Por: Florentino F. Botana
Yesmina es una muchacha rumana, que igual que muchas
otras de los países del Este de Europa, decidió abandonar su tierra y emigrar a
España en busca de trabajo. Llegó llena de ilusiones, porque dentro de su
maleta traía el título de enfermera, que había conseguido en una facultad
rumana. Pensaba que podía encontrar empleo en la sanidad española, ya que por
entonces en nuestro país, el número de enfermeras era deficitario.
Al llegar se llevó una desilusión, ya que de entrada
el título no estaba homologado, y tuvo que colocarse de camarera en una
cafetería de un pueblo, en donde yo ejercía de médico. Además se daba la
circunstancia, de que se trataba de la cafetería que yo solía acudir a jugar
una partida de cartas, antes de iniciar mi consulta de la tarde.
La chica era muy amable conmigo, cuando aún no me
había sentado, ya tenía la consumición en la mesa y con gran simpatía por su
parte hacia mi persona. Hacía todo lo posible para que yo me sintiese a gusto
en aquel local. A veces cuando apenas quedaba gente y no tenía que servir, se
sentaba en mi mesa observando la partida y deseando que yo la ganase.
Pasaron unos meses y la muchacha seguía siendo cada
vez más complaciente, así que le propuse tener relaciones íntimas con ella.
Quedé totalmente decepcionado, cuando me dijo que vivía en pareja con un
compatriota suyo, que trabajaba de camionero, para una fábrica de conservas de
la Ribera de Navarra.
Perdida toda esperanza de acostarme con la chica,
cambié de cafetería y pasé a jugar la partida en otra un poco alejada de la suya.
Entonces la muchacha comenzó a acudir al consultorio, por una imaginaria
enfermedad depresiva, que para mi no precisaba asistencia médica.
Un día hablando con ella en la consulta, le dije:
-No se lo que pretendes con tu comportamiento, a mí
no me interesa que la gente piense que tu y yo somos más que amigos, no hay
peor cosa que llevar uno la fama de haber participado en algún evento con
chicas, siendo mentira, y no aprovechándose por lo tanto de ello.
-El venir tantas veces a tu consulta, se debe, a que
intento que me ayudes, eres la única persona que conozco que lo puede hacer.
-¿Y en que te puedo ser útil? -Pregunté.
-Al ser médico, desearía que me acompañases a
Madrid, a ver si consigo convalidar el título y trabajar en mi profesión. Es
una auténtica lástima, que siendo enfermera, no pueda aprovecharme de mi
carrera.
Le prometí enterarme de lo que hacía falta para
homologar su título de enfermera. Por suerte no era preciso acudir a Madrid.
Por tratarse de una Comunidad foral, lo podía hacer en Navarra; para ello tenía
que desplazarse a Pamplona.
No paró hasta que consiguió que la acompañara a
dicha ciudad, dejamos el título en el Departamento de cultura, le hicieron unas
fotocopias de su documentación y quedaron de enviárselo lo antes posible.
Seguimos siendo amigos, y por entonces el compañero
de Yesmina, que por cierto estaba casado en Rumania con otra mujer, al
terminársele el contrato de trabajo, regresó a su tierra y la chica no tuvo
otra opción que alquilar una buhardilla y vivir sola.
La chica no deseaba otra cosa, que por la noche al
salir de su trabajo, que yo acudiese a tomar un café a su humilde casa. Me
negué en rotundo a sus deseos, con la disculpa de que estaba casado, y que el
médico en el pueblo debía de llevar una conducta intachable.
-No se por qué te niegas a venir a mi casa –me dijo
un día-, para la mayor parte de la gente del pueblo tú y yo somos amantes.
-Como es mentira, a ti te corresponde negarlo. Cuando
te comenten esas cosas, tienes la obligación de convencerlos de que solo somos
amigos; si no lo haces, no te volveré a hablar en toda mi vida.
