por Florentino F. Botana
Cuando recibí la
nota del examen final del curso pre-universitario (8,8), no paré de correr
desde la Universidad hasta la pensión en donde vivía, para comunicárselo a la
patrona y a los demás pupilos. Fue la mayor alegría que me llevé, desde siete
años atrás que había aprobado el ingreso en el Instituto.
Me fui al pueblo
de vacaciones de verano. Ya me podía matricular en el primer curso de la
carrera de medicina, como era mi deseo.
Satisfecho por
finalizar el bachillerato. Aquel verano recorrí todos los bailes de las
numerosas romerías que dedicadas a varios santos que se celebraban en la
comarca.
En una de aquellas
fiestas, vi por primera vez a Elisa, una adolescente de unos dieciséis o
diecisiete años. Para mí la muchacha más bella de cuantas había conocido. Desde
el primer momento su hermosura y simpatía me dejó totalmente prendado: sus ojos
gris azulados contrastaban con su cabello rubio-rojizo, y en su cara angelical
se podía adivinar su virginidad.
Desde que la pude
observar con detenimiento, sentí unos deseos enormes de sacarla a bailar, pero
la timidez y el nerviosismo me lo impedían, pues mi corazón latía fuerte y
rápido, y un cierto temblor se apoderó de mi cuerpo.
Fruto de mis
humildes estudios, y por experiencia propia sabía que el alcohol mitigaba la
timidez, así que entré en el bar, me tomé tres o cuatro vinos, y mientras
hacían efecto un cosquilleo subía hacia mi cabeza, dotándome de seguridad.
Ya más tranquilo,
me acerqué donde estaba y le pregunté si quería bailar conmigo. Ella asintió
Cuando acabó la
canción, le pedí que me concediera otro baile.
-¿Por qué no? – me
respondió.-
En la segunda
romería, antes de que bailara con otro, la saqué yo a la pista y le comenté que
si no tenía compromiso, podíamos bailar algunas piezas más durante la noche.
-No tengo
compromiso alguno –me dijo-, a mi edad no quiero atarme con un chico
determinado, prefiero bailar con todos.
-Bueno, pues
entonces bailaremos un baile más y te dejaré para que cumplas con todos los
demás.
-En tu caso es
distinto –me indicó.-
-¿Por qué?
-Porque a ti te
gusta bailar conmigo y a mi hacerlo contigo.
En la tercera
romería, al verla entre sus amigas, me dirigí hacia ella –y le dije.-
-Vamos a bailar,
deseo decirte una cosa muy importante.
Al terminar el
baile, Elisa disimuladamente tomó mi mano y me llevó hacia el atrio de la
ermita. Allí nos sentamos en el podio
que lo cercaba ¿que era eso tan importante que me ibas a decir? -Me recordó.-
-Quiero que seas
mi novia.
La muchacha me
miró emocionada. Yo bajé la cabeza, y al levantar la mirada, pude observar que
de sus hermosísimos ojos, brotaban dos grandes lágrimas.
Desde ese momento
Elisa me llenó de paz y de amor. Pero esa felicidad se multiplicó al decidir
llevármela a vivir conmigo a una pequeña casa que había alquilado en la Capital
gallega.
Me entregó su
virginidad a cambio de mi fidelidad, que me impedía no solo acostarme con
chicas, sino también besarlas, acompañarlas al cine e incluso tocarles una
simple uña.
Nos juramos amor
eterno, y le dije que tan pronto terminase medicina, nos casaríamos. Seis años
más tarde al licenciarme, y para cumplir el juramento que le había hecho,
solicité una plaza de APD. (Asistencia Pública Domiciliaria) Y me destinaron a
un pueblo lejos de donde vivíamos.
Por una inesperada
enfermedad de su madre, Elisa no pudo acompañarme al pueblo.
- Cuando tu madre
se ponga bien y yo disponga de una vivienda digna, venís las dos al pueblo;
pues allí, dado su clima, tu madre se recuperará mejor que en este ambiente
húmedo de Galicia.
Llegó el día de
acudir a la estación, subir al tren y dirigirme al pueblo que me habían
destinado. No quise que Elisa viniese a despedirme. Deseaba evitar un triste y
doloroso adiós, y hacer luego un viaje angustiado.
