miércoles, 19 de junio de 2013

LA CONQUISTA DE CONSTANTINOPLA POR LOS TURCOS OTOMANOS



 Por Florentino Fernández

La caída de Constantinopla fundada por Constantino el Grande el año 330, sobre el lugar que ocupaba la antigua ciudad de Bizancio, pone fin al Imperio romano de Oriente, conocido también como Imperio bizantino, en honor a esa ciudad del Bósforo, rebautizada por dicho Emperador con el nombre de Constantinopla.
La fundó Constantino deseoso de borrar el recuerdo de la vieja grandeza de Roma; por creer, que dada su situación geográfica, sería más fácil de defender de la invasión de los pueblos bárbaros del centro-oriental de Europa, de los eslavos y de los persas. Había que dotar al Imperio, por lo tanto, de un centro político y militar que estuviese más cerca del frente de operaciones, que la vieja ciudad de Roma.
El Imperio romano de Oriente o Imperio bizantino, surgió fruto del testamento del emperador Teodosio el Grande, que al fallecer el año 395 d de C., divide el Imperio romano entre sus dos hijos, dejando al mayor, Arcadio, la parte oriental con el nombre de Imperio romano de Oriente, que perduró hasta el año l453, al ser conquistada por los turcos otomanos.
Constantinopla, la ciudad más rica, culta y artística de la antigüedad cristiana, capital del Imperio romano de Oriente, fue conquistada por los turcos otomanos el 29 de mayo del año l453, 1123 años tras su fundación, 1058 años después de convertirse en capital del Imperio bizantino y 1424 años posteriormente a que Octavio-Augusto, se hiciese con todas las dignidades del estado de Roma-IMPERATOR PERPETUOS-, y proclamase el Imperio romano el año 29 antes de C.
Arruinada por los latinos, tras la fracasada aventura de las cruzadas y por las luchas entre el Sacro Imperio y la santa Sede, Constantinopla a principios del siglo XIV vivía modestamente y como ejército solo disponía de bandas de aventureros. Además estaba Esteban Duchan, que como unificador de los eslavos, viendo a Bizancio amenazada por los turcos, soñó con asentar su capital en Constantinopla y restaurar el gran imperio griego.
Esteban (l308-l355) primero rey y luego emperador de los servios, durante su juventud estuvo exiliado en Constantinopla. Tenía la intención de crear un imperio servio-bizantino que sustituyera al Imperio romano de Oriente y cortase el avance de los turcos. Después de hacerse con Bulgaria y Macedonia occidental, tuvo que cesar el avance hacia Constantinopla al ser atacado por Carlos Roberto, rey de Hungría.
Aliado de Juan Cantacuceno contra el joven emperador Juan V Paleólogo, mientras aquel fue emperador, Esteban, se hizo proclamar emperador de los romanos, de los servios, de los búlgaros y de los albaneses. Antes de intentar adueñarse de Constantinopla y erigirse defensor del cristianismo contra los turcos, por suerte para estos ya que era un gran guerrero y legislador, después de conquistar Adrianópolis, falleció.
Con Esteban por el norte y los turcos por el este, la ciudad, débil económicamente y sin flota destruida por los latinos al conquistarla, Constantinopla era presa fácil de sus enemigos, atraídos por la gran riqueza que aún atesoraba la metrópoli, y sobre todo por tratarse de la cuna de la civilización antigua y centro espiritual cristiano de Oriente.
Para Constantinopla, muy debilitada, con la muerte de Esteban, el peligro ya no venía del norte sino de los turcos otomanos, que al morir el gran guerrero Tamerlan, que había creado en el centro de Asia, alrededor del Turquestán un gran imperio turco. De esta manera a los turcos otomanos les quedaba el camino libre para extenderse hacia el Este, pero viendo más positivas las riquezas occidentales, se dirigieron a Occidente, con la intención de conquistar lo que quedaba del Imperio de Bizancio. Los otomanos en un principio más que tierras lo que buscaban eran riquezas y aventuras.
Conquistadas Bursa, Nicea y Nicomedia, con estas ciudades en su poder, el victorioso bey otomano, volviese hacia el Asia Menor apoderándose de la Anatolia y el estado turco otomano quedaba fundado; orientándose en el futuro hacia los Balcanes, facilitándole la labor la descomposición del Imperio bizantino.
Constantinopla había dejado de ser la capital de un estado homogéneo. La ciudad en manos de los grandes latifundistas, nadie se preocupaba del Imperio ni de la Cristiandad.
Al fallecer el emperador Andrónico Paleólogo III el año l341, el gran mayordomo Juan Cantacuceno, destronó al joven emperador Juan V Paleólogo, desencadenándose una cruenta guerra entre los años l341 y l347. La corte pidió ayuda contra el usurpador a los búlgaros y a los venecianos, a los que Cantacuceno respondió volviéndose hacia los servios pensando que conquistarían Constantinopla y vencerían a los otomanos, como Esteban no pudo hacerse con la ciudad, la actuación de Cantacuceno permitió que los otomanos atravesaran el Bósforo hacia Occidente.
Juan Cantacuceno repetía así los gestos del prefecto pretoriano de Arcadio, Rufino, y del emperador Zenón. Rufino el año 410 envió a los visigodos contra Italia para que acabasen con el general de Honorio, Estilicen. El resultado de todo ello fue qué, Arcadio mandó asesinar a Rufino por orden de Estilicón, este además de vencer a los visigodos y mantener el Imperio de Occidente por cierto tiempo, extendió su hegemonía por las dos partes del Imperio, que era a lo que aspiraba Rufino.
El emperador Zenón (474-491) yerno y sucesor de León I, tras la muerte de su cuñado León II, temeroso del bárbaro Odoacro, que se había proclamado rey de Italia, al destronar al último emperador del Imperio romano de Occidente, Rómulo Augusto, envió contra él a su comisario imperial el rey de los ostrogodos Teodorico, que después de asesinar a Odoacro, se estableció en Rávena con la intención de proclamarse emperador del Imperio romano de Occidente. Por practicar la religión arriana y no contar con el apoyo de la Santa Sede, no lo consiguió, pero creó el reino ostrogodo de Italia, necesitando luego al emperador Justiniano, dos largas guerras para recuperar la península itálica.
Cantacuceno, consiguió ser emperador, pero no pudo impedir que el destronado Juan V Paleólogo, invistiese de nuevo la Purpura Imperial, durante dos nuevos periodos hasta el año l391. Sin embargo el daño que con su conducta había hecho al Imperio, era irreparable.
En los tres casos las consecuencias fueron desastrosas pata el Imperio. Fruto de la jugada de Cantacuceno, Tracia entera cayó en poder de los otomanos y Constantinopla desde entonces quedó rodeada por los turcos.
En l345 estalló una sangrienta revolución que ensangrentó Adrianópolis, en donde el partido de los celotas asesinó a los nobles, confiscándole sus bienes. La revolución se apoyaba en la más pura mística, que pretendía la vuelta a las ideas de los Evangelios. Esto llevó consigo a que la ciudad se emancipara de la autoridad imperial, erigiéndose en república urbana.
