Por Florentino Fernández Botana
Me llamo Alfonso, narro los hechos pasados, al
cumplir cuarenta y nueve años y después de establecerme de abogado en Santiago.
Mi historia comenzó a los veintitrés años cuando terminaba de examinarme de la
última asignatura del tercer curso de derecho, si la aprobaba, el curso había
sido un éxito, pues solo me quedaban dos años para terminar la carrera. Llevaba
unos días de vacaciones en mi aldea, situada a unos trece kilómetros, siguiendo
la carretera que desde Santiago nos lleva a Ourense, al norte del puente del
río Ulla. Por las mañanas me entretenía paseando, siguiendo la orilla derecha
del río en medio de una robleda milenaria y por las tardes acudía al bar a
jugar unas partidas a las cartas y al dominó, mis juegos favoritos.
En uno de esos bares me encontré con mi amigo
Antonio, mi compañero de fatigas que al estar jubilado por enfermedad, me
acompañaba, tanto por las mañanas caminando por los alrededores y tomando algún
que otro vino antes de comer, como por las tardes, intentando pasar el tiempo
lo más entretenido posible; esperando que llegase la tarde del sábado, que me
subía al autobús y me desplazaba a Santiago. En donde me esperaba mi novia con
ansiedad, para dar un paseo por la herradura, tomar unos cafés y terminar
viendo la proyección de alguna película. Era tan atractiva y cariñosa que con
solo estar a su lado me sentía el hombre más feliz del mundo. Se llamaba Maria
Magdalena, pero todos la conocían por Lena. Solía quedarme en una pensión hasta
el domingo por la noche, que regresaba a la aldea, transitando los trece
kilómetros a pié a altas horas de la noche.
El domingo me angustiaba tener que cruzar, al dejar
la carretera, un camino de unos tres kilómetros entre robles, pinos y
eucaliptos, infestados de lobos, jabalís y otros animales. Ahora bien, lo que
realmente me aterrorizaba era encontrarme con algún ladrón, que aprovechando la
oscuridad de la noche, llenaban de patatas o de espigas de maíz, su saco en las
fincas de sus vecinos. Si por casualidad me encontraba con ellos, temía que fuesen
capaces de matarme, para que no los delatase.
Aquel espacio era un lugar tenebroso. Al correr por
las cercanías las aguas de un río, estaba durante toda la de noche cubierto de
nieblas, y las sombras de las ramas de los árboles que crecían en su entorno, creaban
imágenes fantasmagóricas, hasta tal extremo que transitar de noche por allí se
le encogía el corazón al transeúnte.
Debió de ser siempre misterioso, ya que sobre él se
generaron una serie de leyendas negras. Allí habían ocurridos robos, atracos y
hasta crímenes en tiempos de la Guerra Civil española. Si alguien te atacaba,
por mucho que gritaras, no te oían en ninguna aldea y si alguno sentía gritar,
huía a toda velocidad.
Una tarde al terminar la partida de cartas, Antonio
me dijo que lo acompañara, que me iba a llevar una gran sorpresa, caminé con él
hasta las canteras de “Ramil”, al llegar allí, sacó un revólver que llevaba
sujeto al cinturón, y una caja de balas del bolsillo y primero él y luego yo,
comenzamos a hacer practicas de tiro, hacia las paredes de la cantera para que
el ruido no se oyera fuera del entorno.
Al terminar el ejercicio, le pregunté:
-¿Como te has hecho con esta arma?
- Se la compré a un camionero amigo mío, que se
dedica a llevar y traer mercancías de Euskadi, que según me dijo, se la había
comprado a un señor de Vitoria por quince mil Pts. Se trata – me indicó-, de un
revolver del calibre 38, que un armero
del País Vasco, le recortó el cañón y le encamisó el tambor, con el objeto de
poder usar las balas de la pistola “Astra”, más fáciles de conseguir que las
del revolver, que prácticamente no existen. Se trata de una auténtica joya,
ocupa bajo la chaqueta lo de una pistola y la eficacia y la potencia del tiro
es muy superior.
Como me dices, que el domingo cuando regresas, a
altas horas de la noche de ver a tu novia, sientes miedo al atravesar el
bosque. Este sábado te lo vas a llevar y ya me contarás el lunes, si con él en
el bolsillo sentiste menos miedo, al pasar el oscuro bosque. Yo sin el arma no
sería capaz de pasar por allí después de la media noche.
A la hora de ir a coger el autobús, me duché y a
pesar del calor que hacía, me puse un traje de chaqueta, con el fin de ocultar
el arma bajo la americana sujeta al cinturón.
Al salir de casa, como no existía peligro alguno,
metí el arma dentro de una cartera que empleaba para llevar los libros a la
facultad, la cerré con llave y la dejé en casa de mi novia hasta regresar,
mientras que las balas las llevaba en el bolsillo de mi americana.
El domingo solía dejar a mi novia a las diez y media
en su casa, allí recogía la cartera y comenzaba caminar. Tenía que recorrer
toda la ciudad de un extremo al otro, ya que Lena vivía en el último barrio
hacia el oeste y yo tenía que recorrer la mencionada carretera hacia el Este,
Así que a los trece Km. Había que añadirle tres más. Por estos tiempos no
existían apenas coches para hacer auto Stop y el único medio de transporte eran
las bicicletas, que no me servían para desplazarme hasta Santiago
Al dejar
atrás las últimas casas de Santiago, sacaba el arma de la cartera y la colocaba
en la parte izquierda de mi cintura por dentro del pantalón sujeta con el
cinturón. A los pocos minutos de comenzar a atravesar el monte, apareció de
frente un señor mal vestido, que no pude saber a que aldea pertenecía, pues no
lo había visto en mi vida. Al observar la figura, unos metros antes de
encontrarnos, cambié la cartera para la mano izquierda, metí la derecha por
debajo de la chaqueta y levanté el gatillo del arma. Yo caminaba por el centro
de la calzada y el hombre se apartó y ni siquiera me miró.
No sentí escalofrío alguno al hacer la travesía del
monte, si me ataca –pensaba para mi-, le meto las seis balas en su cuerpo. Así
que decidí comprarle el revolver a mi amigo Antonio, que lo estaba deseando aunque
no andaba muy sobrante de dinero. Me pidió treinta mil pesetas, le ofrecí
veinticinco mil y cerramos el trato.
A partir del día que me hice con el arma, metida
dentro de la cartera o sujeta con el cinturón, ya no sentía miedo, ni se me
encogía el corazón, al atravesar a partir de la media noche el temido bosque.
A veces al dejar a mi novia, si me encontraba con
algún amigo, alargábamos la noche con amenas charlas, tomando una copa en un
bar, sin acordarme para nada, que luego tenía que cruzar el bosque.
Acudía todos los sábados a pasar la tarde-noche con
mi novia, casi siempre me quedaba en Santiago, con el objeto de pasar el
domingo con ella y así saciarme de sus caricias, ya que era muy afectiva.
Un día paseando me preguntó Antonio ¿Qué tal al
cruzar el bosque? ¿Te es positiva el arma para transitarlo, llevándola encima?
-¡Ya lo creo! Desde que llevo el arma, no sé lo que
es tener miedo al atravesar el fatídico bosque.
El Temor que sentía al dejar la carretera y tener
que introducirme en aquel espacio misterioso, me impedía acudir más días de la
semana a Santiago a pasar la tarde con mi novia.
Un martes después de jugar la partida, encontrándome
un poco aburrido, en vez de acudir a las canteras con mí amigo a hacer
prácticas de tiro. Al ver parado al autobús delante de mí, decidí acudir a
Santiago a ver a mi novia y me subí al vehículo ante la extraña mirada de mi
amigo Antonio, que no esperaba mí inesperado y repentino propósito de acudir a
Santiago, dejándolo solo, con las ganas de seguir practicando el tiro.
Mi idea al desplazarme a Santiago, era la de darle a
Lena una sorpresa. Al llegar a la ciudad, entré en el bar Madrid a tomar un
café y una copa, para animarme un poco, e inicié el camino hacia el barrio del Pedroso
y la sorpresa me la llevé yo.
Al llegar, dada la confianza que gozaba con las dos
hermanas, corrí el pestillo y le di un golpe con el pie a la puerta, pasé al
interior y mi asombro fue infinito, al observar a la muchacha desnuda en la
cama con un chico, haciendo el amor.
Saqué lo más rápido que pude el revolver de la
cartera y sin hacer caso de lo que me decía, apreté por dos veces el gatillo
del arma sobre su cabeza. Mientras que su compañero dando un salto
impresionante, salió de la habitación hacia la puerta y echó a correr desnudo
por el centro de la calle hacia el monte Pedroso. Salí a la puerta y en mi vida
había visto correr tan rápido a un individuo; cuando me di cuenta, ya llevaba
más de cien metros recorridos y se me hizo imposible poder dispararle. La gente
al oír los disparos y al ver correr al individuo, lo increpó, sobre todo cuando
yo también gritaba desde la puerta, ¡Al asesino! ¡Al asesino!
