domingo, 22 de julio de 2012

Relato: EL TREN DE MEDIANOCHE




por Florentino F. Botana


Cuando recibí la nota del examen final del curso pre-universitario (8,8), no paré de correr desde la Universidad hasta la pensión en donde vivía, para comunicárselo a la patrona y a los demás pupilos. Fue la mayor alegría que me llevé, desde siete años atrás que había aprobado el ingreso en el Instituto.
Me fui al pueblo de vacaciones de verano. Ya me podía matricular en el primer curso de la carrera de medicina, como era mi deseo.
Satisfecho por finalizar el bachillerato. Aquel verano recorrí todos los bailes de las numerosas romerías que dedicadas a varios santos que se celebraban en la comarca.
En una de aquellas fiestas, vi por primera vez a Elisa, una adolescente de unos dieciséis o diecisiete años. Para mí la muchacha más bella de cuantas había conocido. Desde el primer momento su hermosura y simpatía me dejó totalmente prendado: sus ojos gris azulados contrastaban con su cabello rubio-rojizo, y en su cara angelical se podía adivinar su virginidad.
Desde que la pude observar con detenimiento, sentí unos deseos enormes de sacarla a bailar, pero la timidez y el nerviosismo me lo impedían, pues mi corazón latía fuerte y rápido, y un cierto temblor se apoderó de mi cuerpo.
Fruto de mis humildes estudios, y por experiencia propia sabía que el alcohol mitigaba la timidez, así que entré en el bar, me tomé tres o cuatro vinos, y mientras hacían efecto un cosquilleo subía hacia mi cabeza, dotándome de seguridad.
Ya más tranquilo, me acerqué donde estaba y le pregunté si quería bailar conmigo. Ella asintió
Cuando acabó la canción, le pedí que me concediera otro baile.
-¿Por qué no? – me respondió.-
En la segunda romería, antes de que bailara con otro, la saqué yo a la pista y le comenté que si no tenía compromiso, podíamos bailar algunas piezas más durante la noche.
-No tengo compromiso alguno –me dijo-, a mi edad no quiero atarme con un chico determinado, prefiero bailar con todos.
-Bueno, pues entonces bailaremos un baile más y te dejaré para que cumplas con todos los demás.
-En tu caso es distinto –me indicó.-
-¿Por qué?
-Porque a ti te gusta bailar conmigo y a mi hacerlo contigo.
En la tercera romería, al verla entre sus amigas, me dirigí hacia ella –y le dije.-
-Vamos a bailar, deseo decirte una cosa muy importante.
Al terminar el baile, Elisa disimuladamente tomó mi mano y me llevó hacia el atrio de la ermita. Allí   nos sentamos en el podio que lo cercaba ¿que era eso tan importante que me ibas a decir? -Me recordó.-
-Quiero que seas mi novia.
La muchacha me miró emocionada. Yo bajé la cabeza, y al levantar la mirada, pude observar que de sus hermosísimos ojos, brotaban dos grandes lágrimas.
Desde ese momento Elisa me llenó de paz y de amor. Pero esa felicidad se multiplicó al decidir llevármela a vivir conmigo a una pequeña casa que había alquilado en la Capital gallega.
Me entregó su virginidad a cambio de mi fidelidad, que me impedía no solo acostarme con chicas, sino también besarlas, acompañarlas al cine e incluso tocarles una simple uña.
Nos juramos amor eterno, y le dije que tan pronto terminase medicina, nos casaríamos. Seis años más tarde al licenciarme, y para cumplir el juramento que le había hecho, solicité una plaza de APD. (Asistencia Pública Domiciliaria) Y me destinaron a un pueblo lejos de donde vivíamos.
Por una inesperada enfermedad de su madre, Elisa no pudo acompañarme al pueblo.
- Cuando tu madre se ponga bien y yo disponga de una vivienda digna, venís las dos al pueblo; pues allí, dado su clima, tu madre se recuperará mejor que en este ambiente húmedo de Galicia.
Llegó el día de acudir a la estación, subir al tren y dirigirme al pueblo que me habían destinado. No quise que Elisa viniese a despedirme. Deseaba evitar un triste y doloroso adiós, y hacer luego un viaje angustiado.
