Por
Florentino Fernández Botana
Narro este
relato desde Uganda, en donde vengo ejerciendo de médico y misionero desde hace
más de treinta años. Todos los días
pienso en regresar a mi tierra, para que cuando llegue el momento de dejar este
mundo, me sepulten en ella. Es tanta la escasez de médicos en esta nación
africana, que me remuerde la conciencia tener que abandonarla. Temo que estas
circunstancias, me obliguen a quedarme en África para siempre y no regrese
nunca jamás a Galicia.
Me llamo Pablo y mi historia comienza aún siendo un
niño, nací ya hace mucho tiempo, el día que Radio Nacional anunciaba que la
guerra civil había terminado, para bautizarme hubo que esperar a que regresase
mi tío del frente y fuese mi padrino. Gracias a la leche de una cabra blanca y
de dos vacas que tenían mis padres, fui saliendo adelante, pasando los primeros
años de mi vida en la afueras de Pontevedra, en la parte suroeste de Galicia;
en una aldea situada a siete u ocho kilómetros al nordeste del centro de la
ciudad, a unos metros del santuario de San Benito de Lerez.
En aquel valle por entonces, mis padres poseían
algunas tierras dedicadas al cultivo de la vid de la clase albariño. El precio
de la uva comparado con el de hoy en día, era tan insignificante, que apenas
podíamos comer con lo que nos pagaban por ella.
Mi padre deseaba que yo estudiase, pero carecía del
dinero necesario para pagarme los estudios. Por las mañanas acudía a la escuela
del pueblo, por las tardes llevaba el ganado a pacer por los montes cercanos, y
como la mayoría de mis vecinos, los fines de semana salía por la aldea a jugar
con los niños de mi edad.
Al cumplir los diez años, mi maestro de la aldea,
apreciando en mi buenas aptitudes para el estudio, acompañó a mi padre al
Institutito de enseñanza media, me matricularon para que hiciese el ingreso e
iniciarse el bachillerato. El ingreso lo aprobé y en septiembre me matriculé en
el primer año y ya no dejé de estudiar allí hasta que fui a Santiago a
examinarme de pre- universitario en la universidad de esa ciudad.
Me levantaba a las siete de la mañana para llegar al
Instituto a las nueve y no perder así la primera clase, ya que recorría el
trayecto a pie, ida y vuelta diariamente. Mi madre me preparaba un bocadillo,
que yo metía en una pequeña bolsa, hasta la hora de comer al mediodía. Al
terminar las clases de la tarde, regresaba a mi domicilio, caminando
diariamente unos catorce Km. No solo era transitar ese trayecto, sino que
también sufriendo durante el invierno las duras inclemencias atmosféricas, pues
las mañanas eran frías y húmedas, y raro era el día que no llegara a
Pontevedra, con la ropa media empapada de agua. La ropa que llevaba puesta era
de tan baja calidad, que apenas me abrigaba y el calzado estaba muy deteriorado,
pero había que gastar totalmente los zapatos, hasta que mis padres considerasen
oportuno comprarme unos nuevos.
Cuando llegaban las vacaciones de verano, los primeros
años sacaba a pacer las dos vacas que tenían mis padres, para arar las tierras,
tirar del carro cuando era preciso y que nos proporcionaran la leche necesaria
para los de casa.
Cuando aprobé la reválida al terminar el sexto
curso, me dieron el título de Bachiller superior y ya comencé a considerarme un
estudiante. En la aldea entablé relación con una pequeña pandilla de chicas de
la parroquia, la mayoría estudiantes como yo. Nunca me he comprometido con
ninguna, debido a que por mi mente fluía una especie de neurosis obsesiva, por
licenciarme algún día en medicina.
Al iniciar el curso pre-universitario, comenté con
mis padres, que al tratarse de un curso muy difícil, el tiempo que empleaba
para recorrer la distancia que existía desde la aldea a Pontevedra, ida y
vuelta, lo necesitaba para estudiar, si quería aprobarlo y sería muy ventajoso
para mí, que me quedase por las noches en la ciudad. Para ello debía de
buscarme una pensión.
Me acompañó mi padre a Pontevedra y después de mucho
mirar, encontramos una pensión por trescientas pesetas al mes, solo para dormir
y desayunar. El resto de la comida para almorzar y cenar me la llevaría de mi
casa, tendría que acudir los fines de semana a por ella a la aldea, para que la
patrona me la cocinara.
Al terminar el curso en el Instituto, si
aprobábamos, debíamos de trasladarnos a Santiago para examinarnos en su
Universidad. Me busqué una pensión en la calle de la Rua Nueva y después de
soportar los rigurosos exámenes, regresé a mi aldea.