Volví a entrar en el interior de la casa, mientras
metía la pistola en la cartera, para saber lo que había ocurrido con Maria Magdalena, pasé a la
habitación del crimen a observar si vivía o estaba muerta y allí se encontraba
desnuda, sin vida, sobre la cama en medio de un charco de sangre.
A toda velocidad, antes de tener que aclararle a los
vecinos el crimen cometido, temiendo que me liquidaran también a mí, me dirigí
hacia la ciudad, crucé el río por el puente de Santa Isabel y siguiendo la
calle situada por detrás del hospital, me acerqué al cuartel de la Guardia
civil, a comunicarles que acababa de asesinar a mi novia.
Me dejaron en el despacho del Comandante del puesto,
mientras dos guardias acudían al lugar en donde había ocurrido el crimen, a ver
si era verdad o mentira lo que les decía. A su regreso, me esposaron y me
aislaron dentro de un pequeño calabozo hasta la mañana siguiente, que me
llevaron en un furgón blindado, al juzgado a ponerme a disposición del Juez,
quien dictó cárcel provisional sin fianza.
El mismo día me trasladaron a un penal situado cerca
de La Coruña, allí estuve cerca de dos años, que se me hicieron dos siglos,
hasta que le tocó el turno a mi juicio, que lo llevaron a cabo en una sala del
juzgado de Santiago a puertas abiertas.
Como no tenía dinero para pagar a un letrado, me
enviaron a la cárcel a un joven abogado de oficio. Vino a hablar conmigo varias
veces, antes de que se celebrase el juicio; le dije que no preparase defensa
alguna, ya que yo mismo me había declarado culpable de la muerte de la joven en
el cuartel de la Guardia civil.
El tiempo libre que disponía en la cárcel Zamorana,
lo dediqué a aprender de memoria, el Código penal y el Código civil, si al
salir del penal, quería vivir de la abogacía. Hoy puedo afirmar sin ánimo de
equivocarme, lo bien que llevó la defensa mi compañero, apoyándose en la enajenación mental transitoria y en el shock
emocional, dirigiéndose al tribunal, les dijo:
- En esas condiciones mi defendido no era
responsable del acto cometido.
Llevó al juicio a dos médicos a declarar, para que
le pudieran certificar que la enajenación mental transitoria, podía
considerarse una locura momentánea y que le podía sacar a uno fuera de si y
turbarle el uso de la razón, al contemplar el espectáculo (su querida novia
acostada con otro hombre), anímicamente por el cariño que le tenía, le pudo
incrementar más la locura y caer en un shock emocional.
Hizo declarar al segundo médico, que el shock
emocional, venía a ser una reacción psíquica producida por una emoción o
sentimiento de gran intensidad y en un corto periodo de tiempo.
Dirigiéndose al tribunal y al jurado, les dijo:
Así fue como actuó el procesado, como un enajenado
que perdió el juicio momentáneamente y que la visión por lo que
sentimentalmente representaba para él, lo dejó perturbado no dudando en
disparar. Si de algo hay que penar a mi defendido, es por tenencia ilícita de
armas.
Repito que la defensa del compañero que me defendía,
desde el punto de vista jurídico fue excelente. Dándole además un gran énfasis
a los hechos. Lo último que dijo dirigiéndose al jurado fue: cualquier chico
actuaría así, si tuviese una pistola en su poder, al ver a su querida novia haciendo
el amor con otro muchacho; tal vez un antiguo novio de Maria Magdalena.
A pesar de su esfuerzo con una gran defensa, no pudo
impedir que me condenasen a treinta y cinco años de cárcel, privándome de la
libertad.
Lo que pasó tenía una fácil explicación: que tanto
el tribunal como el jurado, no tuvieron en cuenta, la fenomenal defensa que
hizo mi abogado defensor, tal vez por tratarse de un letrado de oficio.
Me trasladaron a un penal situado entre las
poblaciones de Zamora y Salamanca, en medio de un terreno desértico de la
provincia de Zamora.
Cuando me condenaron a treinta y cinco años de
cárcel, por el asesinato de mi novia, tenía veintitrés años de edad y acababa
de aprobar el tercer curso de derecho, en la universidad de Santiago de
Compostela.
Al entrar en el penal a mediados de los años
sesenta, sabía tal como estaba evolucionando la vida, que el mayor problema, no
sería pasar a la sombra esos años privado de libertad, impuestos por el Juez
que me condenó, sino adaptarme a la vida del futuro, ya que cuando lograra la
libertad, si es que la conseguía, tendría cerca de sesenta años.
En la cárcel gallega, mi mente pasó por un verdadero
tormento y mi cuerpo por alguna que otra vejación física, durante los dos años
que pasé en aquel penal.
Sin embargo en la cárcel de Zamora, si no fuera
porque vivía privado de libertad, diría que estaba tan a gusto, como si
estuviese en el interior de mi casa.
Desde el primer momento el Alcaide me protegió, sin
saber el por qué, como si fuera de su familia. Sabiendo que yo tenía aprobados
los tres primeros cursos de la carrera de derecho, me regaló los libros de los
cursos cuarto y quinto, para que pudiese acabar la carrera estando en el penal.
No conformándose con eso, me encargó el control de
los libros que se llevaban los presidiarios de la biblioteca, para que los
devolviesen y no los tirasen a la basura, clasificándolos y limpiándolos del
polvo cada cierto tiempo.
Años más tarde colaboré ayudando a llevar la
administración interna de la cárcel.
Había como en cualquier penal, homosexuales, matones
y asesinos como yo, pero jamás se metieron conmigo. Tal vez conocieran mi
amistad con el Alcaide y el miedo a las jaulas oscuras, les inhibía la
violencia contra mi persona. Cuando llevaba de recluso cuatro años, terminé la
carrera de abogado. El Alcaide me dejó salir acompañado de un carcelero a
Salamanca a matricularme y examinarme sin problema alguno.
Me preocupaba mucho de estudiar el Código penal,
pero tampoco dejaba de leer el Código civil y el Derecho romano.
Al enterarse los demás reclusos de que había terminado
la carrera y que pasaba el día estudiando el Código penal, todos querían que yo
los asesorase, por si tenían alguna posibilidad de apelar al Tribunal Supremo.
Llegó un momento, que tenía más clientes reclusos, que si tuviese un despacho
en la calle.
Todos querían estar al día, sobre todo si se había
reformado el Código penal, por si tenían alguna posibilidad de salir cuanto
antes de aquel infierno.
Fuese por una causa o por otra, conmigo nadie se
metía y mi comportamiento con el Director fue siempre intachable. Muchas veces
me decía que yo era un preso modelo; si todos fueran así, en vez de cárcel
sería esto una comunidad de personas.
Cuando ingresé en la cárcel, transitaban por las
carreteras media docena de coches y me quedaba anonadado, cuando me contaba el
Alcaide, que ahora (veinticuatro años después), circulaban millones de coches
por las carreteras de España, que los americanos habían ido a la luna y que se
construían satélites para ver la televisión, sin necesidad de usar repetidores,
y que algunos de ellos colocándolos en una órbita del espacio, podían llegar hasta
el planeta Marte. Tanto me contaba que sentía unas ansias locas de salir de
allí y poder verlo todo con mis propios ojos.
Llevaba veinticuatro años encarcelado en aquella
prisión, situada en una especie de desierto, aislada de toda civilización;
cuando me concedieron la libertad condicional –salir por la mañana y regresar
por la noche al penal- ¿Que ganaba yo con ello, si solo existían pequeñas
poblaciones por los alrededores de la cárcel? ¿A dónde me podía desplazar yo,
las doce horas que gozaba de libertad?
Quedaba limitado a tomar un vino en un pueblo, luego
pasear una o dos horas, acostarme en un monte cercano, si el tiempo me lo
permitía y a la media tarde regresar a la sombra.
Gracias a Dios que desayunaba antes de salir y
cenaba al regresar a la cárcel, tal como estaba la vida, del dinero que
disponía, no deseaba gastarlo por si algún día al salir del penal, tenía que
alquilar una bajera y abrir una consulta de abogado. Cuando vivía en Santiago
un vaso de vino costaba una peseta y cuando gozaba de libertad condicional de
doce horas, un vino en un pueblo cercano venía a costar cerca de cien pesetas.
De todas las maneras como tenía un poco de dinero
ahorrado, no dejaba de acudir casi diariamente al bar y me entretenía jugando a
las cartas con algunos vecinos. Ninguno de los que jugaban conmigo, imaginaba
que fuese un presidiario.