Subí al tren, recorrí unos metros del pasillo, y entré en un departamento en donde se sentaban a la izquierda un anciano, y a la derecha una joven muchacha. Coloqué mis maletas en la repisa y me acomodé al lado de la chica.
Al momento el hombre se acostó al darse cuenta que disponía de todos los asientos para él solo. A los pocos minutos de su seca faringe salían fuertes ronquidos.
-¡Qué feliz duerme el abuelo! –Le dije a la chica.-
-¡Ya lo creo! Supongo que lo avisarán al final de su destino, sino seguiría durmiendo toda la noche.
¡Que! ¿De vacaciones? ¿Eres estudiante?-Me preguntó para romper el hielo.
-No; soy médico, acabo de terminar la carrera y de cumplir el Servicio militar. Me han destinado a un pueblo de Zamora.
-Siendo médico y tan guapo, ¿Tendrías muchas mujeres hermosas locas por ti en tu facultad?-Me preguntó con toda naturalidad.
-Gracias por el cumplido. En relación a las mujeres no he tenido tiempo siquiera de observarlas. Me dediqué solo a estudiar, sacando muy buenas notas, que me vendrán muy bien para la calificación final de las oposiciones, que pienso presentarme el verano que viene. De la belleza no debes de preocuparte demasiado, ya que depende de los ojos que la miran.
Aquel anciano debía de ser el demonio reencarnado, ya que el instinto del mal se apoderó de mí, perturbando mi cerebro, dominando al instinto del bien, y arrastrando mi comportamiento hacia la maldad.
Sin acordarme para nada de Elisa, algo maligno me hizo perder la razón y me empujó hacia la muchacha. Tomé con mi mano derecha su mano izquierda pensando que me la rechazaría; no solo no me la rechazó, sino que entrelazando sus dedos con los míos, me la apretó suavemente. Se acurrucó en mi hombro, me miró a la cara y de su boca salieron bonitas palabras alabando mis ojos, mis labios etc.
Al oír sus palabras, mi cuerpo comenzó a temblar como las hojas de un árbol, intenté apartarme de ella pero su perfume penetró en mí profundamente, y el hechizo de sus ojos y su boca, me envolvieron en un torbellino de pasión que no pude resistir. Una nube no solo cegó mi visión, sino también mi mente, haciéndome enloquecer y perder el sentido de la realidad, que me impedía controlar mis actos. Medio aturdido busqué su boca y la besé suavemente, pero la muchacha hizo que el beso se prolongara por más tiempo.
Al dejar de besarme, colocó su cabeza sobre mi pecho, entonces sentí el calor de su cuerpo en el mío y el olor de sus cabellos que acaricié con dulzura, me volvieron a enloquecer, y así quedamos adormilados no sé por cuanto tiempo.
Sacó un cigarrillo del paquete y salió al pasillo a fumar. Volvió a entrar, e intentado saber algo de su vida, le pregunté su nombre. Me llamo Laura, -me dijo- y sacando un bloc del bolso, me escribió sus direcciones repetidas cuatro o cinco veces. Supongo que te darás cuenta por qué las repito- ¿no?
-Si, ¡pero explícate mejor!
-Que siento una ansiedad loca de pasar un fin de semana contigo.
Al bajar la muchacha del tren y quedar solo en el departamento, pensaba que había echado por tierra, tanto mi vida sentimental del pasado como la del futuro. Elisa tal vez se muera de pena, y yo quedaré condenado a vegetar en un mundo, que ya no deseo vivir.
Tenía razón Jorge Manrique, en las famosas coplas a la muerte de su padre,”cual presto se va el placer, como después de acordado, da dolor”.
Con mi actuación en el tren, le había hecho un daño irreparable a mi novia. La culpa tal vez fuese de mis hormonas que no me impidieron seguir adelante. Sabía que sería el fin de nuestro futuro amoroso. Ya no podría ser feliz jamás. He traicionado todas las promesas que le había hecho a Elisa, y desde ahora sería incapaz de mirarle a los ojos .Mal si se lo comunico y peor si no lo hago. El remordimiento de conciencia me atormentará toda mi vida.
Debí de haber perdido el juicio, para hacerle a mi amada semejante canallada.

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