Aprovechando esta revuelta, el bey otomano Murat I (l319-1389) se apoderó de la ciudad y la convirtió en la capital de su imperio. Aquí reorganizó su ejército para iniciar la conquista de los Balcanes; la heroica resistencia de búlgaros y servios le impidió por aquel momento lanzar sus fuerzas contra Constantinopla. Cercado por los turcos otomanos, el Imperio Bizantino reducido a las ciudades de Constantinopla y Salónica, agonizaba.
Murat I venció a los servios en la batalla de Kosovo a cambio de perder su vida, le sucede su hijo Bayaceto I (l389-1403), aún más iletrado que su padre, termina la conquista de Servia y destrona a Juan V Paleólogo, sustituyéndolo por Juan VII y posteriormente por Manuel II. Sentía un gran odio al cristianismo y se le pasó por la cabeza, la idea de conquistar lo que quedaba del Imperio Bizantino, para incorporarlo al Islán.
A Bizancio ya no le quedaba otra opción que volver al regazo de la iglesia de Roma y obtener del papa la ayuda de Occidente.
En 1369 el emperador Juan V acudió a Roma para hacer profesión de fe católica, el clero griego reunido en un concilio desaprobó la conducta del Emperador y desde entonces no le quedó otra opción a Bizancio, ensimismada en su fanatismo religioso, que rendir vasallaje al sultán de Adrinópolis, que nombra y depone a su antojo emperadores, convertidos en sus vasallos.
El Pontífice, olvidando lo que separaba a los cristianos, trató de salvar a Constantinopla. Una vez terminada la guerra entre Francia e Inglaterra y con la Santa Sede reinstalada en la ciudad Eterna, el papa Bonifacio IX hizo un llamamiento a la Cristiandad para que se formase una cruzada contra el Islán del Imperio Otomano. El emperador del Sacro Imperio, Segismundo de Luxemburgo y el duque de Borgoña, Felipe el Atrevido, regente de Francia por la demencia que sufría Carlos VI, organizaron una expedición al mando del conde de Nevers, pero fueron vencidos por Bayaceto en Nicópolis el año l396. Al mismo tiempo que la resistencia búlgara era aniquilada por los otomanos.
En la parte oriental de Europa quedaba así asentada la supremacía del Asia musulmana, aceptada por la iglesia griega, siempre más dispuesta a pactar con el Islán que con Roma.
Para alejar a la iglesia católica de Roma del territorio griego, introducida por los feudales franceses y catalanes en sus aventuras por el Imperio bizantino, el obispo ortodoxo de Salona, pidió ayuda a Bayaceto, entregando a cambio toda la Grecia central a los turcos.
De esta forma todos los Balcanes hasta el Danubio engrosaron el gran Imperio turco, del que se libraban por ahora Constantinopla, Salónica y la costa Dálmata, apoyada en Venecia que constituyó pequeños islotes cristianos.
Bayaceto decidió acabar con estos islotes y puso sitio a Constantinopla en l399. Francia a pesar del revés de Nicópolis, envió en socorro de Constantinopla un pequeño ejército compuesto de 1.200 hombres, que con el apoyo de los navíos de Génova, destruyeron la flota turca que obligó a los otomanos a levantar el bloqueo de la ciudad.
Constantinopla decaída, ya no podía esperar más que la hora fatal de su desgracia.
Bayaceto con un ejército compuesto por bizantinos, servios y búlgaros que se habían pasado a su bando, con la toma del emirato de Konia, acabó con lo que quedaba del sultanato Seldyucida en el Asia Menor, mientras Venecia y Génova dominando el mar habrían podido romper el poderío turco, prefirieron acercarse al multan, para asegurar el comercio con Oriente imprescindible para su economía.
Tras la muerte de Tamerlan, un turco que se había hecho con un gran imperio a base de masacres y muertes por doquier, conquistando toda el Asia Menor, la Rusia meridional, el Kanato de Quitchac, Persia, la ciudad de Bagdad, parte de la India, el imperio de Egipto y la ciudad de Damasco. Dueño de un gran espacio territorial, solo le faltaba para rematar su gran obra, conquistar el naciente Imperio otomano. Iniciada su conquista, Bayaceto que cercaba Constantinopla, tuvo que abandonar su operación, para hacer frente al invasor mongol, saliendo derrotado en Ankara el año 1402. De esta forma Tamerlan se hizo con toda el Asia Menor, salvándose solo los genoveses instalados en Focea, pero rindiendo homenaje al caudillo mongol.
Cuando el caudillo bárbaro iniciaba la conquista de China, le sobrevino la muerte el año l405 y su gran imperio se deshizo y los otomanos se salvaron. Treinta años le bastaron a las tropas islámicas de Tamerlan, para consumar la ruina de la cultura musulmana en el oriente asiático.
Salvado el Imperio otomano, Sulimán (l402-l410), levantó lo que pudo del Asia Menor, arruinada por Tamerlan y Murat II (1421-1451), reinicia las conquistas turcas haciéndose con Salónica, quedando Constantinopla como un enclave dentro del Imperio turco otomano.
Con Francia e Inglaterra en guerra, Alemania enfrentada a la Santa Sede y el papa en pugna con los concilios, Occidente pasaba por una gran crisis, aun así la salvación de Constantinopla solo podía venir de Occidente.
El emperador Juan VIII acompañado de un séquito de setecientos prelados y doctores de la iglesia griega, acudieron al concilio de Florencia el año l439 para ofrecer al Sumo pontífice, el retorno de la iglesia griega oriental al regazo de su autoridad, separadas desde el año 1054.
El pueblo de Constantinopla cegado por el rencor a Roma, negó seguir las indicaciones del Emperador y de sus obispos, prefiriendo la dominación del sultán, basándose en que en los países sometidos por este, les dejaba a los ortodoxos la plena libertad de culto.
La última esperanza para Constantinopla estaba en Alberto V de Habsburgo, que con el nombre de Alberto I además de duque de Austria era rey de la Bohemia y de Hungría, y con el nombre de Alberto II, emperador germánico. Con un gran ejército salió al encuentro de los otomanos, al invadir los otomanos Hungría.
Alberto cayó en el campo de batalla y su ejército muerto de miedo se descompuso. Entonces el papa olvidándose de las diferencias entre los cristianos, predicó la cruzada.
Tras la derrota del sultán otomano ante los tártaros-turcos de Tamerlan en l402, el Imperio otomano entró en guerra civil y los príncipes otomanos recurrieron al emperador bizantino para que ejerciera de árbitro en sus querellas. El poder del emperador fuera de Constantinopla era muy limitado, por tradición y por lo que representó durante siglos, se le pedía su consejo, cuando había que resolver cuestiones políticas entre las distintas familias de sus vecinos. Incluso para los musulmanes simbólicamente era su emperador. Existió por lo tanto una época, en la que se apoyaban los dos imperios, cuando en sus cortes se generaba algún que otro problema.
Este entendimiento desapareció al subir al trono otomano Mehmet II, tras la muerte del sultán Murat II el año l451. El gran visir de Murat, Halil, era el gran valedor de los bizantinos, todo lo contrario que el nuevo sultán que alimentaba un profundo resentimiento contra el visir y un gran desprecio hacia los cristianos.