Nadie me preguntaba de donde era y a que me dedicaba,
hasta que un día uno de los que jugaban en mi mesa me lo preguntó. No tuve otra
opción que mentirle, diciéndole que hasta no hacía mucho, había trabajado de
representante de tractores, como dejaron de venderse, por estar el comercio muy
saturado, la empresa me despidió y no tuve más remedio que acudir a la oficina
del paro, para que me fuesen abonando mensualmente los dos años que me
correspondían. Vivo en el pueblo de Cuelgamures, como allí no hay partidas, me
desplazo hasta aquí para no aburrirme, el estar todo el día sin hacer nada y al
ser soltero, por mucho que pasee, la soledad me está consumiendo la vida.
Un día después de pasear dos horas y de estar
acostado otras dos en un pequeño bosque cercano, acudí a tomar unos vinos a un
pueblo llamado el Piñero, tal vez por la gran cantidad de pinos piñoneros que
existían por sus alrededores. Entré en el bar, pedí un vino, que me lo sirvió
una chica de unos treinta años, que no la había visto jamás por el pueblo.
Le pregunté sin mucho interés, ¿A que se debía que
me sirviera una chica tan guapa que es la primera vez que la veo? ¿De donde has
salido? ¿Estás aquí de paso?
A que soy hija del Sr. Pedro, el dueño del bar. Estoy
de maestra en un pueblo no muy lejano de aquí, y al tener ocho días de
vacaciones durante la semana santa, al estar soltera, me entretengo ayudándole
a mis padres y por no estar sola en la pensión del pueblo en donde ejerzo. Me
llamo Emma.
-¡Quien lo iba a decir! ¡Encontrarme en este pueblo
con una maestra!
A partir de aquel día, no dejé de acudir a aquel
bar, esperando que me sirviera la hermosa muchacha.
Día tras día fue cogiendo confianza conmigo, hasta
tal punto que a veces se sentaba a mi lado en la mesa de juego, para verme
jugar y esperar que yo ganase el café, que era lo que nos jugábamos.
Yo por entonces tenía cuarenta y ocho años, mi aspecto
era tan juvenil, que muy bien podía pasar por un chico de unos treinta y cinco
años.
Los cuatro o cinco días de la semana los viví en un
sueño, hablando con la muchacha y lo más importante: que la chica deseaba
hablar conmigo, tanto o más que yo con ella.
El jueves santo, al llegar al bar al mediodía, me
dijo:
-¿Por qué no me acompañas esta tarde a los oficios y
luego a la salida podemos pasar a la cafetería (la única que existía en el
pueblo), a tomar un café y me cuentas un poco de tu pasado?
-Mi pasado es muy monótono y si te lo contase te
aburrirías. (Yo no me atrevía a contarle mi pasado, por miedo a que no quisiera
hablar más conmigo).
Como la mayoría de las mujeres desean casarse, a
Emma ya se le estaba pasando la edad y deseaba buscar un marido un poco culto,
que compartiera su vida con ella y hacía todo lo posible para encontrarlo.
Si no fuera verdad lo que digo ¿Cómo se explica la
confianza que tomó conmigo desde el primer día? Debió de observar en mí cara
que debía ser una persona culta, ya que lo que le dije a un jugador de los que
jugaban en mi mesa de que era representante, no se lo creyó desde el primer
momento. De ahí que deseaba conocer mi pasado.
Hacia las nueve de la noche le dije que tenía que
marcharme, mi madre, una anciana de ochenta y cuatro años, ya me estará
esperando, para que le de la cena y la acueste.
Nos despedimos y la chica mirándome fijamente a la
cara, me preguntó:
-¿Vendrás mañana a tomar café y a jugar la partida?
-Seguro que sí, por hablar y estar contigo, sería
capaz de venir a pie desde Zamora.
-No hace falta que hagas esos esfuerzos, ni yo lo
deseo. Ahora bien, como en el pueblo apenas tengo con quien hablar, hacerlo
contigo me relaja la mente y me eleva el espíritu.
Acudí el sábado al bar, comiendo por el camino el bocadillo
que me había preparado el cocinero del penal. Al llegar, le vi menos alegre que
otros días y poco comunicativa; al servirme el café, le pregunté porque estaba
tan disgustada ¿Le ha pasado algo grave a tu familia? ¿Que motivo tienes para estar tan seria?
No estoy enfadada, ni le ha pasado nada a mi familia.
Estoy triste porque cuando comenzábamos a conocernos, me tengo que marchar al
pueblo en donde ejerzo y por una semana no podemos volver a vernos.
Dadas las circunstancias, jamás unas palabras me
llegaron tanto al fondo de mi corazón, como las que me acababa de decir Emma.
-No te preocupes, estaré deseando que llegue el
próximo fin de semana, para estar contigo y tomar algo juntos.
-Los dueños de la pensión en donde vivo desde que
estoy en ese pueblo, tienen muy buen corazón y me tratan como si fuera hija
suya, sin embargo, no dejan de ser unos analfabetos y prácticamente no tengo
con quien tomar un café. ¿Por qué no vienes tú el próximo fin de semana a verme
al pueblo? Seguro que lo pasaremos mejor que en este. Si estamos los dos
juntos, el tiempo se nos pasará sin darnos cuenta.
Pensaba para mí ¿Cómo reaccionaría Emma, si se
enterase de que soy un presidiario?
El fin de semana completo no puedo acudir a verte,
tendrá que ser un sábado o un domingo, ya que a las nueve tengo que regresar,
para darle la cena a mi madre y llevarla a la cama. No puedo dejarla sola
durante toda la noche.
El domingo por la tarde sacó su pequeño coche del
garaje, situado al lado del bar y se fue a reanudar las clases tras las
vacaciones. Me repitió dos o tres veces que el pueblo se llamaba San Juan de la
Ribera y que se encuentra a una distancia de unos tres kilómetros de Piñero.
Tienes que coger la carretera que se dirige hacia el sur; a la salida de
Piñero, verás el letrero indicándote la distancia en kilómetros que hay hasta
San Juan de la Ribera. Creo que son tres.
Pasé la semana más larga de mi vida, cuanto más
ansiaba que llegase el sábado, más tardaba en llegar.
Por fin llegó el día y aprovechándome de la amistad
que me unía a uno de los cocineros, después de desayunar le pedí que me hiciese
un bocadillo; no tengo apenas dinero, para comer un menú en un restaurante de
algún pueblo y sin comer nada al mediodía, con el estómago vacío, comienzo a
sentir hambre.
-No te preocupes –me dijo el cocinero-, de aquí en
adelante te haré un buen bocadillo, para que puedas comer algo al mediodía,
mientras gozas de libertad condicional.
El domingo al marcharse Emma, me indicó que le
dijera, a que hora acudiría el sábado a verla al pueblo, que me esperaría en la
plaza delante de la fuente.
-Espérame entre las diez y media y once de la
mañana, si a esa hora no estoy allí, es que no puedo acudir a visitarte.
-Intenta venir, primero iremos a misa, a la salida
de la iglesia tomaremos un vermú y luego yo me voy a comer a la pensión y tu te
acercas al único restaurante que existe en el pueblo, a comer un menú. Por la
tarde tenemos todo el tiempo libre, para hablar de nuestras cosas.
El sábado salí del penal sobre las nueve y media de
la mañana, llegué al pueblo de Emma a las once menos cuarto, busqué la plaza y
allí estaba la muchacha sonriente, esperando que yo llegara. Desde que la pude
observar a lo lejos, hasta que llegué a donde estaba, mentalmente pensaba: que
disgusto se va a llevar la chica, cuando le diga quien soy; y hoy se lo tengo
que decir y que sea lo que Dios quiera.
Me acerqué a la fuente en donde me esperaba, la
saludé con un beso en cada mejilla, le cogí su mano izquierda con mi derecha,
esperando que me la rechazase; así tendría un motivo para hablarle lo menos
posible y contarle mi pasado. No me la rechazó, todo lo contrario, me la apretó
suavemente e iniciamos un pequeño paseo, antes de acudir a la iglesia a oír
misa.
A la salida de la iglesia, pasamos a tomar un vermú
que pagó Emma (no me dejó pagar a mí por estar en su pueblo), nos despedimos
quedando de reunirnos a las tres en el mismo lugar-en la plaza enfrente de la
fuente-, la chica se fue a comer a su pensión y yo salí hacia las afueras del
pueblo, para comerme el bocadillo que me había preparado uno de los cocineros y
que llevaba en el bolsillo interior de la americana.
A las tres de la tarde llegué yo un poco antes que
Emma. Al llegar esta, me dejó un poco sorprendido, al cogerme del brazo como si
llevásemos seis meses de novios, sin darle la más mínima importancia, como si
fuera lo más normal.
Al ver que la chica tomaba en serio nuestra relación
sentimental, me armé de valor y le dije:
-Tendrás que perdonarme por haberte mentido y
engañado; quiero que sepas que no tengo una madre anciana, ni cosa que se le
parezca, mi madre por desgracia ya se murió hace tiempo. Te he mentido, porque
no me atrevía a decirte que soy un presidiario. Estoy en la cárcel que está
situada al norte del pueblo de tus padres, gozando de libertad condicional:
salgo por la mañana y tengo que regresar a dormir antes de las diez de la noche
al penal.
