miércoles, 6 de febrero de 2013

Retorno al pasado



Naciendo en la extrema pobreza, y viviendo mi juventud en la más profunda de las miserias, que yo me haya licenciado en medicina, más que un misterio, siempre lo consideré como un milagro de algún santo, que sin saber el por qué, debía de tener predilección por mí, pues me ayudó durante todos mis estudios. Si viviese en la antigüedad, hubiese dicho, que había sido tocado por las manos de los dioses.
Me llamo Carlos, nací en una aldea  de cuyo nombre en este momento no deseo acordarme, formaba parte de la parroquia más pobre del Concejo, situado al nordeste de la ciudad de Santiago y al noroeste de la montaña del Pico Sacro, morada de los dioses mitológicos de la antigua Gallaecia.
Allí en las faldas de aquella montaña fui creciendo, llevando las ovejas, cabras y vacas a pacer, al mismo tiempo que desde los seis años asistía a la escuela. Fue aquí de donde partió la idea de estudiar, por mi actitud positiva a los estudios, tanto para las matemáticas como para la lectura y escritura.
Lo de acudir a estudiar a Santiago, hubiese sido un sueño, a no ser por las circunstancias que se me presentaron, cuando tenía doce años y solo pensaba en jugar con los demás niños.
Se puso enfermo mi hermano el mayor, y el maestro acudió varias veces a visitarlo hasta que se curó. No había día que no le recordase a mi padre, que era una auténtica pena, que yo no pudiese estudiar alguna carrera. El maestro hablaba bien, pero a mi padre se le presentaba el dilema, de que no tenía una sola peseta; para iniciar lo que constantemente le recordaba el profesor.
Entre el buen hombre y mi padre acordaron, que el no tener dinero para los estudios, ingresara en el seminario, que allí la enseñanza era prácticamente gratuita. Al no querer ser cura, llegó el mes de junio y en vez de hacer el ingreso en el seminario, lo hice en el Instituto de enseñanza media, que aprobé sin problema alguno. Así fue como inicié los estudios, que terminé doce o trece años después, licenciándome en medicina.
El hambre que tuve que pasar durante todos estos años, solo Dios y yo lo sabemos.
Cuando un muchacho desea un futuro mejor que el de sus antecesores, por muchos obstáculos que se le crucen en el camino, si lucha para conseguirlo, alcanzará lo que se proponga.
En las aldeas de Galicia de entonces, se comía de lo que se cosechaba: patatas, maíz para fabricar el pan en los hornos caseros y carne de la matanza anual de dos cerdos, que se salaba para que no faltase durante todo el invierno.
La base de la comida eran las patatas, el pan y el vino de cosecha propia con mucha acidez y escaso grado de alcohol.
Mi padre nos buscó a mi hermana y a mí una pensión, para que la patrona nos hiciese la comida y pudiésemos dormir bajo techo, en el barrio de Sar, por entonces el más pobre de todo Santiago. Aún recuerdo a mi padre con el saco de patatas al hombro, desde la estación del tren hasta la casa de la pensión situada a un kilómetro de distancia.
Durante muchas semanas comíamos solo pan y patatas, que yo traía de la aldea todos los fines de semana, recorriendo los trece kilómetros que separaban la aldea de la pensión, semana tras semana los ocho meses que duraba el curso académico.
Desde el primer curso del bachillerato hasta que terminé la carrera, siempre me consideré el estudiante mas pobre de Santiago.
En aquella mísera pensión estuve cuatro años, hasta que aprobé la reválida de cuarto curso. Hubiese continuado allí, si no fuera por la enfermedad que le vino a la patrona. A nuestra pobreza se unía la de aquella buena mujer, que tenía que hacer diabluras para llegar a fin de mes, con lo poco que le pagábamos.
Al iniciar el quinto curso me trasladé a otra pensión, situada en la calle de la Rua Nueva, regida por una patrona viuda y con muy mal carácter. Al ser el benjamín de la casa, me fue adquiriendo tanto cariño, que al licenciarme me quería como si fuera su propio hijo.
La pensión se asentaba al lado del teatro principal, enfrente de una residencia de monjas y al lado de otra residencia- el Servicio doméstico-, así llamado porque las monjas acogían huérfanas de la ciudad y  las empleaban como sirvientas de las residentes. Estas residencias van a condicionar toda mi vida estudiantil, allí residían tantas chicas guapas, que aunque uno no quisiera, se enamoraba platónicamente de ellas.
Antes de sentir el deseo sexual por las mujeres, pasaron muchas cosas en mi desdichada vida de estudiante. Me sirvió de mucho para el futuro, el pasar del barrio más pobre al centro de la ciudad. La importancia de ello radicaba en que pisaba y vivía por donde lo hacían las ricas familias y las no menos ricas estudiantes. Me consideraba un pobre mendigo entre las clases altas, y algo siempre se pega aunque solo sea observando.
La reválida de Sexto y el curso pre-universitario, los aprobé gracias a la ayuda de la Virgen Milagrosa, a la que no dejaba un solo día de orar ante su imagen, situada en la capilla de la Corticela de la catedral de Santiago. En el examen de pre-universitario fue en donde más se dejó sentir el influjo de la Virgen, me salieron las cosas que yo mejor me sabía; toda mi vida no dejé de agradecérselo y siempre que regresaba a Santiago, pasaba a hacerle una visita, rezándole de rodillas en un banco de la capilla.
 Además de la Virgen, los dioses de la montaña cuando anduve por allí de pastor, me habían profetizado que de mayor sería médico. Ese fue el motivo de decidirme por una carrera tan difícil, porque sabía desde joven que lo conseguiría.
Cuando aprobé el primer curso de medicina, que tenía carácter de selectivo (si no lo aprobabas en cuatro convocatorias, no podías seguir estudiando medicina, a no ser que te cambiases de facultad), el ser médico ya era irreversible, aunque te costase mas años que los seis que era necesario realizar para licenciarse.
Por entonces ya como futuro médico con un buen porvenir por delante, me fijé en una muchacha, que ocupaba una habitación del segundo piso de la residencia de enfrente de mi pensión, que comunicaba con la calle. De vez en cuando abría la ventana para ventilar el interior, yo al verla salía al bacón, para que se diese cuenta que me gustaba y se fijara en mí. Ahora bien, mi amor era totalmente platónico. Mis sentimientos hacia la chica eran fruto de mi mente, sin relacionarme, ni hablar una sola palabra con ella. Para mí era suficiente verla y que se enterase que era mi preferida de la residencia.
Me llevé un gran disgusto, cuando la vi pasear con un chico, antiguo compañero mío que se había quedado en la carrera repitiendo el primer curso.
Mi disgusto se multiplicó por varias cifras, cuando me enteré por amigos de ambos, que Raquel, que así se llamaba la chica, era novia del muchacho.
Yo acudí a la catedral a orar delante de la Virgen Milagrosa, pidiéndole que hiciera un milagro y que esa pareja se disolviera. No se si fue la Virgen o que no se entendían, el caso fue que cuando terminé el tercer curso, la pareja sin que yo sepa la causa, rompió sus relaciones y la volví a ver pasear con sus amigas.
Para que supiese que me seguía interesando, se lo comuniqué a un amigo mío, una hermana suya estudiaba magisterio con Raquel. No tardó en comunicarle mi encargo, y el resultado de todo ello, fue una sonrisa de la muchacha siempre que los dos coincidíamos en los balcones.
Yo seguía sin hablar una sola palabra con ella, a pesar de que la distancia desde su ventana a mi balcón, era solo de dos o tres metros. Me lo impedía mi timidez y cierta fobia a hablar con las chicas que me gustaban; que no tenía un duro para invitarla a un café, y que los fines de semana me desplazaba hasta la aldea por la comida de la semana. Seguía siendo el estudiante más pobre de todo Santiago.
Así que mis sentimientos hacia la muchacha seguían siendo idealistas.
La chica viendo que yo no me atrevía a hablarle, tomo una inteligente decisión que tampoco le dio resultado: Salir por las mañanas al mismo tiempo que yo para acudir a las clases, teniendo en cuenta que su puerta se abría enfrente de la mía y que el itinerario hacia la escuela de Magisterio y a la facultad de Medicina eran comunes. Al verme salir por la puerta, salía ella al mismo tiempo, esperando que al tener que recorrer los trayectos juntos, me atrevería a hablarle. (Por entonces las mujeres no tomaban como hoy la iniciativa). El camino lo hacíamos al mismo tiempo. Ahora bien, uno delante y otro detrás sin atreverme a dirigirle la palabra.
Me fui al campamento de Monte La Reina a cumplir el servicio militar, desde allí le escribí dos cartas. Al regresar a Santiago y al encontrarme con ella, ni siquiera la saludé, todo por timidez, a pesar de que ella me miraba con cierta sonrisa en sus labios.
Llegó el día de la merienda fin de carrera, la hicimos en las afueras de Santiago. Después de casi embriagarme por la alegría de haber terminado la carrera, llegué a la pensión y salí al balcón. Como el alcohol me atenuaba la timidez, la invité a salir a dar un paseo, que aceptó de buena gana. Al ser ya tarde y ella tenía que regresar a las diez a la residencia, solo tuvimos tiempo para dar un paseo por la Herradura y regresamos a nuestras casas. A los tres días tenía que marcharme a trabajar a Navarra, quedamos de vernos antes de irme, “pero si te he visto no me acuerdo”.