A los quince días me fui a Santiago por las notas;
había aprobado con un notable alto, gracias a una amiga llamada Ana. Nos
habíamos hecho amigos durante el curso y la muchacha no pensaba más que estar
sobre los libros, poniendo todo su empeño en que yo hiciese lo mismo. Acudíamos
todas las tardes a la biblioteca a estudiar y el resultado a la hora de
examinarnos, fue muy positivo para los dos.
Al final del curso, nuestra relación era algo más
que de amistad, no tenía pensado dejar de verla, sino de que fuese mi novia
para siempre. Pero a Ana le gustaba ser azafata, se fue a Madrid, aprobó el
examen y como yo no viajé nunca en avión, no la volví a ver jamás.
Al quedar sin la compañía de mi amiga, me fui de
vacaciones a la aldea y no dejé de acudir a todas las romerías que tenían lugar
no solo en mi parroquia, sino en todas las parroquias colindantes. Sabedor por
otros compañeros, de que lo que me esperaba en la facultad de medicina, iba a
ser muy duro, quise quedar saturado de juergas y diversiones para varios años y
así poder estudiar tranquilo, los difíciles cursos que tenía por delante
durante toda la carrera.
A finales de septiembre me desplacé a Santiago, para
enterarme a cuanto subía el importe de la matrícula de primero de medicina.
Volví a la aldea y le dije a mi padre que el precio eran cinco mil pesetas, que
mi padre no poseía en aquel momento. La venta de un ternero y con lo que le
prestó la familia, me pude matricular.
A primeros de octubre metí la ropa en una maleta y
me marché a Santiago a iniciar la impresionante aventura de intentar ser
médico. Al llegar me hospedé en la pensión que había pernoctado en junio,
cuando me fui a examinar de pre-universitario, debido a que fue la más
económica que me encontré en todo Santiago.
Lo primero que hice al llegar a Santiago, fue buscarme
un trabajo, que les atenuara un poco los gastos de la pensión a mis padres.
Gracias a algunos compañeros de la pensión y de la facultad de medicina, que me
indicaron que recorriese todos los colegios de la ciudad, que en alguno de
ellos podía encontrar un trabajo, para poner las mesas y servir la comida y
cena a los alumnos internos. Después de recorrer todo Santiago, me contrataron
para todo el curso, los padres del colegio La Salle. Tenía que acudir de dos a
tres de la tarde y de nueve a diez de la noche, horario que me venía muy bien,
ya que a las nueve salía de estudiar de la biblioteca y hasta las diez y media
no me ponía de nuevo sobre los libros.
De esta manera mis padres tenían que pagarle a la
patrona, solo por dormir en su pensión con el desayuno incluido, así podía
dedicarme a estudiar tranquilo, pensando que tendría el dinero necesario para
terminar el curso.
La pensión estaba situada en la calle de la Rua
Nueva, enfrente de una residencia de monjas dedicada a hospedería de chica
estudiantes, la mayoría universitarias. El edificio era muy amplio, según me
contaban algunas de las residentes, tenía unas treinta habitaciones, seis de
las cuales componían la fachada principal, orientadas hacia el Este con sus
ventanas abiertas a la calle. La mayoría de las habitaciones eran dobles con
dos camas y en cada una de ellas dormían dos estudiantes, como se podía
observar desde nuestro balcón, cuando levantaban las persianas para ventilar su
interior.
En nuestra pensión pernoctaban diez o doce chicos. Como
en el edificio existían solo cuatro habitaciones, las camas estaban situadas igual
que en un cuartel: en posición de hilera unas pegadas a las otras.
La pensión comunicaba con la calle, por medio de dos
ventanales que se abrían a un balcón, que ocupaba toda la fachada del edificio.
A veces abríamos los ventanales para ventilar el interior, salíamos al balcón y
hablábamos con las estudiantes de la residencia, que ocupaban las habitaciones
exteriores. Como la anchura de la calle no era muy amplia, nos facilitaba mucho
nuestra relación con ellas. Allí en la primera habitación de la derecha, según
visión del espectador, desde nuestro balcón vi por primera vez a una joven que
desde el primer momento me dejó totalmente prendado.
Cuando llegaba a la pensión a las tres de la tarde,
antes de acudir a estudiar a las cuatro a la biblioteca, salía al balcón con la
intención de poder observar a la muchacha y que ella me viese. Sin conocerla de
nada, me estaba enamorando platónicamente, hasta tal punto que ya la consideraba
mi amor idealista. No podía ser realista, como yo hubiese querido (pues aún no
había conseguido entablar conversación con ella), para invitarla a salir e
iniciar una relación sentimental.
Un día la seguí hasta la plaza del Obradoiro y pude
observar que accedía al interior del colegio de San Jerónimo, en donde estaba
instalada la escuela de Magisterio. En aquel momento lo único que sabía de la
muchacha, era que estudiaba magisterio.