El día de su cumpleaños, tanto insistió, que no tuve
más remedio que acudir a cenar a su casa; la chica no paró, hasta que
conseguimos hacer lo que ella deseaba. Antes de salir hacia mi domicilio, le
dije:
-Que no sirva de precedente, suponte que te quedas
embarazada ¿Te das cuenta en que situación me dejarías en el pueblo?- Pregunté.
-No te preocupes, si me quedase embarazada,
abortaría antes de que nadie se enterase de mi embarazo.
-Para mí aun sería peor, como médico estoy
totalmente en contra del aborto.
Mis relaciones con la chica se enfriaron en contra
de su voluntad. Viví bastante tiempo con mi estado psíquico alterado, por miedo
a que la muchacha divulgara por el pueblo, que habíamos hecho el amor. Gracias
a Dios, por la cuenta que le traía, no comentó nada. Sabía que si lo hacía,
como le había dicho, no le hablaría más en mi vida y eso no le interesaba, por
si tenía que pedirme en el futuro algún favor.
Un día apareció por la consulta radiante de alegría,
con un sobre bajo el brazo, dentro del cual traía su título de enfermera
homologado.
-Ahora –le dije-, tendrás que acudir al Colegio de Enfermería,
para colegiarte, que te incluyan en la bolsa de trabajo, y poder así optar a
alguna interinidad.
-Tendrás que llevarme con tu coche, yo sola no se
llegar a Pamplona, no conozco sus calles, ni sabría encontrar dicho edificio.
Me cobras lo que te parezca, te pago la comida y así pasamos el día juntos.
-A mi no me interesa pasar el día contigo en
Pamplona. No hacía falta otra cosa que nos viera alguno del pueblo, a los dos
juntos paseando por sus calles; menudo problema si se enterase mi mujer.
Tienes autobuses cada dos horas de Tudela a
Pamplona. Para saber en que calle está situado, que te lo diga alguna enfermera
del Centro de salud, que ellas lo sabrán y cuando llegues a la ciudad, solo
tienes que preguntar por la calle y todo solucionado.
-Si tú no deseas acompañarme, tendré que hacer el
viaje en taxi y que el taxista me traslade de un lado para otro en Pamplona. Lo
que siento es que me cobrará mucho dinero por llevarme, y me quedará menos para
enviarle este mes a mi madre, que buena falta le hace para que pueda comer.
-Tranquila que yo te llevaré. Ahora bien, tendrá que
ser un día que mi mujer esté por Bilbao o Santander, y que tenga la seguridad
de que no vendrá a dormir a casa. Pediré un día por asuntos propios y nos desplazamos
hasta el Colegio Oficial de Enfermería, que ya se yo en que calle se encuentra.
Un miércoles me acerqué a la cafetería en donde
trabajaba Yesmira, y le dije:
-Mañana sobre las nueve, me esperas en la carretera
de Tudela en las afueras del pueblo, te recojo como que te llevo a Tudela y nos
vamos a Pamplona.
Ya en la ciudad terminamos de hacer las cosas,
(Yesmina quedó colegiada e incluida en la lista de la bolsa de trabajo), y nos
fuimos a comer, -por supuesto que yo pagué la comida-. A la salida del
restaurante fuimos a por el coche, con la intención de regresar al pueblo, me
cogió de la mano y me indicó:
-Cuando llegues a un pueblo que se llama Campanas,
para el coche delante de un hotel allí situado.
-¿Por qué he de parar el coche en ese lugar?
-Tú para, ya te contestaré cuando estemos allí.
Llegamos a dicho hotel, bajamos del coche y entramos
en su interior. Yesmina se dirigió hacia recepción con el objeto de hablar con
el recepcionista, mientras yo la esperaba sentado en el hall. Pensaba que le preguntaba
por alguna amiga rumana que trabajaba allí. Al terminar me llamó y me dijo:
-Tenemos una habitación libre, aquí llevo la llave.
-¿Qué habitación? A mi no me apetece echarme la
siesta.