Paseábamos por una estrecha carretera por las
afueras del pueblo, cuando le comenté mí atormentado pasado, seguimos paseando
y no se por cuanto tempo lo hicimos, sin hablar una sola palabra, solo nos
mirábamos a los ojos a ver si por ellos nos brotaban las lagrimas. Me quedé mas
que sorprendido, al observar que la chica no retiró su brazo que llevaba cogido
al mío.
Ya estábamos llegando a un pequeño pueblo, cuando le
dije a la chica, que diésemos la vuelta, deseaba volver cuanto antes al penal,
estoy condenado a vivir en soledad y en medio de una sociedad que me rechazaría
si conociesen mi pasado. Bien merecido lo tengo.
Yo te perdono, sería una mala persona si por ello
dejase de hablar contigo, bastante habrás sufrido dentro de la cárcel, para que
lleves otro disgusto si yo te abandono. Ahora que lo sé, creo que es cuando más
necesitas de mi cariño.
Me quedé más que asombrado del comportamiento de la
muchacha, cuando esperaba que me mandase a paseo, me dice más o menos que me
quiere y que no desea por lo que le dije, romper nuestras relaciones.
Yo también te quiero. Ahora bien, cuando sepas el
motivo de la condena, seguro que no querrás saber nada conmigo. Me condenaron a
treinta y cinco años de cárcel y a primeros de año cuando llevaba veinticuatro
años encerrado en el penal, me concedieron la libertad condicional.
Estoy loco por salir de allí, soy abogado y deseo
cuanto antes trabajar en lo mío, abriendo una consulta en Santiago.
-Ya sabía yo, desde que te conocí, por la forma de
explicarte y por alguna cosa más, que eras licenciado en alguna carrera
importante.
-Ya veo que tienes psicología, pero eso no cambia
para nada las cosas.
-Estoy deseosa de saber que crimen has cometido para
que te condenen a sufrir tantos años en una cárcel.
He matado a mi novia, metiéndole dos balas dentro de
su cabeza, al encontrarla un martes acostada en su cama, con otro chico
haciendo el amor. Lo más curioso del caso es que no estoy arrepentido de
haberlo hecho. Como el preso de la canción, estoy seguro que lo volvería a
hacer, si se repitiesen las circunstancias.
Poco a poco nos fuimos acercando al pueblo, como
unos días atrás habían cambiado la hora, cuando llegamos aún era de día.
-Tengo que marcharme, le indiqué a Emma, más vale
llegar un poco antes que fuera de hora, deseo portarme lo mejor que pueda, así
me dejarán libre antes.
-No te preocupes, tengo el coche en la calle y a las
nueve y media te llevaré yo y te dejaré delante del presidio. En un cuarto de
hora estamos allí, entremos en la cafetería y tomemos un café antes de
trasladarte.
Al terminar de tomar el café, salimos a la calle y
entramos en el coche. Durante el camino le pregunté a Emma, si no le podía
perjudicar, si algún conocido la veía acompañar a un preso hacia el penal.
-A mí que me vean contigo no me importa para nada,
ya sería lo que faltaba que una no pudiese hacer lo que desea.
Llegamos a la puerta de la cárcel a las diez menos
cuarto, como me quedaban aún quince minutos para pasar al interior, nos
quedamos dentro del coche, hablando de varias cosas y antes de que la chica
regresase, nos besamos por primera vez. Fue un sencillo beso, pero indicaba que
nuestro noviazgo era irreversible.
Me bajé del coche y antes de cerrar la puerta, le
dije a Emma:
-Eres la chica más sincera y más buena, que he
conocido en mí vida, un auténtico pedazo de Cielo. Espero no tardar mucho en
salir del presidio, para poder corresponderte.
Con la emoción del beso que nos dimos, no nos
acordamos ninguno de los dos, de hablar del programa de la próxima semana. No
importaba mucho, seguro que no tardaríamos en vernos de nuevo.
Llevaba seis meses de libertad condicional, cuando
me llamó el Alcaide a su despacho (ya he dicho que me trataba como si fuera de
su familia), me mandó sentar y me dijo medio emocionado, que tenía grandes
probabilidades de que al final de año, me diesen la libertad definitiva. No es
nada seguro, pero ya sabe usted, ¡cuando el río suena!…
En el informe que me pidieron de varios presos de
este penal, lo puse a usted como un preso modelo.
-Le agradezco todo lo que hace por mí,
aprovechándome un poco de su amabilidad, deseaba pedirle un gran favor, si me
lo puede hacer.
-Ya me dirá lo que desea que haga por usted.
-Como muy bien sabe, los pueblos que se asientan por
los alrededores del penal son muy pequeños, lo único que uno puede hacer, por
mucha libertad que tenga, es pasear y jugar una partida a las cartas, si no se
dan cuenta que soy un presidiario, y luego acostarse en un bosque al abrigo de
los árboles hasta la hora de regresar a la cárcel.
-Bueno, yo eso no lo sé, apenas salgo de aquí, como
si fuera un preso más; si usted lo dice, se lo creo como si lo viese con mis
ojos.
-No sé si usted está enterado, de que salgo con una
chica de uno de estos pueblos; y lo que le quería pedir: que me diese permiso,
para quedarme a dormir fuera de la cárcel, las noches de los sábados. La chica
suele acudir al cine los sábados a Fuentesaúco, y si no la puedo acompañar, nos
quedamos en la comarca aburrimos todo el fin de semana.
-Si en una de esas noches sufre un accidente o
cualquier otra cosa, no me deja usted otra opción, de decir que no acudió a
dormir, sin saber el motivo, la libertad condicional le obliga a dormir aquí
dentro. La ley hay que cumplirla, se lo digo por su bien, le puede retrasar la
libertad definitiva. A ninguno de los presos que como usted gozan de libertad
condicional, no les daría permiso para dormir fuera. En su caso voy a hacer la
vista gorda, porque estoy convencido, de que no me va a defraudar, metiéndose
en algún lío.
-De eso puede estar bien seguro. Ya sería muy mala
suerte que eso ocurriese.
El sábado al acudir a Piñero a jugar la partida, se
lo comuniqué a la muchacha, que estaba pasando el fin de semana en casa de sus
padres. Podemos acudir a Zamora a ver una película y sí no nos gusta ninguna de
las que proyectan ese día, pasearemos por las calles y si nos aburrimos
gastaremos el poco dinero que tengo, en merendar o tomar unos vinos por la
parte antigua de la ciudad.
A Emma, sin saber muy bien el por qué, no le gustaba
salir por aquellas pequeñas poblaciones el fin de semana, mirándome fijamente,
me dijo:
-No sabes lo bueno que es poder salir a una ciudad,
ver y hacer lo que a una la apetezca. Gracias a Dios que de aquí en adelante,
los fines de semana puedo alejarme de estos pesados pueblos. Por esta zona no
hay nada para divertirte, lo que suele haber es mucha envidia, si pudiesen te
dejarían pidiendo limosna por las calles
-La envidia no solo existe aquí, sino que es el pan
nuestro de la mayoría de los pueblos. Si supiesen que soy un presidiario y que
salgo con una chica tan guapa como tú, algunos me envidiarían, otros te
criticarían por salir conmigo, sobre todo si supieran que estoy en la cárcel
por asesinato. Es el cuento de no acabar y esto sucede aquí o en cualquier otra
parte; la mejor cosa es no hacerles caso y vivir nuestras vidas lo más felices
que podamos.
Cuando llevábamos unos dos meses, saliendo muchos
fines de semana a Zamora y a Salamanca, Un día me dijo Emma, que condujera yo
que ella no se encontraba muy bien.
-¿Que te pasa?
-Estoy con la regla y últimamente esos días tengo
mucho dolor, ya he tomado hoy dos pastillas que me receptó el medico y me sigue
doliendo.
-Los órganos cuando no se hace uso de ellos,
reaccionan así, si es que no te ofendo, podíamos quedar alguna noche en un
hotel y gozar un poco de la vida, ya que llevo casi veinticinco años sin ver
delante de mí a una mujer. Si las cosas me salen como yo pienso, pronto nos podremos
casar, yo te quiero más que a mi propia vida y ¿que problema podemos tener
acostándonos juntos antes de la boda, si los dos deseamos casarnos el uno con
el otro?
La chica se quedó seria, mirando hacia el suelo y
sin decir una sola palabra durante unos largos minutos, de repente me miró a
los ojos, y me dijo:
-¿Creí que no me lo ibas a pedir nunca? Lo estoy
deseando más que tu, si con ello vamos a ser más felices y nos va a unir aún
más.