Unos días después hablé con mi amigo Alfonso, que
también estudiaba la misma carrera que la muchacha, con la intención de que me
permitiese acompañarlo al colegio de San Jerónimo, un poco antes de las cuatro
de la tarde, para indicarle de que muchacha se trataba, deseaba que indagara y
me proporcionase todos los datos que pudiese sobre la chica.
Al cabo de una semana, mi amigo vino a buscarme a la
facultad y me indicó:
-La chica se llama Lucía, es de Puentecesures y
estudia primero de magisterio.
Le rogué encarecidamente a mi amigo, que hablara con
ella y le dijera que en la pensión de enfrente de su residencia, reside un
chico rubio que estudiaba medicina, que estaba loco por ella.
Le agradecí a mi amigo su información, que no me
sirvió de mucho. Tanto me hablaron los estudiantes de medicina de mi pensión,
que ya estaban en los últimos curso de la carrera, de lo difícil que era
aprobar el primer curso, que además tenía carácter de selectivo (si no lo
aprobabas en cuatro convocatorias, no podías seguir estudiando medicina), que
no intenté acercarme a Lucía (que así se llamaba la muchacha), que siguió
siendo mi amor idealista. Tenía que escoger entre la carrera o la chica, me
decidí por lo primero y sacrifiqué el placer que pudiésemos experimentar ambos,
paseando juntos por las calles de Santiago.
Seguí saliendo al balcón para observar a Lucía. Al
ser el pupilo mas joven de la pensión, lo hacía desde un segundo plano, medio
aislado en la esquina del balcón, aunque disimuladamente no hacía otra cosa que
mirar hacia su habitación.
Me dediqué con tanto énfasis al estudio, que el resultado
final fue muy positivo: aprobé todo y con excelentes notas en todas las
asignaturas.
Al terminar el curso me fui a la aldea a ayudar a
mis padres en las faenas del campo. Cuando llevaba las vacas a pacer al monte,
no hacía otra cosa que pensar en Lucía y en hacer planes para que cuando
llegase el segundo curso, pudiese salir con ella.
Al llegar el mes de octubre, inicié el segundo curso
de la carrera. Varios acontecimientos complicaron un poco mi intención de que
Lucía fuese mi novia. Por un lado los profesores que casi todos eran los mismos
que los del año anterior, comenzaron a incordiarme manifestándome que como
había sacado tan buenas notas en el primero, me exigirían más que a mis
compañeros, ya que según ellos podía dar más de mí que los demás alumnos. No se
conformaban con que aprobara, sino que en mis exámenes tenía que sacar sobresalientes.
Por otro lado estaba mi ambición personal, que
deseaba sacar iguales o superiores notas que el año anterior, y en lo que menos
pensaba era en echarme novia; lo dejaré para el año que viene, pensaba para mi
mismo. Desde el salón de mi pensión, pasé la mayor parte del curso, observando,
situado detrás de los cristales de los ventanales del balcón, a Lucía, cuando
se asomaba a la ventana, con una sonrisa en los labios y los párpados bien
abiertos para que sus ojos negros pudiesen contemplarme.
Acabé el curso, regresé a la aldea amando a la
muchacha a distancia y en silencio, pensando todo el verano en ella.
Comencé el nuevo curso y de lo único que estaba
seguro, que seguía queriendo platónicamente a la chica. Desde el primer día
comencé a buscarla por todas las calles de Santiago, pues no se había asomado
una sola vez a la ventana de su habitación. Pensé que aún no había regresado de
su pueblo y dejé pasar el tiempo, ¿o tal vez se había cambiado de
residencia?...
Ocho o diez días después, la observé paseando por el
paseo de la Herradura acompañada de un chico, que yo conocía por haber
estudiado el primer año conmigo. Al verla tres o cuatro veces al lado del mismo
estudiante, llegué a la conclusión de que Lucía tenía novio.
No volví a intentar observarla más a través de los
cristales de los ventanales, debido a que la muchacha no se asomaba a la
ventana. Ante tal conducta de Lucía entré en un estado de depresión con cierta
tristeza, que me impedía estudiar con normalidad. Debía de intentar superarla
si no quería perder el curso. El mundo no se acababa por perder a la chica que
amaba., existían infinidad de jóvenes guapas y debía de rehacer mi vida
sentimental, con otra muchacha de las muchas que conocía.
Después de las vacaciones de Navidad me fui
olvidando de Lucía y comencé de nuevo a estudiar. Por las tardes acudía a las
cuatro a la biblioteca, allí siempre me encontraba con compañeros y compañeras
de clase y a las nueve cuando cerraban el local, salíamos todos juntos a dar un
paseo antes de cenar.