-Si no quieres acompañarme, sube al coche y vete- me
manifestó media incomodada-, yo voy a quedarme hasta las ocho. Como el autobús
tiene aquí la parada, a esa hora subiré al vehículo y me iré al pueblo; desde
este lugar ya no hay posibilidad alguna de que me extravíe, me deja
directamente en Tudela y desde allí en auto- stop me subiré al pueblo.
Salí al exterior, me puse al volante e introduje el
coche en el parking del hotel. Volví a
entrar y le pregunté al recepcionista, en donde se había metido la chica que me
acompañaba.
-Se ha subido a la habitación.
-¿En que habitación está?
-En la doscientos dos, puede subir, si lo desea en
el ascensor.
Al llegar a la puerta, llamé con los nudillos de los
dedos, al rato me abrió y manifestó:
-¿Eres tu Carlos? ¿Creí que te habías ido?
-¿No me digas que esperabas a otro chico? Ya me
parecía raro que quisieras parar en este hotel.
-No, puedes estar seguro, creí que se trataba del
recepcionista que me querría decir alguna cosa en relación con la habitación.
Ya sería el colmo de que te engañase con los favores que me haces.
-No querrías que dejase el coche mal aparcado.
-Ya sabía que al final te quedarías, si no lo haces
¿Cómo te podría pagar lo que has hecho esta mañana por mí?
-No quiero que me pagas nada, como médico me gusta
hacer favores a las personas.
Ya veo que no eres tonta, supongo que al quedarte
aquí, será para no trabajar por la tarde cuando llegues al pueblo, y como no te
sería difícil de suponer, que yo te pagaría la habitación, además de disfrutar,
te saldría todo gratuito. Si me hubiese marchado, las cosas no te hubiesen
salido también como tú esperabas.
Ya dentro de
la habitación pude observar que existían dos camas. En la del lado derecho se
encontraba Yesmina sentada; en la otra me acosté yo con la ropa puesta, tal
como había subido de la calle.
La chica se levantó, se desnudó y se fue hacia el
cuarto de baño. Al verla tan hermosa, pensé que había hecho bien no regresando
al pueblo y dejándola allí sola, después de todo fue ella la que tomó la
iniciativa y el no satisfacer sus deseos en aquellas circunstancias, no tenía
sentido.
Regresó del cuarto de baño y me rogó insistentemente
que me desnudara y que pasara a su cama.
-¿Como no me desnudes tú ?–Le dije-, me parece que
vamos a quedar cada uno en una cama.
-¡No seas tonto! Junta las camas, desnúdate y no te
preocupes que embarazada no me voy a quedar, llevo tomando anticonceptivos
desde que vivía con mi pareja rumana. El día de mi cumpleaños no te lo quise
decir, pensaba que no me creerías, me pareció más conveniente manifestarte para
tu tranquilidad, que abortaría, sin darme cuenta que eras médico y que no te
gustaría que lo hiciese.
Por fin después de un buen rato acepté sus caricias
y me llenó de felicidad hasta las seis de la mañana. A esa hora nos levantamos,
pagamos en recepción (por supuesto que pagué yo la habitación), subimos al
coche y regresamos al pueblo; yo a iniciar la consulta y ella a comenzar su
trabajo.
Durante el camino de vuelta, me preguntó:
-¿Te ha gustado pasar esta tarde-noche conmigo? ¿Has
quedado contento?
-Sí, ¡Me ha gustado mucho! Eso no quiere decir que
esté contento; he engañado a mi mujer por segunda vez, sin motivo aparente por
su parte.
Desde ese día, no podía hacer desaparecer de mí pensamiento,
la preocupación, por el daño que le que le pudiese haber hecho a Elena, sobre
todo si se enteraba que me había acostado con otra mujer.
Cuando conocí a Yesmina, tenía treinta y nueve años,
llevaba ejerciendo en el pueblo nueve años, prácticamente los mismos que de
casado, ya que tras un corto noviazgo, me casé con una chica de la Ribera de
Navarra, llamada Elena, que trabajaba de delegada de un laboratorio
farmacéutico.