En l444 subió al trono con solo doce años, una revuelta militar conducida por Halil, lo destronó volviendo al poder Murat II. Al fallecer este último el año 1451, el joven Mehmet II con solo diecinueve años se hizo con el poder y rápidamente rompió con la política de sus antecesores. Apoyado por una nueva generación radical otomana, que soñaba con dominar toda el área, decidieron que Constantinopla debía de ser la primera en caer en su poder.
Preparado el asedio final durante el invierno  de l452-1453, Mehmet con un ejercito compuesto por 200.000 hombres, más preocupados con hacerse con las riquezas de la gran metrópoli, que por la conquista en sí, pues le inspiraba más la rapiña y la aventura, que hacerse con la ciudad.
Mehmet, se encontró con las siguientes adversidades que le imponían los cristianos:
Con la metrópoli de Constantinopla, que dada su situación geográfica natural, estaba considerada como una ciudad inexpugnable. Como hemos dicho, la había fundado Constantino el Grande el año 330, con el objeto de contar con una capital del Imperio más segura, por ser Roma una ciudad bastante vulnerable a las invasiones de los bárbaros del norte. Años más tarde Teodosio el Grande y posteriormente su nieto Teodosio II, la habían rodeado de espesas murallas por tierra y con gruesas cadenas por mar, de tal manera que se convirtió en una capital mucho más fácil de defender que la antigua Roma. Hasta esa fecha solo había sido conquistada en dos ocasiones y en ambas por sorpresa: en l204 por los caballeros de la cuarta cruzada, intentando los cruzados latinos, excomulgados por el papa Inocencio III, reponer en el trono a Isaac el Ángel. Y en l261 por el ejército libertador del emperador Miguel VIII Paleólogo.
A favor del sultán Mehmet II estaba el hecho de que la iglesia cristiana se encontraba dividida, a la llamada del papa que predicó la cruzada, solo recibió meras promesas de los monarcas cristianos europeos y tan solo acudieron a su llamada los estados de Venecia y Génova, inducidos más por sus intereses comerciales que por ayudar al Imperio cristiano romano.
Los habitantes de Constantinopla dirigidos por el mega duque Lucas Notarás, al que se le atribuye la frase “prefiero el turbante del sultán, antes que la mitra del latino”, no aceptaron la unión de la iglesia cristiana y aunque el papa Nicolás V envió al cardenal ruso, Isidoro, como legado pontificio, todo fue en vano, la población se le dio por no acudir a los oficios católicos y se abortó la alianza cristiana.
Por otro lado corrían por la ciudad malos presagios, ya que el nombre del emperador Constantino XII, coincidía con el nombre del fundador de la ciudad y temían el ciclo vital de Constantinopla se cerrase, lo mismo que había ocurrido con Roma; que fundada por Rómulo el año 753 antes de Cristo, terminó por ser conquistada por el bárbaro, rey de los hérulos, Odoacro el año 476, siendo emperador del Imperio romano de Occidente, Rómulo Augusto.
Los asediados viéndose perdidos, se congregaron en la basílica de Santa Sofia, sin distinción de credos religiosos; esperando un milagro, como había ocurrido cuando el papa León I, salió al encuentro de Atila, que intentaba destruir Roma y que según la tradición Atila percibió una visión en donde aparecían San Pedro y San Pablo, conduciendo un gran ejército tras el papa, protegiéndolo para que el azote de Dios, diese media vuelta y se retirase. Los bizantinos sacaron los iconos a la calle, pero el milagro no se realizó.
Como el emperador Constantino XII, no obtuvo de los soberanos cristianos occidentales más que vagas promesas de ayuda, más simbólica que real, entregó el mando de su escaso ejército al genovés Giovanni Giustiniani, para la defensa de la ciudad. El comandante herido o atemorizado, huyó en su nave acompañado por la mayoría de sus hombres.
Vistas así las cosas, el problema para el sultán Mehmet estaba en poder derribar las murallas construidas por Teodosio II, que la defendían por tierra ya que las cadenas que la cerraban por mar, impedían todo intento de penetración y la idea del sultán era la de abrir brecha por tierra.
Para llevar a cabo la acción contó con un cañón de potencia y alcance inauditos para aquella fecha, obra de un artesano húngaro llamado Urdan, consiguiendo con él lo que pretendía el sultán: derribar las murallas de Teodosio.
Abierto el boquete a las tres de la madrugada del día 29 de mayo del año l453, Mehmet al frente de 200.000 hombres la mayoría jenízaros, inicia el ataque y la masacre final. El Emperador consciente de su derrota, prefirió encontrar la muerte luchando, antes que caer prisionero del sultán.
Al mediodía entró en la ciudad Mehmet e inmediatamente acudió a orar a la basílica de Santa Sofía y posteriormente dio la orden de buscar la cabeza del Emperador para enviarla a Adrianópolis, clavarla en un poste puntiagudo y dejarla allí expuesta en una calle de la ciudad.
El legado pontificio Isidoro logró salvar la vida, no así el megaduque Notarás ya que el sultán al día siguiente embriagado, mandó que le trajeran a su hijo de catorce años para convertirlo en su amante, al negarse el megaduque fue decapitado con todos sus hijos varones.
La noticia de la caída de Constantinopla fue recibida con enorme conmoción en toda Europa.
Como dice el gran historiador Jacques Pirenne. El “Nabuconosor” turco, acabó con la “Jerusalén” del Bósforo, dando fin al Imperio de los césares.
Llama la atención como cambian los acontecimientos a lo largo de la historia: el gran Estado de Roma, y más tarde al convertirse en Imperio romano, destruyeron las ciudades de Cartago, Numancia y Masada, con grandes masacres finales. Lo curioso es que ni los habitantes de estas ciudades, ni los de Constantinopla tenían culpa alguna de ello. Lo hicieron por el simple afán de conquistar, sin respetar para nada la vida de las personas.

Consideraciones personales sobre el Apocalipsis y su presencia en el arte medieval


Por Florentino Fernández

Los hechos narrados en el Apocalipsis, último libro bíblico atribuido a San Juan, por varios historiadores de su tiempo, cargado de un fuerte simbolismo, fueron muy bien aprovechados por el arte románico simbólico, ya que en muchas portadas, el tímpano está ocupado con el relieve esculpido con el Pantocrátor, que viene a ser sinónimo de todopoderoso, nombre que aplicaban los primeros cristianos a su Dios. Muy presente en un principio en el arte bizantino y después en el arte románico, para representar a Jesucristo sedente.
El Pantocrátor hace alusión al gran poder de Cristo y suele aparecer rodeado por los símbolos de los evangelistas, componiendo el Tetramorfo, ya que van a ser los evangelistas con sus escritos, lo que den testimonio del gran poder de Cristo como Dios.
El Pantocrátor representa a Cristo Resucitado y Glorificado- Divina Majestad-, sentado delante de su Gloria, tomado en gran parte de la Visión Apocalíptica del Salvador, según el Apocalipsis de San Juan.
Según esta Visión, observada por San Juan, el Salvador sedente delante del Reino de Dios, contempla el final apocalíptico y van a ser los evangelistas con sus escritos los que den testimonio de la Visión del Señor. Desde este punto de vista, el Tetramorfo vendría a ser una visión terrorífica, según el Apocalipsis de San Juan.
