empresa.
-Por mi no te compliques la vida, que mejor coche que el que tengo, no me lo van a regalar. Además ¿Para que quiero dos coches? Los gastos serían dobles y no puedo usar más que uno.
No se si uno de mis números salió agraciado o fue cosa de mis amigos, el caso fue que la suerte me favoreció y me tocó uno de los coches rojos, -el que sorteaban para los médicos de Navarra-.
Mis amigos acudieron al Centro de salud a comunicármelo. Me pidieron unas fotocopias de mi documentación para matricularlo y poder traérmelo hasta mi casa. Como yo tenía un coche nuevo de una de las mejores marcas alemanas, lo aparqué en el garaje de un amigo, hasta ver que hacía con él.
Acudo como otras noches al piso de mi amiga. Al terminar de cenar, me siento en el sofá, Yesmina, saca del armario una botella de licor y me sirve una copa. Pasamos a la habitación y mientras nos desnudamos, la muchacha un poco desilusionada, me dice:
-A pesar de mi buen comportamiento contigo, saciándote de placer noche tras noche, jamás te has acordado de traerme un pequeño regalo.
-Tienes toda la razón, ya he pensado en ello, yo de todas las maneras no soy hombre que esté continuamente haciendo regalos, que al final no sirven para nada. Tengo pensado hacerte uno, que además de bonito es muy práctico. Si te portas bien, tal vez mañana te lo pueda entregar para que comiences a disfrutarlo.
A la mañana siguiente, desde que comenzamos el trabajo, la curiosidad de la muchacha por enterarse en que consistía lo que le iba a regalar, no la dejaba trabajar tranquila y pasó varias veces a mi consulta, intentando que yo le desvelara el secreto.
A las tres de la tarde al concluir la actividad de la mañana, nos despedimos del administrativo y ya fuera del Centro –me dijo:
-Siento una ansiedad loca por saber con que regalo me vas a sorprender.
-Ya falta poco para que lo sepas.
Nos desviamos hacia la izquierda camino del garaje de mi amigo. Al llegar abrí la puerta y le entregué las llaves del coche a Yesmina, diciéndole:
-Arráncalo y sácalo fuera, es tuyo.
No lo podía creer, intentó besarme, abrazarme y no se cuantas cosas más.
-Nada de manifestaciones externas –le dije-, alguien puede estar observándonos. Ya tendrás múltiples ocasiones de agradecérmelo. Vámonos a comer a cualquier parte.
Mi mujer preparó en un gran hotel de Tudela, una charla para médicos y enfermeros, con motivo del lanzamiento al mercado farmacéutico de un antihipertensivo, fruto de la investigación de su laboratorio. Yo la acompañé al hotel y permanecí a su lado en la puerta, mientras que ella y los delegados de Navarra, iban recibiendo a los sanitarios.
Elena se quedó atónita, cuando de un coche rojo que acababa de aparcar delante del hotel, salía Yesmina, que lo cerró y se acercó a la puerta. Saludó a mi mujer y a los delegados sin apenas pararse y se subió al primer piso, en donde tenía lugar la conferencia y una cena a continuación.

                                                                                            



No hay comentarios:

Publicar un comentario