Durante los cinco primeros años de matrimonio fuimos
bastante felices, salíamos a cenar a Tudela, y a comprar a Zaragoza; los fines
de semana recorríamos las zonas más bellas del norte de España y durante las
vacaciones de verano visitábamos los países más interesantes del mundo: Italia,
Grecia, Egipto etc.
Sin darnos cuenta, pasaron los cinco primeros años
de matrimonio y la cigüeña no aparecía por nuestra casa. Era lo que nos faltaba
para que la felicidad matrimonial fuese completa.
En estas condiciones, Elena, decidió volver a
trabajar en lo suyo. Un día a la hora de la comida, me dijo:
-Si a ti no te importa, desearía trabajar, los días
sin hacer nada, se me hacen largos y pesados.
-A mí, por supuesto que no me importa, lo que yo
deseo es que tú te sientas realizada.
Comenzó de nuevo de delegada del mismo laboratorio
que había dejado al casarse, visitando la mayor parte de los médicos que
ejercían en Navarra. Fue tan positiva su labor, que a los tres años la
nombraron coordinadora general de la zona norte. Ahora ya no visitaba a los
médicos, sino que su trabajo consistía en coordinar las delegaciones de
Pamplona, Logroño, Santander y Bilbao. Tenía su oficina en esta última
población y desde allí se desplazaba a las demás capitales autonómicas.
Al principio venía todos los fines de semana al
pueblo, algunos meses después fue dejando alguno sin hacer acto de presencia,
para terminar por aparecer por casa solo cada dos o tres semanas, con la
disculpa de que los lunes por la mañana debía de asistir en Santander a una
reunión y los sábados tenía reunión general con los jefes de otras zonas. En
esas condiciones –me decía-, le era imposible salir de allí los sábados por la
noche y regresar los domingos por la tarde.
Al no creerle
lo que me decía por teléfono, decidí espiarla. Hubiese podido encargarle la
misión a alguna agencia de detectives, para que la siguieran por el entorno en
el que se desenvolvía, preferí investigarla personalmente.
Un viernes por la tarde después de la consulta,
saqué de un cajón unos bigotes postizos, que había dejado allí desde los
carnavales; introduje mis gafas oscuras en el bolsillo superior de la americana;
recogí el coche del aparcamiento; dejé en el asiento de atrás la cámara de
fotos e inicié el recorrido transitando por la autovía hacia Pamplona. Allí
compré una gabardina de color blanco con cinturón incluido y un sombrero negro,
los metí en el porta-equipajes y después de tomar un café, me desplacé hasta
Bilbao. A pesar de no hacer parada alguna hasta la ciudad, llegué sobre las
nueve de la noche.
A duras penas pude aparcar en la vía pública, en el
interior del coche me coloqué los bigotes y las gafas oscuras y entré en el
primer hotel que encontré. Hablé con el recepcionista por si le quedaba alguna
habitación libre, al afirmarme que sí, me fui por el coche, lo metí dentro del
parking del hotel y me subí a la habitación.
Tras una relajante ducha fría, me volví a poner los
bigotes y las gafas, bajé a la calle con la intención de acudir a cenar a un
restaurante que se encontrase cerca de allí. El recepcionista me indicó, el
nombre de dos o tres situados en la misma calle.
Regresé al hotel, subí a la habitación, me desnudé y
me eché sobre la cama, leyendo un libro que me había traído de casa, hasta las
tres de la madrugada que me quedé dormido.
Al día siguiente sábado, me levanté tarde sobre la
una de la mañana, me dirigí hacia el casco antiguo, con la intención de comer
en uno de esos restaurantes típicos de la ciudad. En vez de comer a base de
pescado, decidí hacerlo a lo clásico. Al terminar y después de tomar un café, me
relajé un poco, dando un paseo por la orilla de la Ría. A las cuatro accedí a
una sala de cine de sesión continua, salí a las ocho y me encaminé hacia mi
hotel con la intención de retirar el coche, acabar de disfrazarme e intentar
dar con Elena en el entorno de su hotel.
