viernes, 20 de abril de 2012

El Joven Detective



Por Florentino F.  Botana

Mi nombre es Carlos, hoy en día soy un respetado juez. Sin embargo, los primeros años de mi vida, los pasé vegetando sin interés intelectual alguno, por el entorno de mi aldea, localizada en uno de los lugares más bellos de la Galicia rural profunda.

Todos los días acuden a mi mente inolvidables recuerdos de aquellos tiempos, que se fueron situando en mi conciencia, ocupando su parcela en la memoria, y ahí perduran, hasta que en momentos nostálgicos recurro a ellos, esperando que me liberen la tensión, y me ayuden en mi difícil profesión de impartir justicia.

Desde los seis años trabajé de pastor, llevando a pacer el ganado al monte. Años más tarde casi por arte de magia ingresé en el Instituto de enseñanza media. El bachillerato lo fui llevando bastante bien, hasta la reválida de sexto que suspendí. Al tratarse de la convocatoria de septiembre, llevaba consigo: por un lado no poder matricularme en el curso siguiente, y por otro perder un año entero.

Esto me llevó a encontrarme mentalmente en el interior de un oscuro túnel, del que se me hacía difícil encontrar la salida. Por suerte para mí, gracias a la recomendación de unos parientes de la patrona de mi pensión, entré a trabajar de ayudante de un investigador privado (antiguo policía). Se llamaba D. Felipe, tenía la oficina en la sombría calle de la Huerta, en las afueras de la ciudad al sur de la plaza del Obradoiro.

Fue sin duda alguna, la mayor satisfacción que me he llevado por aquellos años. Por fin iba a trabajar en lo que a mi me gustaba; hasta tal punto me satisfacía, que estaba totalmente convencido de que sería la profesión que ejercería durante toda la vida. Por otro lado me pagaba l.500 Pts. mensuales y como la patrona me cobraba 1.200 Pts. En cierto modo me había independizado de mi familia, que no era poco.

El primer trabajo serio que me encomendó mi jefe, consistió en investigar el asesinato de un hombre llamado Daniel. Aunque su cadáver fue hallado a unos setenta kilómetros de Santiago a orillas de la carretera que se dirige a Santa Comba. El hombre asesinado vivía en la calle Cervantes de la ciudad de Compostela, ejercía la profesión de Empleado Municipal, y estaba casado con Amelia, profesora del Instituto.

Por el hallazgo de algunos objetos: una daga árabe manchada de sangre y ropa también con sangre que pertenecía al matrimonio, encontrada en el lugar del crimen, al lado del cadáver; la policía le atribuyó la autoría de la muerte de Daniel a su mujer. La detuvieron, pero al no encontrar pruebas concretas en ese momento, a las pocas horas salió bajo fianza hasta que se celebrase el juicio.

La policía solicitó la colaboración de su amigo D. Felipe dada su experiencia y por ser un experto en criminología. Tenemos mucho tiempo para investigar- me decía mi jefe-, los juicios suelen tardar tiempo en celebrarse, para que la policía pueda averiguar los hechos, los abogados buscar testigos y el Juez recopilar todo en el sumario.

Mi misión consistía en indagar todo lo que pudiese en la vida de relación de Amelia, tanto en el Instituto como en la calle y en las cercanías de su casa.
-Por tu edad no tendrás problemas en acudir a las clases del curso pre-universitario- me dijo D. Felipe-.
-Supongo que no, si surgiese algún problema, le puedo decir que voy de oyente.
-Tú verás lo que te conviene. A mí lo que me interesan son datos de esa mujer lo antes posible y cuantos más mejor.

De lo que pude averiguar en el Instituto, saqué la conclusión, por lo que me contaron los alumnos de pre-universitario, la profesora Amelia, tenía una gran amistad con un alumno de dieciocho años, se llamaba Ramiro.