Me fui a un pueblo de la Ribera de Navarra a hacer medicina rural, que era lo que a mi me gustaba. Llegué el uno de julio y durante cinco meses hasta que regresé a Galicia de vacaciones, aprendí más de las costumbres de la vida social, que todos los años vividos anteriormente.
Por un lado me ilustré en saber comportarme en sociedad, al invitarme a cenar gente rica y culta, instruyéndome un poco de unos y de otros me fui cultivando, y al poco tiempo podía relacionarme con los poderosos del pueblo, sin hacer el ridículo. Como los que me invitaban tenían hijas casaderas, más les importaba que me fijara en ellas, que ocuparse de mi comportamiento social. Siempre que podía prefería actuar con humildad antes que haciéndome el sabihondo.
Yo solo pensaba en Raquel, las chicas del pueblo venían a ser, como un medio de diversión para no aburrirme; de todas formas asimilé mucho de su forma de vida, de cómo había que comportarse en la mesa, en la sala de estar etc.
Para lo que más me sirvieron aquellas muchachas, fue para que perdiese la timidez y el miedo a relacionarme con chicas; llegó un momento que hablaba con ellas como si lo estuviera haciendo con un jubilado. Poco a poco me fui mentalizando que era más fácil hablar con chicas de lo que yo pensaba. Así que lo primero que hice al regresar a Galicia de vacaciones por Navidad, fue ir en busca de Raquel para hablar con ella de nuestro futuro noviazgo.
Comencé a buscarla por todas partes, y a pasar por delante de su residencia no se cuantas veces al día. Ella me veía a través de su ventana, no bajó nunca a hablar conmigo.
Viendo así las cosas, recorrí a mi amigo para que su hermana le manifestara, que había venido desde Navarra para iniciar un corto noviazgo y casarme con ella. Se dio por enterada y le contestó: que había tenido muchos años para iniciar ese noviazgo y que nunca me había acercado a ella.
Un día cuando ya me disponía a regresar a Navarra, la vi por la Plaza de los Torales, cogida de la mano de un chico elegantemente vestida, me miró y siguió su camino.
Llegué a Navarra, le escribí dos cartas sin recibir contestación alguna. Por mi amigo me enteré que se había casado.
La desconecté de mi pensamiento, de las muchas amigas que tenía en el pueblo en donde ejercía, intensifiqué las relaciones con una muchacha llamada Nuria, y a los dos años nos casamos. A los cuatro años fruto de nuestro amor nació el primer hijo, le pusimos por nombre Javier, por residir en Navarra. Dos años después vino la niña llamada Maria Rosario, por ser la Virgen del Rosario la patrona del pueblo.
Con la llegada de los niños, nuestra felicidad fue completa, y nunca más me acordé de Raquel, ni sabía que había sido de ella, a pesar de acudir todos los veranos a Galicia unos días de vacaciones.
Tenía mi mujer treinta y ocho años cuando comenzó a encontrarse mal. Después de múltiples reconocimientos, se le detectó un cáncer en el pecho izquierdo; no se trataba de un tumor maligno estrogénico, sino de un cáncer inflamatorio galopante propio de las mujeres jóvenes. El tratamiento no era quirúrgico y la quimioterapia poco efectiva en esta clase de cánceres. Después de seis meses de continuos sufrimientos, falleció. Los días que pasamos los niños y yo, no son para recordarlos.
Tomé la decisión, en vez de buscarle una chica para que cuidase de ellos, de llevarlos a casa de mis suegros que eran gallegos, para que se olvidasen de la vivienda, en donde habían sido felices con su madre.
Por entonces sucedió, que mi suegro que trabajaba en una fábrica de coches, lo pre-jubilaron y deseaba regresar a su tierra, y poder vivir en ella los últimos años de su vida.
Por otro lado, se produjo en España un cambio estructural en la medicina rural, se pasó del médico de Asistencia Publica Domiciliaria, al médico de centro de Salud. Además se unificaba en toda la Nación la medicina de Atención Primearía. Esto traía consigo a que los médicos forales de Navarra, pudiesen optar a ocupar plazas en otras provincias.
Como por otra parte “la morriña” fluía por mi mente, solicité el traslado a Galicia. De los pueblos que estaban vacantes pedí cuatro, sin saber prácticamente en donde se localizaban.
Me adjudicaron una plaza en un centro de Salud situado en la carretera que une las ciudades de Santiago y Noya, en una comarca con un clima suave y abundante vegetación, que era lo que yo echaba en falta en la seca Ribera de Navarra. El Centro formaba parte de un complejo constructivo, en donde se ubicaban además del Centro de salud, el centro Escolar, el Ayuntamiento del concejo y el Juzgado de paz.
Cuando llevábamos dos o tres meses ejerciendo en dicho Centro, dedicamos un par de días, la última hora del horario -de dos a tres de la tarde-, a vacunar a los escolares. Sacamos las vacunas de las neveras, y comenzamos a inyectar y proporcionar las gotas de las vacunas a los niños; que iban entrando a las consultas acompañados de sus correspondientes maestras, quienes le subían las mangas de la ropa y los sujetaban, ya que algunos no se dejaban de buena gana que los pinchásemos.
Cuando terminé con un curso, le indiqué a la enfermera que hiciese pasar al siguiente. Me fijé en la profesora, que la conocía sin saber de que, y le pregunté:
-¿Nos conocemos?
-Creo que sí, ni que llevaras cien años fuera de Galicia.
-¿Mercedes?
-Tan cambiada estoy para que lo dudes.
-Nada de eso, te veo muy joven, tal vez sea el peinado, -distinto al que llevabas de estudiante-, el que tenga la culpa de no conocerte de inmediato. Además yo soy muy despistado. Ahora bien, no tiene perdón de Dios mi despiste.
Como ya eran las tres de la tarde, la hora de dejar el trabajo, Raquel le pidió a una compañera, que les llevara a sus alumnos al centro y que los mandara a sus casas a comer, mientras ella se quedó unos minutos hablando conmigo.
-Después de las veces que nos hemos visto, cuando éramos estudiantes, las cartas que me has escrito y tu comportamiento durante las vacaciones de aquella Navidad; me recuerdas a un vecino de mi pueblo, que emigró a la Argentina. Al año siguiente cuando regresó, no se acordaba del camino que lo conducía a su casa.
-Puedes creerme –le dije-, que no lo hice a propósito, por no aceptarme cuando deseaba ser tu novio.
-De que no nos hiciéramos novios tú y yo, la culpa fue totalmente tuya, tuviste mucho tiempo para declararte y me huías continuamente.
-Se debía a mi timidez. Cuando me encontraba frente a una mujer joven, se me hacía imposible poder articular una sola palabra. Tal vez has acertado con el chico que te has casado. Conmigo te sería más difícil convivir, la prueba de ello está en la cantidad de médicos separados de sus mujeres.
-¿No será ese tu caso?
-No, yo tuve peor suerte. Perdí a mi mujer por culpa de un cáncer de mama, que la llevó al otro mundo, sin que yo pudiese hacer nada para salvarle la vida.
-Lo siento mucho; mi suerte de casada tampoco fue muy buena que digamos con el chico que me he casado.
-¿También ha fallecido?
-No, me dejó con dos hijos por otra más joven, y nada menos que con una compañera del centro Escolar.
-Bueno, eso está al orden del día, no te puedes imaginar los matrimonios divorciados que conozco.
-¿Llevas mucho tiempo de médico en este centro de salud? No te había visto hasta hoy.
-Unos meses, lo que pasa que al vivir en santiago, en el pueblo solo estoy durante el horario de ocho de la mañana a tres de la tarde.
-Como ha sido venir a ejercer a Galicia y concretamente a este centro de Salud.
-He pedido cuatro centros de la provincia de la Coruña, y me han adjudicado este. Te puedo asegurar que si supiera que tú estabas de maestra en este centro Escolar, no lo hubiese pedido.
-¿Por qué? Así tenemos ocasión de reiniciar las relaciones que hace unos años no pudieron llegar a buen fin.
-“Nunca segundas partes fueron buenas”, puedes creerme, hubiese preferido no volver a encontrarme contigo en la vida. Las circunstancias ahora son tan distintas de cuando éramos estudiantes, que prefiero dedicar todo mi cariño a los dos hijos, fruto del amor que sentía por mi mujer; sin pensar por el momento en mujeres.
-Como en nuestro caso las primeras partes fueron malas, no tienen porque serlo también las segundas.
-Estás hablando de unas futuras relaciones, que por mi parte, por el momento no he pensado para nada en iniciarlas, tengo bastante con cuidar de mis niños.
-Podemos ser amigos y dar algunos paseos juntos, yo también vivo en Santiago ¿Sabes?
-No sabía que vivías en Santiago, creí que ibas y venías todos los días a tu pueblo. Al haber menos distancia desde aquí a Iría Flavia que a Santiago, lo más normal es que residieras allí.
Como ella tenía que comer ya que por la tarde debía de volver un par de horas al colegio, yo me subí al coche y me dispuse a regresar a Santiago. Quedamos de vernos a las seis de la tarde para tomar un café en el “Derby”, teníamos muchas cosas de que hablar, desde que al terminar la carrera, cada uno siguió por caminos distintos.