Me aproximé con la gabardina y el sombrero puestos,
y con la cámara de fotos al hombro, me situé en el portal del edificio adosado
al lado meridional del hotel. No tardó en aparecer Elena, acompañada de un
chico más o menos de mi edad. Preparé rápidamente la cámara, caminaban tan
deprisa, que no tuve tiempo de hacerle más que una sola foto.
No me moví de aquel lugar y sobre las diez y media
salían los dos del hotel, Elena elegantemente vestida, conseguí sacarle dos
fotos, una de lado y otra por detrás. Elena se quedó allí de pie esperando
mientras el chico se alejó, no tardando en aparecer conduciendo un coche negro,
abrió la puerta delantera derecha, la muchacha pasó al interior del vehículo y
se alejaron dirección oeste.
Volví a colocar la cámara de fotos al hombro y me
alejé hacía donde tenía aparcado el coche, con el propósito de quitarme el
disfraz y volver de nuevo al hotel en donde se hospedaba Elena.
Llegué sobre las once de la noche, pasé al interior
y al ver que el recepcionista se encontraba solo, saqué del bolsillo un billete
de cincuenta euros y se lo dejé sobre el mostrador, al mismo tiempo que le
decía:
-Necesito que me de una información de una señora
que se aloja en este hotel.
-¿Es usted policía?
-No, soy un detective privado, que igual que
cualquier trabajador, me pagan para hacer mí trabajo.
-¿Qué clase de información desea saber?
-Todo lo que me pueda decir, de esa pareja que hace
unos momentos salió del hotel. Ella se llama Elena; el nombre del chico no lo
se.
-Entiendo ¿Le pagan por espiar a esa señora?
-Más o menos.
-La señora viene reservando la mayoría de los fines
de semana, desde hace tres o cuatro meses, una habitación doble en este hotel.
Su marido llega más tarde por las noches a dormir y se va muy temprano por las
mañanas.
-¿Y como sabe usted que es su marido?
-Eso nos dijo cuando hizo la reserva. De todas las
maneras si las documentaciones están en regla, a nosotros nos da igual que sea
su marido, su pareja o su amante.
-Comprendo ¿A que hora suelen regresar los sábados
al hotel?
-Según le oí decir a la señora, primero van a cenar
y luego al bingo, suelen regresar sobre las dos de la mañana.
Le di las gracias al recepcionista y salí de dicho
hotel con dirección al que yo me hospedaba. Subí a la habitación, me acosté
vestido sobre la cama leyendo el libro. A la una y media me levanté, bajé al
garaje a disfrazarme, a continuación arranqué el coche y me dirigí al hotel de
Elena, delante del cual lo aparqué, esperando que llegase la pareja.
Me quedé dentro del coche con la ventana de mi lado
abierta y la cámara preparada. Tardaron bastante en aparecer dentro de un vehículo.
Al llegar a la puerta del hotel lo pararon y se quedaron un rato hablando dentro, momento
que aproveché para sacarle dos o tres fotos, sin tener que hacer uso del flash,
gracias al gran número de farolas que existían en aquella calle. Elena bajó del
coche y caminó hacia la puerta del hotel, facilitándome que la fotografiase
cómodamente, antes de acceder al interior del mismo. Unos momentos más tarde
llegó su compañero, supongo de aparcar el coche, antes de que entrara le saqué
varias fotos más.
Arranqué el coche con dirección al aparcamiento de
mi hotel, me quité el disfraz, metí la gabardina y el sombrero en el
porta-equipajes del coche y me subí a la habitación a dormir.
A la mañana siguiente después de asearme y
desayunar, pagué en recepción y con la certeza de que mi mujer me engañaba, regresé
al pueblo.