Otras veces paseaba con mis amigos de la pensión y
los sábados acudíamos al teatro Principal, situado en la misma calle en donde
yo residía a ver una película. A las diez cuando salíamos de la proyección,
caminábamos hacia el paseo y nos encontrábamos con Lucía, acompañada de su
novio camino de la residencia, pues la hora de regresar las residentes era a
las diez de la noche. Al pasar a su lado o miraba al suelo o hacia el otro
lado.
Al terminar el curso, me fui a trabajar a las minas
de carbón de Ponferrada, el trabajo era muy duro, pero me traje unas veinte mil
pesetas, que me vendrían muy bien para cubrir los gastos particulares que se me
presentasen durante el curso siguiente.
Nada cambió durante el cuarto curso, al terminar los
exámenes volví de nuevo a Ponferrada a trabajar en las minas de carbón. A lo
que tenía ahorrado del año anterior, le sumé lo ganado este año. Ya tenía para
pagarle a alguna chica el cine o los cafés, si por casualidad se me daba por
echarme novia.
Al regresar, pasé unos cuantos días en la aldea con
mis padres y volví a Santiago para iniciar el quinto curso. El primer día que
salí al paseo de las dos de la tarde, al que acudían la mayoría de los estudiantes,
al salir de las clases de la mañana; me llevé una gran sorpresa, al observar
paseando a Lucía con sus amigas y no con su novio. Yo que no tenía la costumbre
de transitar dicho paseo, cambié de parecer y en adelante no perdí un solo día
de acudir a pasear, el motivo no era otro que: observar si Lucía paseaba con su
novio o con las amigas. Pude comprobar que lo hacía diariamente conversando con
sus amigas. Me puse a indagar y me enteré de que su novio, había trasladado la
matrícula a Barcelona y que había roto las relaciones con la muchacha. Otros
amigos que tenían amistad con ella, me indicaron que fue la chica, la que no
quiso seguir siendo la novia del muchacho.
Fuese uno u otro el causante de la rotura
sentimental de la pareja, yo me alegré enormemente ya que tenía a la muchacha
libre, por si me interesaba intentar salir con ella. No lo hice para que no
pensara que estaba esperando con ansiedad que interrumpiese su noviazgo, para
pedirle que fuese mi novia. Pasé a su lado decenas de veces y ni siquiera la
miraba, aunque lo estuviese deseando.
Al terminar el curso, me llamó el ejercito para
cumplir el Servicio militar en el campamento de Monte la Reina (Zamora). Un fin
de semana que tenía libre, sentado bajo grandes encinas en aquel lugar solitario,
me acordé tanto de Lucía que decidí escribirle una carta. En la misiva le
decía, como ya debía de saber, llevaba tres o cuatro años pensando día y noche
en ella y que me gustaría cuando regresase a Santiago, iniciar unas relaciones
sentimentales con ella..
Al recibir su contestación, que a decir verdad no la
esperaba, y al decirme que lo estaba deseando, comenzó a fluir por mi mente una
especie de arrepentimiento por haberle escrito.
Días más tarde le escribí una segunda desagradable
carta, en ella le comunicaba que me perdonase mi atrevimiento y que olvidara lo
que le proponía en la carta. No estoy seguro de mis sentimientos y por el
momento no deseo compromiso alguno con chicas. Además ¿Qué puedo esperar yo de
una chica, que fue novia de un muchacho durante dos años? En una palabra, casi
le daba a entender que durante su noviazgo de dos años, muy bien podían haber
hecho el amor, y que a mí me interesaba más una chica que no hubiese tenido
novio.
Además de levantarle falsos testimonios, la ofendía
gravemente, pues era muy probable que la muchacha no hubiese hecho nada con su
novio; no había que olvidar que estábamos en los últimos años de la dictadura,
y por entonces era difícil que un chico se acostara con su novia, estando
solteros
El envío de esta segunda carta, tenía por objeto que
pensase que era un sinvergüenza, y que no se acordase más de mí. De todas las
maneras, no tenía derecho alguno a criticarla, teniendo en cuenta, que nunca la
había visto siquiera cogida del brazo de su novio. Al criticar su conducta no
solo me porté mal con Lucía, sino que con ello pequé también contra Dios.
Deseaba llegar a Santiago cuanto antes para pedirle perdón.
Por supuesto que no me contestó a esta segunda
carta, no me pareció bien pedirle perdón con una tercera misiva. Me entró un
gran remordimiento de conciencia por lo que había hecho y aunque me consideraba
culpable, intenté olvidarme de ella, durante los tres meses que estuve en el
Campamento militar.
Regresé a Santiago a finales de septiembre. Un mes
más tarde con mi timidez atenuada por unos vinos que acababa de tomar con mis
amigos, vi a Lucía en la calle de la Rua Nueva, en donde ambos vivíamos, en
medio de sus amigas. Al verme en vez de mirar para el otro lado y no querer
saber nada conmigo, me miró con cierta sonrisa en sus labios, esto me animó a
acercarme y a decirle:
-Despídete de tus amigas, permíteme que te acompañe
hasta tu residencia, deseo con urgencia hablar contigo.
