Por Florentino F. Botana
Mi
nombre es Carlos, hoy en día soy un respetado juez. Sin embargo, los primeros
años de mi vida, los pasé vegetando sin interés intelectual alguno, por el
entorno de mi aldea, localizada en uno de los lugares más bellos de la Galicia rural
profunda.
Todos
los días acuden a mi mente inolvidables recuerdos de aquellos tiempos, que se
fueron situando en mi conciencia, ocupando su parcela en la memoria, y ahí
perduran, hasta que en momentos nostálgicos recurro a ellos, esperando que me
liberen la tensión, y me ayuden en mi difícil profesión de impartir justicia.
Desde
los seis años trabajé de pastor, llevando a pacer el ganado al monte. Años más tarde
casi por arte de magia ingresé en el Instituto de enseñanza media. El
bachillerato lo fui llevando bastante bien, hasta la reválida de sexto que
suspendí. Al tratarse de la convocatoria de septiembre, llevaba consigo: por un
lado no poder matricularme en el curso siguiente, y por otro perder un año
entero.
Esto
me llevó a encontrarme mentalmente en el interior de un oscuro túnel, del que
se me hacía difícil encontrar la salida. Por suerte para mí, gracias a la
recomendación de unos parientes de la patrona de mi pensión, entré a trabajar
de ayudante de un investigador privado (antiguo policía). Se llamaba D. Felipe,
tenía la oficina en la sombría calle de la Huerta, en las afueras de la ciudad al sur de la
plaza del Obradoiro.
Fue
sin duda alguna, la mayor satisfacción que me he llevado por aquellos años. Por
fin iba a trabajar en lo que a mi me gustaba; hasta tal punto me satisfacía,
que estaba totalmente convencido de que sería la profesión que ejercería
durante toda la vida. Por otro lado me pagaba l.500 Pts. mensuales y como la
patrona me cobraba 1.200 Pts.
En cierto modo me había independizado de mi familia, que no era poco.
El
primer trabajo serio que me encomendó mi jefe, consistió en investigar el
asesinato de un hombre llamado Daniel. Aunque su cadáver fue hallado a unos setenta
kilómetros de Santiago a orillas de la carretera que se dirige a Santa Comba. El
hombre asesinado vivía en la calle Cervantes de la ciudad de Compostela,
ejercía la profesión de Empleado Municipal, y estaba casado con Amelia,
profesora del Instituto.
Por
el hallazgo de algunos objetos: una daga árabe manchada de sangre y ropa
también con sangre que pertenecía al matrimonio, encontrada en el lugar del
crimen, al lado del cadáver; la policía le atribuyó la autoría de la muerte de
Daniel a su mujer. La detuvieron, pero al no encontrar pruebas concretas en ese
momento, a las pocas horas salió bajo fianza hasta que se celebrase el juicio.
La
policía solicitó la colaboración de su amigo D. Felipe dada su experiencia y
por ser un experto en criminología. Tenemos mucho tiempo para investigar- me
decía mi jefe-, los juicios suelen tardar tiempo en celebrarse, para que la
policía pueda averiguar los hechos, los abogados buscar testigos y el Juez
recopilar todo en el sumario.
Mi
misión consistía en indagar todo lo que pudiese en la vida de relación de
Amelia, tanto en el Instituto como en la calle y en las cercanías de su casa.
-Por
tu edad no tendrás problemas en acudir a las clases del curso
pre-universitario- me dijo D. Felipe-.
-Supongo
que no, si surgiese algún problema, le puedo decir que voy de oyente.
-Tú
verás lo que te conviene. A mí lo que me interesan son datos de esa mujer lo
antes posible y cuantos más mejor.
De
lo que pude averiguar en el Instituto, saqué la conclusión, por lo que me
contaron los alumnos de pre-universitario, la profesora Amelia, tenía una gran
amistad con un alumno de dieciocho años, se llamaba Ramiro.
Me
indicaron que muchacho era, y a la mañana siguiente lo abordé a la salida de
una clase.
-¡Perdona!
Soy investigador privado, intento esclarecer el asesinato del marido de tu
profesora Amelia ¿Podíamos hablar un momento?
-Me
dirijo hacia la Rua del Villar, si me acompañas, te contestaré a tus preguntas.
-Que
relación te une a esa señora ¿Eres su amante? Bueno, si te has acostados alguna
vez con ella.
-Sí,
pero yo no lo maté.