Un día después por la tarde llevé las fotos a
revelar, no eran de muy buena calidad. Sin embargo, tuve la precaución de
guardarlas en mi armario particular del consultorio, con objeto de ocultarlas
lejos del domicilio para que no cayesen en las manos de Elena.
Cuando unos días después apareció mi mujer por casa,
no comenté una sola palabra con ella de su vida de relación por Bilbao. Como si
fuese un actor de cine, lo simulé de tal manera, que tardó bastante tiempo en
darse cuenta de que la había espiado, y de que estaba enterado de que me
engañaba.
De nuevo en el pueblo seguí haciendo la consulta
como de costumbre, sin visitar por el momento la cafetería de Yesmina. Mas me
preocupaba la próxima jubilación de mi enfermera, a la que quería como a una
madre y con la que había trabajado ocho años, que la vida que pudiese llevar la
muchacha.
En relación a lo que pude averiguar de mi mujer,
como ya me lo imaginaba, observando su conducta cuando regresaba a casa, no me
repercutió para nada en mi estado anímico. Últimamente la vida familiar
matrimonial a Elena le venía importando muy poco. Tal vez la culpa de ello la
tenía el no haber tenido hijos.
Unos quince días después se jubiló mi enfermera
Alicia, le hicimos una cena en Tudela como despedida, le regalamos un pequeño
obsequio y pasó a engrosar la lista de las enfermeras jubiladas de Navarra.
Al día siguiente cuando llegué a las ocho de la
mañana al Centro de salud, me llevé una gran sorpresa, al observar delante del
edificio a Yesmina, esperando que el administrativo le abriese la puerta, para
poder acceder al interior. Le pregunté que deseaba, y me dijo:
-No has querido hacerme una visita a la cafetería
durante estos últimos quince días, sin saber el por qué y ahora no te queda
otra opción, que aguantar mi presencia por las mañanas, probablemente durante
todo un año. Me ha contratado el Servicio Navarro de Salud para que sea tu
enfermera.
Llamé al Subdirector de Atención Primaria y le
pregunté si lo que me decía la chica era cierto.
-¡Si que lo es!- Me contestó-, la hemos nombrado
hasta que salga la plaza a oposición.
-La chica lleva tiempo sin trabajar, además no
sabemos que preparación trae de Rumania, tendré que hacer yo de médico y de
enfermera.
-¿Por qué dices eso? La chica tiene el titulo de enfermera,
es europea y habla español; reúne por lo tanto las condiciones necesarias para
desempeñar el puesto.
Al terminar de hablar con el Subdirector, llamé a
Yesmina y le manifesté:
-Pasa a tu consulta, dedícate a los inyectables y a
las curas. Si me precisas para que te resuelva algún problema, llamas a mi
puerta y esperas a que yo te abra. Lo mismo que si yo te necesito que me
ayudes, llamaré a tu puerta. No se te ocurra tomar confianza conmigo; aquí en
el Centro cuanto menos hablemos mejor y en la calle ni mirarnos.
Después de llevar unos quince días sin apenas
comunicarnos, un día al final de la consulta llamó a la puerta de mi despacho
que comunicaba con el suyo, y me dijo:
-¡Carlos! Yo no deseo seguir siendo tu enfermera,
hablaré con las autoridades de Tudela para que me destinen a otro centro; si no
hay vacantes, renunciaré a la plaza y volveré a trabajar de camarera. No merezco
que me trates como a tu peor enemigo.
-Ruego me perdones, estos días anímicamente estoy
pasando por malos momentos. Ahora bien, tú no tienes culpa alguna de ello.
Estoy un poco alterado y como tu eres la persona mas cercana del Centro, he
descargado sobre ti mi mal humor sin motivo alguno; te prometo que no se
volverá a repetir.
-Si no fuera porque te quiero, ya me hubiese ido de
este Centro.
-¡No digas eso! ¿No te das cuenta que estoy casado?
-Claro que me doy cuenta, pero mis sentimientos hacia
ti y sobre todo mi corazón, me dicen que no haga caso a la razón.