Cuando llegué al café “Derby”, ya me estaba esperando Raquel sentada con un café sobre la mesa. Al llegar yo se levantó y nos saludamos con un beso en cada mejilla, me senté a su lado, pedí un café cortado y le manifesté:
-Estoy deseando que me cuentas muchas cosas de tu vida, desde aquella tarde que te vi cogida de la mano de tu novio.
No creas que me llevé un gran disgusto. Volví a ti, tal vez porque me sentía en deuda contigo, cinco años deseando ser tu novio y tu aceptándome, me producía cierto remordimiento de conciencia, no haber intentado declararme. A nadie le agrada que le quiten a la mujer que le gusta, en este caso me sentí liberado, y me fui de Galicia con la sensación de haberme desprendido de mi vida pasada.
Al día siguiente de verte en la plaza de los Torales, me marché a Navarra y al poco tiempo me declaré a Nuria, una muchacha gallega que vivía en el pueblo en donde yo ejercía. Su padre trabajaba en una fábrica de coches en Tudela.
A los dos años nos casamos, a los cuatro tuvimos el primer hijo y a los seis vino la parejita. Cuando estábamos pasando los años más felices de nuestro matrimonio, le vino la grave enfermedad que la llevó a la otra vida en menos de medio año. Ante tal desgracia ya no podía vivir allí, y la idea de venir a trabajar a Galicia comenzó a fluir por mi mente. Solicité aquí unos pueblos sin conocerlos y mira por donde me conceden el que menos deseaba: en el que ejerces tú de profesora.
-Sigo creyendo que el mundo es un pañuelo, y el que bien se quiere siempre se encuentra –me dijo Raquel.
-Yo hubiese preferido no volver a encontrarte, no es que no sienta nada por ti, ya que los primeros amores son difíciles de olvidar. Lo que pasa es que sigo pensando día y noche en mi esposa Nuria, y todos los días me acuerdo de los niños, que hasta que prepare aquí la vivienda, viven con los abuelos en Navarra. No tardaré en traerlos; mis suegros son dueños de una casa en una aldea cerca de Santiago y piensan venir a vivir en ella.
Desde que murió mi mujer, no me he vuelto a acostar con otra mujer, ni siento necesidad alguna de hacerlo.
-Siento lo de tu mujer. Ahora bien, si te encontraras con otra que te animara y te estimulara, seguro que volverías a ser feliz. No esperes que te la traigan a casa, tendrás que buscarla tú.
-Ya te he dicho que no siento necesidad alguna.
-En donde vives ahora, supongo que llevarás vida de soltero.
-En un hotel muy cerca de aquí.
-Y tú donde vives -le pregunté a Mercedes.
-En la Carretera de Pontevedra.
-Mientras yo estuve en Santiago, a esa calle se le conocía con el nombre de Camino Nuevo.
-Esa es la continuación de la que yo vivo, mi piso está situado enfrente del antiguo cine Avenida.
-Desde ahí te queda muy bien para acudir a tu trabajo.
-Por eso lo he comprado en esa calle.
-Desde aquí tienes una tirada hasta allí, supongo que habrá autobuses.
-Si no te importa bajarme en tu coche, podemos cenar en mi casa.
-Tenía pensado meterme en una sala de cine. De todas las maneras tu compañía se me hace más amena, después de tanto tiempo sin verte, que presenciar la proyección de una película. Acompáñame al hotel que está muy cerca de aquí a por el coche.
Salimos del café, nos desviamos hacia la izquierda, cruzamos la calle de la Senra y a cincuenta metros estaba mi pequeño hotel. En realidad no era más que una pensión con unas cuantas habitaciones, que por una módica cantidad de dinero tenías tu habitación limpia, tu cama hecha y un sabroso desayuno por las mañanas, antes de desplazarme al trabajo.
Al llegar saqué las llaves para abrir la puerta del garaje, me di cuenta que las llaves del coche las tenía en la habitación.
-Perdona, tengo que subir por las llaves del coche a la habitación.
-Yo te acompaño sino ya no bajas.
-Como quieras, pero si doy una palabra la cumplo, por lo menos de llevarte a tu casa, lo de cenar ya es harina de otro costado.
Ya dentro del cuarto, pasé al baño a lavarme la boca; al salir en vez de coger la llave y bajar al garaje, me encontré con la muchacha sin el chaquetón, se me acercó y me besó dulcemente en los labios. Mentalmente pronto me di cuenta, que el estímulo del que me hablaba era ella. No se si fue su perfume, su pasta de dientes o que era el demonio reencarnado, desde ese momento no fui dueño de mis actos ya que una neblina cegó mi mente, y sin yo desearlo, me llevó inconscientemente a donde ella quiso: desabrocharle la blusa y la falda, quitarle las prendas interiores y acostarme con ella en mi cama.
Jamás me acosté con una mujer, dejando aparte si luego sintió o no el placer, que tanto ansiase hacerlo conmigo. Como tenía cierta experiencia en el sexo, su comportamiento fue dulce y cariñoso.
Una vez ya más relajada, iniciamos una amena conversación los dos muy juntos en la cama y le pregunté:
-¿Cuánto tiempo llevabas sin hacer el amor?
-Igual que tu me has dicho, que desde que falleció tu mujer, no te acostaste más con otras mujeres; a mi me pasa lo mismo, desde que me dejó mi marido, no hice más el amor ¡Para eso estaba yo!
-¿Y no te acordabas de mí cuando te separaste del marido?
-Acordar sí que me acordaba, pero había perdido toda esperanza de verte algún día, solo sabía por tu amigo que ejercías en Navarra. Para mi era como si hubieses muerto.
-Existe un refrán que dice:” mientras hay vida hay esperanza” y supongo que mi amigo no te diría que había muerto.
-No, eso no me dijo, solo que estabas muy unido a tu mujer.
Entre besos y tocamientos, le pregunté:
-Quien te cuida a tus hijos, que supongo que viven contigo al abandonarte tu marido.
-Por supuesto que el juez me dejó a mí los niños. Los cuida una muchacha que puedo pagarle con mi sueldo y con lo que le asignaron pagar a mi ex –marido a sus hijos, es una chica de un pueblo muy buena asistenta. Creo que los niños le quieren más a ella que a mí.
-Entonces la llamas, le dices que te quedas a cenar con unas amigas y que llegarás un poco tarde, y cenamos juntos para terminar la fiesta.
-De acuerdo, luego me bajas con tu coche a mi casa.
Nos levantamos de la cama, pasamos a la ducha juntos. La chica aunque tenía treinta y nueve años, se conservaba como si tuviese poco más de veinte. Yo también aparentaba menos años de los que tenía-cuarenta y dos-, así que tanto en el baño como por la calle, nos comportábamos como si fuéramos dos jóvenes. Inconscientemente nuestras mentes nos trasladaban a la época de estudiantes. Lo que no hicimos por entonces por nuestra inexperiencia, lo recuperábamos ahora y muy bien por cierto.
Salimos de mi pensión, y cogidos de la mano, seguimos hacia el sur caminando por la acera derecha de la calle de la Senra, hasta la entrada del paseo de la Herradura, nos desviamos a la derecha, accedimos a la calle del Horno y entramos en uno de sus restaurantes.
Durante el trayecto hasta llegar a dicha calle, le fui diciendo:
Porque te hayas acostado conmigo, no creas que todo esté olvidado. La faena que me has hecho no te la perdonaré en mi vida.
-¿Qué querías que hiciera?
-Cuando me viste, tenías que haberle dicho al chico, del que ibas cogido de la mano: perdona un momento, he visto a un muchacho y necesito hablar con él. En vez de hacer eso, que era lo más normal si es que me querías, me miraste, te echaste a reír muy orgullosa del que llevabas al lado y “si te he visto no me acuerdo”.
Llevaba cinco meses sin verte, sabía que estabas por Navarra, pensaba que ya no te acordabas de mí y que me habías olvidado. No iba a exponerme a perder al chico, que acababa de hacerlo mi novio, “mas vale pájaro en mano que cinco volando”.
Llegamos al restaurante, nos sentamos alrededor de una mesa y comenzó a llorar en silencio, y pasó al cuarto de baño a retocarse el maquillaje.
-Perdona si te he ofendido con mi “sermón”, debes de comprender que ahora las circunstancias son otras; ha pasado mucho tiempo desde que éramos estudiantes y yo personalmente he cambiado mucho. Si pudiésemos volver al pasado, que te estuve queriendo platónicamente cinco años, si nos hubiésemos casado, te hubiese hecho feliz por lo menos cinco veces cinco. Ahora bien, esos veinticinco años ya casi han pasado y los tiempos son otros.
-No tenía que haber pasado a tu habitación, cometí un error por no pensar las cosas, no volverá a repetirse.
-¿Por qué? Por decirte que no te perdonaría en mi vida, eso no quiere decir que no te siga queriendo, has perdido algunos puntos, nada más. Aunque te empeñes, lo que hemos hecho hoy ya no tiene marcha atrás, solo me preocupa saber racionarlo, pues ya no tenemos veinte años. Estoy convencido, que si no fuera por tus hijos, esta noche te quedarías a dormir conmigo.