-Yo
no digo que tu lo hayas matado, solo intento averiguar quien lo hizo.
Te
voy a hacer la última pregunta, te agradecería enormemente que me la
contestases.
-Me
he enterado de que Daniel sufrió no hace mucho una intervención quirúrgica ¿Me
podías decir en que hospital lo operaron?
-Creo
que fue en el sanatorio de San Lorenzo, el que está situado al noroeste del
parque de la Residencia, muy cerca del paseo de la Herradura.
Le
di las gracias por su colaboración y nos despedimos a la entrada de la Rua del Villar. Me dirigí a la
oficina con la impresión de que el muchacho era inocente.
Al
otro día sin consultar con mi jefe, acudí al sanatorio de San Lorenzo, en donde
según Ramiro habían intervenido a Daniel. Mi intención era la de hacerme con
una copia de la historia clínica del paciente, aunque para ello tuviese que
sobornar a las monjas que llevaban la enfermería del hospital o a alguna joven
administrativa.
Al
llegar al sanatorio me llamó la atención el espléndido jardín que ocupaba su
entorno, me detuve para oler el perfume que sobre un verde tapiz brotaba de las
camelias, de las hortensias y de los rosales que realzaban su belleza.
A
eso de las nueve de la noche accedí a su interior. Por suerte para mí, al
preguntar por el interno de guardia, me encontré con el joven Antonio, que había
sido mi compañero de habitación durante varios años. Mientras conversaba con
él, una monja la trajo la cena, y al ver que era su amigo, no tardó en regresar
con otro plato de comida para que yo pudiese llenar el estómago, las cenas en
la pensión eran bastante deficientes.
Mientras
cenábamos, me preguntó mi amigo que era lo que me traía por el sanatorio.
-Me
interesa todo lo relacionado con la intervención que le practicasteis al
paciente Daniel Gonzáles. No se si sabrás que llevo un tiempo de ayudante de un
detective y que Daniel fue asesinado hace unos días.
-No
estaba enterado de tu profesión, ni que Daniel había sido asesinado.
El
interno se acordaba muy bien de la operación que le habían hecho al paciente, y
me dijo:
-Creo
que lo hemos intervenido de un cáncer de próstata. Al terminar de cenar
pasaremos a darle un vistazo a su historial clínico, desde que ingresó hasta
que le dimos de alta médica. Ya la puedes leer bien, no nos está permitido
sacar los informes de los pacientes fuera del sanatorio.
-No
te preocupes, si te parece bien, anotaré en mi cuaderno de notas los datos que
me interesan, y le pregunté.
-¿Qué
secuelas le pueden quedar a los pacientes, tras sufrir esta clase de
intervención?
-Al
dos o tres por ciento, una incontinencia urinaria, y al cuarenta o cincuenta
por ciento, una impotencia sexual. Esta última es la que más le suele preocupar
a los pacientes, si son relativamente jóvenes.
-¡Comprendo!
Al
día siguiente al llegar a la oficina, le comenté a mi jefe lo investigado. A
Daniel muy bien le pudo quedar, tras la operación a que ha sido sometido, una
disfunción sexual.
El
hombre se quedó pensativo, y mirándome fijamente, me dijo:
-¡Buen
trabajo muchacho! Tal vez en tu investigación esté la clave del desenlace del
crimen. En estos casos casi siempre es la mujer la que asesina al marido,
incluso consintiéndole que se acueste con otro. Ahora bien, esto se suele dar
en esposos muy enamorados de su mujer.
-De
todas las maneras- le dije-, su mujer no pudo asesinarlo. Los forenses que
pocas veces se equivocan, en este caso basándose en los signos mortuorios
(livideces, temperatura del cuerpo etc.), y tras practicarle la autopsia al
cadáver, aseguraron que Daniel fue asesinado entre las once y las doce de la
mañana del día anterior, y a esa hora Amelia tenía una coartada prefecta:
estaba dando clases en el instituto.
Así
que le dije a mi jefe, tiene que existir una tercera persona, cómplice de
Amelia o de Ramiro, que sea el autor material del asesinato.
Pocos
días después, tras un largo interrogatorio en la comisaría de la policía,
Amelia y su amante Antonio, se declararon culpables del asesinato de Daniel.
Ramiro
no era más que una cabeza de turco, una especie de tapadera, que Amelia se
aprovechaba de él para encubrir su verdadero amante.
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