La atraje hacia mi pecho, acaricié sus cabellos, la
besé dulcemente, y le dije:
-Nos hemos metido en una buena encrucijada, veremos
como salimos de ella.
-Buscaremos la manera de querernos sin que nadie se
entere.
-Entonces te alquilaré un pequeño piso amueblado en
Tudela, y te compraré un coche de segunda mano. Así te puedes ir al terminar la
consulta a las tres de la tarde y regresar al día siguiente a las ocho de la
mañana. De esta manera podemos cenar juntos, cuando no esté mi mujer en casa,
que casi nunca está.
La chica unió su boca a la mía en un beso húmedo y
ardiente.
-Deja la bata –le dije-, nos vamos a comer al pueblo
más cercano. Ya no me importa para nada que me vean contigo, así te darás
cuenta que yo también te quiero.
Seguí la rutina de mi trabajo en el Centro de Salud,
cada vez mas compenetrado con mi enfermera Yesmina. Por la noche después de
terminar la consulta de la tarde, acudía a Tudela a cenar con ella, que hacía
todo lo posible para que yo me sintiese feliz a su lado.
Un día por la tarde pasó Yesmina a visitarme a la
consulta, viendo varios pacientes sentados en la sala de espera, se dispuso a
ayudarme, que ya no dejó de hacerlo en adelante todas las tardes.
A los pocos días me dijo:
-Como tienes muchos pacientes por la tarde, te voy a
organizar un poco la consulta; desde la semana que viene, todo aquel que desee
acudir a tu consulta de la tarde, deberá solicitar a través del teléfono una
cita previa.
-Yo no tengo tiempo de recoger las llamadas, no voy
interrumpir la consulta con un paciente para darle día y hora a otro.
Tú no tienes que preocuparte más que de atender a
los pacientes, de la cita previa me ocuparé yo, recibiendo las llamadas
telefónicas y apuntando en una agenda, el día y la hora de todos los pacientes
que quieran consultarse contigo; así no tendrán que esperar horas enteras en la
sala de espera y el trabajo será más llevadero para todos.
Cuando un día de la semana vino mi mujer a dormir a
casa, no se extrañó para nada al ver a Yesmina ayudándome en la consulta. Para
justificar su presencia le dije:
-Necesitaba una chica, que me ayudara a llevar la
consulta de la tarde, pues cada día acuden más pacientes. La muchacha se
ofreció y como ya la conozco, en vez de contratar a una enfermera desconocida,
me decidí por ella. A su pareja tampoco le disgusta que trabaje por las tardes,
así disponen de más dinero para enviarle a sus familiares.
Mi mujer poco caso le hizo a mi explicación, me dijo
que se iba a dar una ducha. Salió de la consulta, se alejó hacia las escaleras
y subió a la vivienda. Daba la sensación de que a Elena le importaba muy poco,
que mi enfermera fuese Yesmina o cualquier otra muchacha.
Con Yesmina de enfermera, con el escarabajo egipcio
de la suerte que una amiga le había regalado, colgado de una cadena al cuello,
cada vez teníamos más pacientes y mi relación con ella se hacía más Afectiva y
cordial.
Sabiendo que mi mujer me engañaba, no me remordía la
conciencia de hacer el amor con la muchacha, cuando bajaba a su piso.
Con tantos pacientes por la mañana y tarde, conseguí
ser uno de los mayores prescriptores, de los productos farmacéuticos de un gran
laboratorio, cuyos delegados gozaban totalmente de mi amistad y yo de la de
ellos.
Un día aparecieron por la consulta, me invitaron a
comer y en medio de la comida, me manifestaron:
-Al terminar de comer y antes de desplazarnos a Pamplona,
te vamos a dejar unos cuantos números para el sorteo de diecisiete estupendos
coches rojos, (uno por cada autonomía). Son de una gran marca europea, que el
laboratorio a comprado, para sortear entre los médicos, que más le han recetado
durante este último año. Últimamente tú te has consolidado, como uno de los
médicos navarros que más envases de medicamentos nos has prescripto.