Según el discurso apocalíptico, al final del mundo el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar y las estrellas caerán del cielo. Ahora bien, esta visión apocalíptica fatalista, ya había sido profetizada por muchos profetas del Antiguo Testamento como Jeremías, Isaías y Ezequiel, ante las amenazas sobre los reinos de Judá e Israel, e incluso San Pedro las profetiza, sin que nada ocurra.
Estas catástrofes cósmicas eran propias de los escritos de entonces y el discurso y la Visión Apocalíptica, nos hablan más bien de la desaparición metafórica del mundo viejo, dando paso a unos cielos nuevos y una tierra nueva.
La interpretación de la Visión Apocalíptica del Salvador, les creaba problemas a los maestros escultores románicos, que se encontraban con dificultad para representar con la piedra esculpida, la Divinidad de Cristo, según la idea apocalíptica, como lo hizo constar en una inscripción, el maestro que tan magníficamente esculpió la portada de la iglesia de San Miguel de Estella.
Tras la Visión y producida la catástrofe final, Cristo-Dios en un inapelable Juicio Final Universal, nos ha de juzgar a todos, de ahí que la Visión será sustituida, en los relieves de los tímpanos románicos, por la del Juicio Final, muy presente en las iglesias románicas, con Cristo Sedente delante de su reino, recordándonos que para merecer la Gloria de Dios, hay que pasar por un juicio inapelable. Cristo aparece vestido con una sencilla túnica, mostrándonos la llaga de su costado, con ángeles a ambos lados y los Atributos de la Pasión, confiriéndole con ello al Resucitado, la potestad de poder juzgarnos, con la Virgen y San Juan como intercesores ante Cristo, pidiéndole clemencia para los que van a ser juzgados, y los profetas y patriarcas componiendo el tribunal.
La Visión Apocalíptica y el Juicio Final, que tan frecuentemente fueron esculpidos en las portadas de los monumentos románicos, fueron tomadas de la Visión Apocalíptica, observada por San Juan y narrada en su libro del Apocaplísis. Capitulo 20, apartados ll y 12, que nos viene a decir: “vi un trono blanco y al que en Él se sentaba, de cuya presencia huyeron la tierra y el cielo, sin que se encontrase su lugar”, “y vi a los muertos grandes y pequeños, estar delante del trono, que fueron juzgados según sus obras, por el que lo ocupada, Dios”.
El objetivo de San Juan con su Apocalipsis y más tarde el de la iglesia medieval, era prácticamente el mismo. San Juan intenta mantener en suspenso la atención del lector cristiano en espera del desarrollo final, es decir mantener la fe de los cristianos en tiempos difíciles, durante el mandato de los primeros malvados emperadores romanos, hasta que vengan otros mejores. No hay que  olvidar que San Juan inspirado tal vez por el Espíritu Santo, sería un profeta que sabe que a tiempos difíciles, vendrán otros mejores y lo que interesa es no perder la fe, durante estas etapa negativa, teniendo en cuenta que a sus antecesores israelitas, les había pasado lo mismo y que el final fue feliz.
La iglesia medieval al mandar esculpir en la portada principal del monumento, el Dogma del Juicio Universal, el objetivo era el mismo: Mantener la fe de los cristianos y el hacerles saber, que  al final para alcanzar el Reino de Dios, hay que pasar por un Juicio Final, y plasman en el tímpano el que ocupa el mencionado trono del Apocalipsis, con Cristo-Dios o con el Padre Eterno, con los justos a su derecha con júbilo, caminando hacia  la Gloria de Dios, y con los pecadores a su izquierda con pena, por ser conducidos por demonios hacia el infierno, en donde les espera el fuego eterno.
Ahora bien, conocidas las infinitas cualidades humanitarias de bondad y de justicia de Cristo, nos dará la oportunidad del arrepentimiento y el Dogma del Juicio Final, más que como Cristo Juez, gira en torno al Reino de Cristo Glorificado, tomado en gran parte de la Visión apocalíptica de San Juan, significando el triunfo del Redentor sobre la muerte y el pecado, como muy bien supieron darle, los maestros escultores compostelanos en el grandioso Pórtico de la Gloria de su Catedral.
Lo de Cristo Juez por esa época, se debía a que los Padres de la iglesia medieval, intentaban producir fuertes impactos en los pecadores y que los llevasen al arrepentimiento.
APOCALIPSIS significa REVELACIÓN y fue un libro profético, muy en boga en la literatura judaica en los tiempos de Cristo, es también un libro de CONSOLACIÓN, ya que Jesús había anunciado a sus discípulos, persecuciones y estas se cumplieron, ya que los cristianos tuvieron que sufrir el absoluto poder de los malvados emperadores romanos y las numerosas embestidas del judaísmo, ambos se unieron para arremeter contra los representantes del mensaje Evangélico.
Hacía falta por lo tanto una fe a toda prueba, para resistir los ataques de los esquizofrénicos emperadores romanos, persiguiendo a los cristianos, sobre todo de Nerón (54-68), de Domiciano (81-96) de Diocleciano (284-305) y de Galerio Maximiano (305-311).
Por otra parte en la tradición apostólica, quedaba la esperanza de una segunda venida de Cristo, tal como habían anunciado los ángeles el día de la Ascensión del Señor a los cielos.
Como el tiempo se iba alargando, el Señor no volvía y las persecuciones no solo persistían sino que se intensificaban, creó en los cristianos cierta desilusión y Juan como el último representante de Cristo, compone un libro, no solo de consolación sino también de ESPERANZA, utilizando la literatura del género, para hacer ver, que la victoria final será de Cristo y su doctrina, y con todo el vigor dramatiza la pugna a través de los siglos del poder del mal; simbolizando con el dragón el poder del Imperio romano.
El autor del libro se presenta como el siervo Juan, que nos viene a decir, que recibe directamente las revelaciones que describe.
La tradición cristiana primitiva atribuye el libro al apóstol Juan, autor también del CUARTO EVANGELIO; se basan los escritores eclesiásticos del siglo II, apoyándose en su vocabulario ya que suele emplear la palabra VERBO aplicada a Cristo, que solo aparece en los escritos de San Juan, que también la denomina CORDERO, al que le atribuye la creación de las cosas y que además son frecuentes los vocablos TESTIMONIO y VERDADERO, que San Juan Emplea constantemente en su cuarto Evangelio.
La diferencia de estilo hay que buscarla en el género exigido, por la modalidad artística apocalíptica, a base de alusiones dependiendo de los apócrifos apocalípticos judaicos tan frecuentes por entonces.
No todos los escritores e historiadores de su tiempo, le atribuyen el libro a San Juan. El presbítero Cayo se lo atribuye a Cerinto, hereje, contemporáneo y rival de San Juan. Dionisio de Alejandría, en razón a las diferencias de estilo con el cuarto Evangelio, se lo atribuye a un tal Juan, cuya tumba estaba en Efeso, al lado de la del apóstol San Juan.
Según San Cirineo, Juan contempló el Apocalipsis a finales del mandato del emperador Domiciano, asesinado el año 96.
Eusebio, obispo de Emesa y Teólogo de la escuela de Alejandría, nos dice que San Juan escribió estas visiones, cuando estaba condenado en las canteras de la isla de Patmos, hoy en día aún se conservan los restos del antiguo monasterio del Apocalipsis en esta isla, situado en lo alto de un monte, que fue construido en torno a la cueva en donde San Juan, escuchó la voz de Dios, que salía misteriosamente de la hendidura de una roca.