-No seas tan presuntuoso, me quieres hacer rabiar por lo de antaño. No pienses que puedes hacer conmigo lo que se te antoje.
-Si que puedo, pero no debo, nuestro amor me lo impide.
Nos trajeron la cena, antes de comenzar a comer la besé suavemente y le acaricié la cara, pidiéndole perdón. Reconozco que no tenía derecho a pedirte por entonces, que dejaras a tu novio, por otro chico que nunca dio señales de acercarse a ti, a pesar de que tú me lo estabas insinuando continuamente, que lo deseabas.
Durante la cena, le dije:
-Cuéntame los eventos más importantes de tu vida, desde que nos vimos por última vez, hasta hoy, el día de nuestro reencuentro; tanto para ti como para mí, es una fecha muy señalada en nuestras vidas.
Como durante la cena fluían por su cara abundantes lágrimas, le dije:
-No puedo ver llorar a una persona sin motivo alguno. Tan pronto acabemos de cenar te llevaré a tu casa y no te volveré a ver más por el momento, puedes llorar todo lo que te apetezca, pero hazlo cuando no esté yo presente.
-¿Y que sabrás tu por qué lloro?
-No lo se ni me interesa, de todas las maneras te repito que no te volveré a ver por cierto tiempo, si nuestro encuentro es para sufrir “ojos que no ven corazón que no sufre”.
Salimos del restaurante, intenté cogerle la mano que me la rechazó; caminamos hacia mi pensión sin hablar una sola palabra, al llegar saqué el coche del aparcamiento, le abrí la puerta para que se introdujera en su interior y la llevé hasta su casa. Paré el coche delante de su piso, abrió la puerta, salió al exterior y con un movimiento de su mano derecha, se despidió.
-Ya nos veremos, le contesté.
Yo solo pensaba en mis hijos, los llamaba todos los días por teléfono y estaba deseando como “el ciego por ver”, que llegara el día de traerlos conmigo a Santiago. Calculaba que en dos meses estaría todo solucionado, para ocupar el piso que había comprado, al final de la calle de la Rua de San Pedro.
Un día salí con mis compañeros, a tomar un café a media mañana, y me encontré en la cafetería con Mercedes y dos de sus compañeras. Se dirigió hacia mí y me llamó para que acudiese a donde ellas estaban sentadas alrededor de una mesa. Me acerqué y Mercedes me indicó:
-Carlos, te presento a dos de mis compañeras, que además son amigas. Carlos y yo -les dijo-, fuimos medios novios cuando éramos estudiantes. La vida nos llevó por derroteros distintos, y para que os deis cuenta de lo que es la vida, hemos vuelto a encontrarnos, pues Carlos es uno de los tres médicos del Centro de Salud.
Le pedí perdón a mis compañeros por ausentarme de ellos, las invité a los cafés que estaban tomando, y les dije:
-Llevaba bastante tiempo trabajando en Navarra, desde que se murió mi mujer, echaba mucho en falta mi tierra, en el traslado he pedido cuatro centros de Salud y el destino hizo que me vuelva a encontrar con Mercedes. En este momento no pienso en mujeres, solo en mis hijos, que no tuve otra solución, que dejarlos con mis suegros en Navarra.
Si no fuera por mis pacientes, por el ordenador y que alguna tarde acudo a ver alguna película de cine, mi vida en Galicia por el momento sería muy triste y aburrida. Las amistades que tenía cuando era estudiante, no se lo que ha sido de ellas y apenas conozco a nadie.
-¿En donde vives? Me preguntó una de las amigas de Mercedes.
-En Santiago, acabo de comprar un piso, estoy esperando que me den la llave para amueblarlo, y traer cuanto antes a mis hijos a vivir conmigo. Por el momento resido en un hotel.
-Pues en Santiago vive también Mercedes sola con sus hijos, al estar separada podéis acudir alguna vez juntos al cine o a tomar un café y así os hacéis compañía el uno al otro.
-No lo sabía, solo que tenía dos hijos como yo, y una mujer con hijos el tiempo lo debe de dedicar a ellos. Buscaré alguna amiga soltera o viuda, para que me entretenga, ya que casarme de nuevo, no entra en mis planes a corto plazo.
Aún no me había sentado en la consulta al llegar de la cafetería, cuando me sonó el teléfono, era Mercedes que encolerizada me dijo:
-Así que no sabías que vivía en Santiago y que estaba separada, eres un mentiroso y un farsante.
-No tienes derecho a insultarme, le he mentido a tus amigas para que no sospechasen que ya habíamos estado juntos en mi habitación, a nadie le importa nuestra vida; se trata de mentiras oficiosas que no tienen repercusión alguna. Si tienes algo que decirme, vienes esta tarde a mi habitación y me lo indicas personalmente, no me gusta que me chillen por teléfono.
-Claro que iré tan pronto llegue a Santiago, a ver si te enteras que vivo en Santiago y que estoy separada de mi marido.
-Si es una indirecta, te estaré esperando con los brazos abiertos, para pedirte perdón por hacerte pasar una velada tan triste cuando fuimos a cenar. No tengo perdón de Dios ¡No hablarte en todo el camino! Cuando uno no quiere saber nada con una mujer, la deja en paz como si no la conociera, pero no tiene derecho hacerle pasar un mal momento.
A las seis y media llegó Mercedes a mi habitación, se sacó la chaqueta de cuero que llevaba puesta y le dije:
-Perdona, hoy si vienes a echarme una bronca, por creer que te he ofendido, tendrás que hacerlo sentada y vestida. Sí hacer el amor es para sufrir, mejor es no hacerlo; así sin tener relación íntima no tenemos que aguantar los malos modales el uno del otro.
-No digas tonterías, en donde se razona mejor es en la cama, relajados, después de sentir el placer. Ahora bien, si no quieres que me acueste contigo me voy, y “santas pascuas” como dicen por aquí.
-Sí, ahora que has venido, te vas a ir ¡No faltaba otra cosa! No me tomarás por tonto ¿Verdad? Lo que te quiero decir, es que cuando tenga a mis hijos viviendo conmigo, tendré que repartir el amor entre ellos y tú, y como es natural, siempre tendrán cierta preferencia los niños por ser sangre de mi sangre. Además no podremos acostarnos juntos en mi habitación, siempre que nos apetezca.
-Lo mismo me pasa a mí con los míos, -que no te has dignado en bajar a conocerlos-, por mucho que te quiera a ti, nunca podré quererte como a ellos, por eso que me dices tu de la sangre. Para hacer el amor tendremos que coger una habitación en un hotel.
-Un día me invitas a cenar y los conozco, si alguna vez tengo que hacer de padre de tus hijos, cuanto antes los conozca y haga amistad con ellos mejor.
Estando sentado en el sofá hablando de los hijos, Mercedes se sentó sobre mis rodillas y me besó con pasion.
-¿Dónde has aprendido a besar así?
-Observando a las parejas de las novelas de televisión, no me creerás si te digo que las únicas veces que he besado de esta manera ha sido contigo. Jamás mi marido me besó así, ni cuando éramos novios.
-Pues has aprendido mucho de las novelas de televisión, el otro día me has besado como si fueras una artista de cine.
-Que me vale saber besar, si no tenía con quien practicarlo, si no apareces tú, me muero con las ganas. Me has traído la felicidad cuando ya no la esperaba.
-Más vale tarde que nunca.
Nos desnudamos y nos metimos en la cama, al final le pregunté:
-¿Has gozado algo?
-Sí, pero si recibo tanto placer, luego no te enfades que dentro de unos días vuelva a visitarte en tu habitación.
-Que Dios te escuche.
-Creí que ya no me querías, al no hacerme una visita al centro Escolar.
-Te olvidas de que estábamos incomodados desde la noche que fuimos a cenar. También tú podías acercarte con cualquier disculpa al centro de Salud, te hubiese pasado a la sala de curas y nos podríamos haber besado como a ti te gusta.
-Sí ahora que has venido a Galicia, dejas de quererme, soy capaz si no fuera por mis hijos, de tirarme al río Ulla, que al cruzar mi pueblo lleva mucha agua.
-No me digas eso, quitarse la vida es lo peor que puede hacer una persona; fíjate en Romeo y Julieta o en los Amantes de Teruel, el suicidio no les sirvió más que para no gozar de los futuros placeres, que le esperaban en este mundo a lo largo de su vida, si no la hubieran truncado con su muerte. Además nosotros ya no somos jovencitos como ellos, sería una gran estupidez por tu parte.
Un día ya hace mucho tiempo, de cuando te escribí las cartas desde el campamento, conocí a una chica que se enamoró perdidamente de mí. Un domingo la fui a despedir a Zamora, pues ya se nos terminaba el período de estar allí y debíamos de regresar a Galicia. Con gran tristeza fuimos paseando por detrás de la catedral hasta el castillo, con lágrimas en los ojos por nuestra separación, me dijo:
-Si no fuera creyente, de buena gana me tiraría desde lo alto de esta muralla. La miré aún más triste que ella y le respondí:
-Si tú te atreves a hacerlo yo te seguiría y nos haríamos famosos, pasaríamos a la historia como “los Amantes de Zamora”, lo malo del caso sería que ya no viviríamos para disfrutar de la fama.