Me dejaron tres talonarios de números, seguramente
la mayoría de los que le dieron en Madrid, para que los repartieran entre los
médicos de Navarra mas afines al laboratorio. Así -me dijeron-, las
probabilidades de que te hagas con uno de los coches son mayores.
Cuando vino mi mujer por casa, se lo conté y le
espeté:
-A ver cuando tu laboratorio, que se considera uno
de los más importantes de España, sortea entre los médicos, coches, como viene
haciendo él de mis amigos.
-Aunque lo hiciese, les está totalmente prohibido a
los médicos familiares de sus empleados, participar en el sorteo. Si se
enterasen de que le he dado algún regalo a mi marido, o que en algo le he
beneficiado, son capaces de despedirme de la empresa.
-Por mi no te compliques la vida, que mejor coche
que el que tengo, no me lo van a regalar. Además ¿Para que quiero dos coches?
Los gastos serían dobles y no puedo usar más que uno.
No se si uno de mis números salió agraciado o fue
cosa de mis amigos, el caso fue que la suerte me favoreció y me tocó uno de los
coches rojos, -el que sorteaban para los médicos de Navarra-.
Mis amigos acudieron al Centro de salud a comunicármelo.
Me pidieron unas fotocopias de mi documentación para matricularlo y poder
traérmelo hasta mi casa. Como yo tenía un coche nuevo de una de las mejores
marcas alemanas, lo aparqué en el garaje de un amigo, hasta ver que hacía con
él.
Acudo como otras noches al piso de mi amiga. Al
terminar de cenar, me siento en el sofá, Yesmina, saca del armario una botella
de licor y me sirve una copa. Pasamos a la habitación y mientras nos
desnudamos, la muchacha un poco desilusionada, me dice:
-A pesar de mi buen comportamiento contigo,
saciándote de placer noche tras noche, jamás te has acordado de traerme un
pequeño regalo.
-Tienes toda la razón, ya he pensado en ello, yo de
todas las maneras no soy hombre que esté continuamente haciendo regalos, que al
final no sirven para nada. Tengo pensado hacerte uno, que además de bonito es
muy práctico. Si te portas bien, tal vez mañana te lo pueda entregar para que comiences
a disfrutarlo.
A la mañana siguiente, desde que comenzamos el
trabajo, la curiosidad de la muchacha por enterarse en que consistía lo que le
iba a regalar, no la dejaba trabajar tranquila y pasó varias veces a mi
consulta, intentando que yo le desvelara el secreto.
A las tres de la tarde al concluir la actividad de
la mañana, nos despedimos del administrativo y ya fuera del Centro –me dijo:
-Siento una ansiedad loca por saber con que regalo
me vas a sorprender.
-Ya falta poco para que lo sepas.
Nos desviamos hacia la izquierda camino del garaje
de mi amigo. Al llegar abrí la puerta y le entregué las llaves del coche a
Yesmina, diciéndole:
-Arráncalo y sácalo fuera, es tuyo.
No lo podía creer, intentó besarme, abrazarme y no
se cuantas cosas más.
-Nada de manifestaciones externas –le dije-, alguien
puede estar observándonos. Ya tendrás múltiples ocasiones de agradecérmelo.
Vámonos a comer a cualquier parte.
Mi mujer preparó en un gran hotel de Tudela, una
charla para médicos y enfermeros, con motivo del lanzamiento al mercado
farmacéutico de un antihipertensivo, fruto de la investigación de su laboratorio.
Yo la acompañé al hotel y permanecí a su lado en la puerta, mientras que ella y
los delegados de Navarra, iban recibiendo a los sanitarios.
Elena se quedó atónita, cuando de un coche rojo que
acababa de aparcar delante del hotel, salía Yesmina, que lo cerró y se acercó a
la puerta. Saludó a mi mujer y a los delegados sin apenas pararse y se subió al
primer piso, en donde tenía lugar la conferencia y una cena a continuación.
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