Quiero creer, que he pasado los seis meses más
felices hasta la fecha, la chica era sincera y cariñosa y como el sexo
representa mucho en una pareja, nuestra felicidad no tenía límites.
Llegue a pensar que había sido el Señor, el que puso
a Emma en mi camino, para compensarme los malos momentos pasado, privado de la
libertad.
Llegó un momento, que le apetecía más que a mí,
quedarse a dormir en un hotel, si yo no le decía nada, era ella la que me lo
recordaba, después de salir del cine.
Llevaba
veinticinco años en el presidio, cuando me dieron la libertad definitiva. Tenía
cuarenta y ocho años, como ya no estábamos en la dictadura, salí diez años
antes de lo esperado, que no solía ser la norma. Debí de aprovecharme de un
indulto por algún acontecimiento importante de los monarcas españoles.
Me lo comunicó el Alcaide un miércoles por la noche,
me esperó hasta la hora de regresar a dormir al presidio; nada más entrar, un
carcelero me indicó que el Alcaide me estaba esperando, que pasara a su
despacho tan pronto llegara. Pasé y me dio la noticia con un fuerte apretón de
manos, y me dijo:
-El viernes te vas a tu casa, hoy ha llegado tu
libertad definitiva, quedan unos flecos que mañana intentaré resolver, para que
al día siguiente puedas salir de aquí.
-No sabía que decirle, le di las gracias por lo bien
que se había portado conmigo y salí de allí hacia el comedor a cenar.
La primera cosa que hice al día siguiente, fue
desplazarme al pueblo en donde ejercía Emma, para comunicarle la noticia. Iba
tan contento que hice el trayecto a paso ligero en tan solo tres cuartos de
hora, cuando normalmente se necesitaba una hora y cuarto para recorrer dicho
camino.
Llegué a la escuela cuando los niños acababan de
salir de allí, para acudir a sus casas a comer. La muchacha después de
abrazarnos lo más fuerte que pudimos, me manifestó:
-Te voy a invitar a comer, supongo que no habrás
comido nada desde la mañana.
-Como todo el año desayunaba antes de salir, me
daban un bocadillo para el mediodía y cenaba al llegar a la cárcel.
Comimos en el único restaurante que existía en el
pueblo, todo el tiempo de la comida lo pasamos hablando de nuestro futuro, a la
salida, antes de que llegaran los niños a la clase de la tarde, me indicó Emma,
que el viernes dejase la maleta en casa de sus padres, que la esperara, que
ella llegaría un poco después de la una de la mañana, cuando los niños se
fuesen a comer. Ese día como no tengo clase por la tarde, comeremos en el
pueblo de Piñero y luego nos iremos a Zamora, estaremos allí hasta el domingo
por la tarde, que tú te irás a Galicia y yo regresaré al pueblo.
-Siento dejarte aquí sola en este desierto, espero
que sea por poco tiempo, siento unas ansias locas de llegar a Santiago y
ponerme a trabajar lo antes posible. Tan pronto pueda vendré a verte.
El viernes me dejaron fuera del portalón de la
cárcel con una maleta de madera, en la que metí lo poco que tenía, después de
despedirme del Alcaide y de los compañeros de fatigas y firmar no sé en cuantos
papeles. Querían llevarme en la furgoneta de compras hasta la parada del
autobús, situada a unos quince Km. Que hacía la línea de Salamanca a Zamora. Les
dije que no hacía falta, voy al pueblo de Piñero en donde me espera la novia,
ella me llevará por la tarde a Zamora. Busqué un palo recto en el suelo, que
metí por el asa de la maleta y me la colgué al hombro. Cuando llevaba unos cien
metros recorridos, volví la cabeza hacia el edificio de la cárcel y no pude
impedir que las lágrimas brotasen abundantemente de mis ojos, que no dejaron de
salir hasta llegar al pueblo, recordando aquel maldito purgatorio.
Llevaba en el bolsillo algo de dinero; en la cárcel
nos pagaban el trabajo que realizábamos a un precio irrisorio. Ahora bien,
tantos años ahorrando, tenía para vivir en una pensión dos o tres meses.
Al llegar al pueblo, dejé la maleta en la casa de
los padres de la chica, que me trataron muy bien, la culpa la debía de tener la
muchacha que les hablaría bien de mí; me fui a dar un paseo hacia el sur, en
dirección contraria al edificio del presidio, haciendo tiempo hasta que
llegara Emma.
Comimos en casa de Emma, en un pequeño comedor
situado por detrás del bar, sobre las cuatro metí la maleta en el maletero del
pequeño coche de Emma y nos dirigimos hacia Zamora. Allí tomando un café en una
espléndida cafetería hicimos el programa para todo el fin de semana: acudir al
cine, ir al bingo, ir a misa y visitar los monumentos más sobresalientes, la
catedral y alguna de las numerosas iglesias románicas.
El programa es muy bueno, pero debes de saber que yo
apenas llevo dinero encima.
-No te preocupes, aunque no gano mucho de maestra,
los gastos de estos días no me van a arruinar, yo pagaré y cuando trabajes
pagas tú.
El coche conducido por mí, por orden de Emma (ya
comenzaba a mandar sobre mí) lo dejamos en un parking situado muy cerca de la
catedral, Nos fuimos a buscar hotel, que encontramos mas hacia el norte en una
calle perpendicular al paseo de Santa Clara. Como el hotel tenía aparcamiento
propio en el sótano del edificio, bajamos a recogerlo y mientras yo lo
aparcaba, Emma se encargaba de recoger las llaves de la habitación; subí las
maletas en el ascensor hasta recepción, en donde me esperaba la chica con las
llaves en la mano y subimos a la habitación 202 y personalmente comencé a vivir
el fin de semana más placentero y fascinante de cuantos había vivido hasta la
fecha.
El domingo por la tarde Emma me llevó hasta la
estación ferroviaria, allí me subí al tren hasta Santiago, estuve un par de
semanas en una pensión y decidí hacerle una visita a mi familia a la aldea. Al
llegar me llevé una grata sorpresa: mis padres me habían dejado unas fincas en
su testamento.
Se las vendí a mi hermano y con el dinero que me dio
por ellas, pude alquilar una bajera en una céntrica calle de Santiago. Me la
decoraron los que me vendieron los muebles y un quince de abril me senté por
primera vez en el sillón de mi despacho y abrí la consulta como abogado. Al
principio no tenía muchos clientes, pero me defendía bien para pagar la pensión
y el alquiler de la bajera.
Poco a poco fui adquiriendo fama en la ciudad, tras
ganar unos cuantos pleitos, muchos de ellos no sin dificultad por tratarse de
casos muy difíciles.
Un día vino a mi consulta un muchacho de unos
treinta años, para que le asesorase y le llevase su caso: deseaba divorciarse
de su mujer, según me dijo la había dejado embarazada y se vio obligado a
casarse sin sentir por la chica el más mínimo sentimiento afectivo. Quedó tan
satisfecho de mi trabajo, que un día lo encontré por la calle, cuando se
dirigía al cine Capitol, que estaba situado al lado de la cafetería Colón. Me
rogó insistentemente que lo acompañara al interior, deseaba invitarme a tomar
lo que a mí me apeteciese. Al entrar me di cuenta que había sido en esa
cafetería en donde vi por primera vez a María Magdalena. El muchacho pagó y se
marchó, lo estaba esperando un amigo para acudir a ver la proyección.
Allí me quedé yo solo, con lágrimas en los ojos
ocultas por unas gafas oscuras y con la mirada hacia la mesa en donde había
conocido a la chica. Pedí otra consumición, me senté en una mesa y comencé a
recordar mi relación con la muchacha desde el principio hasta el fatídico
final.
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Todo comenzó una tarde de un sábado del mes de
noviembre, cuando mi amigo Gerardo y yo un poco aburridos, sentados en dos
sillas del salón de nuestra pensión, decidimos dar una vuelta por las
cafeterías de la ciudad.
Los sábados por la tarde, tanto los buenos como los
malos estudiantes lo dedicaban a la diversión, esa tarde era poco menos que
sagrada para los universitarios, unos de una manera y otros de otra se
dedicaban a pasarlo bien por la calle, acudiendo al cine, a recorrer las
cafeterías e incluso a jugar a las cartas. Había que relajarse, coger fuerzas y
olvidarse de los libros para iniciar una nueva semana.
Como la tarde estaba lluviosa, caminamos bajo los
soportales de la Rua Nueva, en donde estaba situada nuestra pensión, hasta el
final de la calle por su lado sur, desde allí pasando por delante del hotel
Compostela entramos en la cafetería Colón, a la que acudían muchos jóvenes
estudiantes. Era una de las cafeterías de moda por entonces en Santiago para el
ambiente estudiantil.