Si alguna vez tenemos que separarnos, recuerda que ningún placer, ni la felicidad misma, son eternos.
-Nuestro amor aunque comenzamos a disfrutarlo estos días, yo lo estoy disfrutando platónicamente desde que te conocí hace ya casi veinte años. Si tuviéramos que separarnos, para mí supondría un trauma muy difícil de superar, me indicó Mercedes.
-Pues yo, si me abandonas y volvieras con tu marido por ejemplo, haría lo mismo que Rómulo, el primer rey de Roma con las Sabinas: te raptaría.
Durante los dos siguientes meses, Merceds y yo vivimos como si estuviésemos casados, las tardes las pasábamos en mi habitación, luego acudíamos a cenar a algún restaurante y a la salida la llevaba en mi coche hasta su casa.
Esta felicidad pronto tocó a su fin, se iba aproximando la Semana Santa y con el piso amueblado, decidí acudir a Navarra, para traerme los hijos para Santiago. Los profesores de sus colegios me aconsejaron que como faltaba poco para que terminase el curso, no era bueno para los niños cambiarlos de colegio.
Me vine de nuevo a Santiago solo; a pesar de que ya tenía el piso amueblado, en lo esencial para vivir en él, no quise que Mercedes viniese a mi nueva vivienda a acostarse conmigo,
La futura vivienda de mis hijos no la quiero profanar, llevando mujeres a su interior por respeto sobre todo de su madre -le dije a la muchacha.
-Reservaremos una habitación en un hotel y pasaremos la tarde en él.
-Si es de vez en cuando estoy de acuerdo, no sueñes con acudir al hotel cada dos o tres días. Deseo ir alejándome de ti, para que cuando llegue el momento de tener a los hijos conmigo, no eches mucho en falta estos momentos maravillosos que estamos viviendo los dos.
-Por mi vendrías a mi casa –me dijo Raquel-, pero la muchacha recoge los niños en el colegio, que está muy cerca de donde vivimos, pronto los trae para darles la merienda y más tarde acostarlos. En esas condiciones hacer el amor con prisas sería peor que no hacer nada.
-No te preocupes, por el momento iremos a un hotel a pasar las tardes juntos y como se aproximan las vacaciones de verano, tenemos tiempo para pensar lo que vamos a hacer hasta que reanuden las clases y el colegio los niños.
Solicité las vacaciones anuales para el mes de julio, mientras que Mercedes con sus hijos, se iba con su hermana y su cuñado, a disfrutar de sus largas vacaciones veraniegas, al apartamento que su familia poseía en propiedad en la población de Boiro.
Yo tenía conocimiento desde que vivía mi mujer, que en la población catalana de Salou, existía un hotel adaptado para que los matrimonios con niños pequeños, pudiesen pasar allí la vacaciones, en pensión completa y muy entretenidos. Ya que disponía de una habitación para el matrimonio y de otra pequeña para los niños, a la que se accedía por el interior desde la de sus padres. Al exterior estaba rodeado de un parque, en donde se podía observar toda clase de juegos para niños pequeños, piscinas con peces, espacios- jaulas para animales y un conjunto de montañas rusas, camas elásticas, caballitos etc., un auténtico paraíso para los pequeños.
A medidos de junio reservé una habitación en aquel hotel, con acceso a otra pequeña para mis hijos de ocho y seis años: Javier y Rosario.
 A primeros de julio los senté en sus sillas especiales, en el asiento trasero del coche y nos dirigimos hacia Salou con tres maletas repletas de ropa, aunque en el hotel existía servicio de lavandería para niños incluido en el precio. Hicimos el viaje en dos etapas y llegamos sobre las seis de la tarde.
Después de subir las maletas a la habitación y dejar el coche en el parqing del hotel, pasamos al restaurante para que nos sirviesen la cena. Después de esperar una media hora, nos la trajo una camarera que tendría veintiséis o veintisiete años, que en mi vida había visto una chica tan amable y agradable como ella. Como a la niña no le gustaba el puré, no paró hasta conseguir que lo comiese.
Al terminar de cenar, nos acompañó a la habitación para ducharlos, acostarlos, y recoger la ropa sucia para llevarla a lavar. Me quedé asombrado y sorprendido cuando la vi hacer aquellos trabajos, y le pregunté:
-¿Este servicio también entra en el precio del hotel?
-A medias,- me contestó.
-Entonces ¿Por qué lo haces?
-En primer lugar, porque me cayeron simpáticos tus hijos, por ser rubios y muy guapos. En segundo lugar, al ver que no te acompañaba tu esposa, alguna mujer tendrá que hacer de su madre, ya que los padres por mucho que se empeñen, no saben hacer estas cosas.
-No sabes como te lo agradezco. Tenía que traer una muchacha para que los cuidara, pero las circunstancias me lo impidieron.
Mi mujer que era un poco mayor que tú, la perdí por una grave enfermedad y desde entonces me los cuidan mis suegros, yo al ser médico no tenía mucho tiempo para atenderlos.
-Acaba de decirme tu hijo mientras lo acostaba, que su padre era médico, que se llamaba Carlos y que ellos vivían con sus abuelos.
-Ya sabes que a los niños les gusta decir la profesión de los padres, cuando es un poco especial, si quieres guardar un secreto, no se lo cuentes a los niños.
-Yo, la semana que trabaje por la mañana, los acompañaré por la tarde para que se entretengan por el parque, y la semana que trabaje por la tarde, los llevaré a la playa, así me distraigo yo también.
-Tendré que pagarte las horas extras.
-Hablaremos de ello sin prisas. Durante mis horas libres puedo hacer lo que me apetezca, sin tener nada que ver con el hotel: puedo ir a la playa, a pasear etc.
Al día siguiente bajamos a desayunar, nos trajo el desayuno la muchacha y aún se portó mejor que durante la cena del día anterior, hizo que los niños desayunasen todo, a base de besarlos y acariciarlos no se cuantas veces, como si fuera su madre.
Tras la comida y después de la siesta a eso de las cuatro, nos fuimos al parque; los niños no hacían más que preguntarme si no nos iba a acompañar Elena.
-No lo creo, no se a que hora sale de trabajar. Tenéis que daros cuenta que la chica saldrá tarde y tendrá que descansar.
Sobre las cinco apareció Elena, los cogió de la mano y los llevó a hacer un recorrido por el parque. A mí me dejaron sentado en un banco, observando como se divertían, sin acordarse para nada de su padre.
A la semana siguiente, Elena, que así se llamaba la muchacha, trabajaba por la tarde. Bajamos a desayunar y aunque tenía la mañana libre, nos trajo el desayuno y se sentó en nuestra mesa. Al terminar de desayunar, me indicó:
-Sube a la habitación, te pones el traje de baño, bajas el de los niños, que yo ya lo tengo puesto y nos vamos a la playa. Aquí el agua –me dijo-, además de estar templada, al ser rica en yodo es muy buena para el desarrollo de los niños.
Al llegar a la playa, yo extendí una toalla sobre la arena, Elena hizo lo mismo, se fue con los niños a pasear por la orilla del agua y a jugar con ellos en la arena.
Mientras los niños jugaban, la muchacha regresó a donde yo estaba, se echó sobre su toalla y le dije:
Los niños se vuelven locos de alegría contigo.
-Sí, ya van teniendo confianza conmigo- me contestó.
Se levantó de la toalla y se fue a donde ellos estaban. Mientras tanto, se me pasó por la cabeza, que la presencia de aquella muchacha, con ese comportamiento hacia mis hijos, sería cosa de mi mujer, que desde el Cielo me enviaría un ángel, para que le cuidase a sus hijos en este mundo.
Estoy seguro que intentará conquistarme, para atenderme también a mí, y sobre todo para llenarme de felicidad y no tenga que acostarme con otras mujeres, que repercutiría en la educación de los niños.
Me levanté de la toalla, me metí en el agua, a ver si desaparecía de mi mente aquella idea: de que Elena era un ángel del Cielo. Me volví a acostar sobre la toalla, al rato vino Elena y se acostó en la suya.
Para asegurarme si era o no un ángel y si tenía fundamento lo que yo pensaba, le dije:
-Los niños te quieren como si fueras su madre. A mí también me atraes y me gustas. Te voy a pedir, con todo el respeto del mundo, que vengas por las noches a acostarte a mi habitación, así estás más cerca de ellos también por la noche, al mismo tiempo que me alivias un poco mi soledad.
No me contestó, me miró como si ya estuviese esperando lo que le iba a pedir, y se fue corriendo a donde estaban los niños. Al rato volvió y de pie delante de mí me dijo:
-Existe un problema, y sin decirme cuál, se fue de nuevo.
-¡Hay Dios! Va a ser verdad de que es un ángel, mis pensamientos no me han engañado. Tal vez sea todo más sencillo, puede ser que tenga novio, como es lo más normal y quiera seguir con él.
A la media hora volvió con su cuerpo totalmente mojado, lo que indicaba que acababa de bañarse, seguramente para calmar la ansiedad y asimilar lo que yo le había dicho. Cogió la toalla y sin acertar a secarse por lo nerviosa que estaba, antes de que vinieran los niños, agitada y temblándole las manos como las ramas de un árbol, me manifestó:
-El problema radica, en que a pesar de mi edad, no he hecho nunca el amor, no se ni como se hace.