Por Plinio sabemos que el emperador Domiciano, era cruel y monstruoso, exigía para sí el culto divino, y a los que se lo negaban, los enviaba a las canteras de Patmos, aunque se tratase de personas ancianas.
El culto divino o máximo pontífice de la religión pagana romana, era un atributo del emperador, incluso emperadores como Constantino el Grande, que permitió la libertad religiosa en el Imperio romano, dejando de perseguir a los cristianos, y levantando numerosas iglesias cristianas, siguió ostentando por cierto tiempo, el título de MÁXIMO PONTÍFICE de la iglesia pagana, motivo por el cual no se atrevió a proclamar a la religión cristiana, religión oficial del Imperio ( lo hizo Teodosio el Grande el año 393).
Los emperadores por esa fecha se consideraban dioses y por lo tanto divinos; suponemos que San Juan quiso convencerlos, de que la naturaleza divina era solo propia de Cristo y Domiciano lo condenó a trabajar en las canteras.
Lo que intentaba San Juan con su libro, era la de prevenir a los cristianos de la herejía de Cerinto, heresiarca (gnóstico) que vivió a finales del siglo I, su doctrina fue reprobada por San Juan en sus epístolas y que desde las predicaciones de San Pablo, adquirió cierto protagonismo y preponderancia que fueron debilitando la fe de los cristianos, y algo tenía que fallar en sus siete primeras iglesias, ya que San Juan solo alaba a la de Filadelfia, quejándose de la pereza espiritual y de la tibieza de las otras seis ( Efeso, Esmirra, Pérgamo, Tiatira, Sardes y Teodicea), que habían perdido el primitivo fervor. Al hablar de los peligros que las acechan, San Juan los concreta en dos: UN ANTICRISTO POLÍTICO (el poder imperial romano que quiere girar el culto hacia el emperador). Y EL SINCRETISMO FILOSÓFICO RELIGIOSO (sistema filosófico-religioso que trata de coordinar doctrinas diferentes aparentemente irreconciliables). Son las dos bestias que colaboran con el poder infernal, el gran dragón que tarta de ahogar al cristianismo naciente (el Imperio romano).
Domiciano es el nuevo Nerón, que desencadenó la última (hasta aquella la fecha) persecución masiva contra los cristianos y a él alude el Nº 666 de la bestia del Apocalipsis, un auténtico demonio.
San Juan hace alusión con la bestia de siete cabezas al emperador Domiciano, que revistió la púrpura imperial entre los años 81 y 96, cuando San Juan estaba en los otoñales años de su vida, que de poco le sirvió ante el monstruoso emperador.
Tras la muerte de Domiciano, el vidente de Patmos anuncia una era de paz, pero avisa que surgirán nuevas pruebas ya que los anticristos se sucederán periódicamente, que vienen a ser personificaciones de fuerzas colectivas, que a través de los siglos tratarán de derrocar el poder del Cordero inmolado.
En esto no se equivocó San Juan, pues Diocleciano (284-305) y Galerio (305-311), desencadenaron nuevas y masivas persecuciones contra los cristianos, que puso fin Constantino el Grande (307-337), al permitir la libertad de culto en todo el Imperio el año 3ll después de Cristo.
El libro lo componen una serie de visiones del vidente. Ahora bien ¿Estas visiones son reales o simples dramatizaciones ideológicas plastificadas en consonancia con el gusto apocalíptico de la época?
En el primer caso, San Juan sería un profeta que se limita a escribir lo comunicado directamente por Dios, real o un poco imaginativamente.
En el segundo caso, el autor inspirado por el Espíritu Santo, redactaría las profecías con fines pastorales.
Para sus seguidores, no cabe la más mínima duda de que se trataría de visiones reales proféticas.
Las muchas alusiones a textos bíblicos y a escritos apocalípticos judaicos, parece demostrar que toda la trama esté montada, a base de una síntesis ideológica ideada por el autor. En este caso la VISIÓN sería un artificio literario, para mantener en suspenso al lector cristiano, en espera del desarrollo final. El análisis detallado del libro, parece avalar esta segunda hipótesis, que no le quita valor alguno al mensaje de CONSOLACIÓN y de ESPERANZA, que se propuso dar a sus seguidores el siervo Juan.
El Apocalipsis por lo tanto, viene a ser un libro profético apocalíptico; los hechos se suceden en ciclos predeterminados por Dios, como así fue con las nuevas persecuciones a los cristianos. Los hechos pasados se presentan como futuros y las alusiones históricas se pierden en lo nebuloso a base de aproximaciones conceptuales.
Se multiplican los símbolos que son muy numerosos (bendición gloria y sabiduría, acción de gracias, honor, poder, fortaleza en nuestro Dios por los siglos de los siglos).
El Apocalipsis utilizando estos artificios literarios convencionales, se eleva a una panorámica superior, bebiendo de la tradición bíblica; los mismos mitos y leyendas utilizados en el Antiguo Testamento, sobre todo el Génesis, son presentados ahora con una nueva perspectiva. La idea central gira en torno del triunfo de Cristo Glorificado sobre el poder del mal, haciendo realidad la promesa del Maestro: “yo estaré con vosotros hasta la consumación del mundo”, inspirándoles confianza, “no temáis yo he venido al mundo”.
Volvemos a hacer un inciso en la narración, para testimoniar una vez más, que la idea de los Padres de la iglesia medieval, era la de que los maestros escultores, esculpiesen en los tímpanos de las portadas de los edificios (el marco escultórico más importante del monumento), EL TRIUNFO DE CRISTO GLORIFICADO, de ahí que la escultura románica más significativa, se termine con la construcción del grandioso PÓRTICO DE LA GLORIA de la catedral compostelana, en donde se escenifica el REINO DE CRISTO GLORIFICADO, con el triunfo del  Redentor sobre la muerte y el pecado; lo que nos indica la gran influencia que del Apocalipsis llegó al arte románico.
El contenido del libro se mueve dentro de un mundo imaginario apocalíptico, la persistencia de una literatura celeste dan cierta unidad a todo el libro, que juega con distintos planos cósmicos: el abismo, el hades, el estanque de fuego bajo la tierra, Jerusalén y Roma en la tierra y el Cordero inmolado en el cielo, que baja a la tierra a dar la batalla definitiva, montado en un caballo blanco como rey de reyes, señor de los señores, venciendo a la bestia imperial.
El libro comienza dirigiéndose Juan a las siete primeras iglesias de Asia Menor, que han perdido la fe y deben de cambiar y recuperar su pureza espiritual, si sus seguidores desean alcanzar el Reino de Dios.
El autor seguidor de Cristo, las critica por su poco fervor cristiano y las previene de los muchos enemigos que las acechan, de las que solo se salva la de Filadelfia.
Sigue con una serie de manifestaciones de Dios sobre los hombres, a medida que se va abriendo el libro sellado con siete sellos, y al abrir el séptimo sigue el ciclo de las siete trompetas que anuncian nuevas calamidades para los cristianos.
A continuación viene la lucha del anticristo sobre la iglesia en la historia, con la aparición de dos testigos y la lucha de la mujer y el dragón, la llegada de las bestias y la manifestación del Codero y su séquito anunciando el juicio contra Roma.