Se despidió de sus amigas y vino hacia donde yo
estaba. Antes de comenzar a caminar, por cierto tiempo la miré fijamente a los
ojos y le manifesté:
-Deseo decirte tantas cosas, que no se por donde
empezar. En este momento dada la hora que es, solo te mencionaré los anunciados
de cada una de las cosas y en otra ocasión te lo explicaré todo detalladamente.
-En primer lugar, quiero pedirte perdón por lo que
te decía en la segunda carta que te he enviado, si no hubiese gente en la
calle, te lo pediría de rodillas, para que te des cuenta lo arrepentido que
estoy de haberlo hecho.
En segundo lugar, tengo que decirte, creo que ya lo
sabes, que llevo tres o cuatro años pensando todo el día en ti y hasta soñando
de noche contigo; por ello pienso que llegó el momento de pedirte que seas mi
novia. Al verla tan sorprendida por mi inesperada declaración de amor, le dije:
-No me contestes ahora, tienes toda la tarde para
pensarlo. A las ocho bajaré de la pensión a la calle, me quedaré viendo los
carteles de la película que proyectan en el teatro Principal. Esperaré hasta
las ocho y diez, si no bajas lo interpretaré como que no quieres saber nada
conmigo, sacaré una entrada y pasaré al interior de la sala a ver la película.
Si crees conveniente no bajar, por mi no te
preocupes, tengo en cartera un plan B e incluso un plan C.
-¿Se puede saber en que consisten esos planes?
-El plan B, consiste en hacerme novio de una
compañera tuya de la residencia. Su padre debe de ser médico de un pueblo de
las Rías Altas, situado cerca del Ferrol. La chica es muy atractiva y siempre
que me ve insiste a que salga con ella, tiene un cierto parecido con la actriz
Ava Gadner. Yo le digo que no puede ser, debido a que quiero a otra chica, no
le he dicho que eras tú a la que amaba, para que no te incordiase en la
residencia.
El plan C, aunque lo nombre en segundo lugar, no
creas que sería el último recurso, ya estuve a punto de llevarlo a cabo cuando
terminé el bachillerato. Consiste en hacer los votos de castidad, ingresar en
una orden religiosa, y marcharme a África de médico y misionero, así puedo
salvar vidas humanas y ayudarles a que alcancen el Reino de Dios.
Si por el contrario bajas, me estarás indicando, sin
tener necesidad de pronunciar palabra alguna, que me aceptas como novio. Nos
sentaremos en un café y te daré una detallada explicación de todo lo que tengo
que decirte. Desde ese momento no olvides que eres mi novia, espero que te des
cuenta de ello, porque comenzaremos a comportarnos como cualquier pareja de
enamorados del mundo.
Cuando sonaban las campanas del reloj de la
catedral, dando las ocho de la tarde, apareció Lucía con una agradable sonrisa
en sus labios, me acerqué hacia ella y por un momento quedé mirando a sus ojos,
luego le cogí su mano izquierda con mi derecha, entrecruzamos los dedos y
comenzamos a caminar por la calle hacia la plaza de los Torales, sin atrevernos
ninguno de los dos a articular palabra alguna, recorrimos el trayecto sin dejar
de observarnos mutuamente a los ojos.
Al llegar a la Plaza, le pregunté:
-Te apetece entrar en una cafetería a tomar un café
y allí tranquilos manifestarte lo que mi pensamiento desea, o por el contrario
prefieres dar un paseo por la herradura.
-Fue tan grande la sorpresa que me he llevado esta
mañana con lo que me has dicho, que aún no me he recuperado, así que me apetece
más dar un paseo, para despejar mi mente y situarme en la realidad.
-¿No me digas que no lo esperabas?
-Pues no, después de tanto tiempo de estar pensando
el uno en el otro, ya creía que no querías saber nada conmigo.
-Es curioso, yo preocupado por si no me aceptarías y
resulta que lo deseas tanto como yo.
Nos sentamos en un banco del paseo de la Herradura y
le dije:
-Ahora que no pasa nadie por aquí, me voy a poner de
rodillas para pedirte perdón por lo que te escribí en aquella segunda carta
-No es necesario que lo hagas de rodillas, es
suficiente que me lo pidas sentado.
-Me porté como un sinvergüenza, un mal educado y un
irresponsable. ¿Por qué tenía yo cuando estaba en el campamento criticar tu
pasado? ¿Quién era yo para convertirme en tu juez?