¿Que cosa más rara? ¿Tiene que ser un ángel? Me dije a mi mismo.
Cogí aire y lo expulsé, para liberarme de la tensión que me ocasionaba la idea de que fuese un ángel, y le dije:
-¡Ah! Entonces olvídate de lo que te he dicho, de ninguna manera quiero que pierdas la virginidad con un hombre que no es tu marido, aunque tenía pensado que al final de mes, si nos entendemos bien, cuando nos vayamos de Salou podíamos casarnos en Santiago. Hacen falta unos papeles y estando aquí es muy difícil que nos los puedan enviar.
-¿No querrás casarte conmigo para que te cuide a tus hijos?
-No, si no me gustases, no te hubiese ofrecido el matrimonio, no cabe duda de que tu comportamiento con los niños también influye.
-¿No pretenderás que me case con una mujer que no quiera a mis hijos?
No me contestó.
Como entraba a trabajar a las tres, recogimos las toallas, nos lavamos en las fuentes artificiales de la playa y regresamos al hotel para comer.
Al llegar al hotel Elena me indicó:
-Carlos, sentaros a la mesa, que os voy a traer ahora la comida, a las tres entro a trabajar y ya no puedo atender a los niños como yo deseo.
-No te preocupes, nos arreglaremos nosotros solos.
-Que quieres ¿Que los niños suban a la habitación sin comer?
Al terminar subimos a la habitación para que los niños se echaran una siesta como tenían por costumbre, mientras yo me dediqué a leer uno de los libros que me había traído.
Cuando se despertaron, después de asearlos, nos fuimos al parque a intentar pasar la tarde. Hoy no tendríamos la compañía de la muchacha, así que estaremos menos tiempo, les dije.
Después de dar varios paseos por el pueblo y de tomar unos refrescos en una terraza, a las nueve nos fuimos aproximando al hotel para cenar. Nos sentamos en la misma mesa de todos los días y pronto acudió Elena a traernos la cena. Le dio no se cuantos besos a los niños y les puso una servilleta al cuello para que no se mancharán; me miró con cara seria, y me dijo:
-Un poco más tarde subo a bañarlos y a meterlos en la cama.
-Tranquila, ya los bañaré yo, que tú a esta hora tienes mucho trabajo.
-Si puedo subiré yo como todos los días. Han venido más niños y tenemos que servirle la cena, luego ya los bañan sus mamás. Sin madre creo que están solo los tuyos.
A la media hora subió cuando yo, ya los tenía medio bañados, me indicó que me fuera a mi habitación que ella los terminaba de bañar; los metió en la cama, les dio no se cuantos besos y los despidió. Al pasar por mi habitación, solo me dijo hasta mañana.
-Adiós -le contesté.
Aquella noche, la muchacha, según me contó meses más tarde, luchó interiormente con su destino: por un lado se le presentaba la oportunidad, de convertirse en la mujer de un médico, que no debía de rechazar, y mucho de ello dependía de su conducta con los niños.
Por otro lado no podía comprender con su mente, por qué la rechazaba siendo virgen, pensaba que debía de ser todo lo contrario.
Yo ya no esperaba que al día siguiente nos sirviese el desayuno, ni que nos acompañara a la playa, por haberla rechazado.
No fue así, ya que al otro día cuando bajamos a desayunar, ya nos estaba esperando cerca de nuestra mesa. Aunque no trabajaba por la mañana, nos sirvió el desayuno como siempre y no noté nada raro en su comportamiento con mis hijos.
-¿Has bajado los trajes de baño? Nos vamos a la playa
-No, creí que no nos ibas a acompañar.
-Sube, ponte el tuyo y baja el de los niños.
Como la vi tan seria le manifesté:
-Si no te apetece, no hace falta que nos acompañes, ya le inventaré cualquier disculpa a mis hijos, que justifique tu ausencia.
-Me has despreciado, ya hablaremos de ello cuando lleguemos a la playa.
Cogió con sus manos la de los niños, fue hablando con ellos muy animadamente, mientras yo los seguía por detrás.
Al llegar a la playa, les puso los trajes de baño a los niños y extendió su toalla sobre la arena, yo hice lo mismo pero un poco alejada de la suya.
Dejó que los niños jugasen en la arena, y me dijo:
-Trae tu toalla para aquí, o es que me tienes miedo, algún motivo tendrás. Nunca pensaste en casarte conmigo ¿Verdad?
-Nadie me obliga a ello, si mi proposición no fuese sincera, no te lo hubiese dicho
-Entonces tendrás que explicarme, que diferencia existe en que te entregue ahora lo más sagrado de mi cuerpo, al hombre que va a ser mi marido, o que lo haga después de casado.
-Si tú estás de acuerdo, ninguna, si lo deseas, esperaremos dos días para que lo pienses mejor. El jueves por la noche, dejaré la puerta carrada con solo el pestillo, si te decides entras, en caso contrario a las once cerraré con llave.
-¿Y porque vamos a esperar al jueves pudiendo hacerlo hoy? Si me quisieras un poco, estarías deseando acostarte conmigo cuanto antes.
-Claro que lo estoy deseando, te estaré esperando esta noche con ansiedad. No sabes el peso que me quitas de encima, no me atrevía a pedírtelo y ahora eres tu la que tratas de conseguir, que me acueste contigo.
Nos fuimos a comer, no hablamos una sola palabra delante de los niños, de que Elena iba a venir por la noche a dormir a nuestra habitación. Cuando nos íbamos a echar la siesta, me miró ya más contenta y me dijo:
-No te puedes imaginar lo que siento no poder pasar la tarde con vosotros. Estos días se ha generado en mi interior un sentimiento como madre de tus hijos, que no puedo evitarlo. Luego hablaremos de ello.
Pasamos la tarde como la anterior: en el parque, paseando y tomando unos refrescos y a las nueve nos fuimos a cenar.
-Carlos, - me dijo Elena-, no subas a los niños hasta que yo te lo diga, tan pronto sirva a estos matrimonios, voy con vosotros para bañar y acostar a los niños.
Ya cuando eran más de las nueve y media, subimos a las habitaciones; esta noche me dejó que le ayudara a bañarlos para meterlos cuanto antes en la cama. Ya tenían que estar acostados –me dijo la muchacha-, hoy han llegado nuevos matrimonios y hemos tenido mucho trabajo.
Los niños una vez aseados y cambiados de ropa, se quedaron dormidos de inmediato, Elena salió por mi puerta sin decirme una palabra y se fue.
Yo me desnudé, me puse un pijama y me metí en la cama leyendo un libro. La puerta se quedó como la había dejado Elena al marcharse. A las once si no ha venido, la cerraré con llave y… santas pascuas.
Al cabo de media hora apareció la muchacha con un paquete en su mano derecha, pasó primero a la habitación de los niños a ver como estaban y le pregunté:
-¿Qué traes ahí?
-Una compresa y una braga limpia, como dicen que puedes sangrar, hay que tener cuidado de no manchar la sábana. Apaga la luz, no vaya a ocurrir que se levanten tus hijos y nos encuentren aquí medio desnudos, sin saber de que va la cosa. Además me da vergüenza que el primer día me veas desnuda.
Rápidamente me saqué el pijama y me metí en la cama; al cabo de un rato sentí un fuerte calor a lo largo de mi cuerpo, la muchacha irradiaba calor por todas partes, y que sus labios se unían a los míos.
Como sabía que el primer día, sería muy difícil que sintiera el placer, apenas la estimulé; con toda la suavidad del mundo, realizamos el acto y le pregunté si le había dolido.
-Un poco, menos de lo que esperaba. No enciendas la luz hasta que esté dentro del cuarto de baño, que me voy a cambiar.
Esperé a que estuviese dentro del baño, encendí la luz y al ver que la sábana no estaba manchada, la volví a apagar.
Al rato volvió Elena a la cama cambiada.
-¿Te has manchado?
-Un poco la braga, ya me puse otra limpia y una compresa. Quiero dormir abrazada a ti toda la noche.
-Me parece bien, se abrazó a mí y nos fuimos quedando dormidos.
Al día siguiente Elena se levantó muy temprano, no quería que la encontrasen los niños acostada en la cama a mi lado. Luego en la playa se lo explico: le diré que de ahora en adelante yo seré su mamá y que los papás duermen juntos.
-No tengo la más mínima duda de que se lo sabrás explicar muy bien. Si esta chica no es un ángel, se le parece mucho, pensaba para mí.
Después de que Elena cuando se despertaron los pequeños, los asease y los vistiese, bajamos a desayunar y mientras los chicos lo hacían sin pensar en otra cosa, Elena que le costaba mirarme a la cara, me dijo:
-Ahora no me dirás que te he engañado.
-Y quien te lo ha dicho.
-No he tirado la braga para que la veas cuando no estén delante los niños.
-No hace falta, no creerás que me han regalado la carrera, para saber si una mujer ha hecho o no antes el amor, aunque te parezca raro, es lo que menos me importa. Lo que has hecho antes de conocerme a mí, es cosa tuya, lo que no te permitiría es que de aquí en adelante te acostaras con otro hombre, no estarías en mi casa ni un minuto. ¿No pensarás que soy un liberal en esa materia?
-Ni mucho menos, por eso deseo que la veas con tus propios ojos. Puedes estar tranquilo que a no ser que me violen, jamás te engañaré.