Me indicaron que muchacho era, y a la mañana siguiente lo abordé a la salida de una clase.
-¡Perdona! Soy investigador privado, intento esclarecer el asesinato del marido de tu profesora Amelia ¿Podíamos hablar un momento?
-Me dirijo hacia la Rua del Villar, si me acompañas, te contestaré a tus preguntas.
-Que relación te une a esa señora ¿Eres su amante? Bueno, si te has acostados alguna vez con ella.
-Sí, pero yo no lo maté.
-Yo no digo que tu lo hayas matado, solo intento averiguar quien lo hizo.
Te voy a hacer la última pregunta, te agradecería enormemente que me la contestases.
-Me he enterado de que Daniel sufrió no hace mucho una intervención quirúrgica ¿Me podías decir en que hospital lo operaron?
-Creo que fue en el sanatorio de San Lorenzo, el que está situado al noroeste del parque de la Residencia, muy cerca del paseo de la Herradura.

Le di las gracias por su colaboración y nos despedimos a la entrada de la Rua del Villar. Me dirigí a la oficina con la impresión de que el muchacho era inocente.

Al otro día sin consultar con mi jefe, acudí al sanatorio de San Lorenzo, en donde según Ramiro habían intervenido a Daniel. Mi intención era la de hacerme con una copia de la historia clínica del paciente, aunque para ello tuviese que sobornar a las monjas que llevaban la enfermería del hospital o a alguna joven administrativa.

Al llegar al sanatorio me llamó la atención el espléndido jardín que ocupaba su entorno, me detuve para oler el perfume que sobre un verde tapiz brotaba de las camelias, de las hortensias y de los rosales que realzaban su belleza.

A eso de las nueve de la noche accedí a su interior. Por suerte para mí, al preguntar por el interno de guardia, me encontré con el joven Antonio, que había sido mi compañero de habitación durante varios años. Mientras conversaba con él, una monja la trajo la cena, y al ver que era su amigo, no tardó en regresar con otro plato de comida para que yo pudiese llenar el estómago, las cenas en la pensión eran bastante deficientes.

Mientras cenábamos, me preguntó mi amigo que era lo que me traía por el sanatorio.
-Me interesa todo lo relacionado con la intervención que le practicasteis al paciente Daniel Gonzáles. No se si sabrás que llevo un tiempo de ayudante de un detective y que Daniel fue asesinado hace unos días.
-No estaba enterado de tu profesión, ni que Daniel había sido asesinado.

El interno se acordaba muy bien de la operación que le habían hecho al paciente, y me dijo:
-Creo que lo hemos intervenido de un cáncer de próstata. Al terminar de cenar pasaremos a darle un vistazo a su historial clínico, desde que ingresó hasta que le dimos de alta médica. Ya la puedes leer bien, no nos está permitido sacar los informes de los pacientes fuera del sanatorio.
-No te preocupes, si te parece bien, anotaré en mi cuaderno de notas los datos que me interesan, y le pregunté.
-¿Qué secuelas le pueden quedar a los pacientes, tras sufrir esta clase de intervención?
-Al dos o tres por ciento, una incontinencia urinaria, y al cuarenta o cincuenta por ciento, una impotencia sexual. Esta última es la que más le suele preocupar a los pacientes, si son relativamente jóvenes.
-¡Comprendo!

Al día siguiente al llegar a la oficina, le comenté a mi jefe lo investigado. A Daniel muy bien le pudo quedar, tras la operación a que ha sido sometido, una disfunción sexual.

El hombre se quedó pensativo, y mirándome fijamente, me dijo:
-¡Buen trabajo muchacho! Tal vez en tu investigación esté la clave del desenlace del crimen. En estos casos casi siempre es la mujer la que asesina al marido, incluso consintiéndole que se acueste con otro. Ahora bien, esto se suele dar en esposos muy enamorados de su mujer.
-De todas las maneras- le dije-, su mujer no pudo asesinarlo. Los forenses que pocas veces se equivocan, en este caso basándose en los signos mortuorios (livideces, temperatura del cuerpo etc.), y tras practicarle la autopsia al cadáver, aseguraron que Daniel fue asesinado entre las once y las doce de la mañana del día anterior, y a esa hora Amelia tenía una coartada prefecta: estaba dando clases en el instituto.

Así que le dije a mi jefe, tiene que existir una tercera persona, cómplice de Amelia o de Ramiro, que sea el autor material del asesinato.
Pocos días después, tras un largo interrogatorio en la comisaría de la policía, Amelia y su amante Antonio, se declararon culpables del asesinato de Daniel.
Ramiro no era más que una cabeza de turco, una especie de tapadera, que Amelia se aprovechaba de él para encubrir su verdadero amante.

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