Por entonces tú y yo no teníamos compromiso alguno
ni de amigos ni de novios y si salías con este o aquel chico era cosa tuya, y
por si fuera poco, incluso te insinué que bien pudieras haber hecho el amor con
él. Mi comportamiento contigo desde el campamento merecía que no me hablases
más en tu vida.
Supongo que al salir con ese chico, sería porque lo
querías. Además la culpa fue mía por no acercarme a ti antes que él.
-A decir verdad, querer no le quería; yo soy la que
tenía que pedirle perdón a Gonzalo, que así se llamaba el muchacho, por dejar
que me hiciera su novia, sin sentir nada por él, solo por darte celos a ti.
Nos levantamos del banco en donde estábamos
sentados, la cogí de la mano e iniciamos un paseo dando la vuelta a la
Herradura. Cuando ya transitábamos el trayecto final del paseo, le indiqué:
-Sentémonos aquí, aún es pronto para que acudas a tu
residencia, debemos aprovechar cada uno de los minutos para estar juntos y
recuperar así el tiempo perdido de nuestro amor platónico del pasado.
Al sentarnos volvimos a mirarnos a los ojos, no se
por cuanto tiempo, luego con mi mano izquierda atraje su cara hacia la mía y la
besé suavemente en los labios.
-Me alegro que no me hayas impedido que te besara,
desde este momento conocerás el amor y la felicidad, yo te quiero más que mi
vida entera y haré que te sientas una de las mujeres más felices de este mundo.
Gonzalo, te hubiese hecho compañía y atenuado la soledad, pero nunca te podría
amar como yo. Para hacer dichosa a una mujer, no basta con quererla con locura,
hay que nacer y ser muy apasionado y romántico para saber manifestárselo.
La muchacha comenzó a llorar en silencio, la observé
detenidamente y le pregunté:
-¿Por qué lloras? ¿No estarás arrepentida, de
haberme dejado que te besara el primer día que nos hicimos novios?
-¡No! Lloro de alegría y de satisfacción. Después de
estar tanto tiempo pensando el uno en el otro, ya había perdido la esperanza,
de que un chico rubio y guapo como tu, algún día pudiese ser mi novio.
-Vale más tarde que nunca, tenemos una vida por
delante y te amaré hasta la muerte.
Aquel treinta de octubre marcó un antes y un después
en mi vida. Por un lado aunque nuestro amor puro, poético y sentimental, se
limitaba a decirnos palabras hermosas y besarnos continuamente, no dejaba de
ser apasionado. Los ocho meses que duró el curso, me parecieron ocho días, un
auténtico sueño de amor. Lo más curioso fue que a pesar de perder mucho tiempo
con Lucía, saqué dos o tres sobresalientes más que en el curso anterior. Como
se trataba del último curso era más fácil de aprobar.
Con la introducción en España de la democracia, la
mentalidad de la sociedad en relación a la sexualidad, dió un giro de ciento
ochenta grados; al considerarse libres, la libertad se convirtió en libertinaje
y para hacer el amor una pareja, solo hacía falta que se quisieran, sin tener
en cuenta para nada si estaban casados o solteros. Lo de llegar virgen la mujer
al matrimonio, había pasado a los recuerdos.
Yo chapado a la antigua, jamás le toqué los pechos a
Lucía, ni ninguna otra parte de su cuerpo. Al no saber con certeza, si la
muchacha había hecho el amor con el novio anterior. Por si acaso conservaba la
virginidad (nunca me atreví a preguntárselo), mi idea era seguir la tradición
de nuestras madres y abuelas de la aldea, que fueron vírgenes al matrimonio.
Por otro lado, el final fue muy triste para mí -un
auténtico drama-, no hay peor humillación para un hombre que cree tener
enamorada a su novia, que esta lo deje por otro.
Al terminar el curso y al enterarme de mi
licenciatura, pasé unos días en el pueblo de Lucía, acudíamos a la playa y el
maldito bikini de la muchacha me excitaba de tal manera que pensé en llevármela
a un hotel y pasar un fin de semana con ella en Villagarcia de Arosa, para que
pudiésemos disfrutar del placer del sexo. Una llamada de mi patrona, me obligó
a regresar a Santiago por cuestiones laborales y no pude nunca saber si
aceptaría o no acostarnos juntos. Tal vez aquí comenzaron mis problemas.
Por no ser liberal como lo exigían los tiempos de la
democracia y quedar anclado en las viejas costumbres de la dictadura, la muchacha
conociendo mi conservadurismo en materia sexual, no deseaba hacer el amor
conmigo estando solteros, por miedo a que la dejara, al enterarme de que había
perdido anteriormente la virginidad.
Como deseaba trabajar enseguida de licenciarme, unos
días antes de terminar la carrera, sabiendo que había aprobado todo el curso -lo
de ser médico era cuestión de días-, le escribí una carta a través de Noticias
Medicas a un doctor de la Rioja, que solicitaba un médico, para que le
sustituyese durante un mes por enfermedad, ya que acababa de sufrir un infarto
de miocardio.