-Esta noche pasas a la administración del hotel para que te den el finiquito, desde hoy tienes bastante con cuidar a mis hijos.
-¿Y porque voy a esperar a esta noche? Iré esta mañana después de desayunar y tú vendrás conmigo para que le pagues el suplemento, por comer en el restaurante y dormir en tu habitación. Si nos ponen alguna pega nos trasladamos a otro hotel. Desde ahora con todo el tiempo libre, podré atenderos mejor tanto a los niños como a ti.
Acudimos a la administración, Elena le pidió el finiquito y el gerente le preguntó:
-Que pasa ¿Vas a trabajar con este señor para cuidar a sus hijos? ¿Te paga más que nosotros?
-No, le contesté yo, va a ser mi esposa dentro de unos días.
-Siendo así, enhorabuena, que seáis muy felices.
-Quería pagarle el suplemento, ya que desde hoy en vez de tres somos cuatro en el apartamento.
-Venir mañana, así le pago a la chica y le cobro a usted el suplemento por la comida y la habitación de la chica.
Ahora sin prisas –me dijo Elena-, subimos por los trajes de baño de los niños y nos vamos a la playa. Al llegar extendimos las toallas sobre la arena y la muchacha se fue con los niños a pasear por la orilla del mar, con la idea de explicarle lo de sus papás.
Después de un rato volvió a donde yo estaba y me dijo:
-Ya se lo he dicho.
-Y ellos como reaccionaron.
-Llenándome la cara de besos, y desde ese momento en vez de llamarme Elena, me llaman mamita. Cuando venga por aquí, me dejas que te bese varias veces, aunque te de vergüenza, para que comprendan que somos sus papás y que entre nosotros edemas de no haber secretos, nos queremos.
Vinieron los niños, se acostaron sobre nuestras toallas entre los dos y se quedaron un rato allí como diciéndonos que aceptaban a Elena como su madre.
Me levanté, los cogí por las manos y los llevé al agua, luego vino Elena y estuvimos los cuatro nadando bajo las olas, hasta que nos cansamos.
Así fue como mis hijos y yo, aceptamos a Elena en la familia, que nos llenó de felicidad muchos años, hasta que una grave enfermedad la llevó al Cielo.
Después de comer subimos a la habitación, Elena acostó a los niños y pasó a la habitación en donde yo me encontraba acostado sobre la cama leyendo un libro, y me manifestó:
-Como a partir de ahora no tengo que acudir al trabajo, y dispongo de todo el día para vosotros, debíamos de hacer alguna excursión por las cercanías, que nos ayudarán a pasar el tiempo más entretenido. Además de ver cosas muy importantes tanto de arte como paisajísticas.
-Me parece muy bien, pero dime ¿Cómo sabes tanto de estas cosas?
-Hice turismo pero no llegué a diplomarme, si no me hubiese encontrado contigo, este invierno pensaba intentar terminar la carrera.
Lo que yo he pensado para los días que nos quedan es lo siguiente: la mañana la pasaremos en la playa, tú sabes como médico, que las aguas son muy gratificantes para los niños que están en la fase de crecimiento.
Las tardes de los días impares después de la siesta, bajaremos a los niños al parque, cuando se cansen daremos pequeños paseos y tomaremos en alguna terraza algo refrescante antes de cenar. Los días pares haremos excursiones por las cercanías, para conocer lo más importante de los alrededores de Salou.
Esta tarde cuando se despierten los pequeños, nos acercaremos a Tarragona que está muy cerca, quiero comprarle alguna ropa a los niños, que están un poco escasos sobre todo de zapatos y ropa exterior.
Al despertarse mis hijos, mientras Elena los arreglaba, yo saqué el coche del aparcamiento y nos dirigimos a Tarragona. Al llegar y después de aparcar el coche, lo primero que hicimos a petición de Elena, fue entrar en la primera iglesia que encontramos, y rezarle a la Virgen tres Aves Marías, por no tener accidente en nuestra primera salida fuera de Salou.
A continuación –le dije a Elena-, te voy a explicar un poco de la historia de esta bella ciudad, luego daremos un paseo observando los restos que nos quedan hoy en día de la antigüedad romana.
La ciudad fue la capital de una de las provincias, denominada  Citerior de la Hispania romana, que abarcaba todo el norte de la península Ibérica hasta la desembocadura del río Duero. Además fue el puerto más importante que poseía el Imperio romano en la Hispania. La ciudad estaba amurallada.
Daremos un paseo por el puerto, que apenas queda nada del puerto romano, luego pasearemos por la muralla observando las olas del mar batiéndose contra el muro y por último nos pararemos un poco en el anfiteatro, que creo que lo han restaurado. Después de hacer el recorrido eran las siete de la tarde y Elena ya estaba nerviosa, pensaba que no le quedaba tiempo para llevar a cabo lo que habíamos venido a hacer: comprarle ropa a los niños.
Entramos en un comercio de ropa infantil, allí estuvimos no se por cuanto tiempo, pues a Elena le costaba bastante decidirse, al fin encontró lo que buscaba y salimos de allí todos contentos.
Como los niños estaban más cansados y aburridos que yo, a pesar de los zapatos nuevos que su madre le había comprado, nos sentamos en una terraza para que tomasen unas naranjadas y nosotros unos cafés para que nos reanimaran un poco.
Cuando nos levantamos de la terraza, aún estaban abiertos los comercios de ropa, y no quería volver al hotel sin comprarle alguna ropa a Elena. Al principio no quería, pero a base de rogarle tanto los niños como yo, compró unas prendas de verano y unos zapatos.
Todo el camino de regreso me vino protestando por haber gastado tanto dinero, que ella se conformaba con ropa más económica. De lo que habíamos gastado con los niños, ni una sola palabra.
Uno de los vestidos lo voy a poner para cenar, por muy guapa que me veas, esta noche no insistas que no vamos a hacer nada, solo besarnos. He leído en varios libros que durante dos o tres días después de perder la virginidad, no se debe de hacer el acto matrimonial, además de que me dolerá, podía sufrir alguna infección en mis partes.
Se puso el vestido nuevo y bajamos a cenar. Como los niños se quedaban dormidos por el cansancio acumulado, subimos a la habitación para ducharlos y acostarlos rápidamente, se quitó el vestido nuevo y puso manos a la obra, contenta, sin que le molestara para nada el trabajo que le daban mis hijos. Estos no tardaron en quedarse dormidos.
-¿porqué no te pones el vestido nuevo y bajamos a la cafetería a tomar algo?
-Lo siento, no quiero que te excites, que luego querrás jugar en la cama. Aguanta estos dos días, que luego nos sobrará tiempo para esas cosas, hoy solo te permito que me beses.
Al día siguiente después de desayunar, lo primero que hizo fue comprar un sobre y una cuartilla y escribirles a sus padres para que le mandaran los documentos necesarios para casarse cuanto antes.
-Cuando lean la carta no lo van a creer, les pongo que me voy a casar con un médico, que además de bueno es muy guapo, se llama Carlos.
-Gracias por el cumplido, leyendo la dirección pude enterarme que era de un pueblo de Jaén y que allí vivían sus padres, ella no me habló una palabra de su familia.
Durante los siguientes días recorrimos toda la costa desde Cambrils hasta cerca de Barcelona. Fueron unos días muy felices que no olvidaré en toda mi vida. Cada vez se volcaba mas con los niños, ya no sabía que hacer con ellos.
El día veintiocho de julio preparamos las maletas, fui por el coche, las metí en el maletero y después de preparar las sillas para los pequeños, nos acomodamos en su interior y salimos de Salou con la idea de llegar a Galicia al otro día, el día uno de agosto debía de incorporarme al trabajo.
Tendremos que hacer una parada para dormir en Valladolid o en Tordesillas. Luego seguiremos por Zamora hasta Santiago- comenté con Elena-.
-Como tu veas, yo del trayecto no se absolutamente nada, vete por donde sea mejor y más corto. Tendremos que hacer alguna parada más, para que los niños hagan pis y tomen algo fresco.
-Muy bien, preocúpate tu de ello, cuando despierten me dices cuando tengo que parar.
Paramos dos o tres veces para que los niños entre otras cosas diesen buena cuenta de un bocadillo que su madre le había preparado para la merienda y tomasen unos refrescos que compramos en una parada de descanso.
Llegamos a Tordesillas sobre las diez de la noche, me pereció mejor parar aquí que en Valladolid, nos sería más sencillo encontrar restaurante para cenar y pensión para dormir. Cenamos, dormimos y desayunamos, a continuación salimos para Santiago pasando por Zamora y Orense. Llegamos a la una del mediodía a Santiago. Aparqué el coche en la calle enfrente del piso y mientras Elena sacaba de las sillas del coche a los chicos, yo subí las maletas y le abrí la puerta para que se acostaran sobre las camas, ya que venían medio mareados.
Después de descansar un buen rato y de indicarle a Elena la distribución de la vivienda, nos fuimos a comer a un restaurante situado muy cerca de donde vivíamos.
A Elena, le pareció muy bonito el piso, aunque poco le importaba, solo deseaba que fuese cómodo para los chicos, y sobre todo que tuviese calefacción durante el invierno.