Por fin tiene lugar la venganza divina, la ruina de Babilonia-Roma, la desaparición de las dos bestias, la victoria sobre el dragón-demonio y el inapelable Juicio Final con cielos nuevos y tierra nueva.
Bebiendo de las diversas fuentes de autores teológicos, hemos querido transitar en el nunca fácil argumento del Apocalipsis, último libro bíblico que igual que el primero, el Génesis, está muy presente en la escultura bizantina y románica, ambos fueron fuente de inspiración sobre todo del arte románico, no solo en escultura sino también en arquitectura, ya que los siete arcos que componen las galerías situadas en el lado meridional de muchos edificios románicos, hacen alusión a las siete primeras iglesias mencionadas en el Apocalipsis.
El dragón del Apocalipsis, aparece en la mayoría de la escultura cristiana, desde las primeras manifestaciones artísticas cristianas, hasta las últimas esculturas románicas, simbolizando y haciendo alusión al Imperio romano, verdadero verdugo de los primeros cristianos. Sin embargo en el arte románico moralista-costumbrista, al dragón, los autores románicos lo fueron relacionando con el demonio, con Lucifer, el príncipe de los demonios, al que eran conducidos los pecadores (infierno).
Lo mismo podíamos decir de la bestia de siete cabezas apocalíptica, que hace alusión al emperador Domiciano, auténtico asesino de los cristianos, que está muy presente en la escultura románica. Es muy probable que la bestia que aparece esculpida en los templos de San Lorenzo de Vallejo de Mena (Burgos) y de Santa Maria de Bareyo (Cantabria), se trate de la bestia del Apocalipsis. Las plasmadas en el interior de la iglesia de San Juan de Duero (Soria) y otras de esta provincia, seguramente se trate de hidras (monstruo de siete cabezas perteneciente a la mitología griega).
De los cuatro jinetes simbólicos del Apocalipsis, el que hace alusión a la guerra y a la peste, también se hace presente en la escultura románica, lo mismo que en la literatura medieval. La peste ya se conocía unos ciento veinte años antes de Cristo, e igual que la lepra se consideraba como un castigo divino (justicia divina) sobre los pecadores, ya que San Juan o el siervo Juan en su Apocalipsis, nos dice: “ al abrir el cuarto sello, miré y vi a un caballo bayo, cabalgado por el jinete llamado MORTANDAD y el infierno le acompañaba, se le dio poder sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con la espada, con la peste, el hambre y las fieras de la tierra”
Como San Juan nos dice, que recibe las revelaciones directamente de Dios, profetiza por lo tanto, una serie de calamidades que le iba a  ocurrir a la población, al perder la fe y la pureza espiritual y que mejor castigo que sufrir la enfermedad de la peste, por medio de este jinete llamado mortandad.
El considerarla como un castigo de Dios, se debía a que la peste era una enfermedad epidémica, aguda, febril y de elevadísima mortalidad, y al desconocer la causa que la producía, no contaban con medios para combatirla, lo mismo que la lepra.
En la época medieval hizo su aparición en Europa, falleciendo a consecuencia de la epidemia dos tercios de la población.
En el siglo XVII la peste invadía a toda Castilla, desde Santander hasta Andalucía y curiosamente coincide con un período de hambre, que aún atestigua más el castigo divino profetizado por San Juan, y lo simbólico pasaba a ser real, ya que el bacilo de la peste no se descubrió hasta 1894.
Los clérigos de la época del románico con su arte simbólico, moralista y docente, desde el púlpito avisan a los pecadores, que si no se arrepienten, recibirán el CASTIGO DIVINO, acabando en el fuego eterno del infierno.
San Juan nos habla del Cordero Inmolado del Cielo (Cristo), que baja a la tierra a dar la batalla definitiva, montado en un caballo blanco, como Rey de reyes y Señor de los señores, venciendo a la bestia imperial.
En los siglos XI y XII los obispos, clérigos, abades etc. Mandan tallar en los tímpanos de algún que otro edificio románico: catedral de Santiago, iglesia de Santa Maria de Carrión de los Condes (Palencia) etc., la figura de Santiago Matamoros, luchando al lado de los cristianos en la hipotética batalla de Clavijo. El Cordero Inmolado personificado en la figura del apóstol Santiago, baja del cielo a la tierra montado en un caballo blanco, para dar la batalla a la bestia representada aquí por el Imperio islámico de Bagdad, que el año 711 invadió la península Ibérica cristiana, con el fin de acabar con el cristianismo.
Para el cristianismo al darle a la Reconquista el carácter de cruzada, el demonio, el anticristo o dragón, su verdadero enemigo será el Islam.
 En resumen, el Apocalipsis es un libro de su tiempo, influenciado por la literatura judaica de entonces, que como muchos otros gira en torno al bien y al mal.
San Juan (el bien), con una fe ciega en Cristo y su doctrina, intenta que el cristianismo no desaparezca, sino que se extienda por todo el mundo. Su verdadero enemigo es el Imperio romano (el mal) cuyos esquizofrénicos emperadores, tratan de ahogarlo.
San Juan profetiza que vendrán tiempos mejores, aunque para ello tenga que bajar el Cordero Inmolado desde el Cielo a dar la batalla definitiva en la tierra.
No se equivocó San Juan, ya que el cristianismo acabó imponiéndose en todo el Imperio romano, y uno de sus emperadores, la elevó a iglesia oficial del Imperio romano.

LOS CISMAS Y HEREJÍAS RELIGIOSOS DE LA PARTE ORIENTAL DEL IMPERIO ROMANO



Por Florentino Fernández


Los cismas y las herejías de la iglesia cristiana, se llevaron a cabo en el Imperio Bizantino (la parte oriental del Imperio romano) que heredó Arcadio, al dividir Teodosio el Grande el antiguo Imperio romano el año 395, en los siglos IV y V y más tarde entre principios del siglo VIII hasta mediados del siglo IX.
La primera herejía fue la Doctrina herética de Arrio y sus adeptos, conocida cono ARRIANISMO, cuya Doctrina aparece en el año 323, siendo Arrio un presbítero de una de las iglesias de Alejandría. Un sínodo convocado por el obispo Alejandro, para poner fin a la controversia, no convenció a Arrio y el obispo lo excomulgó.
El arrianismo negaba la divinidad del Verbo, mientras que para los cristianos seguidores de Roma el Verbo, Hijo de Dios, es verdaderamente Dios, lo mismo que el Padre.
Según Arrio y sus partidarios el Verbo solo posee una divinidad secundaria y no es realmente Dios eterno, infinito y todopoderoso.
Al ser excomulgado Arrio se dirigió hacia Palestina y con la colaboración de sus adeptos, Eusebio de Cesárea y Eusebio de Nicomedia, la doctrina se extendió por todo Oriente y por los pueblos bárbaros que invadieron el Imperio romano.
En la península Ibérica, los visigodos, y los vándalos y en Italia los ostrogodos practicaban esta doctrina, cuando se asentaron en ambas penínsulas. De ahí que mas tarde Justiniano, al reunificar el antiguo Imperio romano, intentó también unificar a la Iglesia de Roma, y envió su ejército contra estos pueblos herejes y al darle a sus conquistas un carácter de cruzada no lo hizo contra los francos que ya se habían convertido al cristianismo en el año 505.