En mi carta le indicaba que yo le podía hacer dicha
sustitución. El médico aceptó mi ofrecimiento y me envió directamente una carta
a la pensión, motivo por el cual la patrona me llamó a Puentecesures, al teléfono
de los padres de Lucía
Dejé a Lucía en su pueblo y acudí a Santiago. La
patrona me entregó la carta urgente del Dr., en donde me indicaba, que el lunes
debía de estar allí antes de las nueve de la mañana, que ya me tenía reservada
la pensión.
Estábamos a viernes, el sábado preparé las cosas,
las metí en una maleta y el domingo por la mañana temprano saqué un billete,
para que el tren que desde La Coruña se dirigía a Barcelona, me dejara en
Logroño, allí me subiría a un autobús hasta el pueblo, situado en las cercanías
de la capital riojana.
Salí de Santiago sin comunicárselo a Lucía, con el
fin de evitarle un triste y doloroso adiós, si se le daba por acercarse a
despedirme a la estación y tener que hacer luego yo un angustioso viaje,
acordándome de ella.
Llegué al pueblo y el lunes comencé a trabajar. Sin
tener experiencia alguna, fui solventando como pude los problemas de la
consulta durante dos o tres días, hasta que me puse al corriente de todo, sin
contratiempos importantes con los pacientes.
Le escribía una carta por semana a Lucía y como la
sustitución se prolongó durante cuatro o cinco meses más, no pude hasta que
llegó Navidad, hacerle una visita a su pueblo.
Antes de que se me terminase la sustitución, acudí a
Logroño y solicité una plaza de APD. (Asistencia Publica Domiciliaria) entre
las vacantes que existían en la provincia. Me destinaron a un pueblo localizado
no lejos de Logroño-capital, cerca del que venía ejerciendo hasta la fecha.
Tenía que incorporarme a primeros de enero, me quedaban diez días libres que
aproveché para regresar a Galicia y acercarme a Puentecesures a disfrutar al
lado de mi novia.
Llegué en el tren desde Logroño por la tarde a mi
casa, un día lluvioso en donde la humedad y el frío imperaban por toda Galicia.
Al día siguiente me subí al autobús para que me dejara en Santiago, en la
estación me compré un paraguas y medio protegido del agua, me dirigí a la
estación ferroviaria para que el tren me acercara a Puentecesures y poder visitar
así a Lucía. Me recibió con efusividad, haciéndome entrever que nuestro
noviazgo no podía seguir así, otros cinco meses sin vernos, no creo que los
pueda resistir en el futuro.
Aquel día me invitó a comer a casa de sus padres, a
continuación me llevó a la pensión, en donde iba a dormir los días que
estuviese en el pueblo. Por la tarde salimos a pasear y luego al cine. A la
salida cuando me acompañaba hacia la pensión, le propuse desplazarnos dos o
tres días a Santiago, cogeremos una habitación y viviremos una pequeña luna de
miel. Ya sabes que cuando pueda nos casaremos y que nunca te dejaré. En
nuestras condiciones ¿Por qué no ir disfrutando de la sexualidad?
-¿Estás loco? Me dices en tus cartas que deseas que
tu novia llegue virgen al matrimonio y hoy me pides que lo hagamos antes de
casarnos. Pues ahora soy yo la que no quiero perder la virginidad.
-¿No me digas que estás hablando en serio?
-Sí, muy en serio.
Estuve dos días más allí y salíamos a pasear por las
afueras del pueblo. Un día nos alejamos un poco y llegamos a una pradera, saqué
el abrigo, lo extendí y le dije a Lucía que se echara conmigo sobre la prenda
de vestir que impediría que nos calase la humedad. Dio media vuelta y se fue y
allí me quedé yo con cara de tonto, esperando que se me apaciguasen mis
alteradas hormonas. Permanecí en el lugar un buen rato, me volví a poner el
abrigo y me encaminé hacia la pensión para pagarle a la patrona, recoger mis
cosas, subir al tren y desplazarme a Santiago.
A los dos días tomé el tren hacia mi lugar de trabajo,
pensaba para mí dentro del departamento, que ahora si que estaba seguro, de que
Lucía había hecho el amor con el anterior novio y no deseaba que yo me enterase
de que no era virgen, hasta que estuviésemos casados por miedo a perderme.
Eso indicaba que la chica me quería y que estaba un
poco arrepentida de su pasado sentimental, ya había perdido a un novio y tenía
miedo a perder otro. Me hubiese gustado estar en su mente, a ver como las
ingeniaba, para que el día de la boda me hiciese creer que era virgen. O tal
vez pensara: una vez casados, a Pablo, no le quedará otra opción que aceptar mi
pasado.