Al regresar de comer, los niños se acostaron sobre sus camas y se quedaron dormidos. Elena me preguntó cual era nuestra habitación, para ir colocando las cosas que habíamos traído, mientras no se despertaban los pequeños. Como intenté besarla, me dijo:
-Esta noche lo estrenaremos, ahora no es el momento. No temas que en esta habitación, conocerás gran parte de tu felicidad mientras yo viva. La otra parte la encontrarás sin que te des cuenta, en cada uno de los momentos del día.
El día uno de agosto reanudé mi trabajo. Al llegar a casa y abrir la puerta, me encontré a los tres en el hall dándome una cariñosa bienvenida.
A pesar que aún no había colegio, Elena se arreglaba para hacer la compra con los niños, y sobre todo ya almorzados para acudir a echar la siesta antes de mi llegada y que no me molestasen a la hora de comer. Con la mesa puesta y los pequeños en la cama, comíamos los dos solos y entre plato y plato me llenaba de besos.
A la chica la veía muy contenta; la mayor alegría la llevó el once de agosto. Ese día metió a los niños en la cama y acudió ella sola a esperarme a la entrada de la puerta a mi llegada del trabajo. Tan pronto entré al interior, me echó los brazos al cuello y me estrechó largamente. Con la emoción que la invadía no podía ni hablar.
-¿Qué pasa? Le pregunté, creyendo que le había pasado algo malo a alguno de mis hijos. Ya más relajada me dijo:
-Esta mañana he recibido los papeles que me enviaron mis padres, para que nos podamos casar.
-El casarse no es más que una ceremonia, tú y yo ya estamos casados desde el quince del mes pasado.
-En teoría sí, sin embargo debemos legalizar nuestra situación.
-No hay problema, tranquilízate, que voy a pedir los días que me corresponden disfrutar por enlace matrimonial, y tan pronto podamos, lo haremos. Nos casó el párroco de mi aldea. Solo asistieron a la boda mi familia, mis suegros y dos o tres amigos que me quedaban en el pueblo, que fueron los que firmaron el acta como testigos.
No quiso casarse de blanco, llevó puesto el vestido que le había comprado en Tarragona y una chaqueta que compró en Santiago a juego.
Cuando tuvo que pronunciar las palabras “yo me entrego a ti Carlos”, quedó blanca como la cera y tuvo que agarrarse a mi brazo para no desmayarse.
Hicimos una cena en un restaurante de mi pueblo. A las once de la noche como los niños se dormían en nuestros brazos, nos fuimos a casa. No quise que se quedaran aquella noche con los abuelos, para que estos pudiesen disfrutar, hablando con la familia un rato más.
Al llegar a casa, Elena llevó los niños a la cama, que ya venían medio dormidos, mientras yo me fui a aparcar el coche.
Al volver la encontré sentada en el cuarto de estar, y le dije:
-Aunque hemos hecho el amor otras veces, la noche de bodas siempre es especial.
-Ya lo creo, significa mucho para mí, hoy no debo impedirte nada, puedes hacer el amor las veces que te apetezca.
Hasta ese día nunca me había dejado que la tocase más allá del ombligo. Hoy, pensaba para mí, es el día más apropiado para intentarlo, a ver si consigue sentir el placer.
La muchacha se entregó a mí con tanta pasión, embriagada de amor, que no se atrevió a ponerme pega alguna, al intentar estimularle las zonas eróticas con gran delicadeza, conseguí que sintiese el orgasmo por primera vez.
Se abrazó a mi cuerpo durante toda la noche. A la mañana siguiente antes de levantarnos, en medio de una sesión de besos, me comentó:
-Hoy de verdad que fue una noche especial, lo que me has hecho sentir no puedo explicarlo con palabras. Ahora bien, debemos de hacer un sexo sano, sino queremos convertirnos en animales. Este placer que sentí se lo ofrezco al Señor para que haga que te quiera más todavía.
-Quería que conocieras el placer del sexo. Sin embargo reconozco que tu comportamiento conmigo y con mis hijos, vale cincuenta mil veces más, que el placer que se pueda experimentar haciendo el amor. Así que en esa parcela del matrimonio, serás tú la que lleve la voz cantante, yo me conformaré con lo que tú desees hacer.
La amaba tanto por su comportamiento con mis hijos, que en lo que menos pensaba era en el sexo. Si era un placer salir de paseo con ella y los niños por la Herradura, no se quedaba atrás cuando los dos sentados veíamos la televisión, según ella en esos momentos su amor por mí llegaba hasta el infinito
Yo ya no dudaba de que fuera un ángel enviado por mi mujer, y todos los días me preguntaba ¿Qué había hecho yo para merecer semejante premio?
Todo iba sobre ruedas, hasta que un día a finales de mes del agosto, ocurrió lo que tenía que ocurrir: la presencia de Mercedes en mi casa, intentando reiniciar las relaciones sentimentales, interrumpidas por las vacaciones.
Llamaron a la puerta, me levanté del sofá para abrir y me encontré con Mercedes. Entró en el hall y vio a Elena en el pasillo.
-Creí que te habías muerto, dos meses sin tener noticias tuyas ¿Has contratado a una chica para que te atienda a tus hijos?
-A los hijos y a su padre. Llamé a la chica y le dije:
-Elena, ven un momento. Mercedes, te presento a mi joven esposa.
Si le hubiesen pegado una patada en la canilla, no hubiese sentido tanto dolor, como el que le produjeron mis palabras. Dio media vuelta y se fue. No volví a tener más relaciones con ella, a pesar de que la veía alguna vez por la calle. Tan pronto pude, pedí el traslado para pueblos situados hacia el este, por las carreteras de Orense y Lugo, alejados de donde Mercedes ejercía. Me adjudicaron uno a ocho kilómetros de Santiago.
-Quien era esa señora, me preguntó Elena.
-La conozco desde que estudiaba segundo de medicina. Al principio no me preocupé de iniciar relaciones sentimentales con ella y cuando quise ser su novio, ya estaba comprometida con otro chico. Últimamente el marido se le fue con otra mujer más joven, e intenta retornar al pasado conmigo. Ahora bien, nuestras relaciones del pasado eran idealistas, y en la actualidad las hemos convertido en realistas.
Mientras estuve en Navarra, no me he acordado para nada de ella. Lo que son las cosas y las vueltas que da el mundo; cuando decidí ejercer en Galicia, me destinaron a un centro de Salud, situado en el mismo pueblo en el que Mercedes ejercía de maestra.
Desde que llegué a Galicia esta última vez, hasta que fui de vacaciones a Salou, estuvimos cinco o seis meses acostándonos juntos. Te lo digo porque no quiero que te enteres por otra persona; deseo ser sincero contigo y que sepas toda la verdad.
Acostarse con una mujer estando viudo, no tiene ninguna importancia, así no tenía que acudir a una casa de prostitutas, para que me liberasen de mis tensiones, y Mercedes lo hacía muy bien.
Otra cosa muy distinta sería, que me siguiese acostando con ella, una vez que te he conocido a ti y que te hice mi mujer; eso no tendría perdón de Dios.
-Mas te vale, si me entero que sigues haciendo el amor con esa mujer, recojo mis cosas y me voy. Si eso ocurriese reza para que no te retiren la potestad de tus hijos y me los den a mí en adopción. Cualquier juez preferiría que se quedaran conmigo, antes que con un padre que engaña a su mujer con una amante.
-Te pido perdón por mi comportamiento del pasado ¿Quién podía imaginar que ibas a aparecer tú en mi vida? No hablemos más de ello, no olvides que no me gusta llevar la fama sin el provecho. Así que en adelante no me critiques si no estás segura de que me acuesto con ella. Si te dejara a ti por Mercedes, tendría que estar loco.
Viví veintidós años con Elena, sin dejar un solo día de ser feliz. Dos años más tarde mi corazón muy debilitado por las emociones, la tristeza y la soledad, dejó de latir.
Durante los dos últimos años que ya no pude disfrutar de su compañía, estaba tan convencido de que era un ángel, que me había enviado mi mujer Nuria desde el Cielo, para que le cuidase a sus hijos y le hiciera feliz al marido, que tras fallecer Elena, deseaba con toda mi alma acudir al más allá para reunirme con Nuria.

                                                                                                                           Fin.  
                                                                                                                                 

Este relato está basado en una historia real, cuyo protagonista conocí personalmente. Elena se fue al otro mundo sin descifrar si era o no un ángel. Carlos no lo dudó nunca apoyándose en los siguientes hechos:
Apareció en su vida al morir su mujer, con un amor fraternal hacia unos niños, que no le unía lazos familiares con ella, que no tenía parangón en madre alguna. Muy pocas madres tendrían tan desarrollado el instinto del amor a sus hijos como Elena a los de Carlos.
Falleció cuando los niños estaban bien situados en la vida, viviendo felices con su familia ejerciendo de médicos.
Murió de una enfermedad grave, que no fue diagnosticada hasta unos días antes de morir. Cosa muy rara.
Durante los veintidós años no envejeció apenas, su piel conservaba la misma lozanía que cuando la conoció.
No tuvo hijos, a pesar de estar su marido constantemente intentándolo, lo que más deseaba era tener un hijo con ella.
No quiso acudir nunca a un ginecólogo para que le informase de la causa de su esterilidad.