Estaba totalmente llena, tomamos unas cervezas en la
barra y observamos que en una mesa estaban sentadas dos chicas y dos sillas
desocupadas a su lado; le pedimos permiso para sentarnos y comenzamos a hablar
con ellas. A los pocos minutos mi amigo me indicó con un gesto, que mirara
hacia él. Pude observar que tenía los dedos de su mano derecha entrelazados con
los de la mano izquierda de la amiga o hermana de Magdalena.
Dirigiéndome a la chica sentada a mi lado, le dije:
-No vamos a ser nosotros menos, intenté cogerle yo
también su mano, me miró con una dulce sonrisa -y dijo.
-Luego, no hace falta correr tanto.
Por la contestación de la muchacha, supuse que vio
algo en mí que le gustaba, y no querría que yo la considerase muy liberal, por
si iniciaba conmigo una relación sentimental.
La miré a la cara y pude observar que sus ojos eran
negros, su boca dulce y hermosa y sus cabellos le caían por el lado derecho de
la cara. Me pareció tan hermosa que me dejó prendado.
Al impedirme que la cogiese de la mano, intenté
apartarme de ella, pero su perfume penetró en mí profundamente y el hechizo de
sus ojos, su boca y su sonrisa me envolvieron en un torbellino de pasión, que
se me hizo difícil resistir su negación. Sin que se diese cuenta me acerqué mas
a ella y al estar tan cerca el uno del otro, sentí el calor de su cuerpo en el
mío, que me dejó totalmente obnubilado.
Nos levantamos, con la idea de hacer un recorrido
por las demás cafeterías, y pude comprobar su impresionante cuerpo, con los
tacones que llevaba puestos, era tan alta o más que yo.
A medida que íbamos tomando más bebidas, la muchacha
no hacía mas que sonreir, y aquella sonrisa a lo Ava Gardner, aún me sedujo
más.
A la hora de acudir a su casa sobre las once de la
noche, las acompañamos hasta el final de la plaza del Obradoiro, nos
despidieron delante de la puerta del Hostal de los Reyes Católicos, no deseaban
que las acompañáramos mas adelante, hacia los barrios de la parte suroeste de
la ciudad. No debían de querer que supiésemos en donde vivían; por lo que
supuse que lo harían en una de aquellas calles y barrios humildes.
Aún así cuando regresábamos a la pensión, le dije a
mi amigo:
- Tengo que conseguir que esta chica salga conmigo.
No hizo falta que yo la buscara; dos o tres días después
sobre las seis de la tarde, la vi sola por la calle de la Rua del Villar,
caminando hacia la plaza de los Torales. Después de saludarla, le pregunté si
tenía prisa o si se dirigía a algún lugar determinado.
-Tengo tiempo hasta las diez y media, que es la hora
de regresar a mi casa.
-Entonces, si no has quedado con algún chico, te
puedo invitar a un café, a dar una vuelta por la Herradura y a las ocho podemos
acudir a ver alguna película.
Me aceptó todo, tomamos café, dimos un paseo por la
Herradura y fuimos a ver la película que proyectaban en el cine Capitol. En
todos los lugares recorridos, intenté cogerla de la mano con resultado
negativo, de una u otra manera me la rechazaba.
A la salida del cine, caminamos hacia la plaza del
Obradoiro y en el mismo lugar delante de la puerta del Hostal de los Reyes
Católicos, nos despedimos, impidiéndome que la acompañara por los humildes barrios
mencionados.
Volví a encontrarla algún día más y siempre lo
mismo, me impedía que la cogiese de la mano y seguíamos despidiéndonos en la
plaza del Obradoiro.
Quedamos de salir el sábado. Me dijo que lo haría
con su hermana; mira a ver si te quiere acompañar tu amigo de la pensión. Como
el primer día parecía que se entendían bien, si se lo propones, seguro que
vendrá contigo y los cuatro juntos lo pasaremos muy bien, sino tienes tú que
cargar con las dos.
-Si mi compañero no quisiera acompañarme, yo tampoco
saldré, os dejaré solas, así podéis encontraros con dos amigos y lo pasareis
mejor que conmigo solo.
-¿Ya no deseas salir conmigo?
-No es eso, resulta que yo soy un estudiante pobre y
si tengo que salir con las dos muchos días, no me llega el presupuesto.
-Podemos pagar los gastos a medias, si tu amigo no
le apetece salir.
La primera cosa que hice, fue hablar con mi íntimo
amigo Ramiro, y le expliqué mi relación con la chica. Me llama la atención que
se despida en la plaza del Obradoiro y que no desee que la acompañe más allá de
ese lugar. Su comportamiento me tiene bastante intrigado, sobre todo que la he
llevado al cine y hemos tomado unos cafés juntos durante unos días y por nada
del mundo quiere que la coja de la mano, a pesar de darle muestras de que me
gusta.
-Tienes que hacerme un favor le dije a mi amigo
Ramiro, arrimados al protector de un ventanal de la bajera de mi pensión.
-Si te lo puedo hacer cuenta con ello.
-El sábado a eso de las once de la noche, paseas por
delante de la fachada del Hostal de los Reyes Católicos, cuando nos veas llegar
con las chicas, fíjate bien en ellas ya que cuando las dejemos, solo tienes que
seguirlas hasta la casa en donde residan.
Llegó el sábado y Gerardo no puso pega alguna, para
salir con las chicas que ya conocía. A pesar de que era el segundo día que
salía con la hermana de Lena, estuvieron todo el tiempo cogidos de la mano, a
veces iban cogidos del brazo y se besaban. Yo no le decía nada a la chica, mi
mirada lo decía todo.
Maria Magdalena y yo íbamos por delante y su hermana
y Gerardo por detrás de nosotros, miré hacia la chica y le dije:
-Hoy es el último día que salgo contigo.
-¿Por qué? ¿Hice alguna cosa que no te gusta? ¿Qué
motivos tienes?
-Ninguno, solo que no me gusta el comportamiento que
empleas conmigo
-Porque no te dejo hacer, lo que le deja mi hermana
a tu amigo.
-Por eso mismo, si no sientes nada por mí, ¿Para que
vamos a salir? Tal vez la culpa sea mía, que no se llegar a tu corazón. Pienso
que tendrás otro chico lejos de Santiago, allá en tu pueblo, como no me dices
de donde eres y en donde vives, no me interesa perder más tiempo contigo.
-Si fuera como tú dices, sería una mala persona,
tener novio y salir con otro, si vas a quedar más tranquilo, te diré que no
tengo novio en ninguna parte. Ten paciencia, te prometo que tendrás tu premio.
-Llevo saliendo contigo cinco o seis días y no me
dejas ni que te toque, mientras que tu hermana con solo salir dos veces con
Gerardo le deja hacer todo lo que le apetece.
Recorrimos varias cafeterías, llegó la hora de
regresar a casa y nos dirigimos hacia el lugar de siempre; llevaba mas de media
hora sin dirigirle la palabra, solo al despedirnos le dije adiós.
Vestido con una gabardina, vi a mi amigo Ramiro
paseando por la Plaza, Gerardo habló un poco con ellas y nos marchamos; no
quería hacer esperar mucho a Ramiro. Las chicas bajaron por la cuesta hacia la
calle de la Huerta, con mi amigo siguiéndole los pasos.
Al otro día me levanté y me desplacé a la casa de mi
amigo, que vivía en el barrio de Santa Isabel, en una calle paralela al campo
de fútbol.
Las chicas me dijo Ramiro, deben de vivir en el
barrio del Pedroso, las seguí hasta el río, pasaron el puente y se dirigieron
hacia dicho barrio, después del río no existen otras casas hasta el monte, más
que en ese lugar.
Yo ya lo conocía, de acudir a las verbenas del
verano, cuando era estudiante de bachillerato, se componía de una amplia calle,
con casas de planta baja a uno y otro lado. Cuando años atrás estuve por allí,
daba la sensación de ser pobre, en él vivía gente que parecía humilde.
Ya conocía algo más de la muchacha, y comprendía muy
bien porque nos despedían en la plaza del Obradoiro. Hasta donde vivían las
chicas, había un trayecto de un Km. y no tenía sentido que nos hicieran
recorrer tan larga distancia, teniendo en cuenta que luego teníamos que
recorrer otro kilómetro, para regresar a la pensión.
Como a finales de semana próxima tenía un examen, no
salí ningún día por la calle, por las tardes al salir de la biblioteca me iba a
la pensión, cenaba y volvía a estudiar hasta las altas horas de la madrugada,
así que no volví a ver a la muchacha hasta que pasaron ocho o diez días.
Un día de la semana sobre las seis de la tarde, pasábamos
un compañero de clase y yo por la calle del Franco, con la idea de dar un paseo
por la Herradura y me encontré de frente con Maria Magdalena, para no tener que
saludarla, miré hacia el otro lado y pasé de largo. Al poco rato oí una voz
femenina que me llamaba por detrás de nosotros, volví la cabeza y como me
suponía, era Magdalena.
¡Alfonso! espera un momento, deseo hablar contigo,
mi compañero se fue y me quedé yo con ella.