El emperador Constantino, observando los numerosos partidarios de la doctrina de Arrio, consideró oportuno intervenir en la disputa religiosa, y al no conseguir la conciliación, convocó en junio del año 325, un concilio en Nicea de Bitinia, para condenar solemnemente a Arrio y promulgó un símbolo que definía la autentica fe católica. En él se declaraba que “Jesucristo, hijo único de Dios, nacido del padre antes de todos los siglos, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero, engendrado y no creado”.
A pesar del concilio, el arrianismo lo seguían practicando los pueblos bárbaros y la mayor parte de la población del Imperio Bizantino, hasta que subió al trono Justiniano, que intentó por todos los medios conseguir la unión de todos los cristianos, Tampoco el gran Emperador pudo acabar con la doctrina y muchos pueblos bárbaros lo siguieron practicando hasta que se fueron convirtiendo al cristianismo años mas tarde. Los francos lo hicieron en el año 505 y los visigodos el año 589.
Más importancia que la herejía de Arrio para la Santa Sede, la tuvieron los cismas de Oriente conocidos como: Monofisismo y Nestorianismo, que aparecen en el primer tercio del siglo V, dos formas de interpretar la Doctrina de Cristo, para la Santa Sede dos herejías cristológicas.
El monofisismo partió del consejero de la corte Eutiques, y la defendía el patriarca de Alejandría: Diásporo, apoyado por la escuela de teología de Alejandría. Según ellos, de las dos naturalezas de Cristo, siguiendo el misticismo egipcio, solo tenían en cuenta la DIVINA, sin darle la más mínima importancia a la HUMANA. Cristo era Dios Divino y Sobrenatural desde su nacimiento y no hijo de Dios hecho hombre en la tierra.
La doctrina del Monofisismo, encontró fuerte oposición en Antioquia y el patriarca de Constantinopla: Nestorio, adicto a la escuela de Antioquia, proclamó que Maria no era la madre de Cristo, sino madre de Jesús como hombre, y sus partidarios apoyándose en el racionalismo griego, llegaron a no ver en Cristo, más que un hombre inspirado por Dios. Es decir que de las dos naturalezas de Cristo, solo tenían en cuenta la humana.
La Santa Sede consideró herejes a las dos doctrinas, y para condenar al nestorianismo, convocó un concilio el año 431 en la ciudad de Efeso. El concilio fue muy positivo para la iglesia ortodoxa de Cristo, ya que sus partidarios tras el concilio, no tuvieron otra opción que emigrar a Persia, en donde los sasánidas crearon un pequeño reino nestoriano, cuya capital era Hira, situada en la Mesopotamia; a la India y a China en donde los nestorianos extendieron la doctrina por sus territorios.
Desaparecido del Imperio el nestorianismo, quedaba el monofisismo y la Santa Sede a pesar de que los monofisistas exaltaban mucho la sobrenaturalidad de Cristo, difícil de combatir, consideraron a la doctrina como una herejía. Aún así la doctrina que actuaba en Egipto y Siria como iglesia soberana, se extendió por la mayor parte de los territorios del Imperio romano de Oriente, llegando a la corte del emperador Teodosio II, que había sucedido a su padre Arcadio, que la sostuvo y la reconoció como iglesia oficial del Imperio romano de Oriente.
Ante tales hechos, la Santa Sede muerto Teodosio II, convocó un concilio en la ciudad de Calcedonia el año 451, en donde condenó los errores de los monofisistas, viniendo a decir que “ el Verbo Divino, hijo unigénito de Dios, nacido de la Virgen Maria en cuanto a su humanidad, tiene dos naturalezas, sin mezcla ni confusión, sin separación ni división”.
El concilio fue un auténtico fracaso, y como cada vez se extendía más, obligó a que se alzase el papa León I el Magno (440-461), tal vez el papa más importante que tuvo la iglesia de Roma después de San Pedro y por medio de una encíclica vino a decir”, que las dos naturalezas se unen en la figura de Cristo, a un mismo tiempo sin mezclarse: Dios verdadero, hombre verdadero; Dios perfecto, hombre perfecto; Dios poderoso , hombre poderoso”. Instituye la doctrina de la ENCARNACIÓN (Unión de la naturaleza divina con la humana en la persona del Verbo), que seguimos hoy en día los católicos.
Tampoco fue suficiente la encíclica del papa para acabar con el monofisismo, ya que estos de una forma empírica le contestan al papa, presidiendo las iglesias cristianas de Oriente con crucificados en donde aparece “Cristo en la Cruz vivo, sin signos de sufrimiento en su rostro, coronado como rey de reyes, vestido con una larga túnica hasta los pies, ceñida a la cintura por un cíngulo y con los pies desnudos separados en el supedáneo de la Cruz”.
A esta representación de Cristo en la Cruz, se le vino a denominar VISIÓN TRIUNFALISTA DE CRISTO o DIOS DIVINO, al ser sobrenatural, que todo lo puede no sufriría en la Cruz, de ahí que lo coronan confiriéndole un gran poder y lo visten con una gran túnica como símbolo de pureza, sin signos de sufrimiento en su rostro y con los pies desnudos sobre el supedáneo, como símbolo de humildad y pobreza.
Para los cristianos monofisistas esta forma de representar a Cristo crucificado, aparentando estar vivo, no les aumentaba ni les disminuía la fe, sino que se trataba de una simple visión triunfante, simbolizando el triunfo de la Doctrina de Cristo-Dios, teniendo solo en cuenta su naturaleza divina. Los monofisistas lo veían así y así lo representaban.
Con el monofisismo extendido por todo el Imperio romano de Oriente, al subir al trono Justiniano (monofisista convencido), el año 527 tras veinte años de luchas inicia la reconquista de las antiguas provincias arrianas, que pertenecían al Imperio romano de Occidente, e intenta también unificar a la iglesia oriental separada tras los mencionados cismas religiosos orientales; dándole un carácter de cruzada.
Ahora bien, cuando intentó unificar a la iglesia ascendida, se encontró con más problemas que para reconquistar las provincias perdidas en la parte Occidental. En Oriente aún quedaba el monofisismo, no solo en Egipto y Siria como iglesia soberana, sino extendido por la mayor parte del Imperio bizantino. Justiniano monofisista, no le quedó otra opción que condenarlo (su esposa Teodora lo protegió), ya que no podía desechar a la iglesia de Roma, por no perder la potestad de intervenir en la elección del papa, a los que nombraba a su antojo. Así aprovechándose de esta potestad, destituyó a Silverio y nombro a Virgilio.
A caballo entre una y otra religión, llamó a los ortodoxos de Roma y a los monofisistas, para unirlos y les propuso una fórmula Cristólogica, que satisfaciera a todos. Lo propuesto por Justiniano favorecía a los monofisistas, y lo que son las cosas, los cristianos de Roma se la aceptaron, no así los monofisistas que le contestaron que no se separaban de Roma por la cuestión del Dogma, sino que se alzaban contra el centralismo que les imponía Constantinopla.
El monofisismo dejó de existir al repudiarlo el emperador Constantino IV, sobre todo para no perder la potestad de seguir nombrando a los papas Roma. Después de atraer a la iglesia ortodoxia de Roma a croatas y servios, en el sexto concilio ecuménico celebrado en Constantinopla entre los años (680-681), restableció la unidad religiosa con Roma.