Subí al tren,
recorrí unos metros del pasillo, y entré en un departamento en donde se
sentaban a la izquierda un anciano, y a la derecha una joven muchacha. Coloqué
mis maletas en la repisa y me acomodé al lado de la chica.
Al momento el
hombre se acostó al darse cuenta que disponía de todos los asientos para él
solo. A los pocos minutos de su seca faringe salían fuertes ronquidos.
-¡Qué feliz duerme
el abuelo! –Le dije a la chica.-
-¡Ya lo creo!
Supongo que lo avisarán al final de su destino, sino seguiría durmiendo toda la
noche.
¡Que! ¿De vacaciones?
¿Eres estudiante?-Me preguntó para romper el hielo.
-No; soy médico,
acabo de terminar la carrera y de cumplir el Servicio militar. Me han destinado
a un pueblo de Zamora.
-Siendo médico y tan guapo,
¿Tendrías muchas mujeres hermosas locas por ti en tu facultad?-Me preguntó con
toda naturalidad.
-Gracias por el
cumplido. En relación a las mujeres no he tenido tiempo siquiera de
observarlas. Me dediqué solo a estudiar, sacando muy buenas notas, que me
vendrán muy bien para la calificación final de las oposiciones, que pienso
presentarme el verano que viene. De la belleza no debes de preocuparte
demasiado, ya que depende de los ojos que la miran.
Aquel anciano
debía de ser el demonio reencarnado, ya que el instinto del mal se apoderó de
mí, perturbando mi cerebro, dominando al instinto del bien, y arrastrando mi
comportamiento hacia la maldad.
Sin acordarme para
nada de Elisa, algo maligno me hizo perder la razón y me empujó hacia la
muchacha. Tomé con mi mano derecha su mano izquierda pensando que me la
rechazaría; no solo no me la rechazó, sino que entrelazando sus dedos con los
míos, me la apretó suavemente. Se acurrucó en mi hombro, me miró a la cara y de
su boca salieron bonitas palabras alabando mis ojos, mis labios etc.
Al oír sus
palabras, mi cuerpo comenzó a temblar como las hojas de un árbol, intenté
apartarme de ella pero su perfume penetró en mí profundamente, y el hechizo de
sus ojos y su boca, me envolvieron en un torbellino de pasión que no pude
resistir. Una nube no solo cegó mi visión, sino también mi mente, haciéndome
enloquecer y perder el sentido de la realidad, que me impedía controlar mis
actos. Medio aturdido busqué su boca y la besé suavemente, pero la muchacha
hizo que el beso se prolongara por más tiempo.
Al dejar de
besarme, colocó su cabeza sobre mi pecho, entonces sentí el calor de su cuerpo
en el mío y el olor de sus cabellos que acaricié con dulzura, me volvieron a
enloquecer, y así quedamos adormilados no sé por cuanto tiempo.
Sacó un cigarrillo
del paquete y salió al pasillo a fumar. Volvió a entrar, e intentado saber algo
de su vida, le pregunté su nombre. Me llamo Laura, -me dijo- y sacando un bloc
del bolso, me escribió sus direcciones repetidas cuatro o cinco veces. Supongo
que te darás cuenta por qué las repito- ¿no?
-Si, ¡pero
explícate mejor!
-Que siento una
ansiedad loca de pasar un fin de semana contigo.
Al bajar la
muchacha del tren y quedar solo en el departamento, pensaba que había echado
por tierra, tanto mi vida sentimental del pasado como la del futuro. Elisa tal
vez se muera de pena, y yo quedaré condenado a vegetar en un mundo, que ya no
deseo vivir.
Tenía razón Jorge
Manrique, en las famosas coplas a la muerte de su padre,”cual presto se va el
placer, como después de acordado, da dolor”.
Con mi actuación
en el tren, le había hecho un daño irreparable a mi novia. La culpa tal vez
fuese de mis hormonas que no me impidieron seguir adelante. Sabía que sería el
fin de nuestro futuro amoroso. Ya no podría ser feliz jamás. He traicionado
todas las promesas que le había hecho a Elisa, y desde ahora sería incapaz de
mirarle a los ojos .Mal si se lo comunico y peor si no lo hago. El
remordimiento de conciencia me atormentará toda mi vida.
Debí de haber perdido el juicio,
para hacerle a mi amada semejante canallada.
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