-¿Qué? ¿Todavía sigues enfadado?
-Los exámenes de esta semana me impidieron salir. De
todas las maneras tu conducta me impide que siga saliendo contigo. Ahora bien,
una cosa es que no salga contigo y otra muy distinta que esté enfadado. Como no
voy a poder cambiar tu voluntad, aunque quisiera, si no te apetece tener una
relación más íntima conmigo ¡Que puedo hacer yo!
-Que querías ¿Qué te entregase mi cuerpo desde el
primer día que te conocí?
-Dejémoslo, tú sigues tu camino y yo el mío y todos
tan contentos.
Caminamos hacia el norte por delante de la entrada a
la Rua del Villar, seguimos por la plaza de los Torales y nos introducimos en
la Rua Nueva por su boca sur: De repente la chica me cogió del brazo, Me quedé como
Santo Tomás, “si no veo su brazo izquierdo entre mi brazo derecho y el costado
derecho, no me lo hubiese creído”; comencé a temblar como las ramas de un árbol
en un día de viento y quedé prácticamente obnubilado.
La chica se dio cuenta y me dijo.
-Tranquilo ¿No era esto lo que tu querías? ¿Si
quieres me puedes coger tu de la mano?
-No pude contestarle, con el nerviosismo se me
secaron las mucosas buco-faringes que me impedía articular palabras.
Paseamos en
silencio por la calle y llegamos al cine salón -teatro, al llegar vimos que
proyectaban dos películas en sesión continua.
Observamos los carteles, y le dije a la chica;
-Si no estas citada con algún otro chico y tienes
tiempo, podemos entrar a ver estas dos películas, que según me ha dicho un
amigo, son bastantes buenas.
-Como voy a estar citada con otro chico, ¿que te
crees que soy? ¡Una prostituta! ¿Cogerte a ti del brazo y citarme con otro?
Debes de haber perdido el juicio. Tengo permiso hasta la diez y media como
siempre.
Antes de sacar las entradas, le comenté:
-Tenía pensado decírtelo dentro, aprovechando la
oscuridad de la sala, pero te lo voy a decir ahora.
-¿Qué es lo que tienes que decirme?
-Que eres una chica muy guapa y muy atractiva, me
gustan tus ojos negros, tu boca dulce y sensual, tus cabellos y tu cuerpo. Que
no seas mi novia depende de ti.
La chica me miró a los ojos y en vez de sonreír como
tenía por costumbre, se quedó muy seria y simplemente me dijo:
-Tus palabras me alucinan.
Saqué las entradas, pasamos al interior y nos
sentamos en una butaca con la ayuda de la linterna del acomodador.
Por cierto tiempo en vez de mirar a la pantalla, nos
quedamos mirando el uno hacia el otro, sin decirnos una sola palabra. Aquellas
miradas me fascinaban, y con mi mano derecha cogí su mano izquierda y por fin
no me la rechazó, entrelazó sus dedos con los míos y me los apretó suavemente.
Apenas nos enteramos del argumento de las películas,
yo por mirarla y ella pensando en lo que le había dicho antes de entrar en la
sala.
Al salir caminando de prisa, (ya se iba haciendo
tarde), la acompañé hasta el lugar de siempre, por el camino y al despedirla,
le dije:
Mañana te espero aquí a las ocho, tengo que decirte
dos cosas muy importantes para los dos.
Al día siguiente transitando por la calle del
Franco, seguí adelante e hice la entrada en la Plaza por el ángulo noreste, por
el lado contrario en donde me tenía que esperar Magdalena – ángulo suroeste-.
Desde que accedí al interior de la plaza, pude observarla allá a lo lejos,
esperando que yo llegara.
-Perdona que haya tardado un poco, calculé mal el
trayecto que existe desde mi pensión hasta aquí.
-Entonces ¿En donde vives tú?
-En la Rua Nueva al lado del teatro Principal.
-Algunas compañeras mías viven en las residencias de
esa calle.
-Sí, existen dos, una enfrente de mi pensión y otra
al lado.
Comenzamos a caminar atravesando toda la plaza del
Obradoiro, seguimos por la calle del Franco, con la intención de dar un paseo
por la Herradura. Como yo no le hablaba de lo que le había dicho el día
anterior, me dijo:
-¿Qué eran esas dos cosas tan importantes, que
tenías que decirme?
-Nos vamos a sentar en la terraza de la cafetería
Alameda, que está ahí enfrente y allí tomando unos cafés, te las diré.
La chica estaba un poco nerviosa y no quise intrigarla
más, y le indiqué:
-La primera es que quiero que seas mi novia, con lo
que te dije delante del cine, ya te lo podías imaginar. Estudio tercero de
derecho y aunque en este momento no puedo ofrecerte nada, temo que conozcas a
otro chico y me dejes a “dos velas” como se suele decir. Además dos años se
pasan pronto y luego pienso abrir aquí en Santiago un despacho de abogado. Ya
te he dicho el otro día, que si no somos novios desde el primer día que nos
conocimos, fue por culpa tuya.
Te empeñaste en hacerte la honrada, no dejándome que
te cogiese la mano. Escucha bien lo que te voy a decir: En tiempos del Imperio
romano, se decía que la mujer del Cesar, no era suficiente que aparentase ser
honrada, sino que debía de ser honrada.
Te digo esto, porque para mí me da igual que me
dejaras cogerte o no de la mano, lo importante es, que una vez que seas mi
novia, no se la dejes coger a otro chico, si así fuera, acabarías como las
mujeres del Cesar. Si te interesa mucho, te puedo decir como acababan las
mujeres que engañaban a su marido, el Cesar, pero es mejor que no lo sepas.
No hace falta que me digas de palabra, si aceptas o
no ser mi novia, te voy a dar tres días, para que lo pienses y reflexiones, ya
que lo considero una cosa muy seria. Hoy es martes, el viernes te espero
delante del teatro Principal a las ocho menos cuarto. Si no vienes, ya me estás
diciendo con tu ausencia, que no te interesa para nada ser mi novia. Si por
casualidad apareces por allí a esa hora, ya me indicas con tu presencia, que me
admites como tu novio y ya no hace falta, que me lo digas de palabra. Yo te
quiero, pero no dudes que sabré aceptar tu voluntad, y por mi parte podemos
quedar como amigos.
La segunda cosa que tenía que decirte, es que ya sé
en donde vives.
-¿Así que me has seguido?
-¡No! Lo hizo un detective privado muy amigo mío.
-También te dirían lo que estudio y que tuve otros
novios.
-¡No! Eso no me han dicho.
-Ya te lo voy a decir yo, para que no tengas que
pedirle el favor a tu amigo, estudio enfermería.
-Como le sonrías a los pacientes como lo haces
conmigo, los vas a tener muy contentos.
Nos levantamos de la mesa de la terraza de la
cafetería Alameda, e iniciamos un paseo dando la vuelta a los jardines de la
Herradura, lo único que hice, aunque no había nadie por allí, fue cogerla de la
mano durante el paseo.
Al terminar el recorrido, nos dirigimos pasando por
delante de la policía, a la calle del Franco y volvimos a entrar en la plaza
del Obradoiro; al llegar al lugar desde donde nos despedíamos los días
anteriores, me dijo:
Si te apetece puedes acompañarme hasta mi casa, no
olvides que hay dos kilómetros entre ida y vuelta, si tienes mucho interés
puedes hacerlo, pero lo considero una tontería; que me acompañes o no, no va a
repercutir en nuestras relaciones.
-Bueno, a partir del viernes, si deseas ser mi
novia, te acompañaré hasta tu casa, mientras tanto como tú dices, es una
tontería hacerlo, lo dejaremos en suspense. La miré a los ojos no sé por cuanto
tiempo y le dije:
Hasta el viernes si acudes a la cita, si no vienes
te deseo que tengas suerte. Di media vuelta y regresé a la pensión.
El miércoles volví a casa de mi amigo Ramiro, le
volví a pedir por favor que investigara su pasado, su relación con las
compañeras de clase, su comportamiento con los vecinos etc.
El jueves por la tarde vino él a buscarme a mi
pensión y entre otras cosas, me dijo:
-Tanto ella como su hermana, son dos chicas muy
liberales en materia sexual, como decimos por el barrio, un poco putillas. Esa
chica creo que no te conviene, existen infinidad de chicas serias y honradas,
que nos convienen más para ser nuestras futuras esposas.
Me quedé totalmente abatido, con lo que me dijo mi
amigo, no hace falta decir que no acudí a la cita.
Salí un poco más tarde a dar un paseo, por el lugar
de costumbre a ver si veía alguno de mis amigos para tomar unos vinos con
ellos.