Allá en la pensión que pernoctaba en el pueblo en
donde ejercía, pensaba que Lucía al marcharse a su casa y dejarme solo en la
pradera, era de suponer que deseaba romper las relaciones conmigo, sino no
tendría explicación su comportamiento.
Todo el tiempo que tenía libre lo dedicaba a
estudiar, sentía unas ganas locas de aprobar las oposiciones y poder ofrecerle
algo seguro a la muchacha, pues yo la seguía queriendo como siempre y ahora en
la soledad, aún más que cuando estaba junto a ella.
No le escribí, fue ella la que lo hizo, pidiéndome
perdón por lo que había hecho. Nunca pensé –me decía-, que reaccionaras así al
dejarte solo en la pradera y marcharme a mi casa, creí que me comprenderías y
me seguirías detrás hasta mi domicilio ¡Mira que marcharte a la Rioja sin
despedirte! ¡No me lo puedo creer!
Al cabo de unos meses contesté a su carta, en ella
le decía que estaba aprovechando todo el tiempo que tenía libre para estudiar,
sin perder un solo minuto hasta que me examine de las oposiciones. Escribirte y
pensar en ti me impide concentrarme. Además como no puedo acudir a verte a tu
pueblo, he pensado alejar mi pensamiento de tu persona por el momento.
No le volví a escribir una carta más, el motivo de
no hacerlo, se debía a que había conocido a una chica del pueblo que estudiaba
enfermería. Se trataba de una muy buena estudiante y muchas tardes estudiábamos
juntos, unas veces en el consultorio, otras en mi pensión o en su casa. Llegó
junio y la chica aprobó todo el curso y durante el verano me ayudó muchísimo en
la preparación de las oposiciones, obligándome con su presencia a que estuviese
toda la tarde sobre los libros, si no tenía que hacer alguna urgencia, que si
eso ocurría, también me acompañaba hasta el domicilio del paciente. Así, -me decía
Eva-, este era el nombre de la muchacha, hago prácticas contigo de enfermería.
Todo el pueblo pensaba que era mi novia, Eva también
lo deseaba y para que no me tomase por tonto al ir pasando el tiempo y no
declararle mi amor, le dije que tenía novia en Galicia a la que quería con
locura, aunque últimamente le encontraba un poco rara.
Ante la imposibilidad de un noviazgo en serio, al
terminar el verano la muchacha se marchó a la universidad, intentando acabar la
carrera que solo le quedaba un curso y yo me fui a Valladolid a examinarme de
las oposiciones.
Como había estudiado día y noche las aprobé,
disfruté de unas pequeñas vacaciones con Eva, nos despedimos y regresé a Galicia.
Tenía treinta días para tomar posesión de la nueva
plaza, recogí mis cosas, las metí en la maleta y me desplacé hasta mi casa de
la aldea, de allí lo más pronto que me fue posible, me subí al coche que me
había comprado y me acerqué a la casa de Lucía en Puentecesures, para darle la
gran noticia de que había aprobado las oposiciones y que ya nos podíamos casar.
Aparqué el coche y me dirigí al domicilio de la
muchacha, al llegar llamé varias veces al timbre de la puerta, esperé unos
momentos y como nadie me abría, ni me contestaban desde el interior, me acerqué
a la casa del vecino y le pregunté:
-¿Que pasa con sus vecinos? estoy llamando y me
parece que ninguno de los miembros de la familia está en casa.
-Están de boda, los encontrará en la iglesia.
Caminé hasta la antigua basílica, accedí a su
interior por la puerta principal y transitando por el pasillo de la nave
lateral meridional, fui echando una mirada a toda aquella gente, a ver si veía
a Lucía entre los presentes. Al no observarla sentada en ninguno de los bancos
de la iglesia, seguí avanzando hacia la cabecera y me quedé anonadado al
comprobar que la novia que vestía de blanco se trataba de Lucía.
Me quedé allí un rato, hasta que la muchacha al
mirar hacia donde yo me encontraba, se dio cuenta de que yo estaba dentro de la
iglesia. Ante aquella escena escalofriante, con la mente aturdida, asombrado y
sorprendido por lo que acababa de ver, salí de la iglesia por el mismo pasillo
hacia el exterior. Me encaminé hacia el coche, subí a su interior y allí mismo
decidí poner en práctica el plan C.
Me dirigí al convento de San Francisco de Santiago,
le expliqué al superior lo que había pasado y que deseaba ingresar en la Orden.
Me enviaron a Roma y al cabo de unos años recibí los hábitos y me marché a África,
en donde vengo curando no solo las enfermedades somáticas de aquella pobre
gente, para que vaya malviviendo, sino también las del alma para que puedan
alcanzar el Reino de Dios.
Fin