Como en Oriente aún se seguía practicando el monofisismo, los papas de Roma se Alejaron doctrinalmente de Bizancio y se acercaron a los distintos reinos bárbaros-extranjeros, que se habían asentado en las distintas provincias romanas occidentales. El cisma llegó a la cumbre, cuando el emperador León III, llevó a cabo la Herejía del ICONOCLASMO el año 730.
La doctrina del iconoclasmo conocida también con el nombre de ICONOCLASIA o ICONOCLASTIA aún reconociendo legítimo el culto a Cristo, a la Virgen y a los santos, prohibía como idolátricas sus representaciones en imágenes y su veneración a ellas tributada.
Fue el emperador León III, el verdadero instigador de la herejía, que la declaró doctrina oficial en el Imperio, influenciado por varios obispos de Anatolia, que profesaban la iconofobia de los anatolios, perdiendo así la potestad de intervenir en el nombramiento de los papas, al declarar estos que dejaban de admitir obediencia alguna al emperador de Bizancio. Y no fue solo esta desobediencia sino que se perdió territorialmente casi toda Italia. La iglesia ortodoxa sufrió una verdadera persecución y el papa Gregorio III la condenó en un concilio.
La doctrina iconoclasta trajo grandes consecuencias para el Imperio bizantino y grandes beneficios para Europa. El papa se aleja de la obediencia del emperador bizantino y se acerca a los monarcas francos, creando la Europa cristiana, origen de los Imperios Carolingio y Sacro Imperio Romano.
Siguiendo la iconofobia anatólica, el iconoclasmo publicado Por León III, prohibía el uso de las imágenes religiosas en el culto religioso y que se situaran en los edificios religiosos, y que no se venerasen.
En relación a esta insólita doctrina o herejía, que brota del seno de la iglesia cristiana, hay que tener en cuenta que León III, procedía de una región de Asia Menor (región de Isauria), que por entonces ya formaba parte del Imperio árabe de Damasco, al ser conquistada por los seguidores de Mahoma el año 636. Por un lado, el Islam de Mahoma, era prácticamente una copia del cristianismo y por otro lado, está el hecho de que en el arte musulmán estaba prohibido plasmar figuras humanas.
A León III le sucede su hijo Constantino V (741-775), a su favor está, que hizo retroceder a los árabes hasta Siria, Mesopotamia y Armenia, y como por entonces en el Imperio islámico, la dinastía de los Omeyas caía en desgracia y los Abasíes que la derrotaron trasladaron la capital de Damasco A Bagdad, y se consiguió una época más o menos de paz entre ambos imperios
En contra de Constantino V, está el hecho de que a pesar de que la Santa Sede, consideró al iconoclasmo como una herejía, la doctrina alcanza la máxima virulencia durante su mandato, que al contrario que su padre, participó activamente en el debate teológico. 338 obispos reunidos en la ciudad  de Constantinopla, no fueron capaces de doblegar la voluntad del emperador.
Tras un período iconófilo restableciendo el culto a las imágenes por el emperador León IV (775- 780) que sucedió a su padre Constantino V, prosiguió con algún emperador más hasta León V.
El origen del iconoclasmo es muy complejo, sus partidarios se apoyaban en que en ciertas épocas del Antiguo Testamento, también se prohibieron las imágenes. En que los emperadores vivían mejor y por más tiempo durante la herejía. Lo más seguro sería en que al ser los instigadores emperadores de procedencia de Oriente, muy relacionados con el Imperio musulmán, había que pensar que su origen estuviese relacionado con el mundo islámico. En contra de esta teoría, está el hecho de la persecución y de las victorias de León III y Constantino V contra los musulmanes. A favor las victorias de ambos contra los búlgaros cristianos. Ahora bien, estas victorias los elevaron a la categoría de héroes y el pueblo llano acepto la doctrina.
Ala muerte de León IV, por cierto tiempo actuó como regente de su hijo menor de edad, Constantino VI (780-797) Irene, que se autoproclamó emperadora. Cruel y ambiciosa hizo que cegarán a su hijo y se quedó ella como única emperadora desde el año 797 hasta el año 802.
Como era la primera vez que el Imperio estaba bajo una mujer, le sirvió de pretexto al papa León III, para coronar a Carlomagno, con la idea de que pudiese ocupar la vacante de Bizancio y así unificar el antiguo Imperio romano.
No hay que olvidar que la intención de la iglesia de Roma al coronar a Carlomagno, no era otra que la de restaurar en antiguo Imperio romano y no solo la parte Occidental.
La muerte de Irene el año 802, dos años después de la coronación del monarca franco, impidió la unión, que nunca se llevó a cabo, aunque la iglesia lo volviese a intentar con Otón I y Otón II, casando a este con la sobrina del emperador de Bizancio, Romano II.
La restauración del iconoclasmo, se debió a la actuación de los emperadores como Nicéforo I (802-811), que sucedió a Irene y a su yerno Miguel I (811-813), que fue el que reconoció el título imperial a Carlomagno en el año 812. Estos emperadores vencidos por los búlgaros, fueron incapaces de salvar la situación. Entonces se buscó un emperador más idóneo que se encontró en la persona de León V (813-820), general de origen armenio que volvió a prohibir el uso de las imágenes religiosas, realizando una severa persecución a sus seguidores, que se intensificó durante el mandato del emperador Teófilo. Como León V sucumbió en un complot fomentado por Miguel el Tartamudo A su muerte el iconoclasmo queda suprimido, contando con un pequeño grupo de adeptos a la doctrina.
Como León V era armenio y por esa época los armenios practicaban el Islam, nos vuelve a hacer pensar una vez más, que en la implantación de la doctrina iconoclasta, tuvo mucho que ver el mundo islámico. No hay que olvidar que en Bizancio se tenía cierta repulsa hacia los papas, hasta tal punto que para muchos bizantinos, preferían tener antes, buenas relaciones con los musulmanes y luego con los turcos, que con el papa latino.
A la muerte de León V, le sucede Miguel II el Tartamudo (820-829), que favoreció la tolerancia religiosa, no pudo impedir que durante su mandato, se perdieran Creta y Sicilia.
A Miguel II le sucedió su hijo Teófilo (829-842), que volvió a intensificar la prohibición a las imágenes, a su muerte dejó un hijo menor de edad, Miguel III, la regencia fue asumida por su madre, Teodora, que fue la que en el año 843 liquidó totalmente a los iconoclastas, y el primer domingo de cuaresma del mismo año, en una solemne ceremonia señaló el restablecimiento del CULTO A LAS IMÁGENES.
Este hecho celebrado en la iglesia Oriental como la iglesia de la ORTODOXIA, marcará un hito en la historia religiosa bizantina; viene a representar el triunfo del Imperio cristiano sobre el iconoclasmo, la última gran herejía, y a reconsiderar la reconstitución de lo antiguo, volviendo a los tiempos de Constantino, Teodosio y Justiniano. Renovación que llevarán a cabo los emperadores: Miguel III el Beodo (843-867), último emperador isaurio y Basilio I (867-886), primer emperador de la dinastía macedónica, que desde el punto de vista religioso, se pueden considerar gloriosos.