Como si fuera cosa de Dios o del diablo ¡Vete tu a
saber! La primera persona que me encontré, fue a Maria Magdalena, sola y
pasando por aquellos lugares de prisa, la llamé y la invité a tomar un café;
sentados en la mesa de la cafetería, la muchacha, humillada, deprimida y con
lágrimas en los ojos, me dijo:
-Tu comportamiento de hoy es el de un auténtico
sinvergüenza y el que te habló mal de mí, ya le puedes decir que es un cabrón.
-Perdóname, me he olvidado acudir a la cita.
Al verla llorar y al oír sus palabras, la cogí de la
mano y nos encaminamos hacia la Herradura, allí sentados en un banco, colocó su
cabeza sobre mi pecho, entonces le pude acariciar sus cabellos y su perfume
penetró en mí sentidos profundamente, y le dije:
-Te vuelvo a pedir que me perdones, te quiero más
que mi propia vida y no pienso hacerle caso a nadie, solo a mis sentimientos;
lo que te pido es que me quieras como yo te quiero a ti.
-¡Pues claro que te quiero! Si no te quisiera no
acudiría a la cita y no lloraría por la faena que me has hecho. ¡Todo sea para
bien!
A la hora de partir, dependía de mí acompañarla o no
hasta su casa, decidí hacerlo para demostrarle mi cariño y que se diese cuenta,
que podía mas el amor que sentía por ella que tener que recorrer los dos Km.
Al llegar a la altura del campo de fútbol, un tramo
del trayecto estaba a oscuras, no sabía si se había fundido la bombilla de la
farola o que no existía, era la primera vez que pasaba por allí. Apenas se veía
el camino, al ir cogidos de la mano, me la atraje hacia mí y la besé no se por
cuanto tiempo.
-¿Ahora no dudarás de que te quiero?
-Tendrás que explicarme ¿Por qué te resistías al
principio que te cogiese de la mano?
-También tú tendrás que explicarme ¿por qué no te
has declarado los primeros días, si tanto te gustaba?
Después de dejarla en su casa (un edificio de planta
baja situado en la acera de la derecha, según visión directa del espectador).
Al pasar de nuevo a la vuelta por el tramo oscuro, me
quedé allí unos minutos, aún disfrutando de los besos que nos habíamos dado
unos momentos antes, y hasta llegar a la pensión, venía pensando ¡Como había
podido conseguir besar aquellos sensuales labios?
Hablé de nuevo con mi amigo Ramiro, y le dije:
-¡No puedo vivir sin esa chica! no me importa para
nada la conducta que Lleva, ni su pasado, me quiere con locura y es muy hermosa
¡Que más puedo desear!
Bien cierto es: que el pasado condiciona el futuro y
que el presente está condicionado al pasado, aún así estoy seguro de ser feliz
con ella.
Inicié con la muchacha, una tormentosa relación
sentimental, durante los últimos meses del curso, vivía en un mundo de ensueño,
ya que la chica no se cansaba de quererme, a pesar de que los dos teníamos que
estudiar, si no queríamos suspender.
Al terminar el curso, me fui a pasar las vacaciones
a la aldea, nos despedimos los dos con lágrimas en los ojos por tener que
separarnos, aunque yo no me cansaba de decirle, que vendría todos los fines de
semana a pasarlos con ella.
Cumplí la palabra, y jamás observé en ella reacción
alguna de que me podía engañar. Al contrario cada fin de semana me besaba y me
acariciaba con más énfasis y su amor por mí no tenía límites. Algo maligno
debió de actuar sobre la muchacha para hacerle perder la razón, y algún
“basilisco”o el demonio reencarnado, hizo que yo acudiese a visitarla aquel
fatídico martes. Ojalá alguna enfermedad me lo hubiese impedido. Cuando estaba
en la cafetería recordando el pasado, maldecía el día que se me dio por comprarle
el arma a mi amigo Antonio.
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Salí de la cafetería Colon con mi mente tan
trastornada, que no sabía en donde me encontraba, no podía pensar ni en el
pasado ni en el presente. Temí haber perdido el juicio.
En vez de dirigirme hacia el hotel Compostela, para
introducirme en la calle del Hórreo, seguí hacia el sur y me metí por una calle
que me condujo hacia el barrio de Sar. Me senté sobre un muro y poco a poco me
fui dando cuenta en donde estaba, y mis pensamientos de los recuerdos vividos
se fueron asentando en la conciencia. Mi mente ya no me impedía que pensase en
el pasado, aunque no deseaba hacerlo.
Arrepentido de lo que había hecho, fui pensando y
preguntándome a mi mismo, hasta la pensión situada en la calle del Hórreo
número 101, que pudo ser lo que le llevó a la muchacha acostarse con aquel
hombre.¿Un antiguo novio del que aún seguía enamorada? ¿Era una “putilla” como
me decía mi amigo Ramiro? ¿Se acostaba con hombres, como hacían otras
estudiantes, para tener dinero para sus caprichos?
Nunca lo podré saber, a no ser que la encuentre en
la otra vida, si es que existe el más allá tras la muerte.
Por suerte llegué a la pensión, al encontrarme con
los demás pupilos y hablar con ellos, me fui olvidando de los pensamientos que
me atormentaban.
Gracias a Dios, no pude pensar mucho en el pasado,
porque cada vez tenía más clientes y me vi en la necesidad de contratar a dos
pasantes, para que me llevaran la burocracia, al mismo tiempo que aprendían y
practicaban en la profesión. Llegó un momento que teníamos que defender a
tantos clientes que hicimos un equipo y de las cosas menos importantes se
encargaban los muchachos.
Alguien dijo que “el mundo era un pañuelo”, debió de
ser un sabio, porque es una verdad de grande como una casa.
Un día acudió a mi despacho un señor de cierta edad.
Al abrir de puerta para que pasase un cliente, lo vi sentado en la sala de
espera, se me hacía conocido, pero me costaba relacionarlo con mi vida pasada.
Salió el cliente que estaba dentro conmigo, y desde la puerta le indiqué que
pasase; al entrar rápidamente me di cuenta de que se trataba del Alcaide de la
presión, en donde yo había estado preso. Estaba tan envejecido, que no parecía la
misma persona.
Lo saludé con un fuerte apretón de manos, y le dije:
-¿Que le trae por aquí? ¿No habrá venido en alguna
peregrinación a hacerle una visita al Apóstol?
-¡No! Vivo aquí, en la prisión nunca le dije que era
de Santiago, por el bien de los dos, pero soy santiagués de pies a cabeza,
aunque la mayor parte de mi vida, la pasé en aquel penal. Que aunque usted no
lo crea, era un presidiario más. Gracias a Dios que ya estoy jubilado.
Estoy enterado de sus éxitos como abogado
criminalista, cuando le regalé los libros para que acabase la carrera, lo hice
por dos motivos: por ser gallego como yo y porque daba usted la impresión de
ser muy inteligente. Por lo que veo, no me he equivocado.
Por cierto, ¿que ha sido de aquella muchacha que
conoció, cuando gozaba de libertad condicional?
-Sigo con ella, pensamos casarnos durante las vacaciones.
“No es bueno que el hombre esté solo “, después de estar veinticinco años en la
cárcel, sin poderme acostar con una mujer. Ya sabe que está usted invitado a la
boda.
-Si la salud me lo permite, allí estaré, ya me dirá
en que iglesia tendrá lugar la función religiosa.
- En Santiago; ya se lo diré, pues seguramente nos
veamos muchas veces antes del acontecimiento.
-Gracias por su cumplido, todo está en el trabajo y
solo Dios sabe lo que yo he estudiado en aquel maldito penal. “No hay mal que
por bien no venga”.
-Le pido perdón por no visitarlo antes, las
enfermedades que últimamente he sufrido, me lo han impedido y sobre todo la
muerte de mi mujer. Vengo a pedirle un gran favor.
-Si está en mí poder hacérselo, cuente con ello. No
crea que me he olvidado, lo bien que se portó usted conmigo en aquel terrible
infierno.
-Deseo que sea usted el abogado defensor de mi hijo
pequeño.
-¿Que ha Pasado?
-Una cosa parecida a la suya; haciendo uso de mi
pistola que guardaba en un cajón de la sala de estar, mató a su novia y a su
presunto amante, al encontrar a ambos juntos y desnudos en la cama de la chica.
-Me lo pone usted muy difícil, si a mí por matar a
una persona, me cayeron treinta y cinco años, a su hijo por matar a dos
personas, no se cuantos le podrán caer.
-Pídame lo que quiera, pero quiero que sea usted el
defensor ante los tribunales de mi hijo. Usted es el único abogado de Santiago,
con capacidad jurídica en asuntos penales, que puede hacer que a mi hijo le
hagan un juicio justo y lo castiguen con una sentencia lo mas justa posible.
-Defender lo defenderé pero no puedo prometerle
nada.
-Temía que no aceptase el caso por las circunstancia
pasadas, uno vez que lo acepta, no dudo de que le hará una gran defensa al
muchacho.
-Lo intentaré. Fin.
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